21 marzo 2023

Vox propone al excomunista Ramón Tamames, a sus casi 90 años, ser su candidato a la presidencia del Gobierno en una moción de censura contra Pedro Sánchez

Hechos

  • El 21 y 22 de marzo de 2023 el Congreso debatió y rechazó una moción de censura presentada por Vox contra el Gobierno que proponía como candidato alternativo a D. Ramón Tamames Gómez.

Lecturas

El 2 de febrero de 2023 se hizo pública la oferta del presidente de Vox, D. Santiago Abascal Conde, a D. Ramón Tamames Gómez, exdirigente del PCE y excofundador de Izquierda Undia, para que sea candidato de Vox a la presidencia del Gobierno en una moción de censura en una estrategia sugerida por el escritor D. Fernando Sánchez Dragó, el Sr. Tamames Gómez aceptará.

Esta es la segunda moción de censura que Vox presenta contra el Gobierno del presidente D. Pedro Sánchez Pérez-Castejón, en la anterior de 2019 su candidato era D. Santiago Abascal Conde, mientras que en esta han probado por un candidato ‘de fuera del partido’ como es el Sr. Tamames Gómez. En ambas ocasiones el objetivo de la moción de censura parece ser atraer la mirada sobre Vox como principal oposición al PSOE de cara a la opinión pública.

El 21 y 22 de marzo de 2023 el Congreso debatió y rechazó la moción de censura presentada por Vox contra el Gobierno que proponía como candidato alternativo a D. Ramón Tamames Gómez.
La moción fue rechaza con la siguiente votación:

-Votos a favor de la moción: 53 diputados. (Vox y 1 ex Ciudadanos).
-Votos en contra de la moción: 201 diputados. (PSOE, Unidas Podemos, PNV, EH Bildu-ERC, Grupo Mixto)
-Abstenciones: 91 diputados (PP).

La principal diferencia entre esta moción de censura de 2023 y la realizada en 2019 es que en la de entonces el PP presidido por D. Pablo Casado Blanco, sorprendió aliándose con el PSOE y votando conjuntamente con él, mientras que en esta ocasión el PP presidido por D. Alberto Núñez Feijoo ha optado por no implicarse en esta moción ordenando a su grupo parlamentario que se abstenga.

04 Febrero 2023

Ramón Tamames, el último ridículo

José Antich

Leer

A tan solo unos meses de cumplir 90 años, Ramón Tamames, reputado economista procedente de las filas del Partido Comunista de España (PCE) en los primeros años de la transición española y militante después en formaciones tan diferentes como Izquierda Unida y el CDS, el partido fundado por Adolfo Suárez cuando abandonó la UCD, está a punto de protagonizar su última y más sorprendente pirueta política: aceptar ser el candidato de Vox en su anunciada moción de censura a Pedro Sánchez. El circo de la política que tan bien sabe aprovechar Vox con su populismo ultraderechista y su rancio aroma de tiempos pasados ha encontrado a un luchador antifranquista de aquellos años como banderín de enganche a su proyecto político 50 años después.

La multiplicación de partidos en España y el sistema electoral que sin duda lo facilita, ayuda a que conozcamos, con una cierta periodicidad, numerosos cambios de filas. Entre la derecha y la izquierda y viceversa, pero también entre independentistas y no independentistas. Jorge Verstrynge fue secretario popular de Alianza Popular y desde 2014 milita en Podemos; Fernando Savater transitó de posiciones libertarias a Ciudadanos; Rosa Díaz del PSOE a UPyD, y así podríamos seguir con más de un cambio sorprendente. Pero ninguno tan extremo como el de Tamames, un referente en la izquierda española durante la transición.

Más allá de la extravagancia de Tamames, atribuible, en parte, a un protagonismo desmedido, está la involución de una cierta izquierda descaradamente defensora de una España monolítica, incapaz de entender las diversidades culturales, lingüísticas y nacionales. No solo la derecha encuentra personajes que se creen que pueden ser como don Pelayo trece siglos después, también los hay, y no en cuentagotas, en la izquierda. No es extraño, entonces, que Tamames crea que después de los acuerdos de Sánchez con algunas formaciones independentistas y la reforma del Código Penal y las concesiones realizadas, su sitio está en Vox y acabar así de completar todo el ciclo político, de un extremo a otro, del PCE a la extrema derecha.

Será, si se acaba produciendo, la primera vez que un outsider de la política y retirado encabeza una moción de censura y es debatida en las Cortes. Fracasará y tampoco le dará mucho mayor visibilidad a Vox, en plena batalla con el Partido Popular para marcar espacio propio y robarle a Feijóo una franja de diputados. Que todo no deja de ser un espectáculo sin recorrido alguno, más propio de los reality shows de la cepa hispana, lo muestra que Tamames y Abascal ni se conocían. Pero qué caray, ha debido pensar Tamames, incorrupto ante el ridículo.

 

05 Febrero 2023

Ramón, no lo hagas

Pedro J. Ramírez

Leer

Este verano hará, querido Ramón, 52 años desde que nos conocemos. Tú eras el brillante ejecutivo de la consultora Iberplán, contratada por el presidente de la diputación de Logroño —un viejo cacique franquista llamado Rufino Briones— para realizar un estudio económico de la provincia; y yo hacía mis primeras prácticas de verano en el diario local, todavía denominado Nueva Rioja. Ya eras catedrático de Estructura Económica y habías publicado el libro de referencia en la materia. Pronto sería conocido como “el Tamames”.

Entorno los ojos y nos veo paseando por el “tontódromo” del Espolón, a la sombra del general Espartero y su afamado caballo. Tú, corpulento pero fibroso; carismático y elocuente; enhebrando un asunto con otro; deteniéndote súbitamente para gesticular con mayor énfasis, quitándote y poniéndote las gafas negras de pasta. Yo, fascinado y con los poros bien abiertos, sintiendo cómo esa ósmosis ampliaba todos mis horizontes.

Me fui a Estados Unidos a dar clases de literatura y tú emergiste como dirigente del PCE. Volvimos a encontrarnos el día que me presentaste a Carrillo —sin peluca— en el Ritz de Barcelona. Te vi cortar el bizcocho de la fiesta de la legalización en Cuatro Caminos y os acompañé al primer mitin electoral en Valladolid. Me sorprendió que eras el único comunista con corbata, junto a Simón Sánchez Montero, y que, en vez levantar “el” puño, levantabas los dos al unísono, más como un hincha futbolístico que como un apóstol de la redención del proletariado.

En la “noche de los votos lentos” que enmarcó el interminable recuento de las primeras elecciones generales, los tuyos fueron los más rezagados de todos. Tanto es así que tuvo que transcurrir casi una semana para que, desde el cuarto puesto de la lista del PCE, arrebataras a tu amigo Óscar Alzaga —duodécimo de UCD— el último de los 32 escaños por Madrid.

El 3 de octubre de ese mismo 1977, presentaste en Mayte Commodore, junto a Joaquín Garrigues y Alfonso Guerra, mi primer libro, titulado Así se ganaron las elecciones. Tal vez incluso recuerdes que fue también el día en que nació mi primera hija.

Luego, te fuiste al ayuntamiento como “número dos” de Enrique Tierno y a mí me nombraron director de Diario 16. Juntos dimos batallas tan importantes como la del referéndum de la OTAN —el primer “sólo sí es sí” de la democracia— y la de la denuncia de los GAL. Tú estabas contra la Alianza Atlántica y yo a favor, pero nunca dejamos de criticar la manipulación de aquel plebiscito opuesto al prometido y la desigualdad de trato al que os sometieron los medios públicos. Respecto al terrorismo de Estado, tu voz fue de las primeras y más contundentes.

***

El 14 de febrero de 1989 tuviste la intervención estelar de la cena que siguió a mi conferencia contra los abusos de González en el Club Siglo XXI. En presencia de Julio Anguita, Nicolás Redondo y Antonio Gutiérrez pronunciaste un Delendus est felipismus, tan premonitorio como el que dejó sentenciada a Cartago. A corto plazo resultó ser, sin embargo, un “Delendus est Pedro J”., pues tres semanas después me destituyeron como director del periódico, por negarme a abandonar la investigación sobre los GAL.

Cuando acto seguido emprendimos la fundación de El Mundo, me abriste tu casa para explicar el proyecto en un almuerzo memorable, presidido ya por el cuadro “La tertulia”, junto al que tantas veces te has fotografiado. Nuestro querido y siempre recordado Antonio Herrero ocupa el centro de la imagen y tú y yo dominamos el ala izquierda, junto al ‘Guti’, Justo Fernández y Manolo Martín Ferrand. ¿Te das cuenta de que la mitad de esos doce tertulianos ya han fallecido y yo soy el más joven de los supervivientes?

Te habías pasado al CDS y ese era el partido con el que yo más me identificaba en la última etapa de Suárez. Durante el cuarto de siglo que dirigí El Mundo, fuiste columnista, articulista y entrevistado habitual: figura de referencia, en suma. A lo largo de la última década de oro de los periódicos impresos —1993-2003—, dirigiste además nuestro anuario y lo convertiste en la mejor foto fija de la realidad y en la más rica fuente de información cuando pocos usaban aún Internet.

Cuando en 2014 la conjura de los poderes fácticos —Moncloa, Zarzuela y parte del Ibex—, con ayuda de un Judas mediocre y acomplejado, desembocó en mi defenestración de El Mundo y en el nuevo ‘volver a empezar’ de la fundación de EL ESPAÑOL, tú también estuviste ahí. Mi último motivo de gratitud procede de aquel desayuno del Palace en el que yo presenté el proyecto y al terminar tú te ofreciste para suscribir una cantidad nada desdeñable de acciones. Espero que el año próximo cobres dividendo.

***

Invoco todos estos antecedentes no sólo para atribuirme la legitimidad del “compañero de viaje” —así nos considerabais desde el PCE a los simpatizantes de la Platajunta— sino especialmente para darle a tu figura el lustre que merece en la historia de la Transición, en la construcción de la democracia, en el impulso y afianzamiento de la concordia.

Ramón, tu no eres un petimetre entrado en años, ni un diletante antisistema, ni un depositario ocurrente de la exégesis antieuropea del macizo de la raza, ni un cantamañanas como algunos de los que te bailan el agua. Tú eres un grande de España y la posteridad te recordará como tal, si no metes la pata en el último tramo de tu vida.

Ese es el sentido de mi advertencia. Lo más importante de una biografía es cómo termina y tú no puedes sacrificar la tuya en el fuego fatuo de dos días de vanidad, convirtiendo el hemiciclo del Congreso en escenario de una mascarada.

Eso y no otra cosa sería la absurda y estéril moción de censura en la que el sinvergüenza de Abascal pretende utilizarte como mascarón de proa. Un esperpento en el Callejón del Gato en el que tú serías la víctima de la distorsión, cóncava y convexa. ‘Ahí tienes al progre de toda la vida disfrazándose de patriota, con tal de figurar’, dirían unos. ‘Fíjate, a la vejez viruelas, al final resulta que no era comunista, ni liberal, sino simplemente facha’, alegarían los otros.

Es verdad que, digan lo que digan, tú nunca dejarás de ser quien eres. Pero mírate en el espejo de tu conciencia, Ramón. Tú no puedes comparecer como candidato a la presidencia del Gobierno si no estás en condiciones de asumir la presidencia del Gobierno. Y si lo estuvieras, deberías poner como requisito a quien te quiere utilizar como payaso de las bofetadas que te respalde también como candidato a las próximas elecciones generales. Lo contrario sería aceptar que te rompan la cara a ti, en una partida perdida de antemano en marzo, para que el otro vaya luego de guapo a la contienda de diciembre.

Y por supuesto debes tener en cuenta la ideología de quienes te ofrecen ejercer de títere. ¿Antieuropeo, tú? ¿Contrario a la igualdad y libertad de las mujeres? ¿Centralista y xenófobo? Ya sé que no defenderías todo eso, pero te prestarías a servir de tonto útil a quienes sí lo hacen. Y ahí tienes la última bufonada sobre el latido de los fetos en Castilla y Leon.

Digan lo que digan los brahmanes radiofónicos, es decir, los que braman cada mañana por las ondas, en España no está en marcha un golpe de Estado, ni una conspiración contra la democracia, ni una dictadura comunista como las que viste germinar en tu juventud. Y tampoco Pedro Sánchez es peor en algunos aspectos esenciales que varios de sus antecesores. Hasta la fecha, nadie ha podido acusarle de haber cometido ningún asesinato, secuestro, fraude fiscal o malversación. Ni siquiera de uso indebido de fondos reservados o manejo de dinero negro.

España tiene un mal Gobierno, o si quieres un pésimo Gobierno, fruto de la alianza del PSOE con partidos que aúnan todos los defectos del comunismo adolescente que conociste y ninguna de sus virtudes. Pero en España no existe una situación límite que no pueda abordarse en las urnas y requiera de un De Gaulle a pie, a caballo o en silla de ruedas como salvador de la patria. No necesitamos cirujanos de hierro ni oradores sagrados.

Máxime cuando hay dos elecciones a la vuelta de la esquina con una alternativa cada vez mejor perfilada. Insisto: diles a los que te piden que encabeces una protesta transversal contra el sanchismo que busquen a esos aliados imaginarios de ideologías diferentes, formen una coalición con ellos y te presenten como candidato a la Moncloa en las elecciones generales. Así se les caerá la careta.

***

Porque lo peor de todo es que esta moción de censura no va contra Sánchez, sino a su favor. No pretende coordinar la contestación social desde ámbitos distintos, sino alimentar la polarización de las dos Españas para destruir el centro. Exactamente lo que buscan los estrategas de Moncloa.

Por segunda vez en la legislatura, Vox quiere presentar una moción de censura dirigida en realidad contra el PP, pues obligaría a Feijóo a elegir entre una nueva foto de Colón y la apariencia de pasividad frente a los errores y abusos del Gobierno.

Si aceptaras el papel que desde el extremismo oportunista te está asignando Abascal y no te inmolaras en la hoguera de la vanidad mediante el ridículo, el único perdedor sería Feijóo. Erosionarías no al Gobierno, sino a la oposición. ¿Estás dispuesto a eso?

Todos vamos ya cumpliendo años, Ramón. A estas alturas del partido tú no puedes prestarte a hacer el papel de las porteadoras del Barrio Chino de Mellilla con el babonuco de tus méritos sobre tu egregia testa, y el fardo del guiñol ambulante en el que Vox y el PSOE finjan atizarse para afianzar su protagonismo, aplastando tu figura hasta achatarla.

Todas las etapas de la vida tienen su temperatura adecuada. Tu sonata de invierno no puede ser la de un Savonarola exagerado y furibundo. Fíjate en este detalle: Espartero, aquel aguerrido general bajo cuyo bien dotado caballo paseábamos hace más de medio siglo, ha alcanzado al fin su lugar en la Historia —sello de Correos incluido—, cuando un estudioso canadiense le ha rebautizado como “El Pacificador”. Y porque, en efecto, lo fue, contribuyendo a que cicatrizaran las heridas entre carlistas y liberales, entre moderados y progresistas, es por lo que le ofrecieron a la vez el trono de España y la presidencia de la República.

Así es como yo os veo a los prohombres de la Transición: como agentes de concordia, nunca como atizadores de la discordia. Fíjate en Miguel Roca, en José Luis Leal, en el propio Óscar Alzaga, con sus libros recientes. Cada comparecencia suya exhala sabiduría, serenidad y sentido de la medida.

De ti mana además el filón inagotable del humanismo enciclopédico con que periódicamente nos deleitas con esas cartas desde tú despacho en las que nos hablas de Historia, Religión o Emprendimiento. No te apartes de ese rumbo.

No traspases la delgada línea roja que separa lo sublime de lo grotesco. Y menos para que un par de centenares de vividores del guerracivilismo conserven su pitanza cuando ya escuchan los clarines del miedo. Ninguno de los que está hablando contigo merece tu público sepukku. Su sainete terminará pronto.

No te dejes arrastrar por ellos. No te conviertas en la última oveja de Panurge saltando hacia el acantilado de las aguas turbias. No lo hagas, Ramón.

05 Febrero 2023

Ramon Tamames

Ramón de España

Leer

De un extremo a otro

Me irrita bastante esa gente que siempre está buscando una causa para hacerse la ilusión de que su vida tiene sentido, actividad a la que no nos dedicamos los que llegamos hace tiempo a la triste conclusión de que no tiene ninguno (aunque no por ello hay que suicidarse, sino intentar disfrutar del absurdo generalizado en la medida de nuestras circunstancias). En el mundo político es donde más se notan los bandazos que pueden dar los humanos en diferentes etapas de su vida. Pensemos en aquel miembro de la banda Baader-Meinhoff que pasó de la extrema izquierda a la extrema derecha con el correr de los años y una estancia en prisiones alemanas. O, sin movernos de España, en el inefable Pío Moa, un hombre capaz de echar su vida a los cerdos dos veces: de joven, militando en el GRAPO; de mayor, haciéndose franquista cuando Franco ya llevaba muerto unos cuantos años. También son curiosos los recorridos ideológicos de gente como Hermann Tertsch o Juan Carlos Girauta, capaces de pasarse de la socialdemocracia al extremismo de derechas. A todos estos personajes recién citados creo que ya podemos sumar uno más, Ramón Tamames (Madrid, 1933), quien parece estar a punto de aceptar la oferta de Santiago Abascal para encabezar una moción de censura al presidente del gobierno, Pedro Sánchez.

Uno no siente la menor simpatía por ese arribista profesional que es Pedro Sánchez y, de hecho, es probable que se merezca una moción de censura por gobernar con la ayuda de enemigos del estado como ERC o Bildu. Pero si esa moción de censura la pone en marcha Vox, se me quitan de inmediato las ganas de secundarla: estoy hasta las narices de lo que Sánchez ha hecho con el PSOE, pero eso no me lleva a lanzarme en brazos de Vox. Intuyo que le pasa lo mismo a mucha gente que, como yo, no ve necesario dar grandes bandazos políticos, irse de un extremo del arco parlamentario a otro, decir Diego donde dijo digo y empeñarse en practicar, en suma, una inacabable búsqueda pueril de un colectivo político en el que se sienta representado. Yo llevo muy dignamente lo de no saber a quién votar, pero parece que eso es algo que encocora profundamente a los buscadores de causas nobles. Que Ramón Tamames, a punto de cumplir los 90, aún esté buscando su nueva causa noble me causa cierto estupor: si a mis sesenta y pico ya estoy considerando seriamente la posibilidad de dejar de votar, me pasma que un señor que va para los 90 todavía tenga el cuerpo para piruetas políticas de gente a la que hace décadas despreció o detestó.

Ramón Tamames se afilió al Partido Comunista en 1956 y se quedó allí hasta 1981. Tres años después creó la Federación Progresista, que sería el origen de lo que ahora conocemos como Izquierda Unida​​​​​​​ (o lo que queda de ella). En 1989, nuestro hombre se apuntó al CDS de Adolfo Suárez en un claro ejemplo de miopía política, pues aquel partido duró menos que un merengue en la puerta de un colegio, como diría mi difunto padre. Luego parece que se alejó de la política y se dedicó a su oficio de economista de manera discreta, pues yo no había vuelto a saber nada de él hasta ahora, cuando ha anunciado que está estudiando muy seriamente la propuesta de Abascal y que se siente moralmente obligado a aceptarla porque considera a Sánchez un sujeto nefasto (estoy de acuerdo, pero dudo que sustituirlo por Abascal le garantice un futuro glorioso a mi querido país).

En esta vida se puede evolucionar ideológicamente, pero dentro de un orden, en mi modesta opinión. Yo nunca dejaré de ser un socialdemócrata trasnochado que no sabe a quién votar porque no se siente representado por nadie, pero hay gente que es capaz de pasar del PC a Vox sin despeinarse y sin un poquito de por favor. No sé si llegaré a la muy respetable edad del señor Tamames, pero en caso afirmativo, juro ante lo más sagrado que todo me importará mucho menos que ahora y no estaré para aventuras políticas en compañía de gente poco recomendable. Hasta cierto punto, resulta entrañable que un hombre de la edad de Tamames siga buscando una causa que justifique su existencia, pues así demuestra que no piensa en la muerte que lo acecha. Si consideramos lo suyo una terapia optimista, entonces ya no tengo nada que decir.

25 Febrero 2023

La moción-favorcete a Sánchez

Eduardo Inda

Leer
Qué sentido tiene ejecutar un movimiento así cuando el defensor del título no está precisamente groggy

Vaya por delante mi admiración por el profesor Tamames, del que he devorado su Estructura Económica, obra imprescindible para los obsesos de los datos. Dicho todo lo cual no entiendo por qué alguien con tanto prestigio, padre de los economistas contemporáneos junto a Fuentes Quintana, Estapé y Velarde Fuertes, se mete en el berenjenal de una moción de censura que no es sino un camino a ninguna parte. O sí. Porque, desgraciadamente, servirá para suministrar oxígeno a un Pedro Sánchez al que, entre la megainflación, las rebajas de pena a violadores, la cuasilegalización del latrocinio, la derogación de la sedición y sus pactos con ETA, teníamos contra las cuerdas. Y eso que razones para echarlo e incluso procesarlo no faltan. Se justifican las mentes pensantes de Vox que han parido esta frikada en el hecho de que se trata de una «moción instrumental» para convocar elecciones. Elecciones a las que, viva el sinsentido, se podría presentar Sánchez.

Instrumental lo es pero en sentido contrario por cuanto se utiliza a un personaje intachable para una iniciativa involuntariamente concebida ad maiorem gloriam del sátrapa. Un error que tapa el acierto y la decencia moral exhibidos por Vox cada vez que ha llevado al pájaro a los tribunales.

No sé qué pinta el bueno de mi amigo Ramón que, por cierto, en noviembre cumple 90 años, casi una docena más que Biden cuando arribó a la Casa Blanca. Habría que recordarles que, en puridad, las mociones de censura sólo pueden ser constructivas. Se convocan con un candidato a la Presidencia y un programa. El legislador constituyente clonó el sistema alemán para evitar vacíos de poder. Algo que se produciría temporalmente si triunfase la que nos ocupa.

La primera pregunta es de cajón: ¿por qué la encabeza un outsider y no Abascal? Un hecho consumado que nos transporta del surrealismo al dadaísmo sin solución de continuidad. La segunda es qué sentido tiene ejecutar un movimiento así cuando el defensor del título, es decir, el socio de Otegi, no está precisamente groggy. Mantiene el apoyo de los terroristas, golpistas y bolivarianos que le facilitaron el poder y ahí sigue más chulo que un ocho.

Todas las mociones de censura de la democracia acabaron en la papelera excepción hecha de la que Sánchez abanderó en 2018 tras esa sentencia de Gürtel enjuagada con el indisimulado y repugnante objetivo de echar a un Rajoy que, paradójicamente, era quien había fulminado a los Correa y cía en Génova 13. Todas las demás resultaron un fiasco. Empezando por la formulada por Hernández-Mancha que a la postre degeneró en suicidio para el presidente de AP y sucesor de Fraga. Ya nunca más se le volvió a pasar la idea por la cabeza a ningún candidato… hasta que llegó el macho alfalfa en 2017 y dio el paso adelante. Nuevo fiasco, el de Pablo Iglesias, igual que el de Abascal en 2020, con torpeza nivel dios de un Casado que empezó a cavar su propia fosa votando en contra. Al único al que le sirvió de algo fue a Felipe González en 1980 contra un Suárez al que le crecían los enanos: traiciones orgánicas a diario, ruido de sables, crisis económica, asesinatos de ETA cada 72 horas y centrifugación territorial. La perdió pero por estrecho margen: 166-152. Y, por si fuera poco, el tramposo de Sánchez les ha tomado la palabra y la convocará, a través de su subalterna Batet, en mayo, coincidiendo con el inicio de la campaña de municipales y autonómicas. En fin, un inesperado regalazo a un autócrata que este año no celebra su cumple. Nació el 29 de febrero.

22 Marzo 2023

Una moción de censura instrumental y pírrica

EL PAÍS (Directora: Pepa Bueno)

Leer
El Gobierno sale fortalecido del debate ante la inconsistencia argumental de Vox y del candidato a la presidencia

El objetivo que encomienda a las mociones de censura la Constitución quedó ayer abiertamente vulnerado: ni hubo programa constructivo por parte del candidato a la presidencia de la ultraderecha de Vox, Ramón Tamames, ni hubo tampoco debate efectivo sobre las presuntas propuestas. Su discurso se pareció más a una conferencia de un antiguo catedrático en un momento estelar que a una propuesta armada de Gobierno alternativo. La instrumentalización política de una medida constitucional por parte de Vox contribuyó a devaluar a un Parlamento obligado a dedicar su tiempo a una moción sin ninguna posibilidad de prosperar pero además desentendida del futuro de España y de la realidad internacional. El presidente, Pedro Sánchez, no quiso eludir el desafío en su primera réplica a Santiago Abascal y jugó sobre seguro al contestar con sentido institucional a su descarga de fusilería retórica con un inventario ordenado de la acción del Gobierno, que de una u otra forma iba a volver a ser el centro de las réplicas posteriores. La arrolladora intervención de Yolanda Díaz reunió la convicción emotiva y el empaque técnico en un discurso que a ratos también tuvo tono presidencial. Con ese reparto de papeles, el Gobierno logró desactivar los riesgos de la moción y convertirla en algo parecido a un discurso a cuatro manos —las de Pedro Sánchez y las de Yolanda Díaz— sobre el estado de la nación. Tras semanas de convulsa convivencia en la coalición, la defensa que ambos hicieron de todos los ministros y de su acción de gobierno debió de actuar como providencial argamasa para sus electorados.

La anomalía de una moción tan atípica como esta se reveló desde la misma escenografía. La presidenta de la Cámara aceptó la ubicación del candidato en el escaño que habitualmente ocupa el líder del partido proponente para evitarle subir y bajar de la tribuna. Pero no fue él el primero en hablar sino Abascal, quien ensayó un nuevo tono pausado pero lanzó una diatriba frontal contra la acción del Gobierno en una inmersión plena en el trumpismo político, incluida la insistente descalificación de los medios de comunicación “comprados”, y la demanda urgente de unas elecciones anticipadas que tanto el PP como Vox han reclamado desde el mismo principio de lo que calificó como “legislatura suicida”. Los truenos del líder de Vox contra los “delirios totalitarios y el saqueo de la nación” de Sánchez y el “latrocinio a las clases medias” resonaban en el hemiciclo como una suerte de ficción distópica en la que solo Abascal fingía creer ante la anunciada abstención del PP y la lejanía física de Alberto Núñez Feijóo, que prefirió fotografiarse, a la misma hora que se desgranaban “los males de la patria”, en un encuentro diplomático en la Embajada de Suecia. La incómoda equidistancia entre el PSOE y Vox que invocaba ante los medios la portavoz popular, Cuca Gamarra, tras la sesión de la mañana, reflejaba muy bien la plena conciencia de los populares sobre el torpedo que representa en su estrategia el protagonismo público de Vox, que ayer exhibió tanto su nostalgia de un pasado tóxico como su subversión de las instituciones democráticas desde el interior de ellas. Son los socios con los que gobiernan en Castilla y León, ante los que hoy se pondrán de perfil en la votación y de quien recibieron ayer una explícita oferta de entendimiento y gobierno de España en el futuro.

El candidato a la presidencia, el economista Ramón Tamames, evidenció su larga y accidentada biografía política con continuas referencias a un pasado muy remoto para la inmensa mayoría de la población y abonándose al revisionismo ultra de la Guerra Civil. Sus generalidades insulsas, con rasgos netamente reaccionarios, propuestas neoliberales y numerosas inexactitudes, a menudo con el tono de quien lee desde el desencanto la cartilla a unos herederos díscolos, fue la exhibición de alguien que solo se representaba a sí mismo. Y un ejemplo ilustrativo de algunos protagonistas de la Transición incapaces de reconocer a las siguientes generaciones de españoles el derecho de acertar y equivocarse.

El hundido país que dibujó el candidato propició que el presidente del Gobierno, primero, y la vicepresidenta, después, diesen la vuelta a la moción: dejó de ser una evaluación crítica del Ejecutivo y pasó a ser la confrontación de dos modelos ideológicos. Sánchez apeló expresamente a la diferencia que separa “la receta neoliberal” —de Vox y PP, insistía— y las aplicadas por el Gobierno de coalición progresista para hacer frente a la pandemia, primero, y a la guerra, la inflación y la crisis energética, después. La extensión de las intervenciones de Sánchez —una hora y 40 minutos— y de Yolanda Díaz —algo más de una hora— estaba destinada a dibujar el discurso electoral del Gobierno frente a las políticas del PP y su eventual regreso a La Moncloa en coalición con Vox. El tiempo dedicado a exponer las políticas de la ultraderecha funcionó como pedagogía civil sobre la peligrosidad de normalizarlas en las instituciones y el riesgo que asume el PP al evitar confrontar esas medidas reaccionarias en ámbitos tan sensibles como la política económica, la igualdad efectiva de las mujeres, las políticas de inmigración o el retroceso centralista que anhela Vox.

Las protestas del candidato a la presidencia ante la extensión de las réplicas de Sánchez y Díaz y su inconsistencia argumental evidenciaron involuntariamente dos cosas: la frivolidad de fondo de una candidatura destinada a degradar las funciones del Parlamento por parte de Vox (y de un veteranísimo catedrático fuera de lugar), pero también la capacidad del Gobierno de redirigir en su propio beneficio la moción. El tono grave y a ratos irónico de Sánchez y la firme solvencia de Yolanda Díaz revirtieron la finalidad explícita de la sesión —derrocar al Gobierno— para convertirla en una palanca de lanzamiento de su doble candidatura hacia las elecciones generales.

22 Marzo 2023

La moción, un desastre que acabó en remontada

Federico Jiménez Losantos

Leer

EN LA cara se le vio a Sánchez que estaba perdiendo la moción. Hasta entonces, iba sobre ruedas. Los primeros tres cuartos de hora de Abascal fueron una purrusalda de Podemos y las JONS: todos los periódicos tenían escritos los editoriales; los columnistas, sus piezas; las portadas, hechas; y las tertulias, amaestradas. Si el lector aún lo es, verá que, si Abascal no miente, me ha llegado el Oro de Vox. Y si miente, que perdió media hora en plan Laporta: complejos, victimismo y paranoia.

De pronto, ese líder débil empezó a hablar de política. Y todo cambió: los diez minutos sobre el borrado de las mujeres, la suelta de violadores, la destrucción de la enseñanza, el asalto a la Justicia y el odio como base de la memoria resumieron los grandes temas de Vox. Y demostraron que el candidato, de no ser Feijóo, debió ser él. Al final, volvió a la paranoia complaciente: todos quieren enterrar a Vox, los medios están vendidos; en fin, la Tasa Buixadé.

Sánchez cometió entonces un error crucial: en vez de darse cuenta de que Abascal podía resucitar, soltó un plomo propio de moción de confianza. Y en la réplica, de memoria, apareció el mejor Abascal, machacando todos y cada uno de los ataques de Sánchez, en buen tono, pero duro e inapelable. Y al contestar, Sánchez perdió los papeles por llevar demasiados. No es buen orador; tampoco parlamentario, pero sí un criminal de la política que gana en el navajeo de las contrarréplicas. Pero en vez de hiel soltó más papel y dejó ganar a Abascal. Sólo Tamames podía derrotarlo.

Y entonces sucedió el milagro. Tamames leyó muy bien un texto en las antípodas de sus infinitas entrevistas en plan Abuelo Cebolleta Rojo. Dejó el filtrado discurso en la mitad, redujo el autobombo y en cinco minutos destrozó a Sánchez: la persecución del idioma español en Cataluña y no sólo allí, el menosprecio al Rey, el relato intolerablemente sectario de la Guerra Civil y la II República, la inseguridad jurídica, el asalto a la división de poderes y sus pactos con el separatismo y contra la nación española.

En ese instante, crujió la mandíbula de Sánchez, pero era tarde. Si yo fuera Feijóo, hoy votaba a favor de la moción y lo dejaba para el arrastre.

22 Marzo 2023

El anciano repudiado por la tribu

Jorge Bustos

Leer

La legislatura que nació de un drama en Cataluña merecía agonizar con una farsa en Madrid. Con un candidato emblemático del consenso propuesto por un partido entregado a la fabricación de disensos. Con un presidente que cerró ilegalmente el Parlamento imponiendo el filibusterismo mediante respuestas kilométricas a preguntas no formuladas. Con una vicepresidenta sin partido que trata a sus votantes como a párvulos y luego abronca a un anciano que pagó con cárcel la lucha por la democracia que ella heredó. Con una condenada por terrorismo reprochando un «error histórico» al coautor de los Pactos de la Moncloa. De este destrozo de la política institucional, degradada a superposición chillona de relatos divisivos, solo se sale de dos maneras: escarbando más hondo en la disolución populista o regresando a la edad falible pero adulta de los políticos que primero hacían y luego narraban. No al revés.

Ocurrió lo que veníamos avisando -que Sánchez explotaría durante horas el grotesco error de cálculo de Vox para blanquear su ejecutoria, ahogar el eco de los escándalos que lo cercaban y lanzar su campaña de la mano de Yolanda Díaz en un escenario inmejorable-, pero Santiago Abascal estaba demasiado ocupado matando mensajeros como para recapacitar a tiempo. La prensa ha sido el auténtico objeto de la censura de Abascal, que comparte la opinión de Pablo Iglesias sobre los periodistas. Ahora en el casco de su galeón se ha abierto un boquete demoscópico que se declarará en mayo. Porque en la vida todo lo que sube baja, y en política igual solo que más rápido. Y la prensa lo seguirá contando.

Cuando don Ramón accedió al Hemiciclo, apoyado en su bastón y en un ujier, una nube de fotógrafos le cerró el paso -tampoco había riesgo de atropello- y puso celoso a don Pedro, que llegó detrás vestido de azul eléctrico, traje alimentado con la energía renovable que produce el bamboleo de sus caderas. Una vez coronado el ascenso tamamesista al escaño, Batet dio la palabra a Abascal. Enseguida sorprendió su volumen: inusualmente suave. Se trataba de dificultar la caricatura extremista que ya estaba escrita en los papeles de la izquierda. El problema es que al votante de Vox se le promete el grito de Munch contra la dictadura socialcomunista y luego se encuentra con una secuela de El abuelo de Garci. El tono mortecino de don Santiago delataba que ni él se creía la moción. Solo le ponía entusiasmo cuando atacaba a la bancada del PP, para acabar tendiéndole la mano. El apretón de manos por el que Sánchez suspira para hacerle el boca a boca preelectoral a la foto de Colón.

Al habitual de las bravías sesiones de control le sorprendía el silencio reinante. Era evidente la consigna monclovita de tomarse en serio el espectáculo, básicamente porque el protagonista no iba a ser Vox sino el Gobierno. Yolanda Díaz no se había peinado como la princesa Leia para nada. Y así fue. Sánchez subió a la tribuna a replicar a Abascal casi brincando de euforia. Dijo tantas cosas durante tanto tiempo que los científicos no descartan que alguna fuera cierta. Luego se abandonó a la técnica marianista de narcotizar al respetable hasta extenuarlo, empezando por el más vulnerable: Tamames. Y claro, funcionó. Para cuando el dúo Abascal-Sánchez concluyó el insufrible pimpineleo con el que destruyeron cualquier ilusión de protagonismo del candidato nominal, habían transcurrido dos horas y media y nadie sabía si don Ramón seguía despierto. De hecho no aplaudió al líder del grupo proponente ni una sola vez. Luego hubo un receso y Sánchez aprovechó para echarse unas risas con Patxi. La estampa resumía el marcador.

Al fin habló Tamames y habló, naturalmente, de Tamames. Mientras recordaba su paso por la cárcel de Carabanchel, Irene Montero y Alberto Garzón masticaban frutos secos y se reían, confirmando su preferencia vital por el antifranquismo de 2023: para el de 1956 hacían falta más cojones de los que suman ellos, ellas y elles. El candidato disparató en ocasiones, pero muchos de los problemas que denunció son reales: paro estructural, debilidad industrial, deterioro sanitario, invierno demográfico, veleidades autodeterministas, «desmadre generalizado del gasto». Lo que el orador seguía sin entender es que nadie estaba interesado en escucharle, no digamos ya en arreglarlos. Hablaba para un graderío de jíbaros intelectuales agrupados en tribus compactas que canjearon hace una década el argumento por el zasca, no para la asamblea de académicos en la que vive mentalmente Tamames. Aquello sonaba como si metiéramos a un violonchelista en una rave tecno.

En la réplica Sánchez lo sepultó bajo dos horas de sádica condescendencia. Hasta los socialistas perdieron la noción del aplauso orgánico. Solo llevaba 40 minutos cuando Tamames alzó el índice tembloroso, pidió la venia y protestó: «¡Lo que no es procedente es que usted venga con un tocho de 20 folios preparados para hablar de cosas que yo no he dicho!». Pero qué esperabas, Ramón. Su réplica ofreció otro instante lisérgico, sin papeles, puro jazz parlamentario de un tiempo adánico, previo a los spin doctors, cortés con el adversario, mirado con el reloj, entre el voluntarismo anacrónico y la ingenuidad garrafal.

Yolanda Díaz no participó en la moción de censura: ofreció el mitin lírico de lanzamiento de Sumar. Nos asestó versos mutilados de Cernuda, recriminó a Tamames no haber seguido siendo comunista y presumió de poder ante Irene Montero. Estuvo cursi en ese tétrico sentido en el que la cursilería funciona como reverso de la brutalidad.

Antes de que la mujer de Tamames decidiera marcharse de la tribuna de invitados tuvo que ver cómo todos utilizaron a su marido. Vox para sabotearse a sí mismo. Sánchez para boxear con el fantasma de Feijóo. Y Yolanda para enseñar los dientes a Galapagar. Ni don Ramón ni nosotros merecíamos esto.