15 mayo 2005

La asociación de víctimas judías en el campo de Mauthausen expulsa al español - que había llegado a ser su portavoz y presidente - al descubrir que nunca fue un prisionero en el citado campo

Desenmascarado Enric Marco: el impostor que se hizo pasar durante años por víctima del holocausto nazi en Maithousen

Hechos

La asociación Amical Mauthausen el 12.05.2005 dio de baja al falso deportado Enric Marco atendiendo a un artículo de su estatuto que hace referencia al «daño moral»

Lecturas

El hombre más conocido de la deportación española en Alemania durante la dictadura nazi, D. Enric Marco, presidente de la asociación Amical de Mauthausen, engañó a todos durante casi 30 años. Nunca estuvo preso en un campo de concentración, al contrario de lo que aseguraba en cientos de entrevistas, charlas en colegios, e incluso en un libro autobiográfico,Memoria del infierno, publicado en 1978.

Después de que circularan diversos rumores que provocaron su destitución como presidente de la asociación y su ausencia inesperada en los actos de conmemoración del 60º aniversario de la liberación de Mauthausen -achacada oficialmente a una enfermedad-, Marco terminó por reconocer en un escueto comunicado lo que algunos de sus compañeros, totalmente desolados, ya sabían hace unos días: que se lo inventó todo. Por ello fue cesado de todos sus cargos.

14 Mayo 2005

Enric Marco, el fraude

Pilar Rahola

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Tiene tintes de película de Almodóvar. Todo: el personaje y su doble o triple vida; la mentira escenificada públicamente durante tres décadas; los homenajes públicos, los reconocimientos, los premios recibidos en nombre de un dolor y una tragedia que nunca vivió. Enric Marco no es el primero ni será el último que asume una biografía que no le corresponde, pero es uno de los pocos que han convertido esa falsedad en una forma de vida. De ahí que estemos todos con ese doble y extraño sentimiento, entre la perplejidad y la indignación, atrapados en la incomodidad de nuestra ingenuidad colectiva. Hemos llorado con él cuando resonaban sus palabras en las paredes frías del Congreso de los Diputados, o cuando recibía la Creu de Sant Jordi, y con él nos hemos impresionado a través de la emoción que nuestros hijos sentían cuando lo escuchaban en las escuelas donde conferenciaba. Dicen los historiadores más precisos que su vibrante discurso no era limpio en algunos puntos, por ejemplo en el tema judío. El profesor Xavier Torrens me indica la preocupación que sintió cuando lo oyó predicar en SOS Racismo, aunque la organización que en ese momento lo acogía tampoco es modelo de compromiso en la lucha contra el antisemitismo. Bien al contrario, y de ello habrá que hablar algún día.

Como fuere, Enric Marco ha formado parte de nuestra conciencia colectiva, forjándonos una memoria que no teníamos, trabajando duro en la recuperación de las víctimas sin nombre. Ha sido durante años la metáfora del horror. Y ha sido también el compromiso de lucha contra el olvido. Por ello ha concentrado nuestros parcos homenajes y a través de él hemos intentado un simulacro de justicia con el pasado. Ha sido el otro, el que sufrió, el que volvió de la muerte, el que retornó del mal, el que resistió. Por eso hoy nuestra perplejidad es rotunda. Representábamos en él a todos los que no tenían nombre y él era un fraude. Algunos me dirán que, a pesar de la mentira, su esfuerzo fue útil, su pedagogía y su lucha contra el olvido fueron eficaces, y que por tanto el balance es positivo. La famosa prédica de Stalin, que fue frontalmente discutida por los trotskistas, «el fin justifica los medios» (y que los justificó tanto que comportó millones de muertos), parece que ha hecho escuela en los pupitres de la democracia. Así lo parecía en decenas de correos que nos llegaban a TV-3 mientras Josep Cuní entrevistaba -en una entrevista histórica por su categoría profesional- al propio Enric Marco. «Ha mentido, pero para hacer el bien», «ha hecho mucho por la memoria», «ha trabajo por y para las víctimas», etcétera, decía alguna buena gente, conmocionada y a la vez generosa. A su lado, también nos llegaban decenas de correos de indignación. El sentimiento ambivalente, pues, era un hecho.

No comparto la máxima de Stalin, ni tan sólo en su modificación democrática, «el buen fin justifica los medios». Y como no la comparto, no encuentro, ni en el saco de las buenas intenciones, las justificaciones mínimas que me permitan salvar el fraude de Enric Marco. Creo que ha sido una estafa moral de proporciones enormes y que al final del camino una mentira como ésta no sólo no es beneficiosa, sino que es profundamente maligna. Mis motivos: el primero, el objeto del fraude, el horror nazi. Puedo entender que se mienta sobre muchas cosas, pero mentir sobre la tragedia, montar un espléndido fraude de décadas sobre el horror de las víctimas, me resulta un acto tan inmoral de origen que contamina para siempre el recorrido posterior. Marco se inventó una biografía que nunca podía haberse apropiado, porque hay biografías cuyo dolor es tan profundo que son únicas. Neus Català, la única superviviente que nos queda en Cataluña, nos lo decía desde la fuerza de sus magníficos 92 años: «No podía apropiarse de nuestro sufrimiento». Es cierto que dedicó su vida a construir la memoria de las víctimas españolas en los campos, pero sacó tajada de ello. La tajada de un protagonismo que cultivó y mimó, y por el que incluso luchó, hasta el punto de que impidió la presencia de otros supervivientes en actos, conferencias y homenajes. Lo denunciaba la propia Neus a Cuní. No sé si sacó tajada económica, aunque es evidente que ésta fue su forma de vida durante décadas, pero esto último me parece menor. Es mucho más grave convertir el Holocausto en una forma de éxito, en una promoción personal, en el objeto de un reconocimiento público. Podría haber sido un luchador de la memoria, sin apropiarse de la biografía del dolor. Pero quiso convertirse en víctima, ser él mismo la personificación de la tragedia, y es ahí, en ese punto concreto, donde la estafa moral resulta insoportable.

Existe un último motivo, en absoluto menor: el de la pedagogía. Los que defienden su actuación, a pesar del fraude, hablan de pedagogía contra los campos y contra el nazismo. Tengo mis dudas. No porque Marco no fuera un gran comunicador, un magnífico transmisor de lo que ocurrió realmente, «un gran actor», nos dijo perpleja la actriz Maria Galiana, que le había presentado sus memorias desde el infierno, sino porque un fraude sobre la memoria del Holocausto es gasolina en el fuego del negacionismo, un balón de oxígeno de grandes proporciones para toda la literatura que minimiza o niega lo que ocurrió. Si la víctima nunca fue víctima, si alguien que ha sido homenajeado por todos nunca estuvo allí, si nos creímos la estafa, ¿no será todo una gran estafa? El monstruo de la hidra se alimenta de nuestras debilidades. ¿Cómo no va a alimentarse de nuestras mentiras?

Por todo ello, no puedo perdonar a Enric Marco. Su mentira ha sido un fraude a las emociones colectivas. Su fraude ha sido una estafa a las víctimas. Y defraudar a las víctimas es tan inmoral que no tiene defensa posible. Si es un enfermo, lamento que su enfermedad nos haya dañado a todos. Si es un pícaro, ¡qué decir cuando se juega con el horror! Si sólo es alguien que quería triunfar en los laureles, ¡qué tétrico protagonismo el que usa en vano a las víctimas! Pasemos página pronto, porque todo esto es bastante deplorable, bastante sucio y muy doloroso.

Pilar Rahola

14 Mayo 2005

Impostores

Luis García Montero

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Enric Marco es un impostor. Después de cientos de entrevistas, actos de testimonio y solidaridad, comparecencias ante altos mandatarios, homenajes y medallas, el superviviente de Mauthausen se ha visto obligado a reconocer que nunca fue deportado a un campo de exterminio nazi. Me alegro por él, no le deseo a nadie una experiencia de terror extremo. El mundo es paradójico, y podemos acabar indignándonos porque alguien no fuese maltratado de verdad. Supongo que este farsante, al regresar a la soledad de su casa después de cada celebración, hubiera vendido el alma al diablo por una desgracia real en su memoria. Ahora lo daría todo por haber sido torturado en su juventud delante de una cámara de gas. Yo me alegro de que sus sufrimientos hayan resultado tan falsos como su heroísmo, y me cuesta trabajo condenar su impostura. ¿Quién tira la primera piedra? La impostura está demasiado mezclada con nosotros, parece hoy la piel de nuestra realidad. La simulación de Enric Marco es poca cosa al lado de la sonrisa con la que los presidentes Bush y Putin depositaron ramos de flores en las tumbas de las víctimas del nazismo. Se diría que sus bombas racimo, sus torturas, sus matanzas en Irak o Chechenia, sus negocios, sus demagogias patrióticas, no tienen nada que ver con la tragedia escrita en los campos de concentración de Hitler. Es casi farisaico criticar a un pobre tartufo cuando los grandes líderes de Occidente representan a una democracia cada día más parecida al totalitarismo, con la autoridad política de los ciudadanos herida de muerte y con una parte decisiva de los medios de comunicación humillados a la mentira. Una vez que hemos visto que Blair, Aznar y Bush desencadenaron la destrucción masiva de Irak en nombre de una mentira, ¿es posible sentirnos cómodos ante el recuerdo de Auschwitz? ¿Qué hacemos con las flores? La famosa pregunta de Adorno sobre la posibilidad de escribir poesía después de Auschwitz, no alude tanto a la difícil justificación del lirismo tras el dolor extremo, como a la impostura de una flores que pueden desembocar en el terror. ¿De qué estaba hablando la poesía? ¿Se puede creer en una poesía que celebra el final de un terror antiguo sin renunciar a su propio terror?

Los poetas participantes en el Festival de Poesía de Granada firmaron el año pasado un manifiesto pidiendo la libertad de Raúl Rivero. El poeta cubano, ya libre, ha podido asistir este año al Festival. Unos estudiantes, aleccionados por maestros tan vanidosos que no están dispuestos a admitir una mínima contradicción en sus sueños, lo recibieron con panfletos bajo el lema: «disidente por un puñado de dólares». Resulta desolador que el marxismo, una vía de conocimiento indispensable para interpretar las complejidades de la realidad, acabe en esta caricatura, tan parecida a las viejas acusaciones contra los comunistas españoles por el oro de Moscú o contra los ilustrados por el dinero de Francia. Opinar así de Cuba convierte a la izquierda en un elemento más de la impostura contemporánea, porque la farsa de la libertad imperialista no se puede combatir en nombre de una cárcel. Sólo me faltaba por ver esto en Granada: unos estudiantes de izquierdas pidiendo la cárcel para un poeta por estar en contra de su gobierno. ¡Qué prometedor!

14 Mayo 2005

Carta abierta a la hija de Enric Marco

Llibert Tarragó

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Estimada señorita: usted tiene 21 años. Yo tengo 57. Usted es hija de Enric Marco Batlle, inventor de una deportación a Flossenburg. Yo soy el hijo de Joan Tarragó Balcells, deportado a Mauthausen. La he visto defender a su padre en el programa Els matins a TV-3, presentado por Josep Cuní y Pilar Rahola, del 12 de mayo. Su situación no debe de ser cómoda y, llevada por los lazos que la unen a él, intenta protegerle en la prueba que está atravesando debido a su propia impostura.

Para serle sincero, esta actitud, que me impresionaría en otra circunstancia, no me conmueve esta vez.

Que su padre haya montado un espectáculo personal y público en torno a la deportación es una cosa, y que su padre tenga la desfachatez de presentarse hoy como víctima es otra muy distinta. Pero lo que está en juego es la impostura de su padre contra la memoria de mi padre y la de sus compañeras y compañeros.

La impostura de su padre me afecta profundamente, incluso me duele. Me remite al sufrimiento de nuestras familias, que sigue oculto en lo más profundo de mí mismo, muy lejos de la sociedad del espectáculo.

Le deseo que conserve a su padre durante mucho tiempo. Yo no tuve esa suerte. El mío murió en Francia en 1979, a los 65 años, debido a las secuelas de su deportación. Su carnet de inválido, que conservo, contiene una lista muy larga de enfermedades. Él escribió en sus memorias que durante 24 años, ni un año más ni uno menos, tuvo pesadillas absolutamente todas las noches. Viví a su lado hasta que tuve la edad que tiene usted ahora. Él se consideraba un resucitado gracias a la solidaridad entre los republicanos españoles, los Triángulo azul de Mauthausen, gracias a la lucha que llevaba a cabo en la organización de la Resistencia, de la que fue uno de los responsables. Nosotros sabíamos que era imposible que fuera libremente feliz. Al despertar, su rostro era siempre el de un hombre ligeramente embrutecido. Ese rostro ha marcado a sus hijos para siempre. Él hablaba de esa mujer dando a luz delante de un SS, del SS que desenfunda, el SS que mata al niño, el SS que mata a la madre. Él hablaba, pero su voz no era para el público.

Si su padre, con su falsa cara de deportado más real que la auténtica, hubiera leído las notas que tengo a la vista, probablemente habría obtenido muy buen provecho en sus atronadoras tertulias. Mi padre no se prodigaba como un desesperado como hace el suyo. Nunca pudo. El perro de un SS imprimió sus colmillos en el muslo de su pierna derecha.

Por haberme criado entre deportados, mujeres e hijos de deportados, puedo asegurarle que la moral de este grupo nunca ha sido la mentira. No creo que su padre merezca la impunidad que usted y él mismo reclaman.

Con mis más respetuosos saludos.

15 Mayo 2005

Espantoso y genial

Mario Vargas Llosa

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El historiador Benito Bermejo, residente en Viena, debe ser muy quisquilloso, uno de esos espíritus rectilíneos e implacables en la búsqueda de la verdad. Sólo a alguien así se le hubiera ocurrido ponerse a averiguar si en los archivos de los campos de exterminio nazi de Mauthausen y de Flossenburg aparecía el nombre de Enric Marco, el más visible y publicitado del puñadito de deportados españoles que sobrevivió al horror pardo, víctimas del cual perecieron, en aquellos y otros campos de aniquilamiento hitlerianos, siete mil de sus compatriotas.

Enric Marco, nacido en 192l, conocido como «el deportado número 6.448», era presidente de la asociación Amical Mauthausen, que cuenta con 650 socios en España, cargo para el que había sido re-elegido el 1 de mayo, y se encontraba ya en Austria, rumbo a Mauthausen, para participar en las ceremonias conmemorativas de los 60 años del fin del nazismo, a las que iba a asistir Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno español, cuando el historiador concluyó su rastreo y elaboró su informe. Marco tenía, en su bolsillo, el discurso que había preparado para leerlo en aquella ocasión. Desconcertada, estupefacta con las conclusiones de Bermejo, la Amical de deportados españoles pidió a su presidente que, mientras se aclaraban las cosas, regresara a España. Su discurso lo leyó en Mauthausen otro deportado, Eusebi Pérez.

En Barcelona, conminado por los miembros de la Amical Mauthausen a presentar pruebas que desmintieran a Bermejo, Enric Marco confesó que aquél había descubierto la verdad: era un impostor, nunca había estado en un campo de concentración nazi, desde hacía 30 años engañaba a todo el mundo. ¡Y de qué manera! En 1978 había publicado una autobiografía, Los cerdos del comandante, que enriqueció en 2002 en un volumen colectivo titulado Memoria del infierno, en la que narraba con atroz dramatismo las infinitas crueldades, humillaciones y vejaciones de toda índole que padecían los deportados antes de ser exterminados por sus verdugos nazis en los campos de concentración. Como miembro de la Asociación de Padres y Madres de Alumnos de Cataluña, de la que fue vicepresidente veinte años, el incansable Enric Marco daba unas 120 charlas y conferencias cada año en los colegios, educando a los jóvenes sobre los crímenes y atropellos cometidos por el totalitarismo nazi. Sus empeños fueron reconocidos y premiados por las instituciones democráticas de múltiples maneras. La Generalitat de Cataluña, por ejemplo, le otorgó en 2001 la Cruz de Saint Jordi por toda una vida entregada a la lucha antifranquista y sindicalista. Y el 28 de enero de este año, Enric Marco fue recibido por el Congreso Nacional de España, donde su desgarrador testimonio causó una profunda impresión en todos los parlamentarios, con evocaciones como ésta: «Cuando llegábamos a los campos de concentración en esos trenes infectos, para ganado, nos desnudaban, nos mordían sus perros, nos deslumbraban sus focos. Nosotros éramos personas normales, como ustedes. Nos gritaban en alemán links, recht -izquierda, derecha-. No entendíamos, y no entender una orden podía costar la vida». Las cámaras de la televisión mostraron que a algunos congresistas españoles, como Carme Chacón, la joven vicepresidenta de la Cámara Baja, las palabras del sobreviviente del infierno les llenaban los ojos de lágrimas.

¿Cómo pudo engañar a tanta gente por tanto tiempo? ¿Cómo pudo llegar a los 84 años de edad que ahora tiene sin que ni su propia esposa y sus hijas llegaran a sospechar que toda su biografía pública era un embauco monumental? Da vértigo imaginar el esfuerzo de memoria y las invenciones constantes que tuvo que hacer a diario, para no caer en contradicciones que lo delataran ni despertar recelos. Debió de vaciarse de sí mismo y reencarnarse en el fantasma que se fabricó. Lo más extraordinario es que engañara a quienes estaban mejor equipados que nadie para desenmascararlo: las españolas y españoles que sí habían vivido el horror concentracionario y escapado poco menos que de milagro a la muerte. Los engañó tan bien que lo convirtieron en su portavoz y dirigente, a lo largo de muchos años. Para perpetrar una farsa de este calibre no basta carecer de escrúpulos; es preciso ser un genio, un fabulador excepcional, un eximio histrión.

Desde que la noticia salió a la luz, hace pocos días, leo en los diarios, escucho en las radios y veo en la televisión todo lo relativo a Enric Marco con la fascinación que me han merecido las novelas más queridas. Las explicaciones que ofrece sobre su proceder tienen un inconfundible saborcillo borgiano y él mismo parece un tránsfuga de laHistoria universal de la infamia. Según su amañada biografía, él fue uno de los republicanos españoles que salió al exilio, al término de la guerra civil, a Francia, donde, como muchos compatriotas suyos, se incorporó a la resistencia al comenzar la segunda Guerra Mundial para luchar contra los nazis. Entonces, cayó en manos de la Gestapo, que, luego de torturarlo, lo envió al campo de Flossenburg, de donde lo liberaron las tropas aliadas en 1945. En esta fecha, entró clandestinamente a España, enviado por la CNT, a luchar contra la dictadura franquista. En 1978, el ficcionista llegó, aunque ustedes no lo crean, a ser elegido secretario general de esa central sindical.

Aunque su verdadera historia probablemente no se conocerá nunca, lo que Enric Marco reconoce ahora es que en 1941 salió de España, como voluntario, para ir a trabajar en las industrias de la Alemania nazi. Y que allí, por violar la censura, fue capturado por la Gestapo, que, en vez de enviarlo a los campos, lo retuvo y torturó en sus calabozos, de los que salió en 1943. ¿Por qué se fabricó la falsa identidad de deportado? «Por una buena causa»: para poder ser más convincente y efectivo en sus campañas contra el totalitarismo, para que sus esfuerzos encaminados a alertar las conciencias contra los crímenes del nazismo y sobre los suplicios y el coraje de los deportados fueran más persuasivos y dejaran una huella más imperecedera en la memoria de las gentes. Aunque reconoce que mintió, no se arrepiente. «Todo lo que cuento lo he vivido, pero en otro sitio; sólo cambié el lugar, para dar a conocer mejor el dolor de las víctimas». «Nadie tiene derecho a decir que el dolor en una cárcel de la Gestapo no es igual que el dolor en un campo de concentración». «Cambié el escenario, pero yo también soy un superviviente. ¿Cómo se atreve alguien a decirme que yo no era de los suyos sólo porqueno estuve en un campo de concentración?».

Los auténticos deportados no parecen nada convencidos por estas razones y, como es natural, hablan con amargura y tristeza del engaño de que han sido víctimas. La Generalitat se ha apresurado a quitarle a Enric Marco la Cruz de Sant Jordi y distintas asociaciones amenazan con llevarlo ante los tribunales por la larga impostura que encarnó. Todo lo cual, ética y cívicamente, parece de justicia.

Sin embargo, a la par que mi repugnancia moral y política por el personaje, confieso mi admiración de novelista por su prodigiosa destreza fabuladora y su poder de persuasión, a la altura de los más grandes fantaseadores de la historia de la literatura. Éstos fraguaron y escribieron la historia del Quijote, de Moby Dick, de los hermanos Karamazov. Enric Marco vivió e hizo vivir a cientos de miles de personas la terrible ficción que se inventó. Ella se hubiera incorporado a la vida, pasado de mentira a verdad, integrado a la Historia con mayúsculas si el historiador Benito Bermejo, ese aguafiestas, ese maniático de la exactitud, ese insensible a las hermosas mentiras que hacen llevadera la vida, no hubiera empezado a hurgar los archivos del III Reich en busca de precisiones y datos objetivos, hasta desbaratar y poner fin al espectáculo que, en el escenario de la vida misma, venía representando desde hacía treinta años, con formidable éxito, el ilusionista Enric Marco.

Todo esto lleva a reflexionar sobre lo delgada que es la frontera entre la ficción y la vida y los préstamos e intercambios que llevan a cabo desde tiempos inmemoriales la literatura y la historia. Enric Marco tiene los pies firmemente asentados en ambas disciplinas y será muy difícil que alguien consiga separar lo que en su biografía corresponde a cada uno de esos ámbitos. Como en las mejores novelas, él se las arregló para fundirlos en su propia vida de manera inextricable. Él mismo es una ficción, pero no de papel, de carne y hueso.

En mi primero o segundo año de universidad tuve que hacer un trabajo sobre la Amazonia, y entre los libros que consulté figuraba uno, de Geografía, escrito por un sacerdote, el padre Villarejo, que había recorrido esa región al revés y al derecho, pernoctado en las tribus y aprendido, incluso, creo, algunos dialectos. El libro no lo he olvidado porque en él se daba valor científico, realidad monda y lironda, a animales y plantas imaginarios, que existían sólo en las leyendas y mitos del folclore amazónico. Estoy seguro de que, a diferencia de Enric Marco, el padre Villarejo no quería engañar a nadie y seguramente su vocación científica lo hacía desconfiar de la ficción. Simplemente, tomó como verdades objetivas las informaciones recogidas en sus viajes de boca de unas mujeres y unos hombres para los que todavía no existían esas barreras racionales, estrictas, entre lo objetivo y lo subjetivo, la vigilia y el sueño, la verdad y la mentira, la magia y la ciencia, inexistentes en el mundo primitivo. De esta manera, su manual de Geografía, sin quererlo él ni saberlo, abrió una puerta a la invención y a la fantasmagoría, y hoy día, aunque los científicos lo descarten, existe, como parte de la literatura, y, más precisamente, del realismo mágico.

Señor Enric Marco, contrabandista de irrealidades, bienvenido a la mentirosa patria de los novelistas.

Mario Vargas Llosa