14 marzo 2003

Los gobernantes reunidos en Las Azores exigen a Sadam Hussein que abandona el poder en 48 horas o afronte la guerra

Cumbre en las Azores: El presidente de Estados Unidos George W. Bush anuncia la Guerra de Irak apoyado por Reino Unido (Blair), España (Aznar) y Portugal (Durao Barroso)

Hechos

  • El 16.03.2003 se celebro la Cumpre de Las Azores, entre el presidente de los Estados Unidos, George Bush, el Primer ministro de Gran Bretaña, Tony Blair, el presidente del Gobierno español, José María Aznar y el presidente del Gobierno portugués, Durao Barroso, en la que se concedió un ultimatum al presidente de Irak, Sadam Hussein para que cumpla la resolución 1441 de la ONU.

Lecturas

La Liga Árabe no respaldó a Irak en una reunión que incluyó insultos:

mono Ezzat Ibrahim al Duri: «¡Cállate mono!»

Por las mismas fechas que se celebró la cumbre de Las Azores, se celebró la Conferencia Islámica, formada por 57 países islámicos, la Liga Árabe, en la que no hubo unanimidad a favor o en contra de Irak. El delegado de Kuwait, el jeque Mohamed Sabah al Salem fue el principal defensor de los Estados Unidos de América. El protagonista de la conferencia fue el Vicepresidente del Consejo de la Revolución de Irak, Izzat Ibrahim al Duri, uno de los principales dirigentes del Gobierno de Sadam Hussein en Irak que arremetió contra el kuwaiti: «¡Cállate mono, eres un agente americano y un traidor!».

15 Marzo 2003

Los tres, en las Azores

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Más que a evitar la guerra, la cita de Bush, Blair y Aznar mañana en las Azores parece destinada a despejar las últimas condiciones antes de que el presidente de EE UU dé la orden de atacar Irak. Aznar puede estar henchido de orgullo de que le hayan llamado a esta cita con la historia, aunque se haya limitado a desempeñar un triste papel de comparsa. Contrasta su seguidismo belicista con la digna posición mantenida por el presidente de Chile, Ricardo Lagos, que ha resistido las presiones norteamericanas y ha presentado un plan de compromiso.

El secretario de Estado de Política Exterior, Ramón Gil Casares, desveló finalmente que España participará en la coalición, aunque el vicepresidente Rajoy le desmintió al poco e indicó que no hay ninguna decisión tomada. Pero debe estarlo. Los telegramas del embajador español en la ONU, Inocencio Arias, a la ministra Ana Palacio, difundidos ayer por la cadena SER, ponen de relieve el pleno e incondicional alineamiento del Gobierno de España con el de Estados Unidos, incluso con críticas a Blair por estar obsesionado con «su patio interior». Es evidente que el Gobierno de Aznar prefiere ignorar su propio patio, pese a la amplitud de la oposición a la guerra que se manifestó ayer en los paros de 15 minutos en numerosos centros de trabajo en toda España, y lo hará hoy en una nueva jornada de movilizaciones.

En nombre de los mal llamados seis «indecisos» -pues se trata de países que no quieren que se decida por ellos-, Chile presentó ayer una propuesta que ampliaba a tres semanas el plazo para que Irak cumpla con sus obligaciones básicas de desarme. Francia la rechazó por considerar que llevaba automáticamente a la guerra, y la Casa Blanca, por no estar dispuesta a esperar tres semanas más. Sin aguardar a que Turquía apruebe el paso de las tropas estadounidenses por su territorio o el uso de su espacio aéreo para bombardear Irak, los buques portadores de misiles de crucero y otras municiones de precisión se desplazaron ayer hacia el mar Rojo, para poder disparar desde allí, por encima de territorio saudí.

Washington ha señalado que en las Azores no se discutirá de la estrategia bélica ni de la posguerra. A insistencia de Blair y Aznar, pero también para vestir su inminente decisión, Bush rescató ayer el conflicto entre israelíes y palestinos, olvidado pese a la terrible ración diaria de muertos, pero con el jarro de agua fría a que se ven sometidos de oficio los palestinos: sólo se presentará la hoja de ruta para el Estado palestino y para la paz con los israelíes cuando Abu Mazen, designado como primer ministro de la Autoridad Nacional Palestina, tenga una «autoridad real».

El Gobierno español ya ha alertado a sus ciudadanos que salgan de Irak de inmediato. En el mejor de los casos, de la reunión del trío de la guerra en las Azores saldrá un último intento de lograr un cierto apoyo en el Consejo de Seguridad. Aznar regresará sabiendo a qué atenerse. No así los ciudadanos españoles, aunque es de temer que el ataque ya no sea cuestión de semanas, sino de días.

20 Marzo 2003

El nuevo orden internacional

Luis María Anson

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Lo que importa ahora, al margen de la hojarasca incesante de los comentarios, son las consecuencias. Desencadenada la guerra contra Iraq, empieza a establecerse desde hoy mismo, un nuevo orden internacional. Tras la II Guerra Mundial, y liquidada la pax británica impuesta al mundo durante un siglo largo, el equilibrio de fuerzas entre Estados Unidos y la Unión Soviética presidió la vida internacional con el telón de fondo de la ONU, de la que los comunistas se mofaban sin cesar. Y con inextinguible regocijo, por cierto, de los progresistas de salón en toda Europa.

Desplomado el muro de Berlín y fracturada la Unión Soviética, era cuestión de tiempo la sustitución del orden impuesto por la guerra fría por otro orden dominado por Estados Unidos. En esto estamos, mientras China despierta y se despereza. Al margen de Rusia, de Alemania, de Francia. Washington establecerá las nuevas fórmulas que se derivan de su descomunal potencia, de su hegemonía indiscutida. Norteamérica no va a aceptar en el futuro que una decisión suya de importancia dependa del voto de Guinea en el Consejo de Seguridad. Estados Unidos está actuando en Iraq en soledad, sólo matizada por la débil ayuda militar de Gran Bretaña y política de España y otras naciones. Si se produce la victoria norteamericana como todos pronostican, tendremos en poco tiempo, como una cuestión de hecho, un nuevo orden mundial y a España le corresponderá en él, tal vez, la mediación entre Israel y Palestina. Sobre Rusia y el despertar de Asia se impone, en fin, la fuerza colosal de los Estados Unidos de América. Toynbee tenía razón. Naufragado el gran portaviones imperial británico tras la victoria en la Guerra Mundial. Estados Unidos ha tomado el relevo del Imperio. Estamos en vísperas de una transformación trascendental del orden mundial. Las cosas no podían seguir como si estuviéramos en la guerra fría, porque las realidades históricas terminan por cistalizar de forma inexorable.

Luis María Anson

18 Marzo 2003

Entramos en guerra

Miguel Ángel Aguilar

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A la hora de escribir estas líneas, la suerte está echada. Todo indica que a partir de esta madrugada habremos entrado en guerra, por supuesto sin las formalidades previstas por el artículo 63 de la Constitución, según el cual «al Rey corresponde, previa autorización de las Cortes Generales, declarar la guerra y hacer la paz». El Gobierno de Aznar seguía ayer negando la evidencia de sus anhelados compromisos para lograr alguna participación junto a las fuerzas expedicionarias de Estados Unidos. Por ejemplo, en el Congreso de los Diputados la ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, se sumaba a mediodía de ayer al desmentido propinado el viernes por el vicepresidente Mariano Rajoy al secretario de Estado Ramón Gil Casares, quien horas antes había dicho en Tele 5, a preguntas de Montserrat Domínguez, que España formaría parte de la coalición militar liderada por Washington.

Con una tozudez admirable, la ministra Palacio intentaba ayer una vez más presentarse como campeona de la paz mientras respondía a un periodista que carecería de sentido posponer la intervención militar anunciada hasta después de escuchar el informe pendiente del inspector Blix ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Así que después de haber abanderado la propuesta de una segunda resolución, a la vista de que faltan los votos precisos, se quiere reducir al silencio al Consejo y se declara suficiente el amparo de la 1.441 para ir a la guerra. Como si el automatismo militar hubiera quedado autorizado en ese texto. Pero conviene recordar que la incorporación literal de ese automatismo militar ya quiso hacerse cuando se negociaba la 1.441, pero hubo de ser eliminado porque el rechazo que suscitaba impedía su aprobación por el Consejo de Seguridad.

Antes de seguir, situémonos en la base de Lajes, en las islas Azores, y repasemos las escenas transmitidas por televisión. Veamos a los tres mosqueteros -Bush, Blair y Aznar, y a su criado portugués- compareciendo ante los representantes de la prensa internacional. Preguntémonos en primer lugar por qué los periodistas aceptaron participar en semejante farsa incorporados al decorado de un tablado propagandístico carente de cualquier respeto profesional. Todo el montaje de la cumbre sólo tenía el objetivo de esa conferencia de prensa, pero sólo hubo una pregunta facilita a formular por un representante de cada uno de los contingentes nacionales -norteamericano, británico, español y portugués-, que hubieran podido sustituirse de modo ventajoso por figurantes.

Al Consejo de Seguridad se le sellaban la boca y los oídos, se le convertía en estatua de sal obligado a mirar para atrás hasta llegar a noviembre pasado para seguir indefinidamente recitando de memoria la resolución 1.441, sin permitirle pronunciamiento adicional alguno. Los tres tenores rivalizaban en protestas sobre la necesidad de sostener la reputación de una peculiar Comunidad Internacional mientras el vigente Consejo de Seguridad, que es su encarnación más legítima, recibía las mismas amenazas que Sadam Husein en forma de «graves consecuencias» para el caso de que osara disentir de la hiperpotencia norteamericana escoltada en la ocasión por el Reino Unido y España.

Resulta que ese Aznar, que en la tribuna del Congreso de los Diputados reitera que nunca cambiaría la seguridad de los españoles por un puñado de votos, ha sido el más impaciente en Lajes para suplicar a Bush que desencadene ya la guerra a fin de evitar las salpicaduras sobre la inminente campaña electoral a culminar el 25 de mayo. Por eso era muy de ver hace unos días el pavor de algunos candidatos del PP al escuchar la petición francesa de un mes de prórroga para las inspecciones de Blix. Clamaban con desesperación pensando que algunos desastres serían capaces de atravesar el blindaje informativo y terminarían por interferir en la decisión de los convocados a las urnas. Pero, al fin, el presidente George W. Bush, después de consultar su calendario, ha escuchado a Ansar y esta pasada noche se habrá dirigido ya a su nación y habrá anunciado la orden de ataque para la intervención militar en Irak. Contento de la rapidez obtenida, según informan testigos a bordo del avión de la Fuerza Aérea Española, nuestro presidente se fumaba un puro y comentaba los resultados de la jornada liguera. Tenemos un líder de primera.

18 Marzo 2003

Yo estuve en Las Azores

Ignacio Villa

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Lo siento, pero reconozco que nunca dedico un mínuto a leer las columnas de Miguel Ángel Aguilar en ninguno de los medios en los que colabora. Pero resulta que este martes ha caído en mis manos la columna de EL PAÍS en la que Aguilar arremete contra los periodistas que estuvimos en las Azores el pasado domingo. En ese dechado de perjuicios mezclado con bilis, nos califica de figurantes, de personajes de cartón piedra y de no sé cuantas cosas más.

Pues bien, me gustaría aclarar a Miguel Ángel Aguilar que yo estuve el pasado domingo en la Base de Lajes, en las Azores, en la Cumbre Trasatlántica, como enviado especial de la Cadena COPE. Y tengo que decir que no me avergüenzo de ello. Yo viajé a esa cumbre en el avión oficial del presidente Aznar. Y tengo que decir que tampoco me avergüenzo. Yo asistí a la conferencia de prensa conjunta final de la cumbre con los que él llama «mosqueteros» –Bush, Blair, Aznar y Durao Barroso– del domingo por la noche.

Es más, volví desde las Azores a Madrid en el mismo avión oficial. Y sigo sin avergonzarme. Y no sólo eso, sino que tampoco me siento culpable por haber participado en el corrillo que se formó en el viaje de vuelta con el presidente Aznar. En fin, yo estuve en las Azores y fíjese por dónde, señor Aguilar, no experimento ni un ápice de vergüenza. Y creo que ninguno de los treinta periodistas que allí estuvimos nos avergonzamos por trabajar y por estar donde se produce la noticia. No por nada en especial, sino sencillamente por no hablar de oídas. Aquella vieja lección de periodismo.

Quizá es que llevo varios años cubriendo la información política del Gobierno, sin vergüenzas, pero también sin militancias. Pregunto cuando quiero, critico cuando me parece conveniente y alabo los aciertos cuando creo que estos se han producido. Simplemente, intento hacer periodismo, informando y analizando. Sin insultar, pero con claridad. Ni deseo que vuelvan los tiempos pasados, ni pretendo que se perpetúen los actuales. Sólo milito en la información. Es más, en no pocas ocasiones me he mostrado crítico con la gestión del actual Gobierno y nunca he «sufrido» ninguna represalia, por no «repetir» lo que quiere el Gobierno.

Eso sí, procuro no «hacer la pelota» a los políticos en los pasillos del Congreso, tampoco acepto preguntas de encargo para que el presidente se luzca como le gustaba hacer a Rosa Conde con sus «amigos» periodistas»; pero especialmente tampoco organizo almuerzos con políticos en los que cobro 30 euros a los periodistas que asisten sin que nadie pueda preguntar. Y, por supuesto, no asisto a largos seminarios –¿periodísticos?–, «gratis total», en hoteles de cinco estrellas con billete «business» como transporte obligatorio. En fin, procuro hacer periodismo en la calle informando lo mejor que puedo, con aciertos y con errores, pero, por encima de todo, evito juzgar a los demás compañeros.

No me siento figurante, y me siento libre, aunque en la cumbre de las Azores tuviera que informar arrumbado en un hangar con cuatro teléfonos, unos bocadillos y solamente agua mineral. ¡Que vulgaridad!

17 Marzo 2003

Consejo de guerra

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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George Bush y sus dos mejores acólitos, Tony Blair y José María Aznar, lanzaron ayer desde las Azores un ultimátum no ya a Sadam Husein, sino al Consejo de Seguridad de la ONU. Hoy llegará lo que Bush llamó «la hora de la verdad para el mundo». Y esa «verdad» es terrible, porque significa la guerra. Bush escenificó en la base de Lajes una decisión ya tomada: salvo que Sadam Husein se vaya, atacará a Irak en un plazo muy breve. La única incógnita que queda es la respuesta de los miembros del Consejo de Seguridad al ultimátum de Bush.

El encuentro en las Azores fue, así, por más que intentara desmentirlo alguno de los participantes, un auténtico consejo de guerra. Sus tres participantes, más el anfitrión portugués, consideran que la resolución 1.441 les legitima para usar la fuerza contra Irak. Pero esta resolución fue un texto de compromiso, en el curso de cuya negociación se eliminó, precisamente, todo automatismo para el uso de la fuerza. En todo caso, la 1.441 pone en manos del Consejo de Seguridad la constatación de que Irak ha incumplido sus obligaciones. Las presiones internas sobre Blair obligan a intentar buscar esa última constatación formal. Pero es un insulto al concepto de legalidad internacional mantener que, en el fondo, no importa que no haya segunda resolución y que existe base jurídica suficiente para invadir Irak con las actuales resoluciones.

Bush quiere que los 15 miembros del Consejo se vean obligados a «mostrar sus cartas», en un claro mensaje a Francia, que a lo largo de estas semanas ha amenazado con el veto mientras las inspecciones sigan progresando. Pero ya ni siquiera para los tres de las Azores se trata de comprobar si la labor de los inspectores internacionales sigue avanzando. Es la gran paradoja: se interrumpirán justo cuando esta labor está finalmente produciendo frutos y Hans Blix se muestra dispuesto a regresar a Bagdad.

Con o sin apoyo final del Consejo de Seguridad, la suerte está echada. En las Azores, Bush ha dejado claro quién manda. La diplomacia se acaba porque el presidente se ha hartado de negociar, y la dinámica del despliegue militar se ha impuesto. Y Aznar le ha servido de comparsa en este viaje unilateral hacia la guerra, a la que Blair aporta 45.000 soldados. ¿Qué aporta España a todo esto? Aznar eludió la pregunta a él dirigida sobre esta grave cuestión. El país se merece una explicación cabal de estas decisiones, que llevan a una guerra ilegal e inmoral, en detrimento de nuestra posición en la construcción europea, en Iberoamérica y en el mundo árabe. Pero merece la pena saber todavía con mayor urgencia cuál va ser el grado de participación española, si se va a limitar al uso de las bases y del espacio aéreo y marítimo o si va a alcanzar a tropas, buques y aviones. Cuando probablemente faltan apenas algunos días, quizás unas horas, para que empiece la invasión, nada saben los ciudadanos españoles sobre el papel de sus Fuerzas Armadas en esta guerra que viene preparándose a sus espaldas y contra su opinión desde hace meses.

Pese a la enfática declaración sobre las relaciones transatlánticas, Lajes no ha sido una nueva Yalta. En la reunión no ha empezado el nuevo reparto del mundo, aunque no hay duda de que se están repartiendo las cartas y de que tiemblan los cimientos de la arquitectura internacional. Aznar quizás ha olvidado que la filosofía de esta Administración de Bush es que la «misión determina la coalición» y no al revés. Terminada la misión, se puede tirar la coalición.

El encuentro en la isla Terceira de las Azores ha servido para vestir la decisión de Bush de ir a una guerra arbitraria que se hubiera podido evitar con más paciencia si el objetivo de EE UU hubiera sido de verdad eliminar las armas de destrucción masiva. Pero es otro: forzar un cambio de régimen, previsiblemente con un alto coste en vidas y sufrimientos para muchos inocentes, ocupar un país estratégico para el suministro de petróleo y recomponer la región, incluida una paz entre israelíes y palestinos. La perspectiva de un Estado palestino viable tuvo derecho a una mención en Lajes, aunque, sobre el terreno, el Gobierno de Sharon imponía otra realidad muy distinta al sellar Gaza y Cisjordania, donde los palestinos vuelven a quedar prisioneros.

La guerra está muy próxima. Sadam lo ha entendido. Su fin se acerca. ¿A qué precio para los iraquíes inocentes y la futura gobernanza del mundo? Cabría esperar, al menos, una cierta proporcionalidad en el uso de la fuerza por parte de la superpotencia contra un país relativamente pequeño y castigado por doce años de sanciones y un régimen dictatorial. Nadie intentó ayer en Lajes evitar la guerra. Pero todavía hay que seguir insistiendo hasta el último minuto en que se puede evitar esta guerra.

17 Marzo 2003

Los tres cerditos

Eduardo Haro Tecglen

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Están en las Azores: y gritan «¡que viene el lobo!». Son los cuentos: el lobo feroz que se llama Sadam Husein, con armas temibles y la maldad de comérsenos. Nos lo dicen los tres cerditos de la simple metáfora, y el nuevo Drácula por mordedura Chencho Arias, embozado para que no se coma a su excelencia la ministra (Caperucita-Palacio pálida, infantiloide), a la que explica el riesgo en que estamos. Los tres cerditos creen que los ciudadanos somos tontos al salir a las calles pidiendo que dejemos en paz al Padre de Todos los Lobos, y nosotros estamos seguros de que los tontos, incluso rematadamente tontos, son ellos. ¡Sí, sí, tontos! Los tontos no tienen esas bombas fálicas, capaces de desvirgar países enteros. Vemos a sus enemigos tratando de defenderse: haciendo agujeros para esconderse, sacando a sus mujeres de las celosías del mucharabieh para entregarles el viejo Kaláshnikov; me acuerdo de nuestras milicianas, con una pistolilla al cinto y gritando: «¡No pasarán!». Jo, si pasaron: todavía no hemos conseguido que se vayan, ni siquiera que nos dejen en paz, como se lo pide Zapatero a uno de los tres héroes de la isla Terceira. ¡Que se va a ir! Y es que Zapatero es compañero de viaje del lobo, dice el chanchito nuestro. Y su coro. Para ellos somos los lobatos, que también muerden.

Estaba el viernes en Córdoba -donde quedan mucharabieh-, me desperté, leí El Día y tropecé con un artículo de Francisco Bejarano; habían sacado una frase de él para un titulillo y decía: «El no a la guerra abstracta es de todos. El no a guerras concretas puede ser escondrijo de traidores y mediocres. Está de moda y bien visto». ¡Ya empiezan a llamarme traidor otra vez! Mediocre, bueno: incluso es mejor de lo que pienso de mí. Traidor, me importaría poco: pero nos echan del trabajo, nos meten en estadios hechos cárcel: nos pasean, nos exilian. ¡Qué bien, terminar la vida como la empecé! Mientras por las calles asoman las banderas de entonces del que fue mi país. Y hubo otra vez en la calle millones de traidores y mediocres contra los tres cerditos.

(Ah, mucharabieh, el lugar sagrado (harem) de las casas árabes. Isla Terceira: España perdió sangre y navíos por esas islas de las Azores, finalmente portuguesas. Y hoy, cochiquera de los tres cerditos que desventrarán al lobo).