4 noviembre 1956

Ni Estados Unidos ni la ONU hicieron nada para impedir el aniquilamiento de los rebeldes

La Unión Soviética aplasta el levantamiento anti-comunista en Hungria y restituye una dictadura soviética afín encabezada por Janos Kadar

Hechos

El 4.11.1956 Imre Nagy fue despuesto como Primer Ministro de Hungría tras la invasión del país por tropas de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Lecturas


JANOS KADAR, NUEVO DICTADOR COMUNISTA DE HUNGRIA CON LA BENDICIÓN DE KRUSHEV

Krushev_Kadar Nikita Krushev, dictador comunista de la Unión Soviética con Janos Kadar, nombrado el 4.11.1956 nuevo dictador comunista de Hungria como Secretario General del Partido Socialista Obrero Húngaro, el partido único del país que controlaba de manera absoluta todos los resortes del poder.

ENCARCELADOS:

  1956_imrenagy Imre Nagy, primer ministro de Hungría durante el levantamiento anti-comunista, fue encarcelado por el nuevo Gobierno de su ex camarada Kadar.

1956_palmater Pal Maleter, jefe de la Defensa militar de Hungría, que intento en vano defenderla de los tanques soviéticos, fue igualmente apresado.

22 Octubre 1957

Budapest no está olvidado

José Luis Gómez Tello

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Por dos veces en pocos días Kadar y su ministro de Cultura han anunciado siniestramente que aplastaran sin compasión cualquier tentativa de rebelión del pueblo húngaro. No es ninguna ironía que en el régimen comunista las funciones del ministro de Cultura sean estas: amenazar con los pelotones de ejecución a la juventud que quiere conmemorar el primer aniversario de la trágica lucha de Hungría contra los soviets.

Sucede que no es tan fácil ahogar el espíritu de un pueblo. El mundo democrático puede resignarse ante la aparente fatalidad de las victorias comunistas, olvidando que el sputnik no significa sino una ventaja de meses obtenida con el hambre y la miseria de un pueblo, sin contar los datos proporcionados por el espionaje de los Rosenberg. Aquellos Rosenberg por cuyo indulto se movieron los más insospechados resortes. Y de Kapitza, aquel distinguido sabio para el que se abrieron los laboratorios británicos. Con no menos optimismo se sigue hablando del desarme y se olvida que el portavoz pacifista de la URSS es Gromyko, el mismo Gromyko del que decía Truman: ‘No dice la verdad jamás en su vida”. El debate de la ONU sobre Hungría y el silencio actual significa también aceptar este fatalismo ¿Se está seguro de que lo comparten los húngaros esclavizados? Las advertencias amenazadoras de Kadar y sus verdugos reflejan el temor ante un fuego que sigue vivo bajo las cenizas.

Hungría fue la víctima de las esperanzas que los demócratas pusieron en Nagy, iguales a las que pusieron en Gomulka y Tito, que poco a poco arrojan la máscara. El único fatalismo de la tragedia húngara fue el haber confiado en Nagy – y en Gomulka y en Tito – que entregó a su pueblo.

La tragedia húngara y la espléndida resistencia de esa juventud, que, sacrificada y diezamada, todavía es capaz de causar temor a Kadar y sus jenízaros soviéticos, puede proporcionar una lección: la de que el espíritu anticomunista es más fuerte que los tanques y que si el mundo quiere sobrevivir a la prueba tendrá que aceptar ese resorte maravilloso de sacrificio, de patria y de revolución nacional de hace un año en Budapest.

“Tenemos que buscar hombres capaces de servir a las nuevas energías”. Esto lo escribía Ernest Junger, un ex combatiente de la generación que salvó a Europa del caos moral de la primera posguerra creando una idea, un programa, un espíritu de combate.Hoy esos hombres sabemos dónde están: en el Berlín del 17 de junio de 1957, en el Posnan de julio de 1956 en el Budapest de hace un año. Los optimistas pueden no recordar hoy que existen estos héroes despesrados, anónimos e iluminados. Pero Kadar, Gomulka y Ulbritch les tienen miedo.

J L Gómez Tello

09 Noviembre 1956

Como en tiempos de Stalin

ABC (Director: Luis Calvo)

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Lo curioso del caso de Hungria es que, contra lo que pueden haber creído algunos, la bestial represión realizada por los soviéticos en la nación gloriosamente mártir no está en desacuerdo doctrinal con la desestalinización. Porque, conviene recordarlo: el informe Kruschev, documento básico de la desestalinización (leído por el primer secretario del PCUS en el XX Congreso en febrero último) contiene las duras censuras conocidas contra Stalin por sus violencias contra viejos comunistas. Pero no contiene una sola palabra de crítica sobre el inmenso cúmulo de los crímenes cometidos por el propio Stalin, de los que fueron víctimas elementos reaccionarios, es decir, no comunistas. Así, Kruschev ace`ta plenamente todo el trágico decenio 1924-1934, durante el cual Stalin dirigió una hecatombe inconcebible en el interior de la URSS: recuérdese, para no rebuscar más, las matanzas en masa de kulaks (campesinos que se resistían a la colectivización agraria): ametralladoras situadas a la salida de los pueblos, y que asesinaban impunemente a toda la población a la que se obligaba a salir de sus casas con diversos pretextos, traslados en masa a Siberia con innumerables muertes de hambre, etc. Todo esto, Kruschev lo acepta porque se trata de la construcción del socialismo. De ahí que la feroz represión de Hungria está dentro de la línea; se trata de elementos ‘fascistas y ‘contrarrevolucionarios’, es decir: no comunistas. En este caso, aun desde el punto de la desestalinización es legítimo asesinarlos.

25 Octubre 1981

El día en que Stalin fue derribado en Budapest

José Comas Vega

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El empleado Itsvan Tollas rememora aquella noche hace veinticinco años, el 23 de octubre de 1956, cuando «nuestra columna llegó a la plaza de Stalin y al mismo tiempo entraron por todas las esquinas tractores y camiones que traían gruesos cables de acero. Ante nosotros se elevaba, sobre un pedestal de unos treinta metros de ancho y quince de altura, la estatua de bronce de Stalin, de dieciséis metros». Sobre el pecho de Stalin alguien había puesto un enorme letrero que decía: «Ruso: cuando huyas, no olvides llevarme contigo». La empresa de arrancar la estatua del pedestal no fue fácil. Tollas recuerda la llegada de un camión con dos trabajadores jóvenes que traían unos sopletes de soldar y empezaron a cortar la estatua por los pies. Después volvieron a colocar los cables, y a las 21.35 horas (yo miré exactamente la hora en mi reloj) cayó la estatua de bronce de Stalin desde el pedestal al suelo, en medio del júbilo de la muchedumbre de unas cien mil personas».

El derribo de la estatua produjo en el empleado la sensación de que, «de repente, se debilitó la presión que durante tantos años pesaba obre nuestros corazones».

Desde aquella mañana del 23 de octubre, las calles de Budapest están llenas de manifestantes, en su mayoría estudiantes y trabajadores jóvenes, que gritan ¡Fuera rusos!, ¡Rakosi, al Danubio!, ¡Imre Nagy, al Gobierno!, ¡Todos los húngaros, con nosotros! La explosión de aquel día es la culminación de un proceso iniciado con la muerte de Stalin en la Unión Soviética.

Sandor Kopacsi, jefe de policía de Budapest durante la rebelión de 1956, después condenado a cadena perpetua y hoy exiliado en Canadá, recuerda que tres meses después de la muerte de Stalin, Matyas Rakosi, secretario general del Partido Comunista húngaro, acudió a Moscú, donde tuvo que afrontar a toda la dirección soviética en pleno. Nikita Jruschov le echó en cara: «Usted está diezmando al pueblo y comete un crimen tras otro. Si las cosas siguen así, la gente llegará con tridentes y le echarán del país».

En tono más suave, Malenkov dijo a Rakosi: «Usted es un viejo luchador y tiene que comprender la situación. Usted tiene que compartir el poder». Los soviéticos propusieron a Rakosi el nombre del viejo comunista Imre Nagy para primer ministro. Rakosi aceptó, pero dos años después pasó al contraataque y expulsó a Nagy del Comité Central, bajo la acusación de «partidario de Trotski y Bujarin».

La marcha de los tiempos trabaja en contra del estalinista Rakosi. En la Unión Soviética se denuncian los crímenes del estalinismo en el 20º congreso del partido comunista, se restablecen las relaciones con el hereje yugoslavo Tito, y en Polonia, tras la muerte del estalinista Bierut, en Moscú, y la revuelta popular de Poznan, llega al poder el comunista nacionalista Gomulka.

En Hungría, los intelectuales se reúnen en el Círculo Petofi, bautizado con el nombre del poeta nacional Sandor Petofi, que el año 1848 recitó ante el edificio del Museo Nacional el poema Arriba, magiares, la patria llama, con lo que desencadenó la rebelión popula contra la dinastía Habsburgo. El Círculo Petofi se convierte en el foco de la rebelión intelectual Cuando Rakosi, que había recuperado el poder pleno, quiere tomar medidas y efectuar detenciones masivas, el Buró Político no le si gue plenamente. El vicepresidente del Gobierno soviético, Anasta Mikoyan, irrumpe inesperadamente en la reunión del Buró Político del Partido Comunista húngaro y le obliga a dimitir. Rakosi se retira a un despacho y llama por teléfono al Kremlin. Jruschov le dice que el Politburó soviético «considera aconsejable que dimita».

Es el momento de Erno Gero un viejo funcionario del Komintern, veterano de la guerra civil española, en el fondo no menos estalinista que su predecesor Rakosi, pero que no puede detener ya el proceso en marcha.

El entierro de Rajk

El 6 de octubre es el aniversario de la ejecución de trece generales en la guerra de independencia de 1848. Ese mismo día de 1956 se celebra en Budapest el entierro solemne y la rehabilitación de Laszlo Rajk, ministro de Asuntos Exteriores de Hungría, que había sido ejecutado el año 1949 acusado de titoismo.

El entierro de Rajk fue una concentración masiva, un anticipo silencioso de lo que ocurrió diecisiete días más tarde. El escritor Aczel y el periodista Meray recuerdan que «reinaba un silencio frío, duro, un silencio amenazante. Los habitantes de Budapest llegaron en columnas sin fin, tranquilas y ordenadas: trabajadores de las fábricas, empleados de las oficinas, estudiantes, algunos campesinos, los torturadores, los ofendidos, los que sufrían desde hacía mucho tiempo.

El movimiento de rebelión entre los intelectuales y estudiantes sigue a gran velocidad. La víspera del 23 de octubre, los estudiantes deciden salirse de la organización juvenil comunista y fundar una nueva. Se elabora una lista con catorce puntos, y la primera exigencia es «la retirada inmediata de todas las tropas soviéticas, según las disposiciones del tratado de paz»; el punto dos exige la elección de una nueva dirección para el partido comunista, de forma secreta y de abajo hasta arriba. El punto tres exige la constitución de un Gobierno «bajo la dirección del camarada Imre Nagy»·.

En la oficina donde trabaja Istvan Tollas, un joven empleado se levanta y tira el lápiz cuando el reloj da la una: «Todavía hoy me avergüenzo de haber sido el tercero en levantarme y dejar el trabajo».

Las calles de Budapest se inundan de banderas, nacionales con los colores rojo, blanco y verde. Las banderas aparecen recortadas con un hueco donde antes estaba la estrella roja, el martillo y las dos espigas, símbolo del partido comunista. La masa de manifestantes acude a la radio para que se lean los catorce puntos. Fuerzas de los servicios secretos, los temidos avos, defienden el edificio de la radio.

En vez de los catorce puntos, la radio transmite, a las ocho de la noche, un discurso del secretario general del partido, Enro Gero, que califica de chusma a los manifestantes.

Los primeros disparos

Según un informe oficial, elaborado por el Gobierno húngaro después de sofocada la rebelión, entre las ocho y las nueve de la noche los manifestantes empezaron a lanzar piedras y botellas de gasolina encendida contra el edificio de la radio. Los avos responden con gases lacrimógenos, y una hora más tarde abrieron fuego contra la muchedumbre de manifestantes.

Un teniente coronel, Janos Decsi, que se encontraba ante el Museo Nacional en aquel momento, recuerda la llegada de dos ambulancias que trataron de abrirse paso hasta la casa de la radio. La gente asaltó las ambulancias y descubrió, que en el fondo estaban llenas de armas y munición para los avos. Los que iban en las ambulancias fueron casi linchados y las armas y munición pasaron de mano en mano.

Llegan soldados para reforzar a los avos en la casa de la radio, pero se pasan con todas sus armas a los manifestantes. Aquella misma noche las fábricas de armas de Budapest, que estaban prácticamente sin protección, fueron asaltadas y gran cantidad de armas cayeron en manos de los manifestantes.

Los amigos de Nagy fueron a buscarle a su casa la noche del 23 de octubre. El viejo comunista, que había pasado gran parte de su vida en la Unión Soviética, se va a convertir en la figura trágica y simbólica de la rebelión húngara. Al final del caminó iniciado aquella noche Nagy se encontraría, el 16 de junio de 1958, ante el pelotón de ejecución. El escritor Meray cuenta cómo aquel 23 de octubre, Nagy «se sentó en silencio en el coche que le llevó al Parlamento».

Cuando habló preguntó extrañado qué significaba la bandera con un agujero en medio. Se habían cumplido sus más negras predicciones: la política oportunista del partido llevó a las masas a la revuelta y conducido al país a una difícil crisis. Nagy empezo su discurso a la muchedumbre con la palabra «camaradas», pero un grito le cortó: «No somos camaradas».

La noche de los tanques rusos

Aquella misma noche los tanques soviéticos entraron en Budapest. La radio apela continuamente, de forma ultimativa, para que los sublevados entreguen las armas, y al mismo tiempo advierte contra «los bandidos que se han metido en las fábricas y edificios públicos y han asesinado a civiles, fuerzas del Ejército y servicios de seguridad. El Gobierno no estaba preparado para estos ataques sangrientos alevosos y, según las disposiciones del Pacto de Varsovia, se ha dirigido a las fuerzas soviéticas estacionadas en Hungría para pedir ayuda. De acuerdo con los deseos del Gobierno, las unidades soviéticas intervienen para restablecer el orden».

El 24 de octubre los obreros de Budapest declaran la huelga general; unidades del Ejército húngaro se pasan a los rebeldes. La rebelión se extiende a todo el país, e Imre Nagy pasa a ocupar el puesto de primer ministro El día 25 de octubre, con los dirigentes soviéticos Anastas Mikoyan y Mijail Suslov en Budapest, Janos Kadar pasa a ocupar el puesto de secretario general del partido. Ese mismo día, el jueves sangriento, fuerzas de los servicios secretos, los avos, provocan una matanza de manifestantes ante el Parlamento. El primer ministro, Nagy, promete por radio la retirada de las tropas soviéticas si se restablece el orden.

El Ministerio de Defensa manda al coronel Pal Maleter con sus carros a defender el cuartel Killian. Maleter, que luego fue ministro de Defensa veinticuatro horas y murió ejecutado con Nagy, en conversación con rebeldes detenidos se convenció de que no eran elementos contrarrevolucionarios.

Cuando el ministro de Defensa le dijo por teléfono que no tenía ningún poder sobre los tanques sovieticos, le gritó al teléfono: «En ese caso, le advierto que abriré

uego sobre el primer tanque soviético que se aproxime al cuartel Killian». El nuevo secretario general del partido, Janos Kadar, un hombre que estuvo en las cárceles de Rakosi, donde sufrió torturas, promete por radio amnistía para todos los rebeldes que entreguen las armas. En el país se empiezan a crear en las fábricas consejos obreros.

El 27 de octubre se forma un nuevo Gobierno presidido por Nagy, con el teórico marxista Gyorgy Lukacs como ministro de Cultura y dos ministros no comunistas. Un día más tarde, Nagy anuncia la inmediata retirada de las tropas soviéticas de Budapest y la disolución de los avos.

El 29 de octubre se anuncia la creación de una guardia nacional, formada por militares, policías y representantes de los rebeldes, que quedaría encargada de restablecer el orden. Al día siguiente, Nagy anuncia la supresión del sistema de partido único y el comienzo de negociaciones para la retirada de las tropas soviéticas de Hungría. Nagy forma un nuevo Gobierno, con Janos Kadar de ministro de Estado, y Pal Maleter, el coronel rebelde, viceministro de Defensa. El cardenal Mindszenty, que estaba prisionero, queda en libertad y se dirige a Budapest.

El 31 de octubre empiezan a circular noticias de que tropas soviéticas se aproximan de nuevo a Budapest. El embajador de la Unión Soviética en Budapest, Yuri Andropov, actualmente jefe deja policía política soviética (KGB), da largas y engaña a Nagy, que pide cuentas al diplomático sobre los movimientos de las tropas soviéticas hacia la capital húngara.

El 1 de noviembre, el secretario general del partido, Janos Kadar, habla por radio sobre la «rebelión que sacudió de nuestro pueblo el régimen de Rakosi y consiguió para el pueblo la libertad y la independencia para el país». Ese mismo día, Nagy anuncia la neutralidad de Hungría y la retirada del país del Pacto de Varsovia.

El 3 de noviembre Nagy nombra un nuevo Gobierno, con Maleter en el cargo de ministro de Defensa. A las ocho de la tarde, un convoy militar, con Maleter y una delegación, se dirige hacia el cuartel general soviético en Tokol, con el encargo de negociar la retirada de las tropas soviéticas.

La delegación es recibida con honores militares, un fotógrafo de la agencia de noticias húngara capta el momento de los saludos con el general soviético Malinin. En medio de la negociación, fuerzas de seguridad soviéticas irrumpieron en la habitación y detuvieron a la delegación húngara y todos fueron encerrados en una habitación cara a la pared.

Uno a uno fueron sacados y los que quedaban dentro escucharon cada vez ráfagas de ametralladoras. Los soviéticos dispararon al aire. Pasada la medianoche todos estaban en celdas aisladas en el cuartel general soviético cuando temblaron las paredes. Los tanques soviéticos partían para el ataque a Budapest.