18 noviembre 1978

Condenados a seis y siete meses de cárcel, ambos aseguraron que aquello fue una simple charla de café

‘Operación Galaxia’: detenidos el capitán Ynestrillas y el coronel Tejero por plantear un Golpe de Estado contra Suárez

Hechos

El 18 de noviembre de 1978 trascendió a la opinión pública que el capitán Ricardo Sáenz de Ynestrillas y el coronel Antonio Tejero Molina habían sido detenidos por plantear en una charla en la cafetería Galaxia.

Lecturas

El 18 de noviembre de 1978 se hace pública la detención de dos miembros de la Guardia Civil, el teniente coronel D. Antonio Tejero Molina y el capitán D. Ricardo Sáenz de Ynestrillas. En su edición del día 19 de noviembre de 1978 el periódico El País informa que estos dos guardias civiles planearon un intento de golpe de Estado para ocupar el palacio de la Moncloa y deponer al presidente D. Adolfo Suárez González. El plan fue expuesto en la cafetería Galaxia, motivo por el que el supuesto intento de golpe de Estado fue bautizado como ‘Operación Galaxia’. La información le fue suministrada al director de El País directamente por el presidente del Gobierno, D. Adolfo Suárez González.

El columnista de El Alcázar D. Ismael Medina Cruz publica un artículo contra El País cuestionando sus informaciones sobre un intento de golpe de Estado el 20 de noviembre de 1978 bautizado como ‘Operación Galaxia’. El País no responde, pero reproduce el artículo en su sección ‘Revista de Prensa’. El enfrentamiento más fuerte de El País por la ‘Operación Galaxia’ será con el periódico El Imparcial.

En el reportaje sobre la Operación Galaxia del 19 de noviembre El País de D. Juan Luis Cebrián Echarri publica una información en la que vincula con el intento de golpe de Estado al diario El Imparcial, señalando directamente a su director D. Julio Merino González, al banquero D. Domingo López-Alonso García y al columnista D. Joan Pla García, del que dice que en sus columnas podría incluir consignas golpistas.

El 20 de noviembre los Sres. Merino González, Pla García y Jorge Rodríguez de San José en nombre de la empresa editora presentan denuncias contra El País. El día 21 el periódico El Imparcial reproduce el reportaje de El País y el día 22 de noviembre El Imparcial publicaba tres artículos contra El País redactados por D. José Luis Alcócer, ex miembro de la redacción de El País contra D. Jesús Polanco Gutiérrez y D. Juan Luis Cebrián Echarri, reprochando a este último ser hijo de un periodista franquista. Por su parte D. Joan Pla García publica una columna en El Imparcial en la que asegura que tiene amigos en el comité de empresa en El País a los que ‘han colado un gol’. El diario El País no contestará a los artículos de Alcócer, pero sí publicará un recuadro del comité de empresa el 22 negando que sean amigos del Sr. Pla García.

Tras una detención temporal del director de El Imparcial D. Julio Merino González y su subdirector D. Fernando Latorre de Félez, el periódico ABC publicó un editorial de solidaridad con ellos en el que alude a su conflicto con El País, pero sin tomar partido en ese punto del conflicto. El presidente del Consejo de Administración de El Imparcial, D. Jorge Rodríguez San José, concede una entrevista el día 24 a El Periódico negando que El Imparcial sea un diario golpista.

El consejo de guerra por la ‘Operación Galaxia’ se celebrará en mayo de 1980 condenando a D. Antonio Tejero Molina a siete meses de prisión y a D. Ricardo Sáenz de Ynestrillas a seis meses de prisión.

22 Noviembre 1978

EL GRAN PROBLEMA

José María Ruiz Gallardón

Leer
Con todas estas historias del complot – del supuesto complot – de Madrid se están olvidando los asesinatos de ETA

Con todas estas historias del complot – del supuesto complot – de Madrid se están olvidando otros temas, los verdaderamente fundamentales y trágicos. Anteayer ETA asesinó en el cuartel de Basauri a dos miembros de las Fuerzas de Origen Público e hirió a tres once y tres de ellos están muy graves. Y nada parece poner término a esta sangría. Mientras tanto el Consejo General Vasco se solidariza con la equívoca, infundada y, por lo demás, hiriente actitud de su ‘ministro’ del Interior, señor Benegas, en flagrante contradicción con el señor Martín Villa.

Pues bien, hay que terminar con esta situación en la que cada semana aumenta la lista de víctimas y cada día temblamos al poner la radio o coger un periódico ante la tantas veces confirmada posibilidad de enterarnos de un nuevo y sangriento crimen.

Por eso mi comentario de hoy se reduce a transcribir algunos párrafos de la intervención de Manuel Fraga, el 8 de noviembre pasado, en el Congreso. Léanlo, porque merece la pena y la reflexión.

El que ve una tensión creciente en los lugares de trabajo, el que no encuentra un puesto de trabajo (sobre todo si es un joven), el que va a ver película que le demuestran que la familia, la Iglesia, la sociedad entera le han estado engañando y explotando siempre, el que ve cómo se desprecia a la magistratura o al profesorado o a quien sea, que no se deja humillar para estar a la moda; el que vea practicar cada día la contestación y la rebeldía como una cosa buena en sí misma, se siente inseguro.

Pero la inseguridad aumenta cuando se encuentra en los mismos lugares de dónde debería brotar la respuesta. La inseguridad es inevitable con textos constitucionales ambiguos, con textos legislativos improvisado y demagógicos, con fuerzas políticas que no se comprometen claramente con el futuro a medio plazo, manteniendo una reserva revolucionaria en sus programas, y, sobre todo, con un Gobierno débil, siempre dispuesto a una concesión más o a un consejo nuevo, entendido como una nueva apertura de la izquierda con tal de salir del paso.

El origen público supone una declaración terminante de fe en el futuro de España, como una nación una y fuere, una proclamación terminante en favor de la familia, de la propiedad, de la empresa libre, del cumplimiento de la ley; una afirmación clara y demostrada con hechos de que la autoridad será ejercida sin titubeos, sin excesos, pero tampoco sin defectos, para lograr estos fines.

Supone una declaración de guerra, sin ambigüedades, contra el terrorismo de cualquier tipo; llegando, cuando sea necesario, al establecimiento eficaz de estados de excepción o de otras medidas extraordinarias. Sería poco grato celebrar un referéndum bajo estado de excepción en alguna provincia, pero es mucho más grave que se celebre en medio del actual auge del terrorismo.

Me parece que sobran los comentarios.

José María Ruiz Gallardón

20 Noviembre 1978

Una noche triste y un día alegre

Ismael Medina

Leer
Me asiste el derecho a deducir del confuso y pintoresco relato de EL PAÍS, órgano oficioso de la Moncloa, es el miedo de una clase política incapaz e inestable que quiere que se vean fantasmas donde sólo hay el resultado mínimo de una provocación calculada.

Leo y me asombro: «La noche del 16 al 17 de noviembre de este año ha sido, probablemente, la más dramática de cuantas vivió el Gobierno Suárez». Lo escribe EL PAIS, como embocadura de una de las crónicas políticas más melodramáticas y pintorescas que he leído desde que Suárez está en el Poder. Creo, de todas formas, que a EL PAIS, acaso demasiado obediente a los estados de humor reinantes en la Moncloa, le han fallado los ajustes de la adjetivación.

¿Alguien puede considerar atendible la historia de un compló con tan ambiciosos objetivos políticos, cuando resulta que hasta el momento sólo han podido ser inculpadas, y no con toda certidumbre, muy contadas personas? ¿Alguien puede presumir que realmente existía un compló de tal envergadura, si en el propio instrumento de la pública denuncia, o sea, EL PAIS, se inserta una carta en que niega lo más sustancial de la hipótesis el jefe de la unidad en que se decía que se descubrió todo?

Me hago todas estas preguntas después de un reiterado análisis del melodrama descrito por EL PAÍS. Y es preciso plantearlo así, pues nada resulta congruente en la descripción para quienes hayan estudiado con interés todo lo concerniente a los golpes de Estado antiguos y modernos, las técnicas utilizadas, las situaciones exigibles en cada caso, etcétera. En vez de admitir las tesis que el órgano del consenso pretende mantener, el lector avispado por el estudio de estas cuestiones concluye que de haber existido en los teóricos inculpados esa intención golpista que se les atribuye, estaríamos ante un caso parecido al de aquel magnífico y singular extremeño que con dos acompañantes se lanzó en barca, allá por los años cuarenta, a la conquista de Gibraltar, desde una playa próxima.

Si del relato de EL PAIS se eliminan las truculencias y las babosas ambigüedades, «la más dramática noche de cuantas vivió el Gobierno Suárez» podría reducirse a este suculento esqueleto: unos agentes de los servicios secretos vecinos a la Presidencia del Gobierno se encuentran en una cafetería con algún que otro compañero y sugieren la posibilidad, de acabar de alguna manera con «esta situación insostenible» y con lo que algunos llaman por ahí, acaso por mimetismo con cierta parecida situación extranjera, el «proceso prostituyente». Sería esto lo que acaso los aludidos servicios conocieron ya, para entenderse, como operación Galaxia. Con la operación Galaxia debajo del brazo, algunos de los contertulios se dedicaron a «sondear» en diversos centros y varios niveles. Pero según se desprende del relato de EL PAIS del número de los teóricamente encartados, las «consultas» concluyeron en un estrepitoso fracaso que los agentes comunicarían, sin duda, a sus servicios.

Para entonces, sin embargo, el ambiente político estaba muy caldeado por el asesinato del magistrado Mateu Canoves y las circunstancias que concurrieron en su funeral. A ese clima tenso en los medios gubernamentales, especilamente en la Moncloa, se añadían otros factores; la situación inequívocamente revolucionaría en las provincias vasconadas, que era preciso disimular de alguna manera, pues confirmaba del todo las reservas crecientes del pueblo y sus instituciones básicas sobre la trampa de las ‘nacionalidades’, el fiasco de cierta acción emprendida con el posible objetivo de provocar situaciones de repudio o rechazo abierto en ciertos ámbitos profesionales; la presión virulenta de Múgica y Carrillo, preocupados por el mal saldo de la manifestación del día 10; la crisis que se dejan ver en sus respectivos partidos y el crecimiento de la reacción nacional; el descrédito internacional del Gobierno y el ‘proceso democrático’ y la naturaleza de ciertas sutiles ‘advertencias’; la gravísima entidad de la quiebra económica… Era necesario, por consiguiente, encontrar un revulsivo.

¿Cómo no iba a existir nerviosismo en la Moncloa? Las noticias que los servicios de información habían acumulado durante una mañana laboriosísima de echar el anzuelo en todas partes, debió ser infructuosa al máximo, según se desprende del relato sinuoso y equívoco de EL PAÍS. Apenas sí se habría encontrado una mínima percha sobre la que montar una suposición. Pero hete aquí que, ya avanzada la noche, llegan dieciséis trenes militares y que unidades motorizadas se mueven en torno a Madrid. Alguien perdería los nervios, pues debió ser a raíz de ese espectacular procesión castrense cuando, nos cuenta EL PAÍS que ‘hubo momentos de extraordinaria confusión, porque, en un principio, ‘hubo momentos de extraordinaria confusión, porque, en un principio, nadie explicaba aquella presencia atípica de una columna militar en Madrid y se supuso que, efectivamente, podía estar relacionada con el complot’. ¿Ustedes se imaginan la escena? Debió ser un espectáculo de comedia de Mihura aquel ir y venir, aquellos sudores fríos, aquellas órdenes nerviosas de protección especial del Palacio y de toma de posiciones por la Policía en todo Madrid. Pero aquellas unidades militares venían de unas tranquilas y normales maniobras en Astorga y avanzaban camino de los cuarteles y el reposo, ajenas al barullo político de aquella hora ‘dramática’: ¿o solo grotesca?

Estoy dispuesto a aceptar que hubo complot y desdecirme de todo lo escrito. Pero habrán de demostrármelo. Mientras tanto, me asiste el derecho a deducir del confuso y pintoresco relato del órgano oficioso de la Moncloa, que el miedo, el miedo múltiple y congénito, de una clase política incapaz e inestable, hizo ver fantasmas donde acaso sólo hubiera el resultado mínimo de una provocación calculada. Y a mi sensibilidad de español le hiere, de otra parte, este apresuramiento en una sospecha de complot, cuya noticia sólo debe salir a la calle después de su comprobación judicial y en sus términos exactos.

Resulta que el pueblo piensa de distinta manera que EL PAÍS y el 20-N fue una jornada formidable de afirmación de los valores nacionales frente a los mecanismos de la disolución de España. Eso es lo que cuenta.

Ismael Medina

22 Noviembre 1978

La cabeza debajo del ala

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

Leer

Mientras sectores del Gobierno parecen deseosos de quitar importancia al frustrado golpe del jueves 16 de noviembre, el señor Fraga ha vuelto a escena, en un alarde de incalificable oportunismo, para convertir al ministro de Defensa en responsable de lo ocurrido, cuando, sin duda, los responsables son los militares complotados. Caso de confirmarse esa tendencia, la decisión del Gobierno de «desdramatizar» los acontecimientos de la semana pasada dejaría al señor Fraga las manos libres para su empresa de escalar la presidencia del Gobierno, no con la ayuda de los votos de los ciudadanos, sino gracias al miedo de la población. La nota enviada por el secretario general de Arlanza Popular (véase página 10) el día de ayer a diversas agencias informativas es uno de los documentos más carentes de valor cívico que han aparecido en nuestro país en los últimos años. Utilizando los eufemismos y tópicos más usados, este ilustre catedrático de Teoría del Estado, que se jacta de su decisiva contribución a la redacción del texto constitucional, transforma a las Fuerzas Armadas, de brazo defensivo de la nación, en «columna básica del Estado». Las gravísimas infracciones de la disciplina militar producidas durante la semana pasada son imputadas no a los culpables de esas acciones, sino a «la desastrosa política del Gobierno». Y, lo que es todavía más sorprendente, el ex ministro de la Gobernación del primer Gobierno de la Monarquía se permite criticar al ministro de Defensa sus contactos personales con las guarniciones. Todo ello para concluir, en una apoteosis de sinsentido, al dar a entender que es el teniente general Gutiérrez Mellado, y no los sediciosos, el responsable de esa división del Ejército.

El señor Fraga -que es ese mismo «teniente Fraga» que se ofreció a defender con su vida la plaza de Melilla después de propugnar la negociación con Marruecos para la solución pacífica de ese contencioso- no puede ignorar que esa absurda acusación implica, además de una incorrecta toma de postura en asuntos que conciernen a la estructura jerárquica de los Ejércitos y a la disciplina castrense, la negación del principio mismo sobre el que se basa un sistema democrático, pluralista y liberal: la subordinación del poder militar al poder civil, cuya legitimidad proviene de la soberanía popular. El teniente general Gutiérrez Mellado es, con independencia de su grado, el representante de ese poder civil ante las Fuerzas Armadas, que le deben acatamiento y disciplina como ministro de Defensa de un Gobierno, y no sólo como teniente general.

¿Y el Gobierno del presidente Suárez? La ofensiva contra el ministro de Defensa, que, cualesquiera que sean sus defectos o sus errores, ofrece una gestión pública globalmente elogiable, no tiene como único francotirador al señor Fraga. Otros muchos y muy poderosos intereses y ambiciones empiezan a ponerse en movimiento para derribar de la cúpula de las Fuerzas Armadas al hombre que ha demostrado, con los hechos, su compromiso de lealtad con las instituciones democráticas, y eso en un momento en el que es preciso reforzar al máximo la autoridad del ejecutivo frente a los ensoñamientos golpistas. Hasta ahora, la política,de tira y afloja, de cambalache y compadreo, de paños calientes y arreglos bajo cuerda han dado al señor Suárez indudables éxitos y buenos resultados. Nos tememos, sin embargo, que el tiempo en que todos podían ser complacidos y en que había globos para todos se está terminando. O el señor Suárez acaba con los enemigos del ministro de Defensa, que hoy por hoy son también los suyos y los de las instituciones democráticas, o esos implacables adversarios acabarán con él, con su Gobierno y con el sistema pluralista que la Constitución consagra. Tiempo habrá de relevar al señor Gutiérrez Mellado de su cartera ministerial, pero de ningún modo debe hacerse cuando un general vehemente le increpa en Cartagena por defender y explicar la Constitución que ha querido darse a sí mismo el pueblo español.

La más elevada magistratura de la nación, los partidos democráticos, la opinión pública nacional e internacional, millones de electores, las leyes, la decencia y la moral estarán detrás del Gobierno que ataque con decisión ese cáncer que amenaza con destruir nuestras libertades, nuestra paz y nuestro futuro. Los códigos están para ser aplicados y los tribunales para instrumentarlos. Los poderes discrecionales sirven para decretar ceses y nombramientos en los cargos de confianza. El Gobierno del señor Suárez se encuentra ante una grave responsabilidad histórica y política de la que depende no sólo su supervivencia, sino también la consolidación de la democracia en España. Puede afrontarla o renunciar a la tarea. Lo que no debe hacer, en ningún caso, es meter la cabeza debajo del ala, como el avestruz, y esperar a que pase la tormenta. Entre otras cosas, porque le va la cabeza en ello. Lo mismo que a la Oposición, que ya va siendo hora de que se pronuncie claramente sobre el tema.

11 Diciembre 1979

"Operación Galaxia": ¿una charla de café?

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

Leer

LA DECISION del capitán general de Madrid de conceder el beneficio de la prisión atenuada al teniente coronel Tejero y al capitán Sáenz de Inestrillas, procesados a raíz de la «Operación Galaxia», es una medida que parece justificada por la larga demora en la instrucción del sumario que se sigue contra estos dos militares.Al igual que en lajurisdicción ordinaria, la tardanza en la administración de la justicia no debe implicar para los procesados -que no pueden ser considerados culpables hasta que una sentencia en firme así lo declare- la indefinida prolongación de la pérdida de la libertad. La libertad provisional bajo fianza ha sido establecida, precisamente, para impedir que una sentencia absolutoria o que aplique una pena inferior al tiempo en que el procesado ha estado en prisión preventiva convierta en algo parecido a un secuestro legal esa estancia en la cárcel. Y la prisión atenuada en el domicilio, concebida para los casos en que la ley de Enjuiciamiento y el Código Penal imposibiliten la libertad provisional, en función de la pena prevista para los delitos que han motivado el auto de procesamiento, es una medida que permite a los procesados disfrutar, al menos, de la compañía de su familia y de las comodidades de su hogar.

Excepciones como la de Lerdo de Tejada, procesado por los asesinatos de la calle de Atocha, y que aprovechó un permiso temporal del magistrado Chaparro pará fugarse, no deben convertirse en regla y menos aún ser utilizadas como argumento contra la liberalidad de las autoridades judiciales para humanizar el régimen de prisión preventiva de los procesados. Tal vez los críticos implacables del sistema de libertades provisionales y partidarios entusiastas del régimen de prisión preventiva incondicional, que han saludado con entusiasmo la excarcelación del tenienie coronel Tejero y del capitán Inestrillas, comprendan ahora las razones que mueven a los reformadores del sistema penitenciario y a los adversarios del endurecimiento de la ley de Enjuiciamiento Criminal para defender la flexibilidad del régimen carcelario y la vieja máxima liberal de in dubio pro reo. Ningún hombre es culpable hasta que una sentencia en firme así lo establezca, y la prisión preventiva no es sino una medida cautelar para impedir que los procesados huyan de la acción de la justicia, no un adelanto de la condena ni una forma de castigo. Noción jurídica elemental que siempre debieran tener presentes quienes se escandalizan ante las libertades provisionales concedidas por los jueces de la jurisdicción ordinaria y que, tal vez, también hubieran podido hacer suya, en su día, las autoridades que conocieron del caso de los militares de la Unión Militar Democrática.

Ningún hombre es culpable hasta que una sentencia así lo determina. Pero también es cierto que ningún procesado deja de estarlo hasta que el tribunal correspondiente le absuelve de unas acusaciones basadas en indicios racionales de culpabilidad en su conducta. El teniente coronel Tejero y el capitán Inestrillas, aunque no puedan acogerse a la libertad provisional, merecen, después de trece meses de prisión sin juicio, el beneficio de la prisión atenuada, entre otras cosas, porque su honor y su sentido del deber excluyen la posibilidad de que no comparezcan ante la justicia. Pero los ciudadanos, intranquilizados y desvelados por las informaciones acerca de la «Operación Galaxia», tienen derecho a que el procedimiento judicial siga hasta el final, a que se celebre el consejo de guerra correspondiente y a que una sentencia esclarezca lo fundado o infundado de su procesamiento.

Porque las interpretaciones que ahora se hacen del comportamiento de los dos encartados como «una forma de desahogo» o una simple charla de café no prueban necesariamente su inocencia, pues el grado de tentativa en la comisión de un delito está previsto y penado en los códigos penales del mundo entero. El excarcelamiento de ambos militares, coincidiendo con la festividad de la patróna de Infantería y cuando se habla de una especie de canje de libertades de presuntos etarras por el diputado Rupérez, añaden además connotaciones de muy variado signo a todo el caso.

Lo esencial entonces es que se vea el juicio, se aclaren las cosas y se defina si hubo o no complot. Que declaren las personas presuntamente implicadas en él y que lo hagan también las presuntas víctimas del mismo. Las instituciones democráticas exigen claridad, y eso es precisamente lo que está faltando en esta historia. La «Operación Galaxia» no debe caer en el olvido.

El Análisis

LAS COSAS EN SU SITIO: ¿CHARLA DE CAFÉ?

JF Lamata

¿Era la Operación Galaxia un intento de Golpe de Estado o una mera charla de café con alguna que otra bravata? Desde sectores militares parecía apuntarse más a esa segunda opción. A fin de cuentas, Tejero había sido un hombre que había denunciado el terrorismo en EL IMPARCIAL, y que también contó con adhesiones de célebres columnistas del momento como D. Rafael García Serrano. De hecho, aquel consejo de guerra podía considerarles molesto. «Los terroristas estaban llenando de cadáveres de militares los suelos de España, y al Gobierno Suárez le interesa más investigar a dos militares que sólo charlaban fabulando con golpes’, podían pensar sectores militares y ciudadanos afines a los sectores militares: «Pero si todo esto es una exageración y un sacamiento de las cosas de quicio por parte del ‘acomplejado’ Sr. Suárez, del traidor general Gutiérrez Mellado y del diario EL PAÍS, que es un exagerado y a dramatizado en exceso con sus portaditas».

Y eso podía haber seguido pensándose durante años – de hechos las penas fueron muy leves con esa argumentación – si no fuera porque el coronel Tejero se encargó tres años después, el 23-F, de convertir su apellido en sinónimo de golpismo enterrando para siempre la hipótesis de que en su caso, el golpismo fuera ‘una charla de café’.

No fue ese el caso del comandante Sáenz de Ynestrillas, al que nunca se pudo vincular con el 23-F, aunque su nombre seguiría bajo sospechas de golpismo, nunca probadas en tribunales, hasta su asesinato en manos del ‘Comando Madrid’ de ETA en 1986.

J. F. Lamata