17 enero 1987

Caos en Ecuador: Secuestro del presidente León Febres-Cordero Ribadeneyra por partidarios del general Frank Vargas

Hechos

En enero de 1987 León-Febres Cordero fue víctima de un secuestro.

17 Enero 1987

Ecuador, democracia bajo amenaza

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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EL SECUESTRO del presidente del Ecuador, León Febres Cordero, durante medio día en una base aérea de Guayaquil tiene todas las características de un intento de golpe militar muy semejante al que tuvo lugar en marzo del año pasado, capitaneado por el general Frank Vargas. El hecho de que la liberación del presidente se haya condicionado a la del general Vargas confirma la vinculación de los actuales rebeldes con el golpe protagonizado por Vargas hace unos 10 meses, aunque no esté clara la participación de éste en la última aventura. Ha habido choques en la capital, y la situación era ayer confusa, incluso tras la resolución formal del conflicto. La debilidad de Febres Cordero le ha llevado a garantizar rápidamente que no habrá represalias contra los protagonistas del secuestro, aunque se ha amparado en la necesidad de evitar derramamientos de sangre.Nada indica, por otra parte, que estos acontecimientos de Quito tengan ramificaciones internacionales importantes. Parecen causados más bien por rivalidades dentro de las fuerzas armadas ecuatorianas y por las ambiciones aventureras de algunos jefes militares que se resisten a aceptar la legalidad democrática. En realidad, el presiderte Febres ha realizado una política acorde con los deseos de Washington. Tuvo una actitud negativa con respecto a las gestiones de paz de Contadora y se negó a formar parte, al lado de las principales democracias latinoamericanas, del grupo pacificador. Su política interior es conservadora, y las medidas económicas dictadas por él han causado malestar entre amplios sectores de la población. Ello ha creado zonas de descontento de las que intentó aprovecharse el año pasado, con una plataforma populista, el general Frank Vargas. Algo semejante ha podido intentarse ahora.

Si bien la política del presidente Febres puede ser criticada en diversos aspectos, lo decisivo es que éste ha sido elegido en unos comicios en los que el pueblo pudo escoger entre diversas opciones. La fuente de su poder está en las urnas, y los que han luchado por derribarle, como hizo el general Vargas en 1986, aunque derrochasen populismo en sus palabras, sólo se basan en el poder de las armas.

Lo que ocurra en Quito en las próximas horas es muy importante para Latinoamérica. Sobre todo en las actuales circunstancias en que numerosos regímenes democráticos se consolidan atravesando dificultades muy serias. Después de años oscuros de dictadura militar, la democracia ha sido restablecida en Argentina, Brasil, Uruguay, aunque en todos estos países la sangría económica. impuesta por las dictaduras y la propia conducta antidemocrática de sus gobernantes impopulares han dejado maltrecho el mismo ejercicio de la convivencia. Perú conoció asimismo una experiencia de Gobiernos militares, pero ahora tiene un Gobierno civil elegido por el voto de los ciudadanos. Chile y Paraguay son los dos únicos residuos de esa nefasta tradición de dictaduras militares que tanto daño ha causado al progreso moral y cultural de América Latina y al bienestar de sus pueblos. La resolución del incidente ecuatoriano permite esperar que se salve en última instancia la democracia y evitar que un tercer país se añada a esa ominosa lista que existe para oprobio de quienes tienen la responsabilidad de mantenerla.

19 Enero 1987

El mejor amigo de Ronald Reagan

Martín Prieto

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El último Domingo de Resurrección, un corresponsal tiritaba, bastante destruido, en un hotel de Quito bajo la fracción asesina de la malaria: la fiebre amarilla. Por debajo de la puerta de la habitación arrojaron los diarios. Ni las convulsiones ni el delirio del periodista impedían que atisbara allá en el suelo, lejos de la cama ensopada de sudor, unos titulares de cuerpo apocalíptico perfectamente adecuados al anuncio del estallido de la III Guerra Mundial. A rastras, el corresponsal alcanzó El Comercio que titulaba a cinco columnas en la primera página: Cristo ha resucitado.El corresponsal, en su desvarío, dudó unos instantes sobre la posibilidad de telefonear inmediatamente a su periódico para transmitir la primicia, pero su fiebre no debió ser tan alta. Incluso pudo alcanzar a reflexionar que sólo algún otro desmayo en la idiosincrasia de un pueblo como el ecuatoriano podía explicar que el ingeniero León Febres Cordero hubiera sido elegido democráticamente presidente de esta República.

Febres nació en Guayaquil el 9 de marzo de 1931 y paseó su biografía estudiantil por numerosos colegios militares de EE UU, para terminar en el Instituto Stevens de Tecnología, donde adquirió un grado en ingeniería mecánica. Hombre muy rico, riquísimo para los que no le quieren -que son muchos-, no tiene otro modelo económico, político y hasta social que el que pueda aprehenderse en los más conspicuos despachos de las grandes multinacionales cuya eficacia reverencia.

Pero ni el dinero ni las afinidades electivas han hecho de él un gentleman; sólo un poco menos macho que el general Frank Vargas, presume de estar siempre calzado (armado), fue campeón juvenil de tiro, tiene un Colt 45 sobre los papeles del despacho y no es raro verle cabalgar por Guayaquil.

Duro, archiconservador, es difícil que el presidente Ronald Reagan disfrute de la compañía de otro jefe de Estado tan entusiásticamente admirador y afecto. Prácticamente encendido y hasta incendiario defensor del liberalismo económico, de valuó el sucre el año pasado, desarmó arancelariamente el país, entregó el control de las aduanas a una empresa suiza, ffidió para Ecuador el Plan Baker y, finalmente, se pilló los dedos con la baja del precio de los crudos, principal fuente de ingresos ecuatoriana. No es una simplificación periodística ni una infamia opositora estimar que ha gobernado para hacer más ricos a los ricos. Su dureza, su carencia de sensibilidad social y su machismo -aunque no alcance al del teniente general Frank Vargas- han crispado innecesariamente la vida política del país.

El asalto al refugio

Incapaz de pactar, vetó el perdón parlamentario para el general Vargas, que hubiera sosegado a la nación. También intentó sin éxito reformar la Constitución para que los independientes pudieran ser electos a cargos públicos en un intento de diluir la arraigada vida política partidaria. Y en septiembre de 1985 dirigió personalmente el asalto a un refugio extremista en el que permanecía secuestrado el banquero Nahin Isaías con el glorioso resultado de la muerte de los cinco secuestradores y del secuestrado.

24 Enero 1987

Matones en el país de la malaria

Mario Vargas Llosa

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Quiero comentar dos textos aparecidos en EL PAÍS el lunes 19 de enero sobre la crisis ecuatoriana. Me refiero al artículo de Martín Prieto y a la manera cómo el diario da cuenta -mencionándola en primera página y dedicándole una columna en la tercera- de la felicitación de Stroessner a su «dilecto y buen amigo» Febres Cordero por el desenlace del suceso.Esta información establece, queriéndolo o no, una simbiosis subliminal entre el dictador paraguayo y «el mejor amigo de Ronald Reagan» (como titula su semblanza Martín Prieto), que no tiene fundamento. El paraguayo es un dictador que se mantiene en el poder por las armas y el fraude, y el ecuatoriano, un jefe de Estado elegido en comicios legítimos. Más significativa que aquella misiva oportunista de Stroessner fue, sin duda, la movilización instantánea en favor del mandatario ecuatoriano de sus verdaderos colegas, los presidentes García, del Perú; Barco, de Colombia; Lusinchi, de Venezuela; y Paz Estensoro, de Bolivia, quienes se apresuraron a condenar la asonada y a declarar su solidaridad con Febres Cordero y sobre la que no leí una palabra en el diario.

El artículo de Martín Prieto es una risueña descripción del «duelo de caracteres machos, la pelea de gónadas contra gónadas, entre Febres Cordero y Vargas» que tiene como escenario un país recién escapado de las páginas de una novela de Graham Greene, en el que los corresponsales extranjeros tiemblan y sudan «bajo la fracción asesina de la malaria: la fiebre amarilla» y donde los distraídos periódicos sólo ahora anuncian que «Cristo ha resucitado».

Es un texto divertido pero la oportunidad de esta caricatura me parece discutible. Lo ocurrido en Ecuador tiene ribetes grotestos, claro está, como los tuvieron, por ejemplo, los sucesos del 23 de febrero en España. Pero si la visión periodística se concentra en lo pintoresco, el problema de fondo queda escamoteado. Reducir el semimotín ecuatoriano a poco menos que un pulso entre el «muy macho general Vargas» y el «menos macho Febres Cordero» es lo que resulta, más bien, risible.

Que unos señores con uniformes y pistolas humillen a la autoridad civil -profiriendo, además, las palabrotas del caso-, como lo hicieron en España en las Cortes en aquella ocasión o como acaba de ocurrir en la base aérea de Taura, significa que las democracias jóvenes son también frágiles y que están expuestas a toda clase de ataques y sabotajes. Y revela que, aunque haya una democracia política -elecciones, libertad de Prensa, poderes independientes-, las instituciones y los individuos carecen todavía de los hábitos y la experiencia de la legalidad y que los reflejos tradicionales de arbitraríedad y prepotencia pueden en cualquier momento aflorar. Los españoles lo saben muy bien, pues, aunque ahora, por fortuna, la institucionalidad parece haber arraigado, hasta ayer no más la situación que vive el Ecuador -y, en potencia, todos los regímenes civiles de América latina- la vivía la Península. Es por eso prematuro, tal vez, rnirar aquello con lentes valleínclanescos, como un exotismo incontagiable.

Pero quizá sea más grave ridiculizar la política de Febres Cordero de la forma que lo hace la semblanza: como la de un «incendiario» liberal que «desarmó arancelariamente al país» y «ha gobernado para hacer más ricos a los ricos». Quisiera recordar que las medidas «liberales» del Gobierno de Febres Cordero en lo que se refiere a la repatriación de capitales, tasas a la importación, productos subvencionados y atracción de inversiones son muy semejantes a las que ha impulsado el actual Gobierno socialista en España, o a las que promovió el Gobierno socialista francés durante Fablus, que han merecido a menudo la aprobación de EL PAÍS. ¿En virtud de qué razón lo que parece una política saludable y sensata para España y Francia -estimular la inversión y dejar funcionar el mercado sin excesivas interferencias- sería, cuando se trata de Ecuador, inadimisible y ridícula, los desafueros de un matón millonario fascinado por Ias grandes transnacionales?».

No defiendo a rajatabla el régimen de Febres Cordero ni mucho menos. Todo indica que se trata de una persona poco flexible, que ha cometido graves errores y cuya gestión se ha visto afeada, parece, por casos de corrupción. Todo ello debe ser criticado con la máxima severidad. Pero la caricatura, sobre todo aquella que no dice su nombre y asume la apariencia de una descripción objetiva de la realidad, no es el género de crítica que uno espera encontrar en la pluma de un períodista de un diario con el prestigio de EL PAÍS.

Que regímenes detestables como el de Pinochet o el de los generales argentinos intentaran algunas medidas de liberalismo económico y que fracasaran estrepitosamente no significa, por cierto, que aquellas medidas sean congénitas -síntoma y causa- de las dictaduras, sino más bien que la libertad es indivisible y que, sin la caución y el complemento de la libertad política, la libertad económica es un fraude. Pero también el reverso de esta fórmula es cierto: que sin libertad económica toda libertad política está siempre recortada.

En el contexto del subdesarrollo latino americano tratar de abrir mercados, garantizar una genuina competencia, desmantelar el sistema de corrupción, de favoritismo y de ineficiencia que suele caracterizar la gestión de la empresa pública, no es trabajar para los ricos, sino exactamente lo contrario: obrar en favor de las víctimas. Es intentar devolver la iniciativa y la responsabilidad de la creación de la riqueza a esas mayorías a quienes el régimen mercantilista imperante mantiene en una suerte de apartheid económico.

Nuestro problema, por el momento, no son las transnacionales , que prefieren invertir en España o Francia que en América Latina, sino el Estado. En un libro reciente, resultado de varios años de investigación sobre la economía marginal en el Perú y cuyas conclusiones valen para casi toda América Latina -El otro sendero-, Hernando de Soto demuestra que el Estado es uno de los peores responsables de la explotación y la discriminación en nuestras tierras. Erite omnímodo que ha hecho de la «legalidad» una prebenda, ha crecido de manera elenfantiásica, frenando las energías de la nación y condenando a las masas humildes a vegetar o a escoger el camino de la «infórmalidad».

En países como el Ecuador, cuanto se haga por reducir a proporciones razonables la infinita burocracia estatal, las empresas nacionalizadas que viven del subsidio y el sistema de monopolios industriales y comerciales, es dar los pasos indispensables para salir algún día del subdesarrollo. Con todos los; traspiés políticos y las intemperancias personales que Febres Cordero haya cometido, hay que reconocerle a su Gobierno, al menos, eso: haber identificado al verdadero enemigo de nuestro atraso y tratado de combatirlo.

Que haya regímenes democráticos en América Latina que intenten luchar contra el subdesarrollo, completando la recién adquirida libertad política con una genuina economía de mercado, como lo está haciendo España en estos momentos, es algo que no entiendo por qué deba ser someramente recusado, mediante burlas de tira cómica.

Mejor dicho, sí lo entiendo. Es por la misma razón que en Londres, en París y en muchas ciudades de Occidente, las cosas de América Latina, cuando son observadas desde aquí -como cuando nos miramos en un espejo deformante- se vuelver, versiones churriguerescas de sí mismas. Pero en el caso de España, un país que está tan cerca de nosotros no sólo por la lengua y la historia, sino también por la índole de sus problemas, no acepto semejante trastorno de perspectiva y acomodación de valores.

Las cosas son las mismas, aquí y allá. Las dificultades de la lucha por la democracia, por ejemplo, lo son. Es una lucha que acaba de sufrir un gravísimo revés en el Ecuador, como estuvo a punto de sufrirlo el 23 de febrero, en España. No hay motivo para la chacota. Tratemos, más bien, de entender y alarmémonos juntos. Esa lucha no es la de ellos, allá, los matones en el país de la malaria. Es también la lucha de ustedes, la nuestra.

23 Enero 1987

El embrollo de Ecuador

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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EL CONGRESO ecuatoriano, después de un largo debate y en un ambiente tenso en todo el país, ha votado, por 38 votos contra 29, una moción pidiendo al presidente de la República, León Febres Cordero, que dimita. En el mismo sentido han hecho declaraciones públicas algunas de. las personalidades más prestigiosas del país, intelectuales y hasta antiguos presidentes, como el democristiano Oswaldo Hurtado, que fue el antecesor de Febres en el palacio presidencial. Rara vez un presidente en ejercicio, en ningún país, ha caído en tal grado de desprestigio como le ocurre hoy a Febres Cordero. Lo lógico hubiese sido que presentase su dimisión por su propia cuenta, una vez liberado del secuestro que sufrió en el cuartel de Taura, durante el que demostró su escasa fe en sí mismo y en la autoridad que representa. Como persona privada, se puede comprender que haya aceptado las condiciones que le imponían los que amenazaban con matarle. Pero un jefe de Estado no puede firmar la impunidad de los secuestradores y la libertad del general Vargas sin poner en entredicho el honor del propio Estado. La dimisión de Febres es la única salida digna, y a la vez legal y democrática, a la crisis.Hace pocos meses, con motivo del secuestro de un financiero, Febres declaró en televisión que jamás negociaría con delincuentes, ni siquiera si su mujer o su hija fuesen secuestradas, y ordenó el asalto a la casa donde estaba preso el financiero, resultando muerto éste, los secuestradores y varios policías. Cuando le ha tocado a él, ha. hecho lo que ha hecho, demostrando que las declaraciones altaneras, que tanto estima, están a años-luz de su conducta real. Otro factor que el debate en el Congreso ha puesto de manifiesto es la política nefasta seguida en toda su etapa presidencial, con un desprecio sistemático del Congreso. En el caso del general Frank Vargas, una demanda de amnistía fue votada en septiembre pasado por el Congreso. La cerrazón del presidente, que le lleva a colocarse siempre por encima del órgano de la representación nacional, se descubre así en el origen de su propio secuestro. La libertad de Vargas, que negó a la representación del pueblo, se la ha otorgado a un grupo de militares rebeldes.

Febres, para intentar desvirtuar la votación del Congreso y justificar su negativa a dimitir, atribuye todo a una maniobra de la extrema izquierda. Sin embargo, la mayor parte de los diputados de la oposición es democristiana y socialdemócrata moderada. La fórmula que propone el Congreso -que el vicepresidente asuma los poderes del Estado- significa simplemente cumplir la Constitución. Quizá por ese camino, y sólo por él, sería posible recuperar un consenso nacional, resolver el caso del general Vargas y preparar en condiciones las elecciones de 1988. Sería la vía de la consolidación de la democracia

Si Febres se mantiene frente a la demanda del Congreso, las grietas en el cuerpo nacional se agrandarán. Cuenta con el. respaldo de la Embajada de EE UU, que ha hecho una declaración poco diplomática que de hecho apoya al presidente. Éste se ha sometido siempre a los deseos de Washington, hasta el extremo de oponerse a los esfuerzos de paz de Contadora. Febres tiene también el apoyo de la oligarquía, de la que forma parte. Pero su política crea un descontento cada vez más explosivo en amplios sectores de la población. En cuanto al Ejército, las corrupciones que Febres consiente y fomenta entre muchos altos mandos son un factor desestabilizador, aunque logre así determinadas fidelidades. Mientras el presidente estuvo en manos rebeldes, su libertad era condición decisiva para salvar la democracia. Ahora hace falta que la democracia constitucional conserve y consolide su autoridad y su dignidad. Es difícil que ello pueda lograrse si Febres no dimite.