28 octubre 2017

Carles Puigdemont se fuga de España y huye a Bélgica ante su destitución como presidente de la Generalitat por la aplicación del artículo 155

Hechos

  • El lunes 30 de octubre de 2017 se conocerá que D. Carles Puigdemont Casamajo ha huido de España para evitar lo que considera una inminente detención acusado de los deleitos de rebelión, sedición y malversación.

Lecturas

El 28 de octubre de 2017 entra en vigor la aplicación del artículo 155 de la Constitución aprobada por el Senado, aprobado por PP, PSOE y Ciudadanos, que supone la destitución de la Generalitat y todo el Govern y la disolución del Parlamento de Catalunya, convocándose nuevas elecciones para el 21 de diciembre de 2017. Ese mismo sábado D. Carles Puigdemont Casamajo difunde un vídeo en el que se le ve en Girona y en el que asegura que se sigue considerando presidente legítimo de la Generalitat.

El lunes 30 de octubre de 2017 se conocerá que D. Carles Puigdemont Casamajo ha huido de España para evitar lo que considera una inminente detención acusado de los deleitos de rebelión, sedición y malversación por haber sido la cabeza visible del movimiento que intentó la disolución del Estado español a través de un referéndum ilegal a través del cual pretendía fijar una secesión unilateral de Catalunya.

Junto con D. Carles Puigdemont, también han huído de España cuatro de sus consejeros: D. Antoni Comín Oliveres [Toni Comín], Dña. Clara Ponsatí Obiols, D. Lluís Puig Gordi y Dña. Meritxell Serret Aleu.

Aparentemente el Sr. Puigdemont Casamajó no había informado de sus intenciones de huir del país a su vicepresidente y líder de ERC, D. Oriol Junqueras Vies, que ha decidido permanecer en España.

01 Noviembre 2017

President a la fuga

EL PAÍS (Director: Antonio Caño)

Leer
Puigdemont pretende seguir alimentando el procés desde Bruselas

Tras un viaje pretendidamente clandestino a Bruselas con el objetivo de alimentar una épica de proscrito a todas luces ridícula, el expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, convocó ayer a los medios internacionales a una rueda de prensa en donde, una vez más, dibujó una realidad alternativa llena de falsedades e incoherencias.

Por un lado, negó haber huido o pretender eludir la acción de la justicia. Una afirmación que sorprende cuando constan tanto sus averiguaciones sobre las posibilidades de acogerse a algún tipo de protección por parte del Estado belga como el pleno rechazo de este a considerar la posibilidad.

Por otro, dibujó una España autoritaria donde no hay separación de poderes y se persigue a la gente por sus ideas políticas en un clima dominado por la violencia de la ultraderecha para así justificar la exigencia de “garantías” de que no se actuará contra su persona.

Para continuar con la confusión y las contradicciones, Puigdemont afirmó aceptar el reto democrático planteado por las elecciones convocadas para el 21 de diciembre pero a la vez llamó a la sociedad civil, sindicatos y funcionarios a resistir contra la aplicación del artículo 155, dibujado como una agresión al pueblo de Cataluña y el Estatuto de Autonomía.

Y no sólo eso: afirmó que la mitad de su Govern – al que parece seguir considerando en funciones – se quedaría en Bruselas para gestionar la búsqueda de apoyos internacionales al procés mientras que la otra mitad – dirigida por el exvicepresidente Junqueras – gestionaría el procés desde el interior, como si hubiera un gobierno catalán en el exilio y otro en el interior.

En sus ensoñaciones, Puigdemont parece aferrarse a la absurda posibilidad de considerar los comicios del día 21 como una elección plebiscitaria con las que legitimar otra nueva huida hacia adelante del independentismo.

Puigdemont parece convencido que desde Bruselas puede dañar la imagen de España y recabar apoyos para una causa que, al contrario, ha cosechado un rechazo unánime. Pero la exportación del esperpento secesionista, con la consiguiente indignidad que añade a la institución que representó hasta el viernes, genera tal malestar en Bélgica que el viceprimer ministro de ese país, Kris Peeters, le ha instado públicamente a regresar a Cataluña a permanecer al lado de su pueblo.

Después de su fracasado salto al vacío del viernes 27, la posterior actuación del Gobierno al amparo del artículo 155 de la Constitución y el retorno de la normalidad a las calles y a las instituciones de Cataluña, el secesionismo tiene que decidir si participa y como en las elecciones del 21 de diciembre. Un sector, encabezado por Puigdemont, parece querer seguir practicando la astucia táctica, los dobles juegos y las medias verdades. Pero como se ha demostrado, el procés, por mucho que pretender seguir instalado en su realidad paralela, ha quedado fuera de la ley. Puede seguir allí haciendo el ridículo y cosechando el rechazo internacional o retornar a las instituciones democráticas y al Estado de derecho. El tiempo se le agota.

 

01 Noviembre 2017

Puigdemont se atrinchera en el engaño

EL MUNDO (Director: Francisco Rosell)

Leer

TAN lejos siempre de la huella de Tarradellas, Carles Puigdemont continúa empeñado en horadar el socavón del ridículo, que es lo último que puede permitirse un político. La declaración de independencia aprobada en el Parlament ha devenido en una república virtual que el ex president ansía seguir alimentando desde el exterior. Puigdemont, que deberá comparecer en la Audiencia Nacional este jueves acusado de rebelión y sedición, compareció ayer en una caótica rueda de prensa en Bruselas para presentarse como presidente legítimo de Cataluña y exigir impunidad. Los subterfugios con los que trata de alargar la ficción del procés son una infamia que le sitúan no ya fuera de la ley, sino directamente del mínimo contacto con la realidad.

Lo único bueno de este esperpento es que toda Europa puede comprobar ya el paradigma de nacionalpopulista en el que se ha convertido el presidente cesado de la Generalitat. Escondido en una retórica huera, sigue negándose a aceptar el fracaso de su hoja de ruta. Sus palabras mutaron en una clase práctica de populismo. Denunció el 155 como un ejercicio autoritario, pero dijo acatar la intervención de la Administración catalana. Aseguró que España no ofrece garantías procesales, pero matizó que no va a «escapar a la acción de la Justicia». Y no pedirá asilo a Bélgica, aunque supeditó su retorno a España a la seguridad de ser sometido a un «juicio justo».

Puigdemont busca convertir el acatamiento de facto de la legalidad en un acto de insurrección. Un contrasentido que nadie puede tomarse en serio en la UE, pero que revela la deriva de un Govern partido hasta ayer: mientras Puigdemont y cinco ex consellers huyeron a Bruselas para protegerse de la Justicia española e inventarse la fábula del exilio, el resto del gabinete permanecía en Barcelona. En todo caso, la denuncia de Puigdemont sobre la supuesta violencia del Estado no sólo no casa con la realidad –España, obviamente, dispone de un sistema democrático consolidado– sino que resulta ridículo a la vista de la suave materialización del 155 por parte del Gobierno.

En este contexto, Puigdemont ya ha planteado las elecciones del 21-D como plebiscitarias. La realidad es que, pese a proclamar la independencia, el bloque independentista se resigna a presentarse a estos comicios. Este paso significaría el retorno de los separatistas a la legalidad, si bien lo deseable sería que el PDeCAT regresara también a su tradicional catalanismo pactista. Para eso es necesario que Puigdemont abandone su absurdo quijotismo y se comporte con arreglo a la dignidad institucional que exige su posición.

01 Noviembre 2017

El relato incomprensible

Álex Sàlmon

Leer

DICE EL CESADO Puigdemont que aceptará los resultados de las elecciones del 21 de diciembre. Pero prosigue: «Espero que el gobierno Rajoy haga los mismo». Esta idea sería la correcta de no estar precedida por entender que el artículo 155 busca desmontar las instituciones catalanas, aunque gracias a su desarrollo aprobado por el Consejo de Ministro han sido convocadas estas elecciones. Todo apunta a que Puigdemont pretende tensionar las democráticas elecciones con su presencia en Bruselas y con acciones declarativas que, al final, irán a la contra del candidato que salga elegido desde el PDeCAT, su partido de momento, sea Santi Vila o no.

El mensaje desde Bélgica debería quedar cortocircuitado a partir de que, el viernes, el propio Puigdemont estaba proclamando una república catalana en el Parlament y, el martes, dando una rueda de prensa en Bruselas casi como exiliado. El relato es tan incomprensible, tan estrambótico, tan ridículo que por sí mismo debería fundirse. Sin embargo, hay que reconocer que la persistencia en lo incompresible ha dado vía a que cualquier postura de Puigdemont y sus ex consellers sea considerada como aceptable y decente. Todos necesitamos un reset. Algunos rápido.

01 Noviembre 2017

Dr. 155 y mr. DUI

Manuel Jabois

Leer
Hacerle caso al Gobierno cuando el Gobierno actúe como tú quieres, hacerle caso a la justicia cuando se ponga a tu servicio

El jueves 26 de octubre, en Barcelona, Carles Puigdemont no abortó la declaración de independencia de Cataluña porque no le garantizaron, desde el Gobierno, que la justicia atendería sus demandas. Dos veces quiso anunciar elecciones y olvidar su promesa de acatar “el mandato del pueblo catalán”; dos veces dio marcha atrás al no tener lo que él llamó “garantías” y que eran exactamente eso: las garantías de que él no era un ciudadano con los mismos derechos y los mismos deberes que otro, sino alguien con privilegios gracias a una posición de fuerza obtenida fuera de la ley.

El martes 31 de octubre, en Bruselas, Carles Puigdemont dijo que no regresaría a España hasta que no obtuviese “garantías de un juicio justo”. Una semana después de negociar una justicia a la carta como elemento de chantaje al Estado, Puigdemont reclamó una justicia que no dependiese delictivamente del Gobierno español sino que fuese homologada por un Govern destituido, al que hay que consultar para que el juicio tenga las garantías que demanda su autoproclamado presidente en el exilio.

Hacerle caso al Gobierno cuando el Gobierno actúe como tú quieres, hacerle caso a la justicia cuando se ponga a tu servicio. La ley es la violencia; su incumplimiento es la paz. El Govern da ejemplo al mundo al privar de derechos a la mitad de sus ciudadanos imponiendo su mayoría por encima de la ley; el Estado ejerce “extrema agresividad”, “máxima beligerancia” y “violencia institucional” al restaurar la legalidad. El expresidente de la Generalitat es una víctima perseguida que busca auxilio en el extranjero; España tiene un problema de “déficit democrático” al empeñarse en hacer cumplir la Constitución que la ha convertido en democracia.

Desde hace siete años, cuando Mas advirtió de que el Parlament incumpliría la ley al iniciar un proceso constituyente, hasta ahora, cuando Puigdemont ha terminado su trabajo con el resultado esperado (unos señores fingiendo que trabajan en Barcelona y otros en Bruselas fingiendo que no les dejan trabajar), el soberanismo ha exigido siempre “garantías”. Garantías de que su situación era diferente, de que su voluntad sería respetada por encima de la voluntad de los demás, de que el Parlamento ha de plegarse a sus deseos, y ahora la justicia, y después cualquier cosa con tal de jugar sobre seguro, garantizándoles que nunca van a perder.

No basta con hacer lo que te da la gana: los demás tienen que reconocer que puedes hacerlo. Por tanto no se asume ni la responsabilidad de acabar con el adversario: se le pide al adversario que se ejecute a sí mismo. Una jugada maestra si hubiese un maestro detrás, y millones de tontos delante.

01 Noviembre 2017

Puigdemont es un payaso

Raúl del Pozo

Leer

Ayer vimos a Puigdemont en Flandes en el último acto de la leyenda negra. Hizo el relato de la mano tendida y la no violencia frente a la agresividad del Estado. «¡Qué jeta! Se quieren quedar en Bruselas hasta el día de las elecciones», me explica alguien que observa el festival de cobardía. Declaró que no pide asilo pero no volverá a España a enfrentarse a la Justicia. Decía Pla –después de ser tachado de desleal– que traidor es lo contrario a patriota y Talleyrand –que también fue acusado de felón y de héroe– escribe en sus memorias que «la traición es cuestión de horas». Desde el visca la terra a nuestros días hubo alzamientos heroicos de los nacionalistas contra lo que consideraban ultrajes del Rey. Ahora han pasado de héroes a villanos en cuestión de horas. La estampa de Puigdemont en Bruselas era la del bellaco, mientras, en Barcelona los independentistas hacían los relevos en las cafeterías, colaborando con los enviados del Gobierno.

Todos los políticos catalanes –incluso los acusados de rebelión– aspiran a ser candidatos y a quemar lo que adoraban. El mismo Puigdemont ha reconocido que esperan las elecciones convocadas con el artículo del 155 del Estado opresor con todas sus fuerzas. Ya se ve que los constitucionalistas tragarían un tripartito con los republicanos y éstos volverían a su hipocresía autonomista. Actúan como Diógenes cuando fue hecho prisionero y vendido. Le preguntaron que sabía hacer y respondió: «Mandar. Pregunta quién quiere comprar un amo». Parece que el que más desea volver al Palau es Junqueras. Este concejal de fortuna considera a los independentistas campeones de la democracia. «Es usted –le dijo en el mitin Borrell– un totalitario absoluto». Le acusó de haber lanzado a sus radicales para coaccionar a Puigdemont en el momento que había decidido convocar elecciones. Un ilustre catalán declara: «Puigdemont es un payaso. El peligroso es el gordo, que nos echó encima el 155 acosando al president».

En un luminoso artículo publicado en El País –Tiempo de banderas– Antonio Rovira, catedrático de Derecho Constitucional, habla de las banderas que representan una de nuestras dos mitades y lo malo que es dejarse llevar por una que aspira a destruir a la otra. «En esto consiste el fanatismo, que no es locura sino odio, y no respeta nada». Reconoce el catedrático que los fanáticos están creando desolación en nombre de la democracia y convirtiendo Cataluña en un polvorín que puede salpicar a toda Europa. Me dice: «El Gobierno debe volver a la propuesta concertada en el Estatuto anulado y el Govern, a la legalidad constitucional».

02 Noviembre 2017

Esperpento del ex presidente felón

Luis María Anson

Leer

EN LA fachada de una ferretería del madrileño Callejón del Gato, elogiado por Valle-Inclán en Luces de bohemia, se exhibían en los años 20 del siglo pasado, dos espejos, uno cóncavo y otro convexo. A los madrileños les encantaba contemplarse deformados en aquellos espejos. Valle-Inclán el gran escritor, que crece cada año, pensaba que el sentimiento trágico de la vida en España, tan certeramente estudiado por Unamuno, respondía a una estética deformada. El diccionario normativo de la Real Academia Española define esperpento como «persona, cosa o situaciones grotescas o estrafalarias». Valle-Inclán sabía que el teatro consiste en colocar un espejo delante de la sociedad. Tuvo la genialidad en 1920 de que ese espejo fuera cóncavo o convexo y caricaturizara la realidad. El inolvidado Umbral, que tan sagazmente estudió al autor de Divinas palabras, subrayó que el esperpento significaba un nuevo género literario de relevante alcance.

Don Ramón María del Valle-Inclán se mostraría hoy extasiado ante la tocata y fuga de Puigdemont. Hubiera encumbrado al expresidente felón como el protagonista perfecto del esperpento, dedicándole Los cuernos de don Friolera. Los héroes ilusos suelen terminar convertidos en enanos o patizambos. El expresidente botarate es el mejor ejemplo valleinclanesco del esperpento, la deformación sistemática de la realidad, la distorsión de los acontecimientos, la caricatura de sí mismo.

La huida de Carlos Puigdemont para contratar en Bruselas al abogado de los etarras, en un intento desesperado de eludir el juicio y la prisión, ha cubierto las redes sociales de divertidos comentarios que reflejan la reacción regocijada de la opinión pública española ante el mequetrefe que ha presidido la noble, la seria, la prestigiosa Cataluña democrática y que ha devastado su imagen y su realidad. Manejado como un mequetrefe por la CUP, el grupo antisistema de ultraizquierda, Puigdemont ha sido el esperpento de la democracia española, un ser grotesco, menor, elegido a dedo por el pobre Arturo Mas. Y sobre todo un cobarde, incapaz de ponerse al frente de lo que había urdido, escondiendo su canguelo como un gallina, sin dar la cara, protagonista de una peripecia digna de que Valle-Inclán le caricaturizara convirtiéndole en representante máximo del esperpento nacional.

Luis María Anson, de la Real Academia Española.