13 enero 1978

Cortes Constituyentes: Interpelación de Simón Sánchez Montero (PCE) a Martín Villa (UCD) por la regulación de las elecciones municipales

Hechos

Sesión del 12 de enero de 1978.

13 Enero 1978

La izquierda propone, la derecha dispone

Manuel Vicent

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Nada, un encefalograma plano; el Congreso era esta tarde un letargo con calefacción central, una relación de proposiciones de ley movidas por la izquierda, previamente decapitadas en las comisiones y defendidas sin ánimo ni esperanza cristiana por los portavoces de turno. No ha habido ni un gallo, ni un bemol patético, ni una fusa loca; todos los oradores, siguiendo la ruta del pentagrama con una tonalidad democrática, han afirmado, han negado, han matizado y se han cargado lo que estaba previamente establecido por UCD, que es la propietaria de los hilos.El temario de las proposiciones de ley componen un cuerpo de las tentativas de izquierda para podar la arboleda orgánica, para barrer los residuos del franquismo: disciplina académica, reglamento de la policía, elecciones municipales, amnistía para los delitos de adulterio, aborto y propaganda de anticonceptivos, abolición de la pena de muerte, reforma de algunos artículos del Código Penal, y por ahí todo recto. Pero aquel afán legislativo de la Oposición cae al pie del muro. Los argumentos de la derecha se enfrascan siempre con el mismo contenido: reconocer, primero, la buena voluntad del adversario y, después, recomendar calma, que todo se andará; oiga, no empujen, que eso está previsto, esto ya se ha hecho, aquello se va a hacer, esto no es tan grave como parece, y su señoría exagera. Y oído todo junto parece como si se estableciera una pugna civilizada entre la experiencia paternalista y las prisas del neófito.

Y así se ha ido desarrollando el espectáculo de las justas entre caballeros. El socialista Cristóbal Montes se ha referido a la caza de brujas en la Universidad, pero en seguida ha llegado Iñigo Cavero, en plan ministro, para decir que ese caso ya está zanjado. Después ha subido Enrique Múgica con la cosa del lamento al hablar del reglamento de la policía, pero al instante Martín Villa, con ese sonsonete enervante que le ha dado Dios, no el del Sinaí, sino el otro más sosegado de los proverbios para recordar el pacto de la Moncloa, que es nuestra madre buena, tiene en su seno un apartado referido al asunto y que mañana mismo el Consejo de Ministros no sé qué, porque la voz se le había tragado su propio sonsonete. Luego Sánchez Montero, con una mayor dureza, pero ahogada por la monotonía, ha dado un toque al caciquismo de Romero Robledo, versión subtitulada por el actual Ministerio del Interior, que se avecina con las próximas elecciones municipales. Y al instante el mismo Martín Villa ha dicho que no, con ese modo de humildad, marca de la casa, pura materia de fe, que provoca una suerte de remordimiento en los maliciosos que no le creen.

El mejor observatorio de la primera parte de la sesión parlamentaria estaba esta tarde en el bar, donde periódicamente acudían los fugados del hemiciclo. La expectativa de la reunión estaba concentrada en el tema de la pena de muerte, que es un asunto que atañe a la intimidad de los padres de la Patria en un punto más bajo de ese nivel donde flota la disciplina del voto. Pero al destape de esa incógnita no he llegado. Uno ha abandonado el palacio del Congreso cuando sus señorías se disponían a quitar los precintos a la caja de Pandora. De modo que se van a enterar ustedes por el periódico.