9 marzo 1990

Crisis en el Gobierno de Isaac Shamir en Israel: Ariel Sharon dimite y Simon Peres es destituido

Hechos

En marzo de 1990 se produjo una reconfiguración del Gobierno de Israel.

09 Marzo 1990

Dos pasos atrás

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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LA DIMISIÓN del ministro de Comercio de Israel, Ariel Sharon, motivada por su oposición a cualquier iniciativa de paz que incluyera la renuncia a territorios, la negociación con palestinos o la celebración de cualquier elección en Gaza y Cisjordania -puntos todos ellos incluidos en los planes propuestos por el secretario de Estado norteamericano, Baker-, conllevaba la desaparición del ala más conservadora del Likud, partido del primer ministro, Shamir. Éste perdía así el contrapeso frente a su socio de coalición grubernamental, el laborista Simón Peres, y no tendría más remedio que integrarse en el proceso de negociación que preconizan Egipto y Estados Unidos.No pudo ser. Con los años, el Gobierno de Tel Aviv ha perfeccionado la triquiñuela política de estar siempre al borde de una concesión definitiva que va a facilitar la paz, para dar marcha atrás en el último segundo. Las razones aparecen como por ensalmo: no hay garantías de fronteras seguras, la OLP no depone las armas, las facciones israelíes más conservadoras serían capaces de cualquier locura, no se puede discutir con terroristas… Siempre existe un motivo que retrasa la negociación tan apetecida por todos.

El último impedimento ha nacido, paradójicamente, de la perestroika. El extraordinario incremento del número de judíos que podrán inmigrar de la URSS plantea a Tel Aviv la necesidad de asentarlos en los territorios ocupados, lo que incluye su parte más sensible, el Jerusalén oriental. La decisión de hacerlo ha colmado el vaso de la paciencia norteamericana porque desdeña todas las razones invocadas hasta ahora para acabar con un colonialismo de facto sobre unas zonas que, al menos verbalmente, se declaran palestinas. El presidente Bush ha criticado duramente la decisión de Shamir, y lo cierto es que nunca han sido tan frías las relaciones entre Israel y EE UU.

Por su parte, el plan Baker prevé reuniones consecutivas en Washington y en El Cairo de delegados estadounidenses, egipcios e israelíes para llegar a definir con qué representantes palestinos estarían dispuestos a negociar la convocatoria de elecciones en los territorios ocupados. Considerando el trabajo que está costando el que se dé este paso previo, angustia pensar lo que ocurrirá el día en que, reunidos por fin los antagonistas, tengan que definir para qué han de servir las elecciones.

Hace una semana, el primer ministro israelí pareció sugerir que daría su consentimiento a discutir con norteamericanos y egipcios sobre la posibilidad de sentarse a una mesa con una delegación palestina compuesta por residentes en los territorios ocupados. Por un momento dio la sensación de que Shamir relegaba sus exigencias previas de que ningún miembro de la delegación contraria perteneciera a la OLP, hubiera sido expulsado de Gaza o Cisjordania o fuera residente del Jerusalén árabe. Aceptaría la ficción de que cualquier palestino residente en los territorios ocupados sería un buen palestino, independientemente de si hubiera regresado a ellos el día anterior. Todo estaba dispuesto; la paz estaba a un paso. Incluso parecía que, en la refriega, el propio Arafat, líder de la OLP, perdía posiciones en beneficio de los palestinos residentes en Gaza y Cisjordania. No había de ser así.

En el último momento vuelven a surgir las discrepancias: las surgidas en el Likud, en cuyo seno Shamir se ve obligado a luchar contra el ala más reaccionaria que le acusa de traición, y las del laborismo de Simón Peres, que sufre las mismas dificultades a manos de sus halcones. En vista de ello, un nutrido grupo de políticos palestinos de primera línea, cansado de tanta discusión que sólo perjudica a su causa, acaba de anunciar que sólo la OLP tiene derecho a decidir la composición de su delegación. Y así, como de costumbre, nuevamente se han dado dos pasos hacia atrás.

17 Marzo 1990

La carta de la paz

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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LA DESTITUCIÓN del viceprimer ministro, el laborista Simón Peres, por el jefe del Gobierno, Isaac Shamir, líder de los conservadores del Likud, desmontó hace unos días la insegura coalición que gobernaba en Israel. El jueves, además, por primera vez en la historia del país, un Ejecutivo no fue capaz de superar la moción de confianza en el Parlamento: lo que quedaba del Gobierno aún llamado de unidad nacional fue derrotado al fallarle al primer ministro conservador el apoyo de los sefardíes ortodoxos del partido Shas, favorables a una negociación con los palestinos con el sensato argumento de que, si Israel es sagrado, más lo es la vida humana.Simón Peres, jefe de la formación laborista, será probablemente encargado de formar Gobierno; si lo hace con el compromiso de sentarse a la mesa de negociación con los palestinos, es posible que cuente con el bloque Shas y con algunos de los partidos menores de izquierda, con lo que su Gobierno sería viable. Pero en Israel nunca se sabe: puede ocurrir que Peres no consiga la confianza del Parlamento y que al final sea necesario convocar elecciones generales.

Debe destacarse que es la primera vez en la historia de Israel en que se ha quebrado una alianza gubernamental por culpa directa de un desacuerdo en torno al concepto mismo de la negociación con los palestinos. Shamir, escudado en sus colaboradores más intolerantes, no desea sentarse a una mesa de negociación -pese a haber sido el padre de la idea, que concibió como maniobra dilatoria- y no quiere oír hablar de una paz a la que estaría abocado por la presión de la intifada, de EE UU, de Egipto o de los palestinos. En cambio, Peres parece dispuesto a negociar, sin poner excesivas trabas a la hora de definir la idoneidad de los interlocutores palestinos. Dicho de otro merio, los laboristas están dispuestos a aceptar el Plan haker, un proyecto no más complicado que una simple conferencia a cuatro -EE UU, Egipto, Israel y los palestinos- para decidir cómo se convocan elecciones en los territorios ocupados.

Existe una diferencia más entre las posiciones de conservadores y laboristas. El concepto de tierra por paz, que aparece ya en los primeros planes del anterior secretario de Estado, George Shultz, y que es central en la teoría de pacificación de los territorios palestinos ocupados, desmonta dos pilares de la política de afirmación del espacio estatal israelí: los asentamientos de colonos -estimulados últimamente por la emigración judía desde la URSS- y la ocupación de Jerusalén este. Ambos principios son combatidos duramente por los palestinos. El Likud muestra su obcecada negativa a modificar la actual política de ocupación, mientras que un laborista en el poder no tendría inconveniente en negociar el tema de los asentamientos pendientes, y menos aún se opondría a hablar en Washington con egipcios y estadounidenses sobre la configuración de la negociación. Concédase por unos días el beneficio de la duda a Israel y concíbase por un momento la esperanza de que con un Ejecutivo dirigido por Simón Peres se querrá jugar la carta de la paz.