21 septiembre 1935

Los partidos que gobiernan el país desde octubre de 1934 seguirán en el Gabinete

Crisis y cambio en el Gobierno Lerroux por las diferencias entre el Partido Radical, la CEDA y el Partido Agrario

Hechos

El 21.09.1935 la prensa informó del a crisis de Gobierno.

Lecturas

El 25 de septiembre de 1935 D. Alejandro Lerroux García dimite como presidente del consejo de ministros al frente del gobierno de Coalición Partido Radical – CEDA. Su último Gobierno comenzó el pasado mayo a merced de su pacto con el Sr. Gil Robles, alianza parlamentaria que busca que se mantenga aunque él ya no ocupe la presidencia.

El nuevo presidente del consejo de ministros es D. Joaquín Chapaprieta Torregrosa, independiente.

El líder de la CEDA, D. José María Gil-Robles Quiñones se mantiene como ministro de la Guerra, cargo que le da el control del ejército español.

En su primer Gobierno permanece el Sr. Lerroux García como ministro de Estado.

  • Presidente de la República – D. Niceto Alcalá Zamora
  • Presidente del Gobierno y ministro de Hacienda – D. Joaquín Chapaprieta (Independiente)
  • Estado – D. Alejandro Lerroux (Partido Radical)
  • Guerra – D. José María Gil Robles Quiñones (CEDA)
  • Gobernación – D. Joaquín de Pablo Blanco (Partido Radical)
  • Justicia y Trabajo – D. Federico Salmón (CEDA)
  • Marina – D. Pere Rahola (Lliga Regionalista de Catalunya)
  • Obras Públicas y Comunicaciones – D. Luis Lucía (CEDA)
  • Agricultura, Industria y Comercio – D. José Marínez de Velasco (Partido Agrario)
  • Instrucción Pública – D. Juan José Rocha García (Partido Radical)

El primer gobierno Chapaprieta-Lerroux durará hasta el 29 de octubre de 1935, cuando el caso straperlo derriba definitivamente al Sr. Lerroux García.

21 Septiembre 1935

Ante la crisis total

AHORA (Director: Luis Montiel)

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La actitud del Partido Agrario ha determinado la crisis total. No era posible que el Sr. Lerroux se aviniese a modificar el decreto de traspaso de servicios de Obras Públicas a la Generalidad catalana y, por tanto, en el momento de plantearse la demanda quedaba inequívocamente abierta la crisis. Y más vale así, porque complacer la exigencia hubiera equivalido a quedarse sin autoridad el Gobierno, cosa que si siempre es perniciosa lo es mucho más ahora en que tan necesitado se halla de ella el Poder público para hacer frente a los problemas interiores y exteriores.

El periodo de consultas no ha enseñado nada a la opinión. En España, toda la vida pública es de candilejas y escaparate. Incluso los que presumen de hábiles y tratan de operar entre bastidores o en la trastienda se encuentran muchas veces con la sorpresa de que les está viendo desde la calle. Por eso, en el inevitable protocolo de las consultas, la aspiración de los espectadores es que el desfile de los personajes sea breve, porque el fondo – y hasta la forma – de la contestación es conocido de antemano.

Aventurar una solución sería expuesto. Ni el papel de profeta es fácil, ni las circunstancias son lisas y llanas. Por consiguiente, ni puede conjeturarse la solución inicial de la crisis, ni si la inicial será la definitiva, por las dificultades con que se pueda tropezar en fijación de programa, ponderación de fuerzas y acoplamiento de carteras. ¡Ah!; pero el hombre de la calle, a quien no se le puede consultar, tiene su opinión, y sobre ésta sí puede discurrirse.

Su primer anhelo es que la crisis alcance solución rápida. No está el mundo para interinidades. Vive Europa, no ya días, sino horas llenas de peligros y no puede vivir en vacación el Poder público de España. Tiene razón el señor Alba al creer que no existe la debida preocupación por estas materias internacionales; pero aun así, hay la bastante para desear por momentos que se cierre el paréntesis de la crisis.

Pero no basta tener Gobierno pronto, sino que debe constituirse uno sólido y estable, condiciones que estarán en función  de la base parlamentaria con que cuente, de la extensión de coincidencias programáticas y de la idoneidad de los titulares de las carteras. Todos los sacrificios que se hagan para lograr que se dé esa suma de condiciones en la mayor amplitud posible serán escasos, y no se forjen ilusiones los partidos creyendo que el país no vigila, porque las circunstancias son tales que hay una superación del partidismo y una evidente preocupación nacional.

En las condiciones internacionales que vivimos no e puede pensar tampoco en una disolución del Parlamento y como este, por imperio constitucional, tiene que funcionar desde primeros de octubre, se deduce que el Gobierno que se forme será de estructura parecida al dimisionario: pero no quiere decir lo parecido lo mismo que lo igual. Quien reciba el encargo de gobernar está en el deber de procurar la ampliación del bloque presente, sin llegar a absorber las fuerzas de izquierda, que conviene constituyan una oposición gubernamental esencialísima en los regímenes parlamentarios, pero sin límite para espigar en el centro y harían mal en no dar facilidades para ello los partidos que hasta el presente han gobernado, ya que no es conveniente la frecuentación de la crisis, y abierta la de ahora debe ser aprovechada para formar un Gobierno que presida, en su día, la revisión constitucional y la consulta al país que se derive de ella.

21 Septiembre 1935

Gobierno nacional

LA ÉPOCA (Director: Alfredo Escobar, marqués Valdeiglesias)

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Apretado es el trance de Europa, ciertamente; pero tendría matices de tarasconada esto de que aquí se invocasen las dificultades diplomáticas que se ventilan en Ginebra para imprimir un carácter de urgencia y de salvamento a la solución de esta diminuta crisis doméstica.

Tendría matices de tarasconada si no se adivinaran demasiado claramente los rasgos de la eterna maniobra revolucionaria. Cualquier pretexto es bueno para intentarlo. Podría serlo el estallido de la guerra para sacarle a la calle en algaradas con vistas a la subversión total; pero, a falta de cosa mejor, pueden serlo las inquietudes de Europa – aunque a nosotros nos salvaguarde el unánime propósito de neutralidad – para intentar el acceso de un poquito de Revolución al poder.

No; no hay nada que disculpe a los ojos de Europa unas precauciones políticas que no han tomado todavía países más próximos al epicentro del posible seísmo.

Pero es que además, sería preciso que nos entendiéramos sobre ese concepto de nacional. Una inteligencia que tendría que preceder a la constitución del supuesto Gobierno.

Porque hay una cosa indudable; y es la voluntad de la inmensa mayoría de los españoles de permanecer neutrales. Pero hay, además, un problema de posibilidad.

Y se hace preciso decir una vez más que en ningún caso, ni en el más difícil para España, estaría justificado que se requiriese la cooperación en su Gobierno de estos sus naturales enemigos: pero que lo esta menos que nunca, ahora en que España no tiene otros problemas más apremiantes que los que se derivan de su política interior, de la necesidad de liquidar un periodo revolucionario, de la existencia de trazarse una nueva Constitución, de la perentoria urgencia de curar su Hacienda, y de la inexcusable reconstitución de aquellos organismos curar su Hacienda y de la inexcusable reconstitución de aquellos organismos – como el Ejército – víctimas de los primeros desahogos revolucionarios.

Claro es que esto no podrá hacerlo el Sr. Lerroux, ni podría hacerlo el señor Gil Robles ayudado por el Partido Radical. No quiere esto decir – pero no convendría omitirlo por si acaso – que pongamos más esperanza en las dotes del Sr. Martínez de Velasco que como todo el mundo sabe estuvo ya una vez a punto de ser el salvador de España…

Pero siquiera, ello es lo menos malo que el régimen nos ofrece. Y mientras no haya cosa mejor, siquiera eso libraría a España del bochorno de verla en las mismas manos que quieren destrozarla.