15 febrero 1956

Un disparo contra un estudiante falangista, Miguel Álvarez Pérez, desató la intiervención de la represión franquista

Detenciones masivas tras una revuelta universitaria en Madrid: Múgica, Pradera, Tamames, Gallardón o Elorriaga encarcelados

Hechos

  • El día 10 de febrero de 1956 el Gobierno de la dictadura anunció en una nota pública ‘incidentes causados por grupos de estudiantes universitarios’ ante los cuales suspendía temporalmente los artículos 14 y 18 del Fuero de los Españoles, relativos a la detención y el confinamiento.

Lecturas

El 11 de febrero de 1956 el Gobierno de la dictadura inserta un comunicado en toso los medios de comunicación firmado por la Dirección General de Seguridad en la que anuncia la detención de D. Enrique Múgica Herzog, D. Miguel Sánchez Mazas Ferlosio, D. Ramón Tamames Gómez, D. José María Ruiz Gallardón, D. Javier Pradera Gortázar, D. Gabriel Elorriaga Fernández y D. Dionisio Ridruejo Jiménez acusados de ser responsables de ‘alteraciones del orden’ en las universidades. Algunos de ellos eran considerados hasta la fecha como personas que respaldaban la dictadura franquista.

La dictadura franquista pronto descubrió que las universidades iban a ser un problema. A principios de febrero de 1956 comenzó a circular por las universidades cierto manifiesto crítico que pedía un congreso universitario, pero que pronto ocasionó una revuelta estudiantil. El 7 de febrero el periódico comunista, MUNDO OBRERO, ilegal y clandestino, publicaba un artículo de Federico Sánchez (D. Jorge Semprún, dirigente destacado del Partido Comunista de España, igualmente ilegal en aquel momento) sobre el interés de los comunistas en las universidades. El diario oficial ARRIBA que dirigía don Ismael Herraiz reproducía el texto el día 9 de febrero y lo replicaba en su editorial. El día 10 la totalidad de periódicos de ámbito nacional recogían las palabras del Sr. Semprún. Su objetivo era basarse en ese artículo para intentar demostrar que toda la revuelta universitaria era una maniobra orquestada por los comunistas.

El 9 de febrero, según los participantes en aquello “falangistas invadieron la universidad”. Tiene una parte lógica, el día 9 se conmemoraba la muerte de don Matías Montero (estudiante falangista asesinado por socialistas durante la República, el 9 de febrero de 1934). Y resultó que a alguno de los de la revuelta pacífica que buscaba la democracia se le escapó un tiro que alcanzó en la cabeza de uno de los falangistas, D. Miguel Álvarez de 19 años. El Gobierno de la dictadura respondió con la suspensión de clases en la universidad, la policía tomó las facultades y fueron encarcelados todos los firmantes del manifiesto, en una operación dirigida por el comisario Conesa, famoso “caza rojos” acusado de presión y torturas.

Entre los detenidos se encontraban comunistas como don Ramón Tamames, don Enrique Múgica o don Fernando Sánchez Dragó (ninguno de militancia comunista perpetua, por cierto). También don José María Ruiz Gallardón y don Gabriel Elorriaga – más tarde dirigentes de Alianza Popular – y don Javier Pradera – hijo del ex director del YA – que años más tarde se convertiría  en un importante líder editorial de la prensa de izquierdas en España. Otro detenido fue el ex corresponsal de ARRIBA don Dionisio Ridruejo, cuyo divorcio con el franquismo le había llevado a ser uno de los principales opositores al régimen desde la derecha.

Al día siguiente ARRIBA atacaba a los detenidos en un editorial: “¿Qué fórmula de libertad es la que desean para España determinados coleccionistas de firmas, que ni siquiera entienden la generosidad del Régimen fundada en su evidente fortaleza?”. Los periódicos del Estado, el matutino ARRIBA y el vespertino PUEBLO publicaron idéntico titular. El ABC no.

Aquella revuelta forzaría un cambio de Gobierno un semana después en el que fue apartado de su cargo el ministro de Educación, don Joaquín Ruiz Giménez, que se iría deslizando hacia la oposición. En 1963 fundaría CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO, uno de las primeros revistas de oposición, “Para que el país avanzara hacia la democracia era necesario dialogar”, diría luego.

07 Febrero 1956

LOS COMUNISTAS ANTE LAS UNIVERSIDADES

Federico Sánchez (D. Jorge Semprún)

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"CONTRA LA FALANGE Y EL SEU DE LA UNIVERSIDAD, LUCHA POR LAS LIBERTADES DEMOCRÁTICAS"

El estudiante comunista debe combinar las formas de acción legales e ilegales, prestando especial atención a las formas de organización y de lucha que surjan espontáneamente en la masa estudiantil, apara apoyarse en ellas sin dogmatismos preconcebidos y desarrollarlas políticamente; hay que aprender a luchar y a realizar un trabajo de propaganda y de esclarecimiento no sólo sobre las grandes cuestione políticas, sino también sobre todos aquellos problemas profesionales y culturales que emergen apremiantemente en la vida estudiantil. Pero la base de toda esta labor debe ser en cada caso concreto la elaboración para los estudiantes de las diversas tendencias de un programa mínimo en que se recojan las aspiraciones comunes a los diversos grupos y en el que se formulen las soluciones impuestas por la situación real sobre las cuales pueda llegarse a un acuerdo general.

Contra la Falange y el monopolio ‘seuista’ de la Universidad, lucha por las libertades democráticas de expresión y de asociación… Contra la política capitalista del Régimen, que tiene como consecuencia la colonización de España por los yankis…. lucha por la independencia nacional y una política de paz… Contra el telón que se opone a todas las corrientes culturales del mundo…. lucha por el establecimiento de relaciones culturales con todos los países sin discriminación.

Lucha por las reivindicaciones materiales y morales de los estudiantes y del profesorado…. Sobre estos puntos es posible organizar la acción decidida de una amplia mayoría estudiantil, y esta acción vendrá a fundirse y a reforzar la lucha del pueblo.

Y precisamente para despertarlo y revitalizarlo, es fundamental el entusiasmo estudiantil; de ahí su importancia verdaderamente nacional.

Federico Sánchez

10 Febrero 1956

SIN DOGMATISMOS PRECONCEBIDOS

Editorial (Director D. Ismael Herráiz)

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"¿LIBERTADES DEMOCRÁTICAS? LENGUAJE HIPÓCRITA DE QUIENES SEMBRARON DE CADÁVERES PARACUELLOS DEL JARAMA..."

El revelador texto que recogemos hoy, y que ha sido publicado por MUNDO OBRERO, como consigna para las juventudes rojas y para cuantos pretendan perturbar la vida estudiantil en nuestra Patria – uniendo ideas comunistas con otras liberales y no dogmáticas, muy del gusto de ciertas desorientaciones y peligrosas mentes – viene a explicar muchas cosas para cuantos no han comprendido el secreto alcance de algunas posturas intelectuales de ciertos compañeros de ‘viaje’ que, incluso sin saberlo, están haciendo el juego del comunismo internacional. El comunismo se ha hecho demasiado viejo y demasiado prudente, pues aquí le enseñamos a ser prudente a tiros, para lanzar consignas exclusivamente marxistas, que serían rechazadas con desprecio por nuestros estudiantes.  Hoy, el comunismo busca otros caminos, y los busca, sobre todo, a través de una orientación que parece inspirada en los más moderados principios de liberalismo político ‘Sin dogmatismo preconcebidos». MUNDO OBRERO busca la forma de destruir el sólido muro de la Falange y de la confianza de los españoles en torno al Caudillo. El dogmatismo rojo vendría después como vino en los años de nuestra Revolución y de nuestra Cruzada, cuando tantos estudiantes españoles y tantos catedráticos pagaron con sus vidas el haber creído un día que su postura liberal podría ser mantenida ante los ‘dogmatismos preconcebidos’ del comunismo.

Ha sido precisamente ayer, en la víspera de otro aniversario de la heroica muerte de Matias Montero a manos de los sicarios del marxismo, cuando el Partido Comunista lanza con desvergüenza y desenfado las nuevas consignas de un mundo torvo, que para engañar a nuestra juventud trata de vestir con la piel de cordero de unas ideas muy en boga en ciertos países  En labios de la Prensa roja, ¿qué siniestro sentido tiene la ‘lucha por las libertades democráticas de expresión y de asociación? No hay un solo estudiante español, hijo o hermano de aquellos que murieron en nuestra Cruzada, que no rechace con ira el lenguaje hipócrita de quienes sembraron de cadáveres de estudiantes y universitarios los campos de Paracuellos del Jarama. (…)

La siniestra coincidencia de propósitos está al descubierto y conviene que ni un solo español – estudiante o no, pero los estudiantes ante todo – ignore el punto de origen de sugerencias más o menos ponderadas que puedan difundir quienes incluso hayan sido nuestros camaradas. Con las consignas rojas no admitimos ni el diálogo. Sépanlo así no sólo los redactores de MUNDO OBRERO, sino los tontos y los necios de dentro que visten las consignas rojas con sus ideas trasnochadas y bobas, sin haberse enterado de que Moscú ha planeado antes lo mismo que ellos están propugnando ahora.

Frente a ese ‘programa mínimo’ que nos brinda el comunismo alzamos la gloriosa tradición española de nuestros estudiantes, primer objetivo de quienes sirven los más directos propósitos de la anti-España. Y no serán ni el comunismo de fuera ni los tontos de dentro, sino las autoridades universitarias españolas, la Falange y el Gobierno del Caudillo, quienes en su día den satisfacción a cuanto pueda haber de justo y de noble en las aspiraciones de nuestra juventud universitaria.

03 Octubre 1976

La noche de los cuchillos largos

Ernesto Garrido

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El 9 de febrero de 1956, hace veinte años, un falangista, Miguel Alvarez, fue herido de bala en un enfrentamiento entre estudiantes. Durante meses, la vida de este joven de dieciocho años se transformó en una preocupación permanente para los españoles. Más de cincuenta personas —demócratas los unos, reformistas los más— serían detenidas y acusadas de provocar los sucesos. Algunos grupos de falangistas y excombatientes se preparaban para pasar por las armas a los disidentes. El entonces ministro de Educación Nacional, Joaquín Ruiz-Giménez, y el rector de Madrid, Pedro Laín Entralgo, encabezaban una lista negra que circulaba entre las manos de los exaltados falangistas. El Ejército, bajo estado de excepción, lograría, no sin esfuerzo, desarmar a los «ortodoxos». Apoyándose en el testimonio personal de detenidos y protagonistas, y en la investigación de documentos históricos realizada por Fernando González, Ernesto Garrido ha redactado este reportaje. «Mientras yo sea capitán general, aquí no se mueve ni Dios.» La autoritaria orden del teniente general Rodrigo, capitán general de Madrid, había electrizado, aún más si cabe, el ambiente político. Un muchacho falangista de 18 años había sido herido de pistola en plena calle de Alberto Aguilera. Los seuístas, furiosos, pedían venganza. El Congreso Nacional de Estudiantes había revuelto la Universidad de San Bernardo. Convocado por destacados líderes —demócratas los unos, reformistas los más—, mediante un manifiesto contra el monopolio sindical que el SEU ostentaba en la Universidad, ese congreso se convirtió pronto en el germen de los enfrentamientos. El documento aperturista hacía referencia a la Declaración de Derechos Humanos de la ONU y fue redactado por los intelectuales que se reunían en torno al circulo «Tiempo Nuevo», entidad cultural promovida por el ministro de Educación Nacional, Joaquín Ruiz-Giménez, y el rector, Pedro Laín Entralgo. Tres mil estudiantes estamparon su firma en el escrito, que fue leído en todas las clases de la Universidad. Pocos días después, cuando se discutía el documento en las aulas, los falangistas invadían la Facultad de Derecho. Provistos de porras, palos y calcetines llenos de arena, arrasan el mobiliario y los enseres del centro. La respuesta de los estudiantes no se hace esperar y se decide atacar los locales del SEU. La violencia aumenta por momentos. Una lápida a los caídos queda destrozada y hasta se arrancan flechas del escudo oficial de Falange. El 9 de febrero se celebra el aniversario de la muerte del falangista Matías Montero, ocurrida en 1934. Los periódicos de la víspera insertaban aparatosos recuadros con los actos programados para el festivo día de exaltación de los valores nacionalsindicalistas. Los recientes enfrentamientos habían convertido la conmemoración en un desafío político. Según las distintas notas, se celebraría una misa en la capilla de la conflictiva Facultad de Derecho, una ofrenda de las tradicionales cinco rosas ante la lápida conmemorativa, en la calle Víctor Pradera y visitas a las tumbas del propio Matías Montero y de José Miguel Guitarte. Mientras, Arriba descargaba tinta contra los enemigos de la nación. Raimundo Fernández-Cuesta, secretario general del Movimiento, había cruzado días antes el Atlántico y, después de asistir a la toma de posesión del presidente brasileño Kubistchek, se dirigía a Santo Domingo. El ministro de Educación, Ruiz-Giménez, clausuraba los actos conmemorativos del año ignaciano en la Universidad con comprometidas palabras: «Tenemos en nuestra mochila las armas para triunfar, porque nuestra esperanza está intocada, como el 18 de julio.» El más duro enfrentamiento se produjo el día 9, cuando un grupo de estudiantes falangistas regresaba de los actos en memoria de Matías Montero. «Varios estudiantes —explicaría más tarde uno de los heridos en la refriega, Joaquín Ferrero— fuimos agredidos por otro grupo más numeroso, de ideología contraria. Nos asustaron. Se desabrocharon las gabardinas y en sus manos aparecieron porras y palos, amén de algunos stick de hockey. No vimos pistola alguna. Uno de nosotros, Eusebio Gamo, de Filosofía, se echó adelante gritando el Cara al Sol. Empezaron a llover piedras sobre nosotros. Una de ellas descalabró a un compañero. Entonces comenzaron a sonar tiros. A mi espalda cayó Miguel Alvarez. Todos echaron a correr. Algunos de nuestro grupo se refugiaron en la esquina de Guzmán el Bueno. Tuve tiempo de acompañar al que sangraba una farmacia.» Según el mismo testimonio, unos treinta falangistas venían en marcha: «La masa, vociferante, a los gritos de a ellos, que son falangistas, avanzó por el bulevar. Decidimos hacerles frente. Entre los universitarios había alumnos de los colegios José Antonio, Santa María y César Carlos, y algunos cadetes del Frente de Juventudes.» Miguel Alvarez fue asistido en una farmacia. Sangraba copiosamente por la cabeza. Antonio Gullón, secretario nacional de ex cautivos, ayudado por varios muchachos, introdujo a Miguel en un coche. Un camarada del herido empapó con su sangre la camisa azul. Conmocionado y sin sentido, el herido, miembro de la centuria Sotomayor, ingresó en la Clínica de la Concepción, perteneciente entonces al Instituto de Investigaciones Médicas. A los pocos minutos, los más altos mandos falangistas y destacadas personalidades del régimen llamaban a la clínica. «No puede morir. Sálvele. El doctor Obrador, médico que asistió a Miguel Alvarez Pérez, declaraba que el herido presentaba un estado de suma gravedad, shock traumático, inconsciencia y «una extensa resección en el tejido cerebral lesionado y edematoso en la parte posterior del hemisferio derecho». A una primera operación le sucedió otra de algo más de dos horas de duración. Jiménez Díaz vigilaba personalmente el proceso. Blas Pérez no dormía en los despachos del Ministerio de la Gobernación. Tomás Romajaro, vicesecretario nacional del Movimiento —hoy secretario del Consejo del Reino; Manuel Fraga Iribarne, secretario general de Educación; José Solís, delegado nacional de Sindicatos; el delegado nacional de exmbatientes, Tomás García Rebull; Jesús Gay, jefe del SEU en el distrito de la Universidad, Miguel Ángel García Ortiz, Vizcaíno, etc., que habían asistido juntos a himnos y glorias por el camarada Matías Montero, permanecían inquietos en los despachos oficiales. El camino de la reforma Hacía dos años que el SEU había iniciado el definitivo camino hacia su fracaso y extinción, hecho que se produciría diez años más tarde. En 1954 sólo algunos grupos monárquicos disentían de la línea oficial del SEU. El Hogar Guitarte, situado a espaldas de la Universidad de San Bernardo, era el lugar de reunión de los falangistas. Un pequeño núcleo de universitarios —dice Enrique Múgica, actualmente miembro de la Comisión Ejecutiva del PSOE— ni monárquicos, ni falangistas, consideramos la necesidad de crear un movimiento democrático de universitarios. Dentro de este círculo había personas como Tamames o yo, que poseíamos ascendencia republicana. Otros miembros eran Julio Diamante, Julián Marcos, Fernando Sánchez Dragó, Javier Pradera, etcétera.» Las últimas organizaciones de la FUE habían sido desmanteladas y «aprovechamos —continúa Múgica— el nacimiento de un movimiento cultural contestatario. Por aquel tiempo se publicaron libros de Gabriel Celaya y Blas de Otero. Era la época de Bienvenido, mister Marshall y los cineclubs ofrecían películas hasta entonces prohibidas». La Universidad comenzaba, después de la posguerra, a ser el centro de las preocupaciones culturales y políticas, «aunque intentábamos llegar a la política por la estética». La visita a Gibraltar de una alta personalidad británica derivó en una manifestación nacionalista organizada por el SEU y que contó con todos los parabienes oficiales. Miles de estudiantes marcharon hasta la embajada inglesa entonando gritos de «Gibraltar, español». En contra de lo que se podía pensar, fue disuelta por la Policía Armada. La actuación de las fuerzas del orden produjo tanta irritación entre los universitarios que, reunidos en el Paraninfo, examinaron la situación y, a los gritos de «prensa libre» —la oficial escondió, como era norma, los hechos— y «abajo el SEU», se quemaron los periódicos de Madrid y se organizó otra marcha hacia la Dirección General de Seguridad. El sentimiento democrático todavía se presentaba inmaduro, ya que muchos estudiantes renegaban de Falange mediante slogans como «Franco, sí; Falange, no». Semanas más tarde, se organizaron algunos encuentros entre la poesía y la Universidad, en los que intervinieron escritores contestatarios. Con ellos se intentaba combatir la carencia de espíritu crítico y la uniformidad cultural. El éxito de los encuentros influyó decisivamente para que al año siguiente se celebrase el Congreso de Escritores Jóvenes. Con la ayuda del rector, Pedro Laín —afirma Múgica— «intentábamos desarrollar charlas y coloquios para la constitución de un sindicato democrático». El Congreso tuvo lugar en unos locales que cedió el rectorado y en la presidencia se unían, por vez primera, miembros del SEU y universitarios de corte democrático. Durante las sesiones se editó un boletín informativo de las actividades, «en uno de cuyos números apareció una esquela de Ortega y Gasset, sin la cruz tradicional», apunta Múgica. El ministro de Educación Nacional, convencido de que podría fraguarse una reforma desde dentro, sentimiento muy compartido por otra parte por el ala progresista del SEU, colaboró en esta vivificación de la Universidad. Ruiz-Giménez y Pedro Laín, ministro y rector, respectivamente, habían iniciado una etapa de seudorrenovación que contaba con la antipatía de los duros personajes de Gobernación y Secretaría General del Movimiento, encabezados por Blas Pérez y Tomás Romojaro. Ruiz-Giménez se había propuesto escolarizar a todos los niños españoles. Al iniciarse 1956, apareció en la prensa, concretamente en las páginas del semanario El Español (lo editaba el Ministerio de Información y Turismo), un documento sobre la Universidad en el que se denun- ciaba a diversos profesores y alumnos. Elaborado, entre otros, por Eduardo Navarro y Pedro Rodríguez García,y atribuido al Opus, el escrito se extendía sobre una supuesta infiltración marxista en la Universidad. Enrique Múgica, entonces militante comunista de base, era centro de atención por sus amores con una muchacha en la playa y su osadía al escribir en la arena «soy comunista». Ramón Tamames era acusado de «poseer inclinaciones electorales». Derecho era la Facultad más renovadora. Allí se daban cita los profesores y alumnos contestatarios. Su número había crecido desde el Congreso de Escritores Jóvenes. El éxito de éste hizo pensar en la convocatoria de un Congreso Nacional de Estudiantes. «Era un intento de democratización de la Universidad», dice Gabriel Elorriaga, ex gobernador civil, fraguista y en aquel año jefe de Actividades Culturales del SEU. «El SEU, prosigue, se había transformado en un sistema de representación corporativo, pero estaba viciado». Junto a personajes como Tamames o Múgica se aglutinaban en el grupo personas nacidas del régimen. Dionisio Ridruejo, mano derecha del fundador de Falange, comenzaba su repudio ideológico de las doctrinas franquistas. Igual sucedía con Miguel Sánchez Mazas, José María Ruiz Gallardón, hijo del Tebib Arrumi, monárquico y hoy ultraconservador, estableció relación con los anteriores debido a su descontento por el pucherazo que recibiera la candidatura monárquica a las elecciones municipales de 1953. Formaban parte de aquella candidatura: Joaquín Satrústegui, Leopoldo Calvo Sotelo, Torcuato Luca de Tena y Juan Manuel Fanjul. Gabriel Elorriaga, seuísta reformador, se avino a colaborar ante la promesa de Javier Pradera —entonces miembro del PCE— de que conseguiría el puesto de jefe nacional del SEU; jefatura que le había arrebatado Serrano Montalvo, después de que Jordana de Pozas fuese destituido por criticar la actuación de la policía en la represión de la manifestación pro Gibraltar español. En fin, otros nombres eran los de Juan Sebastián Garrigues (hijo del ex ministro de Justicia, Antonio Garrigues y Díaz-Cañabate), Juan Antonio Bardem, Alfonso Sastre, Julio Diamante… Primer manifiesto democrático Tiempo Nuevo, círculo cultural presidido por Gaspar Gómez de la Serna y situado cerca de la calle madrileña de Velázquez, era el punto de reunión de la intelectualidad. Allí se realizó la redacción definitiva del documento de oposición público más importante después de la guerra. El llamamiento al Congreso Nacional de Estudiantes se empieza a perfilar en la clandestinidad. La idea parte de Jorge Semprún, responsable de intelectuales y estudiantes del Partido Comunista. «El documento —dice Tamames— lo redactamos en el café La Mezquita —hoy café Santander—. Pradera, Múgica y el mismo Tamames repasaron el escrito en el Retiro y José López Moreno —director de cine— lo redactó a máquina. Múgica fue el encargado de leerlo en Tiempo Nuevo. Miguel Sánchez Mazas, hijo de Rafael Sánchez Mazas, ex ministro, puso objeciones al texto. El actual dirigente ugetista, exiliado en Ginebra, formó parte del consejo de redacción junto con Juan Sebastián Garrigues y los tres citados. El mismo se encargó de hacer las copias. El manifiesto fue leído en todas las facultades. Las clases se interrumpieron para recoger firmas. Tamames, Carlos Zayas —hoy miembro del PSOE—, Gonzalo Sol —director de la guía gastronómica Sol— y algunos otros recogieron las firmas. Tres mil estudiantes, entre los que figuraba el actual ministro de Comercio, Juan Lladó Fernández Urrutia, estamparon su firma en el papel. Las discusiones sobre su contenido se prodigaron. Tamames fue requerido por el decano de Derecho, José Torres López, para que cesasen los debates. Curiosamente, las firmas nunca aparecieron. El rumor, posteriormente desmentido por el protagonista, apunta a Juan Sebastián Garrigues como acaparador de los contestatarios folios. La noche de los cuchillos largos En este enrarecido ambiente se producen los sucesos del 9 de febrero. La Universidad estalla. Las clases se suspenden por decreto. El estado de excepción pesa sobre el país. Dos artículos del Fuero de los Españoles, tan importantes como el 14 y el 18, serían suspendidos por tres meses. La Dirección General de Seguridad acusa a los antifalangistas de portar armas y ser los únicos responsables de los sucesos. Una nota oficial se centra sobre «la provocación de elementos de filiación comunista». En la calle corren rumores dispares. Algunos dicen haber visto disparar a un taxista. Otros estiman que fueron policías de paisano los que desenfundaron sus armas. Enrique Múgica estima, sin embargo, que pudieron ser los mismos compañeros del herido los responsables de los hechos: «Me habían mostrado en diversas ocasiones todo un arsenal de barras de hierro, pistolas y hasta granadas en el Hogar Guitarte.» La prensa recuerda los avisos que lanzó antes del día 9. Efectivamente, Arriba y otros periódicos insertaron en sus páginas diversos artículos anticomunistas. El órgano de Secretaría General reprodujo un artículo de Mundo Obrero, escrito por Federico Sánchez —alias de Jorge Semprún— en el que se criticaba al SEU y se llamaba a «la lucha a favor de las libertades democráticas de expresión y asociación». Mientras los renovadores simultaneaban sus reuniones en las casas de Ruiz Gallardón, de Garrigues y de García Valdecasas, Tamames era sometido por la policía a su primer interrogatorio. «Curiosamente no me preguntaron», dice, «quién escribió el boceto». Tomás Romojaro y Gumersindo García —jefe del servicio de investigación de la Secretaría General—, entre otros, alentaban a los falangistas para responder a la «provocación». Desde los mismos locales oficiales se llamó a todas las centurias y juventudes. Madrid temía una noche de los cuchillos largos. Una lista que contenía los nombres de más de cincuenta personas circulaba en los exaltados ambientes falangistas. El ministro de Educación, Ruiz-Giménez; el rector, Laín Entralgo; el decano de Derecho, Torres López, estaban incluidos junto a Tamames, Múgica, Ridruejo, Pradera, Bardem, Sánchez Mazas, Garrigues y un largo etcétera. En el lugar de los disparos, camaradas del herido Miguel Alvarez hacían guardia permanente. Torres López, al conocer que estaba en la lista, huye a París. La Guardia de Franco, los falangistas ortodoxos, el Frente de Juventudes estaban en pie de alerta. Las armas de los círculos seuístas pasaron de mano en mano. Se ha estimado que 5.000 personas estuvieron aquella noche amenazadas de muerte. Luis González Vicen, jefe de la Guardia de Franco, llamaba incansablemente a sus incondicionales. Muñoz Grandes y los mandos militares hacían lo imposible por controlar la situación. El primero de ellos, vicepresidente del Gobierno, era recibido urgentemente en El Pardo. Franco hace saber que todo depende del estado del herido, que continúa debatiéndose entre la vida y la muerte. Detenidos bajo excepción El primero de los detenidos es Dionisio Ridruejo. Fuerzas policiales acuden a casa de Tamames, pero éste se encuentra en la finca de Luis Miguel Dominguín (el padre de Tamames era médico del torero). Los inspectores llaman por teléfono y Ramón Tamames tiene que trasladarse a Madrid con urgencia. «Es por motivos de seguridad», me dijeron cuando me introducían en el coche, afirma el economista. Ruiz Gallardón es detenido en plena reunión y en su casa. Es interrogado dos veces. Enrique Múgica, que se hallaba cumpliendo el servicio militar, es trasladado a la capital. «En los interrogatorios —dice— contesté que los manifestantes no llevaban ni siquiera un alfiler.» Gabriel Elorriaga es arrestado en La Coruña, donde se encontraba pronunciando una conferencia. Por fin, los centros de Falange, SEU y Guardia de Franco son inervenidos por el Ejército. Algunas personas son desarmadas por la calle. El Juzgado número 19, se ocupa del sumario. El «camarada» Roberto Reyes asume la representación de la familia de Miguel Alvarez; Reyes era delegado de Justicia del Movimiento… «Estuvimos nueve días incomunicados en la Dirección General de Seguridad», narra Ramón Tamames. Al décimo día, el juez decreta la libertad provisional de los detenidos, pero el ministro de la Gobernación ordena su traslado a Carabanchel. Los ministros y altas personalidades se suceden en sus visitas a la Clínica de la Concepción. Juan José Pradera, hombre de confianza de Raimundo Fernández-Cuesta, intercede no por su sobrino, Javier Pradera, sino por otro de los detenidos: Gabriel Elorriaga. El padre de Tamames hace llegar sus preocupaciones a Agustín Muñoz Grandes. Un día antes de que Miguel Alvarez comience realmente a recuperarse y mueva alguno de sus miembros, son destituidos sin explicaciones —como era habitual— los ministros de Educación, Ruiz-Giménez, y del Movimiento, Fernández-Cuesta. Laín, rector de la Universidad de Madrid, Fraga Iribarne, secretario general técnico, también son apartados. Jesús Rubio y José Luis Arrese ocuparon los Ministerios de Educación y Movimiento. Diego Salas Pombo sustituye a Romojaro en la vicepresidencia general. Reliquias, plegarias y misas se suceden en todo el país por el estado de salud de Miguel Alvarez. Jorge Mistral ofrece su sangre por si fuera necesaria una transfusión. El doctor Elío informa a la prensa: «Se han aplicado al herido drogas neoroplégicas y su cuerpo estuvo sometido a hibernación.» En la cárcel se unen a los anteriormente citados otra serie de personas, entre las que se encontraban Fernando Sánchez Dragó, Julio Diamante, Julián Marcos, José Luis Abellán, Jesús López Pacheco. Juan Sebastián Garrigues no llega a ser arrestado, debido a las gestiones de su padre. Al mes y medio de los sucesos, un nuevo y nutrido grupo de personas ingresa en prisión. Vicente Girbau y Francisco Bustelo son acusados distribuir ilegalmente un escrito de solidaridad con los detenidos, que finaliza con la frase: «Abajo Blas Himmler.». Los defendería José María Gil-Robles en su primera actuación como abogado de un juicio político, después de su vuelta del exilio. Al parecer, Franco se interesó personalmente en la causa, pues le preocupaba que los acusados fueran absueltos. Los treinta de Carabanchel A los restantes se les acusa de reunión ilegal. «Tuvieron que incluir en el sumario hasta a los criados de mi casa —dice Ruiz Gallardón—». Alguno de los detenidos es sospechoso de delito por tener en su casa obras del «sedicioso filósofo» Ortega y Gasset y otros han de responder por poseer documentos de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero y de la Europa verde. Ruiz Gallardón se encarga, además de su propia defensa, de la de Ridruejo y Sánchez Mazas. Antonio Garrigues, padre, defiende a su hijo. La vista de la causa nunca se celebró, ya que, el mismo día en que dio comienzo, el fiscal retiró la acusación. Ridruejo y Tamames pintaban en Carabanchel sus primeros cuadros y Fernando Sánchez Dragó conseguía el premio de poesía, promovido por los detenidos en primavera. Ridruejo fue autorizado a salir de su celda para asistir al entierro de su hermana en Soria. Al regreso fue otra vez conducido a Carabanchel. Elorriaga logra salir a los cuarenta días por medio de una instancia enviada «a tan alta jerarquía» como Arrese. Javier Pradera cumple arresto en un cuartel de Getafe, dada su condición de teniente jurídico del Ejército del Aire. El 17 de abril sale Tamames. El último es Enrique Múgica. El tiempo que permaneció en prisión se lo descuentan del servicio militar. La reforma ha fracasado Los sucesos sirven para que los ultras tomen posiciones en distintos ministerios. Blas Pérez apuntala su poder con la ayuda de García Hernández, padre del ex ministro, que posee una vivienda en la Dirección General de Seguridad y es el encargado de organizar a la policía. La reforma desde dentro ha fracasado y los falangistas consiguen su objetivo: apartar al propagandista Ruiz-Giménez. Arrese es autorizado a ensayar de nuevo la revolución pendiente. Desde Secretaría General intenta recuperar el SEU sin éxito. Reaparece La Hora, revista que dirigiera antes de los sucesos Gabriel Elorriaga. Fraga es nombrado, con el tiempo, subdirector del Instituto de Estudios Políticos. Según Javier Pradera, «1956 es un año de suma importancia en la historia del régimen». Ese año, personas como Dionisio Ridruejo y Miguel Sánchez Mazas comienzan a distanciarse del franquismo. La vida política se inicia en la Universidad. La oposición agrupa no sólo a los ilegales de siempre». Nace la Asociación Socialista Universitaria (ASU) de la mano de Vicente Girbau, Francisco Bustelo, Montesinos y Víctor Pradera (hermano de Javier). También se crea el Frente de Liberación Popular, compuesto por cristianos de izquierda como Julio Cerón y Raimundo Ortega. Los monárquicos desaparecen de las aulas universitarias. Convencidos de que la contestación universitaria continuará, el Gobierno incrementa los efectivos de la Policía Armada y las fuerzas de orden público en general. José Antonio Girón encamina al desastre nuestra economía con su slogan «subiremos los salarios y no los precios». La galopante inflación agrava la recensión económica producida por las heladas. Una gran nevada cae sobre el país y las exportaciones, sobre todo las de cítricos, tocan fondo. La autarquía no es solución para la crisis. Los nuevos aires económicos no llegarán a las esferas gubernamentales hasta la entrada en el Gabinete de Mariano Rubio y Alberto Ullastres. Franco estudia en un castillo sevillano, asesorado por Javier Conde y José Luís Arrese, la estrategia política a seguir. El general percibe que la doctrina falangista sólo es viable traduciéndola al franquismo. Blas Pérez abandonará el Ministerio de Gobernación, cargo al que había llegado de la mano de un hombre de la confianza del general, el notario Martínez Fusset. La oposición estaba contenida, de momento, por el miedo. MIGUEL ALVAREZ VIVE Después de ser operado, Miguel Alvarez no recordaba nada. Había olvidado todo, completamente todo. Ni siquiera sabía rezar oración alguna. Un amigo, falangista, comenzó a enseñarle con paciencia. Después de algún tiempo, recobró la memoria y aprendió cuanto necesitaba. Aún no sabe nada sobre el estado de excepción decretado por Franco hace veinte años ni de los detenidos. Miguel Alvarez vive. Casi ciego, paralítico de medio cuerpo, olvidado por casi todos, aquel joven falangista de 18 años, herido de bala en un enfrentamiento entre estudiantes el 9 de febrero de 1956, pasa horas y horas pensando aún en su recuperación. En un modesto piso situado en la calle General Alvarez de Castro, 21, olvida poco a poco los sucesos de los que todo un país estuvo pendiente. Nada recuerda del estado de excepción decretado por Franco hace veinte años. Tampoco sabe nada de los detenidos. Miguel fue recogido por manos falangistas, manchado de sangre, cuando los manifestantes huían de los disparos por las calles de Alberto Aguilera y Guzmán el Bueno. El XXII aniversario de la muerte de Matías Montero fue el día más luctuoso para los supervivientes de la semiolvidada posguerra. Todo el país pendiente de su vida. Una vida que salvó, en dos arriesgadas operaciones, el doctor Obrador y el cuadro médico que dirigía el profesor Jiménez Díaz. «Después de la operación —dice la madre— no recordaba absolutamente nada. Había olvidado todo, completamente todo. Ni siquiera sabía rezar oración alguna. Un amigo nuestro, falangista, comenzó a enseñarle con paciencia. Después de algún tiempo, recobró la memoria y aprendió cuanto necesitaba. Hoy posee una gran cultura.» Los partes médicos eran seguidos con inquietud por los detenidos y sus familiares. Incluso por personajes que ocuparon puestos oficiales, como Laín Entralgo —rector de la Universidad de San Bernardo— o el propio ministro de Educación y Ciencia, Joaquín Ruiz-Giménez. Los primeros tenían un juicio acalorado. Los segundos sabían que sus nombres circulaban por el Madrid político en las listas elaboradas para una noche de los largos cuchillos. La casa donde hoy vive Miguel Alvarez Pérez está situada en el Madrid castizo de Chamberí. Estrecha, sin luz, de escaleras desvencijadas. En el recibidor se agolpan un piano, el tresillo de terciopelo, un tocadiscos último modelo y dos cuadros con sendos dibujos a carboncillo de Miguel y su hermana Concepción, ya casada. Sus padres, Romualdo Alvarez Arenas y Concepción Pérez, acompañan a Miguel a todas partes. Viven juntos en la misma casa de bodas, en el lugar donde nació el falangista galardonado con la medalla al valor. La mayor parte de los vecinos desconocen su identidad. La familia Alvarez es una familia cristiana y falangista. «Tanto él como su padre —asegura la madre— son hombres de ideas firmes y patrióticas.» El abuelo de Miguel fue militante de Acción Popular. Miguel no pudo pilotar un avión, objetivo para el que trabajó, antes del 56, en el Bazar Chamberí (Eloy Gonzalo, 28) y algunos bares cércanos a su domicilio. Actualmente, su afición es tocar el piano, oír música y hacer gimnasia. «Me hubiese gustado dirigir una orquesta y ser compositor. Ya no puedo, pero tengo realizadas varias obras pequeñas.» Es un forofo de la zarzuela y de la música clásica y no se pierde concierto alguno del Teatro Real. La familia vive de la jubilación del padre y de los beneficios obtenidos por el quiosco de bebidas situado frente al Palacio de Comunicaciones, y que el conde de Mayalde, entonces alcalde de Madrid, les proporcionase. «No hemos recibido más ayuda que el quiosco —nos dicen—. Pero cualquier día cambian de alcalde y nos lo quitan.» Miguelito, como suelen llamarle todavía los médicos de la Clínica de la Concepción —lugar donde fue intervenido por primera vez—, estima que los sucesos del 56 contribuyeron a garantizar «otros diez años de paz para España». Es todavía socio de los Círculos de José Antonio, aunque su ficha no aparezca en los archivos actualizados tras el último congreso. «Antes —dice— iba a menudo al círculo; hace tiempo que no voy por allí, pues sólo daban conferencias y no se hacía nada.» Recuerda con nostalgia a Hedilla, padre, «hombre que escribió cosas muy duras y que llevaba razón en lo que dijo sobre Franco. Estoy de acuerdo con él». Opina que José Antonio Primo de Rivera «no hubiese vivido de cualquier forma» y que actualmente es «urgente la unidad de los falangistas». «Me daría igual —continúa— que como jefe pro- visional nombrasen a Arrese, Girón o Fernández-Cuesta, aunque es preciso reconocer que son viejos y han de dejar paso a los jóvenes.» «¿Fraga?, Fraga es un chaquetero.» Ni Elorriaga, Ruiz Gallardón, Tamames, Múgica, Padreda, conocen personalmente al falangista de la centuria de Sotomayor. Desde la cárcel oirían su nombre y poco después, reconocerían a Miguel en las fotos publicadas en los periódicos. «Ruiz-Giménez y su mujer nos han visitado varias veces. Incluso me felicitan en Navidad y el día de mi santo. Son muy amables. Arrese y el conde de Mayalde también envían recuerdos. Sí, Girón sí nos escribe. Fernández-Cuesta nunca se ha preocupado, no ha venido nunca.» Miguel Alvarez se pone muy nervioso cuando recuerda los hechos, a pesar de los treinta años transcurridos. No tiene amigos, «los que tenía se han casado. Antes nos reuníamos unos treinta que pertenecíamos a la misma centuria. Siempre marchábamos juntos en las excursiones. Al casarse, todo varía. Yo lo comprendo.» Sus padres piensan que podía trabajar; «otros muchos —afirman— han encontrado empleo». «El doctor Obrador (habla la madre) hizo cuanto pudo.» Jiménez Díaz se portó muy bien. El doctor Boixador, también. Jiménez Díaz hubiera deseado tener un hijo como Miguel, con el mismo amor a la patria, con sus mismos ideales.» «Conservamos todos los recortes que se han publicado sobre el tema. En cualquier biografía sobre Franco aparece Miguel. Nos han dicho que en un libro de un historiador francés aparece una fotografía suya. He encargado a unos amigos que lo compren.» «Franco —concluye Miguel—, me dijo que contara con él cuando recuperara la vista.»

El Análisis

EL ÉXITO DE QUE LA PRENSA CITE TU NOMBRE

JF Lamata

La revuelta de 1956 supuso un gran éxito para los opositores a la dictadura por varios sentidos. El primero porque la prensa franquista informó del tema. Con la censura vigente, hubiera sido relativamente fácil para el Gobierno del General Franco tratar de ‘tapar’ ese incidente cuidando que ningún periódico lo recogiera en sus páginas, pero los sucesos habían forzado al Gobierno a mandar una nota.

Y, en segundo lugar, porque por primera vez, la dictadura se veía obligada a dar los nombres de los opositores. Algunos de ellos pertenecientes a familias con un importante pedigrí franquista: la familia Pradera, la familia Sánchebz Mazas, por no hablar de D. Dionisio Ridruejo, que había sido fiel colaborador de la Falange Española con D. José Antonio. Demostraba que algunos ‘hijos de los vencedores’ de la Guerra Civil Española no acababan de simpatizar con la dictadura. También es relevante la presencia de D. Gabriel Elorriaga, que era del SEU. Porque venía a demostrar que aunque el Partido Comunista de España orquestara aquella revuelta, a ella se habían sumado personalidades que tenían poco o nada que ver con el comunismo.

Además, según explicó  uno de los detenidos a LAHEMEROTECADELBUITRE, D. Ramón Tamames, el hecho de que se hicieran públicos sus nombres fue la mejor garantía para evitar que ninguno de ellos fuera torturado.

J. F. Lamata