14 enero 1992

Empresas vinculadas a dirigentes del PSOE se hicieron millonarios con los sobrecostes de las obras encargadas a RENFE para la construcción de nuevas infraestructuras

Dimite el ministro de Sanidad, Julián García Valverde (PSOE), por el caso de corrupción ‘AVE’ durante su etapa al frente de RENFE

Hechos

El 14 de enero de 1992 presentó su dimisión el ministro de Sanidad, D. Julián García Vargas, siendo reemplazado por D. José Antonio Griñán.

Lecturas

Al iniciarse la década de los noventa ya era un hecho que había todo un sector de hombres de negocios que se estaban haciendo millonarios como intermediarios de negocios. Eran ‘conseguidores’. Unían a las distintas partes de un negocio, de compra, venta, o adjudicación y, a cambio de lograr que el negocio llegara a buen puerto se llevaban un porcentaje del mismo. Y se daba la circunstancia de que gran parte de estos ‘conseguidores’ disponían de carné del PSOE. Ese era el caso de D. Florencio Ornia, que fuera Director General de la Presidencia del Gobierno y de Juan Carlos Mangana, que había sido empleado en nómina por la comisión ejecutiva del PSOE. Estos dos militantes socialistas se habían hecho millonarios por su labor de ‘conseguidores’ a cambio de comisiones de Siemens. Estrictamente ejercer de intermediario en un negocio no es un delito pero si se asumía que su poder como intermediario se debía a su influencia en el gobierno o en el partido del gobierno aparecía como poco, una actitud no del todo estética dentro del ideario socialista, junto a dibujar la silueta de tráfico de influencias.

Pero el caso vinculado a negocios de comisionistas más grave iba a quedar unido al nombre de un ministro: el de D. Julián García Valverde, ministro de Sanidad perteneciente al ‘sector guerrista’ del Gobierno (enfrentado al sector más liberal del Gobierno que encabezaba D. Carlos Solchaga). El Sr. García Valverde, antes de ser ministro socialista de Sanidad había sido, también bajo gobierno del PSOE, máximo responsable de RENFE.

RENFE había decidido realizar operaciones especulativas para financiar parte de la inversión del eje San Sebastián de los Reyes-Alcobendas con García Valverde como presidente. La compañía estatal planeó la compra de terrenos lindantes con el trazo de la vía u otros centros ferroviarios que subirían de valor después de ser recalificados, para venderlos posteriormente. Para ello se utilizó a la empresa filial Equidesa.

El 1 de octubre de 1991 el ministro de Fomento, D. Josep Borrell, interpelado en el congreso, reconoció por primera vez en el Congreso que en ese proceso había irregularidades que se iban a especular.

El 24 de noviembre de 1991 la nueva presidenta de RENFE, Dña. Mercé Sala, que había asumido el cargo tras abandonarlo D. Julián García Valverde para asumir este el cargo de ministro de Sanidad admite que la compañía adquirió aquellos terrenos únicamente para especular con ellos. Pese a ello el Sr. García Valverde asegura que esa investigación ‘no le va a perjudicar ni en el Gobierno ni en el PSOE’. Pero Ese mismo día Izquierda Unida presenta en los juzgados una denuncia contra D. Julián García Valverde al que acusa de prevaricación, maquinación para alterar precios de las cosas, malversación de fondos públicos, estafa, falsedad en documento público, delito fiscal y fraude con exacciones ilegales.

El 27 de noviembre el ministro D. José Barrionuevo (de la facción felipista, enfrentado a la facción guerrista de García Valverde) reconoce que “no hay una explicación satisfactoria” al hecho de que participaran en la compraventa de terrenos sociedades intermedias, cuestión por la que considera urente una investigación que aclare el caso. “Alguien ha podido utilizar una información en provecho propio”, decía Barrionuevo. Siendo esta vez un propio dirigente del PSOE el que deslizaba la acusación de “información privilegiada”.

Por su parte D. Eduardo Mangada, consejero de Urbanismo de la Comunidad de Madrid por el PSOE (y antiguo miembro del PCE), afirma que RENFE actuó durante la etapa del Sr. García Valverde al margen de la decisión consensuada con la Comunidad y los ayuntamientos que requería el trámite de expropiación, que da seguridad jurídica a estos procedimientos.

El 4 de diciembre de 1991 ante la acumulación de datos en su contra, el Sr. García Valverde pidió que se creara una comisión de investigación para analizar su gestión mostrándose seguro de que esta demostraría su inocencia. Pero su propio partido, el PSOE, no parece tan partidario de convertir el escándalo en una investigación pública. El 6 de diciembre de 1991 es la ministra portavoz del Gobierno, Dña. Rosa Conde (del sector felipista) la que reconoce que en el Gobierno no hay un criterio único sobre como afrontar el caso RENFE, haciéndose evidente la división entre ‘guerristas’ y ‘liberales-felipistas’.

El 11 de diciembre de 1991 durante una sesión de Control, el ministro D. Carlos Solchaga Catalán, afirma tajantemente que RENFE se equivocó en la compra de terrenos realizada en San Sebastián de los Reyes. Los datos de la operación hablan de que el negocio ha podido suponer para intermediarios cantidades que pudieron superar los 4.000 millones de pesetas. En medios de comunicación algunos disparan la cifra hasta los 12.000. Y se empieza deslizar una idea: ¿El Sr, García Valverde miró para otro lado mientras permitía que se forraran los intermediarios? ¿El Sr. García Valverde apoyó que se enriquecieran esos intermediarios porque eran amigos suyos o porque consideraba que el negocio era positivo para RENFE? ¿O lo hizo porque acaso él podía haber sacado tajada del negocio? La sospecha a esta última posibilidad (nunca acreditada por tribunal alguno) es lo que terminó por destrozar la imagen del Sr. García Valverde.

A pesar de haber sido sostenido durante más de un mes por los ‘guerristas’ finalmente el 13 de enero de 1992 tuvieron que dejarlo caer y ese día D. Julián García Valverde dimitió como ministro de Sanidad denunciando que era víctima de una ‘conspiración contra él’. Fue sustituido en el cargo de ministro de Sanidad por D. José Antonio Griñán (el que años después sería condenado por el caso de los EREs de Andalucía).

garciavalverde1992_4 D. José Antonio Griñán, un peso pesado del PSOE andaluz, será el nuevo ministro de Sanidad reemplazando al Sr. García Valverde. Al contrario que el Sr. Valverde, el Sr. Griñán no es un discípulo de D. Alfonso Guerra, sino que es un hombre de los felipistas, en particular al presidente de Andalucía, D. Manuel Chaves.

NarcisSerra1992 El Vicepresidente del Gobierno, D. Narcís Serra presionó a su colega Sr. García Valverde para que dimitiera por su responsabilidad en el llamado ‘caso AVE’.

El Sr. García Valverde era el segundo ministro que tenía que dimitir por un caso de corrupción después de la dimisión de D. Alfonso Guerra como Vicepresidente un año después.

En lo que se refiere a los socialistas D. Florencio Ornia y D. Juan Carlos Mangana, el PSOE les pidió que se dieran de baja y abandonaran el partido por la mala imagen que tenían (era una orden directa de Felipe González, que pidió en público que quería ‘fuera del PSOE’ a todos los que estuvieran aprovechando del partido para ganar dinero). No es probable que los Sres. Ornia y Mangana lamentaran demasiado su expulsión del partido. Les quedaban como consuelo los 800 millones de pesetas que habían cobrado de Siemens por conseguir para ellos el contrato de RENFE para el tren de alta velocidad: el llamado caso AVE.

El caso AVE sería uno de los procesos judiciales más largos, dado que el juicio oral a D. Julián García Valverde, el ex miembro del comité electoral Sr. Sotero Jiménez, Dña. Aída Álvarez, D. Miguel Molledo y D. Florencio Ornia no se celebraría hasta más de diez años después: en 2005, con la humillación que suponía para un ex ministro como D. Julián García Valverde, el sentarse en el banquillo de los acusados. No sería el único miembro del Consejo de ministros de D. Felipe González que compartiría ese honor: D. José Barrionuevo, D. José Luís Corcuera y D. Narcís Serra también tendrían que pasearse por los juzgados. En el caso del Sr. García Valverde le quedó el consuelo de que no pudo acreditar que percibiera soborno alguno, aunque su etapa en RENFE queda lastrada por haber permitido – ya fuera por acción o por omisión – que algunos camaradas se llenaran los bolsillos.

14 Enero 1992

La dimisión

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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Julián García Valverde ha dimitido como ministro de Sanidad. La dimisión es consecuencia de la asunción de sus responsabilidades políticas -en el escándalo de las compraventas de terrenos por Renfe y sus filiales, cuando el ministro era presidente de la compañía ferroviaria.La decisión de García Valverde es un gesto positivo, al menos por tres razones. Personalmente, demuestra coherencia con la actitud de asumir sus responsabilidades en el control de la gestión de la compañía, de la que su petición- de crear una comisión parlamentaria de investigación fue un prólogo. Administrativamente, permite romper la parálisis que su ministerio -muy importante desde el punto de vista de los ciudadanos aunque quizá no lo sea tanto desde el de la influencia política- estaba registrando desde el mes de octubre. Políticamente, elimina un factor de turbulencia de la vida política, en buena parte bloqueada por esta cuestión.

Pero hay más. En este país, que parecía empezar a acostumbrarse a una rigidez extrema entre la realidad ciudadana y su dirección política, y en el que el verbo dimítir apenas se conjuga, el acto político de’ García Valverde constituye una noticia -esta vez sí puede utilizarse el vocablo- muy significativa. Es en todo caso el más relevante cese a petición propia de un político, para que con toda libertad se aclaren las responsabilidades en que podría haber incurrido, en un escándalo relacionado con la corrupción.

Importa menos ahora, y en todo caso correspon de a la justicia dilucidarlo, si esas responsabilidades se circunscribieron a la ignorancia, llegaron a la tolerancia o rozaron la connivencia con lo que irregularmente sucedía en su empresa. Simplemente conviene recordar, cuando tan propensos somos a calificar sucesiva o simultáneamente a los protagonistas de la vida pública como héroes o como villanos, la presunción de inocencia. En su nota de despedida, Valverde asegura que «si en la instrumentación de las compraventas se hubieran producido irregularidades, que quede claro que se han hecho sin mi conocimiento y con abuso de confianza».

Es decir, Valverde resalta que uno puede irse a su casa sin necesidad de haber robado. No es su honorabilidad personal lo que está en cuestión, sino su credibilidad política y la del propio Gobierno. Por ello cuesta entender el tiempo transcurrido entre que decidió renunciar a su cargo -las navidades- y el momento en que lo ha puesto en práctica. De entonces a hoy han proseguido las revelaciones sobre el escándalo; la actual dirección de Renfe ha presentado una denuncia al juez por la actuación de uno de sus principales asesores, y la oposición ha exigido la destitución del titular de Sanidad.

¿Por qué se han necesitado tantos días para instrumentar la decisión? Según la versión oficial, la dimisión de Valverde fue presentada el viernes y aceptada ayer por Felipe González. Pero también cabe pensar que hasta el último momento sus superiores no han visto clara la necesidad de que dejase el cargo, como parecen indicar las palabras de la ministra portavoz, al acabar la última reunión del Gabinete, al afirmar que «mientras el presidente no diga lo contrario, cualquier hipótesis de dimisión es descabellada». O eso constituía una mera reafirmación retórica de un hecho obvio (la competencia constitucional del presidente para destituir y nombrar ministros); o bien la tardanza en resolver el problema ha obedecido a una táctica de morosidad, discreta pero activamente reclamada por algunos sectores del partido socialista -aguantar el tirón, esperar las conclusiones de la comisión parlamentaria, aguardar a que capee el temporal-, típica de los estilos menos flexibles y renovadores de la cosa pública.

La dimisión de Valverde demuestra su voluntad de transparencia y de asunción de responsabilidades. Aunque en ella hay también un claroscuro: su tardanza. Por ahora es imposible saber si obedece únicamente al enorme envite que supone la primera dimisión de un ministro a causa de un escándalo o es síntoma preocupante de la resistencia del poder socialista a sanear su gestión y hacerla más transparente. Dicho de otra manera, la renuncia del titular de Sanidad ¿era sólo inevitable o también necesaria? De la respuesta a esta cuestión dependen muchas cosas para el futuro inmediato de este país.

14 Enero 1992

¿A quién denuncia García Valverde?

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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EL ministro de Sanidad y Consumo, Julián García Valverde, dio a conocer ayer noche su dimisión del cargo a través de una significativa misiva al presidente del Gobierno, Felipe González, en la que justifica su decisión de abandonar el gabinete en razón de una «operación política» de la que, según él, ha sido víctima. ¿A quién denuncia Julián García Valverde? El fenómeno ha sido realmente tan clamoroso que no se requiere la más mínima dote de adivinación para saberlo: habla, en primer y principal lugar, de la actitud de varios de sus propios compañeros de Gobierno y partido. De ese sector que, desde hace varias semanas, lo ha tenido en el disparadero, facilitando que la oposición parlamentaria y los medios de comunicación pudiéramos -con toda razón, es verdad- acribillarlo. Alfonso Guerra lo dijo, apuntando contra José Borrell, y sabía de qué hablaba: ha habido un deseo claro de convertir a García Valverde en chivo expiatorio de las corrupciones gubernamentales, y a ese fin se ha contribuido con constantes filtraciones a la Prensa y con repetidas zancadillas procedentes de las propias filas socialistas. La denuncia presentada por Renfe contra el que fuera asesor de García Valverde en sus tiempos de máximo responsable de la compañía ferroviaria fue el rizo del rizo. La Administración socialista, que se denunciaba a sí misma ante los tribunales: la guerra interna no podía ser ya más abierta. Nada tiene de especial que, en esas condiciones, el ministro de Sanidad haya decidido tirar la toalla. El desenlace es sin duda merecido. Los errores acumulados por Julián García Valverde han sido excesivos, y no hace al caso que trate de exculparse apelando ahora a posibles «abusos de confianza», sobre todo cuando él mismo vuelve a remachar el clavo filosófico de su aberración reivindicando de nuevo las ya célebres «plusvalías socialistas». Pero también es cierto que Felipe González, aceptando la dimisión de Julián García Valverde, demuestra una inconsecuencia supina. Porque la actuación del hoy dimisionario ministro de Sanidad es casi un juego de niños comparada con la de otros responsables socialistas -recuérdese, muy especialmente, el caso Filesa- que no ha sido sellada con ninguna dimisión ni destitución. Hoy García Valverde, como ayer Pilar Miró, presta su cabeza de Bautista para acallar iras que apuntan mucho más lejos y mucho más alto: contra el propio presidente del Gobierno, para empezar, que ha tolerado que su partido se haya convertido en un nido de corrupción y carrerismo. La investigación sobre el escándalo de Renfe se verá facilitada por el apartamiento de García Valverde de sus responsabilidades gubernamentales. Pero su cese deja también; inevitablemente, un regusto amargo. Porque no era él sólo. Y, sobre todo, no era él el principal. Otros que tienen más culpa seguirán sentados en la mesa del Consejo de Ministros. Y, encima, rumiarán su éxito.

14 Enero 1992

García Valverde

Francisco Umbral

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Coño que si sabía de trenes. Sabía hasta de los trenes que no van a pasar nunca por sitios que no verán jamás el tren. Y en eso ha montado sus especulaciones. Sabía de trenes incluso más de lo que yo le concedía. Si uno tuviese que definir a García Valverde, yo diría que es, o más bien que era, un yuppi cruzado de chuleta, un tío muy puesto, algo pedante y con un ramalazo de haber sido el más malo del colegio (sigue teniendo una cara y un flequillo niñoide). En la larga gestión de Felipe González, nunca había cometido éste un error tan fuerte como nombrar ministro de Sanidad al tipo menos saludable, moralmente, de la política nacional. Enfermo profesional como es uno, el descontento de los médicos me llegó en seguida ante el nombramiento, como hoy mismo la alegría de su cese, bajo el pseudónimo de «dimisión». Era -ya ni siquiera es- un señorito casta dispuesto a hacer carrera con todo y como fuese. Decía el maestro d’Ors que para conocer la aristocracia de una mujer hay que verla caminar con una herrada en la cabeza. Para ver la aristocracia de un político hay que verle caminar con un Ministerio en la cabeza, como las modelos con una guía de teléfonos. En el carnaje de las batallas políticas, García Valverde ha caído de los primeros. En la ballestería literaria de los periódicos, le hemos acertado en pleno corazón, como si su corazón fuese la manzana de Guillermo Tell, sólo que un poco más podrida. Muy mal de hombres y cuadros debe andar Felipe González cuando nombra ministro de Sanidad, una cosa tan delicada, a ese thriller duro y con pies que es García Valverde. Esta misma mañana he constatado que el cuerpo sanitario anda como muy aliviado con la retirada de un ministro que ni entendían ni les entendía. Lo que tiene que hacer ahora el presidente es encontrar un hombre sensible para Sanidad, como lo fue en buena medida García Vargas, ya que aquí sí se trata de «poner el dedo en la llaga», pero en la llaga viva del muerto, o a la inversa. Y eso requiere, no un yuppi acortezado como García Valverde, sino un sentimental de la política, a ser posible un ministro enfermo, un hombre que lleve en sí las plurales y necesarias culturas del dolor, para que entienda el de millones de españoles que hacen el turno de su herida, la cola de su vida o de su muerte en los pasillos de las grandes clínicas. García Valverde no llegó nunca a resolver ni firmar el caso de la Concepción, quizá el centro médico de más solera intelectual y más actualidad científica de España. García Valverde no se enteró de la Fundación Jiménez Díaz ni se enteró de nada en sus meses de Ministerio. Ha sido un sietemesino ministerial y finalmente abortado. Caña al mono. La sanidad, tan atendida en Rusia por un sovietismo hoy desprestigiado, es la asignatura pendiente del socialismo español. A García Vargas, hombre de buena voluntad, le quitaron cuando estaba madurando su sensibilidad hacia el enfermo. Esperemos que no se nombre otro ministro de Sanidad a ciegas, donde caiga el dedo, porque esto no es un Ministerio de Obras Públicas. Los artrósicos y los gotosos no son de cemento armado Porland El Cangrejo, como las carreteras, sino un material más sensitivo y sensibilizado: médicos y enfermos. Si hay un ministro que se debe elegir con amor es el de Sanidad. Por eso no comprendemos cómo Felipe González puso a García Valverde, un duro de teleserie, un espadista con chaleco de dibujitos. Ya ha tenido que quitarle.

 

16 Enero 1992

Herencia sanitaria

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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EL RELEVO de García Valverde al frente de Sanidad tiene un especial significado, dado el alcance que encierra la reforma sanitaria pendiente. José Antonio Griñán, el nuevo titular, toma las riendas cuando el rumbo del departamento estaba interferido por la situación políticamente anómala en la que se hallaba su antecesor. Pero también cuando los planes de reforma de la sanidad pública española se encuentran a la espera de que el Gobierno decida qué hacer con las principales tesis del informe Abril.

El impacto de este informe en la política sanitaria -como referente obligado, de la reforma anunciada, bien para rechazarlo, bien para aceptarlo- ha sido formidable desde su publicación parcial, en julio pasado. Los primeros y evidentes intentos de enterrarlo en algún cajón administrativo quedaron frustrados ante la política de misionero practicada por Fernando Abril Martorell, presentando su informe en todos los foros posibles. Ahora, con el nombramiento del nuevo ministro, se pone de manifiesto, una vez más, que no ha perdido un ápice de esta virtualidad. La primera lectura técnica que se ha hecho del recién nombrado titular de Sanidad ha girado casi exclusivamente en torno a su postura sobre el informe Abril. El apoyo matizado que le prestó en sus primeras declaraciones ya le valieron al nuevo ministro las críticas de los componentes más corporativos del sector. La huelga de la sanidad pública convocada, previamente al relevo ministerial, para el 30 de enero es su primera prueba.

El gran reto de la reforma del Sistema Nacional de Salud, (SNS), que ha ido pasando de mano en mano desde 1983 de un ministro de Sanidad a otro, llega prácticamente, incólume al actual. La diferencia está en que el cuarto y último. de ellos se enfrenta a este desafío en condiciones más precarias que sus antecesores: como se ha puesto en evidencia en otros sectores, las reformas estructurales son más difíciles de acometer según se estrechan los márgenes de iniciativa de los poderes públicos y acucia la necesidad. Con o sin informe Abril, el nuevo ministro deberá afrontar lo inevitable: la adopción de importantes decisiones que pongan fin a las graves dolencias que aquejan la sanidad pública española.

La sanidad pública es uno de esos sectores en crisis permanente en los que se ha echado en falta mayores dosis de iniciativa y valentía política por parte de los socialistas. No es concebible que, después de más de nueve años en el poder con mayoría absoluta, sigan sin alumbrar un modelo de sanidad estratégico con el que llegar al año 2000. El sucesor de Valverde se enfrenta a la misma pesada herencia que éste recibió cuando hace apenas 10 meses accedió al cargo que acaba de abandonar.