15 mayo 1997

El 50º Aniversario de la muerte del catalanista Francesc Cambó reabre la polémica sobre su trayectoria y su complicidad con el franquismo

Hechos

Fue noticia en mayo de 1997.

16 Mayo 1997

Cambó, hoy

Jordi Sole Tura

Leer

En Cataluña se han celebrado últimamente varios actos de homenaje a Francesc Cambó. La idea que ha predominado en ellos es que Cambó fue un prohombre de la cultura y la política catalanas del siglo XX, uno de los grandes hitos del nacionalismo catalán y uno de los precursores de la actual línea de entendimiento entre el nacionalismo de CiU y el Gobierno del PP. Ha habido sus más y sus menos en esta apreciación global, pero han sido pocos los que han intentado ir al fondo del asunto.Yo soy el primero en reconocer algunas de estas virtudes de Cambó. Siempre le agradeceré, por ejemplo, la colección Bernat Metge, que vertió al catalán un inmenso caudal de cultura clásica. Creo, igualmente, que era importante su visión inicial de la autonomía de Cataluña en el marco de una España modernizada. Pero hay aspectos muy destacados de su trayectoria política y personal que no sólo no comparto, sino que me parecen totalmente reprobables.

Cambó fue un nacionalista de derecha que, al igual que otros dirigentes de la Lliga Regionalista, contribuyó a modernizar la lengua y la cultura catalanas y a poner en marcha un esbozo de autonomía, pero que cuando las cosas se complicaron siempre puso por delante sus propios intereses, o sea, sus intereses de clase social. No fue el primero, ni el único, ni el último Pero cuando se hace el balance global, la conclusión es que sus renuncias y sus tomas de posición en momentos decisivos tuvieron unos efectos devastadores para la misma causa que le había impulsado a la política, si ésta era de verdad la autonomía de Cataluña y la democracia en toda España.

No hablo ya de sus vacilaciones ante la dictadura de Primo de Rivera, impulsada y apoyada por un amplio sector de la burguesía catalana. Pero sí que hablo de su actitud durante la República y, sobre todo, durante la guerra civil. Cambó no entendió nunca ni soportó que la autonomía de Cataluña se consiguiese finalmente bajo la hegemonía de la izquierda en el marco de la República. O sea, que, para él, el nacionalismo sólo era auténtico si era de derecha, y lo contrario era poco menos que una traición. Por consiguiente, se alineó desde el primer momento con la derecha catalana y española, y cuando las cosas se crisparon y las tensiones se agudizaron, tomó partido abiertamente contra la Generalitat dirigida por la izquierda. En las cruciales elecciones de 1936 se alió con la derecha española más ultramontana. Y cuando estalló la guerra civil no dudó ni un minuto en ponerse clara y abiertamente al lado de Franco con armas y bagajes, porque para él ya no se trataba de defender la autonomía, sino de derrotar a la revolución social propiciada por todas las gentes de izquierda.

Fue Cambó quien organizó en Francia el más completo y eficaz sistema de apoyo político y cultural a la causa de Franco, a la que dedicó todas sus energías y una buena parte de sus grandes recursos económicos. Fue él quien organizó a los intelectuales de derecha y de extrema derecha de toda Europa para legitimar a Franco y los suyos a los ojos de la opinión mundial. Y fue él quien instó a los miembros de la Lliga Catalana a hacer causa común -con el franquismo.

Es cierto que entre los militares sublevados y los falangistas Cambó no gozó de mucho predicamento. Muchos de ellos desconfiaban de él porque lo conocían como un nacionalista catalán y lo veían como un oportunista. Es posible, incluso, que Cambó pensase que su apoyo a Franco contribuiría a reducir las represalias de éste contra Cataluña al término de la guerra. Pero unos y otros coincidían en un mismo objetivo, que era aplastar a la izquierda, como requisito indispensable para organizar el futuro de España tal como cada uno lo entendía.

No pretendo con esto fustigar ninguna memoria ni pasar ninguna cuenta. Sí creo, en cambio, que el análisis de este fragmento de nuestro pasado colectivo es fundamental para entender las querellas del pasado, del presente y posiblemente del futuro, porque plantea con toda su crudeza el problema de cuáles son de verdad las líneas divisorias en la sociedad catalana actual. Ahora mismo, en Cataluña, estamos metidos en un debate sobre la lengua que es, a mi entender, gratuito y artificial y se explica más por las incertidumbres políticas de CiU que por la situación real de la sociedad catalana. Pero con este debate lo que se pretende es que, una vez más, nos pronunciemos sobre cuál es la auténtica línea divisoria de la sociedad catalana de 1997. La de la lengua lo ha sido, pero ha habido y hay otras.

Nunca se insistirá bastante en el trauma brutal que para toda la sociedad catalana significó la prohibición de la lengua catalana por parte del franquismo, su destierro de la Ad ministración, de la escuela, de la prensa. Durante los años del franquismo, el castellano no fue para nosotros, los catalanes, una lengua de, civilización y de cultura, sino la lengua que nos obligaba a habla r el mismo dictador que nos prohibía ha blar en la nuestra.

Pero pronto empezamos a ver que las cosas eran más complejas. Así, por ejemplo, mientras se nos prohibía nuestra lengua, llegaban a Cataluña miles y miles de trabajadores expulsados de sus tierras de origen por la miseria y la explotación que eran, por tanto, otras víctimas de la misma dictadura, pero que hablaban en castellano. Éste era un motivo de gran confusión entre nosotros, porque desde el punto de vista de los derechos y las libertades y de la solidaridad estábamos con ellos en el mismo lado, pero desde el punto de vista de la lengua los veíamos en el lado opuesto.

Y cuando empezamos a conocer nuestra propia historia, la confusión aumentó, porque vimos que si bien la lengua unificaba a los cataloparlantes en un mismo bloque, dentro de éste había enormes diferencias sociales y políticas, que muchos, cataloparlantes estaban con Franco y que incluso prominentes nacionalistas, como Cambó, habían contribuido a la victoria del franquismo sobre la República, poniendo sus intereses de clase por delante de los intereses común es de la sociedad catalana.

O sea, que la tremenda línea divisoria de la lengua se mezclaba con otras que poco a poco adquirieron tanta o más importancia. En definitiva cuando empezamos a luchar en serio contra el franquismo, lo que nos unía o separaba era la conquista de las libertades democráticas, entre ellas el libre uso de la lengua catalana. Y en aquel objetivo confluíamos catalanoparlantes y castellanoparlantes y teníamos en contra

a gentes de estos dos lados.Así encaramos la recta final de la lucha contra el franquismo y la recta inicial de la construcción de la democracia. Nada nos fue regalado ni nada fue fácil entre nosotros mismos. Pero ahora que estamos en condiciones de hacer un recuento objetivo y de ver las cosas con serenidad no podemos dejarnos llevar a un terreno en el que todo se esfuma y todo se justifica, o en el que se nos obliga a pronunciarnos sobre líneas divisorias falsas.

Y como a veces una simple anécdota o un episodio aislado dicen más que veinte ensayos, quiero recordar un episodio tremendo que lo dice todo y que Borja de Riquer recoge en un espléndido libro, L’último Cambó. Cuando al final de la guerra llegó a las manos de Cambó un rudimentario boletín publicado en lengua catalana por los militantes del PSUC en los terribles campos de, refugiados del sur de Francia y en el que se criticaba al propio Cambó, la reacción de éste fue contundente: «Es más anticatalán el rencor comunista expresado en catalán», comentó, «que las órdenes contra el uso de la lengua catalana dadas por un teniente extremeño en castellano». Ésta es, pues, la conclusión que tantas veces hemos oído: es catalán el que está conmigo; es anticatalán el que no lo está. En definitiva, lo que nuestra historia nos enseña es que, en los momentos decisivos, la diferencia social y el partidismo Político han sido en Cataluña, como en otras partes, las auténticas líneas divisorias, por encima de la identidad de lengua, de cultura y de símbolos. Espero que esto no nos vuelva a ocurrir nunca más, pero es mejor prevenirlo yendo al fondo del asunto que esconder la cabeza bajo el ala.

25 Mayo 1997

'Cambó, hoy'

Rafael Guardans Cambó

Leer

Leí con interés -en EL PAÍS del 16 de mayo- el artículo de Solé Tura titulado Cambó, hoy. Ante todo quiero felicitar al autor por la maestría con la que recorre los años y los hechos dejando una imagen bastante clara de la situación, contradictoria y no fácil de entender, en la que se encontraron catalanistas de todas las tendencias al llegar la guerra fratricida.En una mesa redonda sobre Cambó, celebrada recientemente en Barcelona en el Museu Nacional d’Història de Catalunya, tres prestigiosos historiadores-Casasas, Riquer y Termes- sostuvieron que las decisiones de Cambó en julio del 36 hay que entenderlas más allá de las opciones estrictamente peninsulares y contextualizadas en el conocimiento de la realidad europea, quizá más profundo que la de la mayoría de sus contemporáneos, que él tenía.

Sería absurdo que yo intentase discutir que Cambó apoyó a los sublevados. Suscribo lo que afirma Solé Tura en su artículo: Cambó buscó «derrotar la revolución social propiciada por todas las gentes de izquierda». Sin embargo, me atrevo a afirmar que, con perspectiva histórica, esa afirmación se tiene que poder leer sin acritud. Cambó optó, con no poco esfuerzo y sacrificio personales, por lo que entendía que más convenía a Cataluña y a España en aquel momento. Sin duda pesaban sobre él las noticias que le llegabán de los múltiples e indiscriminados asesinatos de amigos, de gente de la Lliga y de clérigos; sin duda influyó en él que hubiese vuelto a oírse por las calles de Barcelona el «¡Muera Cambó!» del año 31, y que uno de los primeros actos revolucionarios en Barcelona hubiese sido el saqueo de su casa, el mismo 19 de julio. Todo eso debió de pesar sobre su ánimo, pero me atrevo a afirmar que su decisión es una opción política y no una reacción visceral. Sus discursos pocos meses antes del alzamiento militar, su dietario de los años de la guerra y su abundante correspondencia, así como su muerte en el exilio en el 47, dejan bien claro que Cambó no apostó por una dictadura anticatalana.

Solé Tura hace unas interesantes reflexiones del drama de la lengua catalana, castigada durante el franquismo. Por el interés que pueda tener, me alegra recordar aquí q ue, durante la época de prohibición, mi madre, hija única de Cambó, ponía ejercicios de catalán a todos sus hijos, que teníamos obligación de hacer los sábados por la mañana.-

24 Mayo 1997

De cómo Rodriguez no es Cambó

Javier Tusell Gómez

Leer

Ahora que se cumplen los 50 años de la muerte de Cambó, conviene releer sus memorias no sólo para reconstruir su trayectoria, sino también para aprender de su experiencia. Ofrecen, en efecto, la infrecuente visión de un político español para quien la vida pública es un ejercicio permanente de inteligencia y un juego de posibilidades que se abren y se cierran de acuerdo con las capacidades de quienes están en el escenario. Transmiten, por tanto, sabiduría y no sólo reflejan el pasado.Pues bien, hay un momento en ellas en que el líder catalanista hace dos afirmaciones que conviene traer a colación. «En las luchas políticas, la habilidad, la amabilidad y la seducción pueden ser armas de mucha más eficacia que la audacia y la elocuencia». Y añade: «La amenaza salida de un débil hace reír; la amenaza empleada por un fuerte, pero empleada discretamente y elegantemente, sin ofender, puede ser eficacísima».

Estas palabras vienen muy al caso de lo sucedido en el último par de semanas. Asombra, sobre todo, la rudeza exhibida por quien en el fondo tiene la debilidad que le da el escaso margen respecto del adversario. Deja perplejo también la desproporción entre fines y medios y el olvido de las. previsibles consecuencias de la acción propia. Para un elector de centro, como quien escribe, el espectáculo no resulta en absoluto reconfortante porque, además, tiene la sensación de que las piezas del conjunto del rompecabezas dibujan no ya un comportamiento circunstancial, sino un estilo de gobierno.

Claro está que la combinación entre la sensatez nacional y la eficaz capacidad de presencia de los catalanistas han reconducido la situación. Habrá que recordar que las posibilidades de que algo así suceda no son infinitas, y que ya en esta ocasión la aparición, del bombero del Noroeste ha sido recibida por la alegre hinchada con la poca simpatía que se suele otorgar a quien manifiesta nuestros defectos. Parece inevitable, que tras toda esta excitación gratuita se obsequie a quien la apacigua con un rosario de presunciones de culpabilidad, como si sus deseos no fueran otra cosa que expresión de intereses. Pero la imagen del catalán fenicio que no reparte tila sino que exige tela está tan arraigada en la interpretación de los apologetas de la crispación que no parecen darse cuenta de hasta qué punto resulta hiriente y contraproducente para sus propios intereses. De momento, baste con recordar que no es una novedad. También en este caso se puede traer a colación la figura del líder catalanista del pasado. Hace tres cuartos de siglo, un periódico publicaba las «aleluyas de Cambó / que a todo el mundo engañó». Algo hemos avanzado desde entonces, pues, si entonces se le reprochaba una supuesta condición de judío, ahora a su sucesor, con el paso del tiempo, se le achaca tan sólo ejercer de fenicio.

Pero bueno sería que se tornara buena nota de lo ocurrido, que, en la conciencia de muchos, marca un antes y un después. Hará bien el Gobierno en no ningunear el episodio, aprender de la lección y rectificar a fondo. Importa señalar que eso se puede hacer, pero que, tras los meses pasados desde el momento de la victoria, debe ya aprovechar la ocasión. Quienes están en el poder se encuentran en una encrucijada de la que salen caminos divergentes. En el fondo, la elección de un estilo de gobierno se convierte, a partir de un determinado momento, en una decisión irreversible, de modo que las consecuencias del acierto o del error acaban por pagarse a plazo tasado. Las pruebas empíricas las tenemos todos los españoles bien a la vista. Basta con recordar lo mucho que ha tenido que purgar el PSOE errores cometidos, hace mucho tiempo a pesar de haber tratado de rectificarlos en la última etapa de su gobierno.

Puestos a asumir las elecciones de la experiencia colectiva reciente se debe traer a colación al propio Partido Popular. De las decepciones que una fuerza política pueda causar sólo es responsable ella misma, pero su capacidad para convertirse en alternativa deriva de la combinación entre las circunstancias y un mínimo de unidad y solidez propias. Si los españoles votaron más a Aznar que a González no fue porque consideraran al primero un cruce entre el cardenal Cisneros, Agustina de Aragón y Azaña, sino porque resultaba razonable relevar al segundo. Ahora, a mi modo de ver, un nuevo turno está aún lejano. Pero bastaría un PSOE que hubiera superado las pruebas judiciales y tuviera un líder viable para que eso fuera posible.