31 diciembre 1931

Tras el brote de anticlericalismo ahora se produce un brote de antimilitarismo

El asesinato de cuatro Guardias Civiles por milicianos campesinos en Castilblanco supone una nueva tragedia para la Segunda República

Hechos

El 31 de diciembre de 1931 cuatro Guardias Civiles fueron asesinados en Castilblanco.

Lecturas

Un pequeño pueblo de la provincia de Badajoz, Castilblanco, de poco más de 2.800 habitantes, se ha convertido en triste noticia.

Toda la región se halla inmersa en una auténtica huelga general, en protesta por la mala situación del campo y las condiciones de explotación que no han cambiado nada con la proclamación de la II República, por lo que siguen mandando los caciques.

La mañana del 31 de diciembre se formó una manifestación no autorizada, lo que supuso la intervención de la Guardia Civil del puesto local, un cabo se acercó a la cabeza de la manifestación que le rodeó y pidió que se disolvieran; en ese momento fue alcanzado por una piedra. al volverse a ver quien había arrojado el proyectil recibió una puñalada en la espalda, lo que provocó que un guardia civil disparara.

Se inició entonces un tiroteo entre manifestantes y guardias civiles, que finalizó con la muerte de estos últimos a base de pedradas y machetazos.

Al conocerse la noticia, fuerzas de la benemérita de pueblos cercanos se desplazaron a Castilblanco. Hasta el momento han sido detenidos más de 35 vecinos del pueblo, entre ellos Justo Fernández López que dirigía la manfiestación y es presidente de la casa del Pueblo local.

En los sucesos han resultado muertos el cabo José Blanco, los guardias D. Algripino Simón Martín, D. Francisco González Borrego y D. José Mazo, y además el civil D. Hipólito Corral. A raiz de la matanza de Castilblanco ha sido suspendida la huelga general en todo Badajoz. El problema del campo es un asunto delicado, que el gobierno de la república tendrá que solucionar. Es precisa una reforma agraria en profundidad.

 

04 Julio 1946

ESPAÑA REACCIONA

Regina García (PSOE)

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Los comunistas y los socialistas de izquierda no cesaban de hostilizar a la joven república española. Raro era el día en que no se produjesen algaradas callejeras y motines populares.

Una tarde me llamó por teléfono Matilde Cantos, amiga y compañera de partido y profesión, pues era redactora de un periódico local de Granada, donde había nacido y tenía su familia. Esta mujer, que durante la guerra había de ocupar destacado lugar entre las crueles carteleras rojas, me dijo:

  • Ven si quieres ver ‘hule’. Estoy en la Academia Reus y hay en la Puerta del Sol un jaleo regular. Se anda a tiro limpio.

Tomé un taxi y acudí. Por las aceras previamente enarenadas, patrullaba la Guardia Civil a caballo. Quisimos cruzar la amplia plaza y un guardia nos lo impidió.

  • Necesitamos ir a la calle de Carreras – dije al benemérito.
  • No sé si podrán llegar hasta allá – respondió.

Cortéstemente echó pie a tierra y llevando el caballo de la brida, nos acompañó hasta donde se encontraba un sargento al que enteró de nuestro deseo.

  • Sigan – se limitó a decir el de los galones.

Llegamos a la calle de Carretas, y por la de Cádiz salimos a Epsoz y Mina, que era donde realmente queríamos llegar, pues allí se ola el barullo.

En efecto, entre la Puerta del Sol y la calle de Cadiz un tumulto de jóvenes vociferantes se zurraba lindamente. Un piquete de guardias de asalto subió de la Puerta del Sol y arremetió contra todos a porrazo limpio. Del grupo partió un disparo, luego sonó un silbato de atención, que puso en fuga a los peleadores, menos uno que quedó tendido en tierra y tras el silbato varios disparos más.

Los portales estaban cerrados. Matilde Cantos y yo, muy pegadas a las casas de la acera de la izquierda, subimos para ganar la calle de la Cruz. Cuando ya estábamos próximas a nuestro objetivo, otro grupo de jóvenes, portando una bandera roja y negra, desembocó por la calle del Gato gritando “¡Viva el anarquismo libertario!”. Los que subían perseguidos por los guardias respondieron: “¡Viva Rusia! Y entre los dos grupos se cambiaron varios tiros en los breves instantes que tardaron los libertarios en volver la espalda y huir también de los de Asalto.

Hubo varios heridos en aquellas colisiones que se sumaron a los ya habidos en otras semejantes durante la jornada que a la vez, fue una de tantas en la etapa de paz que disfrutábamos los españoles durante la República de Trabajadores.

Sin embargo, aquella tarde más alarmante por haber sido testigo presencial de los sucesos, fui a ver a Largo Caballero en su despacho de la UGT situado en la calle de Fuencarral, cerca de Corredera. Al pedirle explicación de los sucesos cuando yo esperaba que los condenase, me dijo:

  • La juventud se impacienta, y es natural. Estamos perdiendo el tiempo. La república burquesa es para nosotros un camino, y no un fin. Nos urge la república social. En Rusia se tardó en la evolución, lo que va de julio a las jornadas de octubre y aquí llevamos ya demasiado tiempo sin avanzar un paso en el camino de la revolución. Se impone el asalto al poder, y la juventud lo prepara.
  • Pues los libertarios no parecen muy conformes con eso – arguí.
  • Esos siempre han de meter la pata – respondió Largo Caballero – pero en esta ocasión nos hacen el juego, pues también hostilizan a la república.

Tal era la situación en la misma capital de España. En los centros rurales se desarrollaban sucesos como los de la Solana, en Ciudad Real, donde los vecinos izquierdistas habían asesinado al párroco, ensañándose bárbaramente y en Castilblanco (Badajoz), había sido linchada una pareja de la Guardia Civil cuyos cuerpos fueron destrozados por el populacho amotinado.

Por cierto que tal suceso tuvo repercusión en las cortes republicanas, pues se culpó moralmente de ello a Margarita Nelken, alemana de origen y judía de religión, quien no sabemos por qué oscuro complejo de venalidades y raciales odiaba a los defensores del derecho, el orden y la propiedad, y había hecho, días antes en localidades próximas a Castilblanco una demagógica campaña contra la Guardia Civil.

A pesar de esto, los sucesos de Castilblanco quedaron semi-impunes, y esta injusticia fue un hecho más que sumar a la larga lista de los que causaban general descontento entre los españoles de recta conciencia.

La persecución religiosa continuaba en crescendo; los consagrados de ambos sexos habían tenido que prescindir de sus hábitos y vestir el traje seglar para hurtarse a las agresiones de la plebe y entonces las mujeres de arriesgada fe se decidieron a hacer pública demostración de creencias, exhibiendo sobre el pecho la insignia de la Santa Cruz. No era un distintivo especial, pues las había de todas clases, tipos y tamaños; no se trataba por lo tanto, ni de un dije de moda ni de una enseña de determinada sociedad o agrupación; era sencillamente la señal del cristiano luciendo sobre el pecho de sus fieles.

Esto desató la furia de los energúmenos, que insultaban a las que llamaban cristeras donde quiera que las hallaran, y las mujeres se lanzaron a mostrar a su vez un diablejo rojo, con sus cuernos, su rabo y su trinchanta, colgado de un cordón, también rojo sobre el pecho.

No hicieron mucho caso las católicas de tales exhibiciones y sólo alguna anciana timorata hacia la señal de la Cruz al ver al enemigo sobre el pecho de sus posesas, pero la lucha contra la Religión y la hostilización a la República, continuaba siguiendo las órdenes dadas previamente por Moscú.

Y así se llego a las elecciones de 1933-34.

Las Cortes Constituyentes habían caducado su misión. La República tenía ya presidente, su carta magna y sus leyes complementarias, y procedía disolver dichas Cortes y convocar las ordinarias.

Así se hizo y a fines de 1933 se abrió el periodo electoral preparando unas votaciones en las que los extremistas daban pordescontado el más ruidoso triunfo.

El resultado fue todo lo contrario.

Regina García