10 diciembre 1931

Manuel Azaña (Acción Republicana) ratificado como Presidente del Gobierno, aparta al Partido Radical de Lerroux

Los republicanos recuperan a Niceto Alcalá Zamora nombrándole Jefe de Estado con rango de ‘Presidente de la II República’

Hechos

El 10.02.1931 D. Niceto Alcalá Zamora fue elegido por Las Cortes como Presidente de la II República. El día 15.12.1931 D. Manuel Azaña fue ratificado como Presidente del Gobierno.

Lecturas

ELECCIÓN DEL PRESIDENTE DE REPÚBLICA.

El 10 de diciembre de 1931 Las Cortes se reúnen para votar al primer Jefe de Estado de la II República. El candidato propuesto por la conjunción republicano-socialista es D. Niceto Alcalá Zamora.

El Sr. Alcalá Zamora dimitió como presidente del gobierno provisional de la II República en protesta con la política anticlerical de la mayoría republicana, pero ahora vuelve a primera fila al ser propuesta a Las Cortes como Jefe del Estado.

La votación de los diputados da el siguiente resultado:

  • AlcalaZamora02 D. Niceto Alcalá Zamora (Derecha Liberal Republicana)– 362 diputados
  • Pi_Arsuaga D. Joaquín Pi y Arsuaga (Agrupación al Servicio de la República) – 10 diputados
  • ManuelBCossio D. Manuel B. Cossio (Agrupación al Servicio de la República)- 1 diputado
  • ortega_gasset D. José Ortega y Gasset (Agrupación al Servicio de la República)- 1 diputado
  • unamuno D. Miguel de Unamuno (Agrupación al Servicio de la República)- 1 diputado

Ante esta votación D. Niceto Alcalá Zamora es proclamado por Las Cortes como primer Jefe de Estado de la II República, cargo vacante desde la marcha del país del Rey Alfonso XIII. Iniciando un mandato que dura hasta el 7 de abril de 1934.

ALCALÁ ZAMORA RATIFICA A AZAÑA DÍAZ COMO JEFE DE GOBIERNO.

Después de su proclamación como primer jefe de Estado de la II República con rango de ‘presidente de República’, D. Niceto Alcalá Zamora ratifica a D. Manuel Azaña Díaz (Acción Republicana) como presidente del consejo de ministros el 16 de diciembre de 1931

azaña_1931 D. Manuel Azaña Díaz.

  • Presidencia y Guerra – D. Manuel Azaña Díaz (Acción Republicana)
  • Estado – D. Luis de Zulueta (Independiente)
  • Justicia – D. Álvaro de Albornoz Liminiana (Radical Socialista)
  • Hacienda – D. Jaume Carner (Independiente)
  • Gobernación – D. Santiago Casares Quiroga (ORGA)
  • Instrucción – D. Fernando de los Ríos Urruti (PSOE)
  • Trabajo – D. Francisco Largo Caballero (PSOE)
  • Obras Públicas – D. Indalecio Prieto Tuero (PSOE)
  • Agricultura y comercio – D. Marcelino Domingo Sanjuán (Radical Socialista)
  • Marina – D. José Giral Pereira (Acción Republicana)
  • Comunicaciones – Diego Martínez Barrio (Partido Radical).

Comienza así el ‘bienio azañista’ que, tras una primera dimisión en junio de 1933, durará hasta el 12 de septiembre de 1933.

Es digna de reconocimiento la habilidad del nuevo presidente de Gobierno, señor Azaña, que el día 16 aparece en la foto de portada de EL LIBERAL al lado del representante del Vaticano y un par de meses después colocará al propio don Niceto Alcalá Zamora al frente del primer cargo del país pero sin el menor poder ejecutivo: presidente de la República, es decir, jefe de Estado. El poder real de la República permanece en poder del gobierno del señor Azaña, pero este quiere contar con una figura que, por sus últimas actitudes cuenta con el respeto de las dos Españas aunque sin el apoyo entusiasta de ninguna de ellas. Lo muestra el hecho de que ninguno de los periódicos emita ningún artículo crítico contra su persona el día de su proclamación como presidente de la República.

EL PARTIDO RADICAL FUERA DEL GOBIERNO

lerroux D. Alejandro Lerroux, Jefe del Partido Radical

El gran marginado en todo esto es el señor Lerroux, él veterano republicano quedaba apartado del Gobierno por su antimarxismo, dándose la peculiaridad que el líder del partido republicano que logró más votos en las elecciones, el Partido Radical, queda excluido del Gobierno y se tuviera que conformar con ser representado por D. Diego Martínez Barrio, jefe del ala más izquierda del Partido Radical.

Pese a todo, el Partido Radical mantuvo su apoyo al Gobierno, incluso en las acciones del Comité de Responsabilidades, que aprueba el acta de acusación de alta traición contra el rey Alfonso XIII.

11 Diciembre 1931

El presidente de la República

INFORMACIONES (Director: Juan Pujol)

Leer

Como se esperaba, las Cortes han elegido Presidente de la República a don Niceto Alcalá Zamora, quien mañana tomará posesión de su alto cargo con la solemnidad. A nadie mejor ha podido designar el Parlamento para la elevada magistratura de la República. Por ella ha sacrificado el señor Alcalá Zamora muchas cosas, propias y ajenas, y últimamente hasta su criterio – que es el de millones de españoles – adverso a determinados preceptos de la Constitución que desde hoy está encargado de aplicar. Porque, a través de la exaltación de las pasiones, alborotadas, como era lógico, en el periodo transcurrido desde el 14 de abril, todo el mundo ha reconocido en el Sr. Alcalá Zamora una cualidad que es esencial en el puesto a que las circunstancias lo han elevado; la austeridad, el desinterés personal, que no es incompatible con la ambición de gloria o notoriedad. ¿Entrará España ahora en un periodo de paz y de trabajo, o seguiremos los españoles divididos en esta especie de guerra civil permanente, que encanta a don Miguel de Unamuno? Todo lo que se puede pedir al Sr. Alcalá Zamora es que se aplique la Constitución lealmente, eso no es necesario pedírselo. ¿Qué otra cosa podrá hacer desde un puesto que tiene más de honorífico que de eficaz?

El presidente de la República desempeña su misión con el escrúpulo juicio político que es de esperar en el primer elevado, apenas tendrá que hacer sino sancionar en cada instante el triunfo de origen lo haya obtenido en las urnas o en el Parlamento. Nada menos, pero nada más. Queremos decir que sus actos tendrán en adelante menos importancia que los que tuvieron hasta ahora para el efecto del proselitismo. De entre todos los ciudadanos españoles será el único que no podrá opinar en público ni tratar de convencer a los otros de las materias más trascendentales. Porque al elegirlo presidente de la República se consagra, pero también se neutraliza. Desde el punto de vista de la acción el Sr. Alcalá Zamora deberá desaparecer, por elevación de la política española.

Su independencia podrá ejercerla de modo menos visible, más difuso, más discreto, ese el ejemplo de su vida oficial, por el tacto con que resuelva las querellas y los conflictos de partidos que en el horizonte proyectan su amenaza: por la imparcialidad con que utilice los resortes extremos que la Constitución pone en sus manos para contrarrestar los excesos que en un momento se manifiesten contra principios esenciales y permanentes de justicia. Desde la altura a que la República lo eleve podrá ver el panorama de las necesidades españolas más claramente que desde la tribuna del mitin o el Parlamento y ponderar debidamente la importancia de las fuerzas que en cada momento entren en lucha. La dificultad de su gestión se manifestará únicamente en los casos en que los intereses esenciales de la nación o de la justicia estén en pugna con las mayorías parlamentarias, porque la máquina constitucional no es ningún país tan perfecta que excluya la posibilidad de estos conflictos. En estos casos en que el Parlamento se divorcia de la opción ciudadana, en que la atmósfera se enfría en torno a aquel, en que manifiestamente opera contra el sentir y el pensamiento nacionales, es cuando la misión del Jefe de Estado se hace difícil y su pasividad resulta inadmisible. Porque, por una parte, se halla la fórmula simple, pero precisa y clara, de la mayoría parlamentaria, que no representa ya nada real, que es una cascada vacía del contenido nacional auténtico, y por otro, un estado de opinión acaso no expresable numéricamente mientras no haya elecciones; pero patente, innegable, que hace de aquellas mayorías de diputados suplantadores de un poder que fue verdadero un día y que ya ha dejado de serlo. En esa función arbitral, entre lo formulario y lo substancial en cada caso, es donde radicará la dificultad principal de sus funciones.

Y es claro que el antes de su proclamación el Sr. Alcalá Zamora ha sido tratado por nosotros – como todos los hombres políticos, por supuesto – con plena consideración personal, la dignidad oficial de que su cargo lo revista no hará sino aumentar aquel respeto que en todo caso tendríamos para el Jefe del Estado, a quien deseamos sinceramente el máximo acierto. Por España y por él.

 

12 Diciembre 1931

Día de Jubilo Nacional

EL LIBERAL (Director: Francisco Villanueva)

Leer

Ayer ya teníamos Constitución. Hoy ya tenemos presidente. De ayer a hoy ha quedado constituida la República. Y no tardará más de un año en quedar consolidada. En derecho ya lo está. Y de hecho también, porque no hay otra solución. Nosotros entendemos por consolidación otra cosa. Un régimen no se consolida al promulgar su ley fundamental, ni al elevar a la primera magistradura al mejor ciudadano. Se consolida cuando crea intereses más legítimos que los desplazados por la revolución, cruenta o incruenta, pero al fin revolución.

Y eso puede hacerse perfectamente a partir de 1923, en el primer lustro republicano, si la segunda República tiene más suerte que la primera, que la tendrá.

Todo ello está al margen de la Constitución y del presidente. De éste, más que de los reyes constitucionales que realmente lo son, pude decirse que no tiene capacidad para el mal porque aunque no sea irresponsable como aquellos la facultad que le asignó la soberanía nacional es de función más que de ninguna otra cosa.

La promesa que hoy prestó, en el momento más solemne de esta etapa parlamentaria le obligará a cumplir fielmente esa función, que se reduce en suma, a cuidar de que siempre estén expeditos los caminos que quiera recorrer el pueblo soberano para labrar por sí mismo la prosperidad del país.

No hay ni el más remoto peligro de poder personal.

El primer presidente de la República es un hombre de tanta solenvia moral, que sobran, en verdad, todas las garantías establecidas por la Constitución contra el exceso de poder; pero a mayor abundamiento, ahí están garantías, por virtud de las cuales no hay más soberanía que la ley votada en las constituyentes.

Más que del presidente, depende de los gobiernos, y aún más de que destos, de nosotros mismos, de todos nosotros, de todos los ciudadanos españoles, la consolidación del orden republicano. No sería tal orden, ni podría llevar ese adjetivo, si de otra manera ocurriera, porque un Gobierno en quistado en el Poder, formado de arribistas, divorciado del pueblo, producto de una oligarquía y de un caciquismo como aquella y como aquel que tan duramente flageló Costa no sería un gobierno republicano y fracasaría inevitablemente.

Hasta ahora no ha dado ningún mal paso. Puso el pie en terreno firme desde los primeros momentos. Aquel glorioso 14 de abril, rebosante de alegría, nos ha llevado como en volandas al 10 y al 11 de diciembre, fechas en que se promulgó la Constitución y se nombró el primer presidente de la República. Ahí está el texto constitucional, impecable. Nadie con razón ha podido impugnarlo.

12 Diciembre 1931

Nuestra posición ante el Jefe del Estado

LA NACIÓN (Director: Manuel Delgado Barreto)

Leer

Vamos a ver si fijamos con claridad y con brevedad nuestra posición ante el jefe del Estado.

Para un espíritu socialmente y políticamente conservador, el jefe del Estado, en cualquier civilización, sugiere, en primer término, una idea de autoridad etimológicamente, jefe quiere decir cabeza. Y es eso: jefe del Estado, cabeza del Estado. Cabeza, además, en todas las ordenaciones políticas, necesaria. Tan necesaria que sólo los anarquistas han negado una cosa que se impone con vigor a las inteligencias normales.

Individualmente, no prescinden de la cabeza ni los héroes de novela. No hay hombres – ¡aunque los haya! – sin cabeza. Pues más necesaria que en la persona aislada es la cabeza en la persona jurídica. ¿Por qué? Pues por lo que supone la diferenciación de poderes o de órganos. Nosotros no necesitamos complicar la cabeza en ciertos menesteres; por ejemplo; la cabeza no necesita decirle a los pulmones que se abstengan de digerir ni advertir al estómago que no se meta a respirar saliéndose de sus obligaciones. Las funciones se cumplen en el ser humano automáticamente. Los pulmones respiran, y el estómago digiere, sin que se les ocurra, mientras pueden hacer otra cosa.

Pero en un Estado, los que legislan se inclinan a juzgar, y los que juzgan a legislar. La variedad de atribuciones impulsa a los que deben obedecer al afán de mandar: y es el principio moderador, el jefe, ‘la cabeza del Estado’, la que impide extralimitaciones y confusiones que serían, si el Jefe del Estado no existiese, la descomposición del Estado.

Y ya, doctrinalmente, no tenemos necesidad de decir más. El jefe del Estado es para nosotros la cabeza del Estado. ¿Qué no nos gusta la organización del Estado? ¡Naturalmente que no! Pero dentro del Estado vivimos. Y mientras ese Estado subsista, a pesar nuestro, la cabeza, porque está en lo alto, es lo que se divisa más allá de las fronteras y dentro por tanto de la organización que rechazamos, es precisamente la cabeza, lo que el pináculo simboliza, lo más que respetamos, sin adherirnos al régimen que representa: pero pensando en lo que supone o en lo que debe suponer la emoción nacional de la Jefatura del Estado.

El Jefe del Estado no tiene que hablar. Pase que, bajo la emoción del primer momento, recibiese anoche a los periodistas en los salones de Palacio. Pero ¿va a ser un Presidente interviubable?

En tal supuesto, no se podría renunciar al derecho a la crítica, ni aquel concepto que tenemos de su significación y de su misión se impondría como norma de conducta.

Los Jefes del Estado de todo el mundo hablan y actúan a través de sus ministros y sólo en momentos excepcionales y solemnes y también con autorización de sus Gobiernos, lo hacen personalmente.

Así, la crítica no tiene por qué mezclarse en las luchas pasionales. Y nosotros deseamos que las mismas normas imperen en España.

07 Julio 1946

EL LENIN ESPAÑOL

Regina García (PSOE)

Leer

Llegó el momento de nombrar presidente para la República de Trabajadores de todas clases y cuando la mayoría de los españoles esperaban ver elegido a Lerroux, el único jefe republicano español consecuente toda la vida con sus ideas, los socialistas con su inmensa mayoría decidieron la elección en favor de Alcalá Zamora, antiguo monárquico blandengue y conservador.

Nadie se explicaba aquello, sino los dirigentes marxistas. Al pueblo se le dijo que se prefería a Alcalá Zamora por ser más serio que Lerroux, y que éste era un ambicioso sin escrúpulos; pero la realidad no era esa.

En busca de una explicación hablé con Largo Caballero, que me dijo lo que se decía a todo el mundo y yo, naturalmente, no me lo creí. Fue Wenceslao Carrillo, con quien siempre tuve estrecha amistad, quien me descubrió la verdad; Largo caballero esperaba ser, con Alcalá Zamora, presidente ‘in parti bus’ de la República, cosa que al Partido Socialista convenía sobremanera y con Alejandro Lerroux no cabía tal posibilidad pues no había los motivos que mediaban con el cacique andaluz.

Este no cesaba de repetir a Largo Caballero: “Don Paco, yo a usted le debo la vida”. Atrancaba tal gratitud de un hecho ocurrido en el tiempo de su prisión en la Cárcel Modelo, al que se dio una significación siniestra.

Una noche llamaron al teléfono a Alcalá Zamora. Un funcionario le dio aviso, y como el llamado mostrase desconfianza, Largo Caballero se brindó a acompañarle a través de los patios de la prisión hasta llegar a las oficinas donde el teléfono estaba instalado. Al llegar a dicho lugar e intentar la comunicación, nadie estaba al otro lado del hilo telefónico, bien porque el que llamaba se hubiese cansado de esperar, bien por otra cualquier causa, y de esto dedujo el miedo de don Niceto que alguien quería atentar contra su preciosa existencia, frustrando el siniestro intento la presencia de Largo Caballero. De ahí el ascendiente de éste sobre Alcalá Zamora y la repetición de las frases de gratitud al dirigente socialista.

  • Don Niceto es débil de carácter – añadió Carrillo – Además está muy inclinado a lo nuestro. Fíjate bien si es importante que sea él Presidente de la República en vez de Lerroux, que está hecho un burguesazo.

A pesar de los esfuerzos de Bela Kun, no se había logrado la fusión de los dos partidos marxistas y solamente las juventudes se habían fusionado siguiendo las instrucciones de la célebre carta de Dimitroff; Pero el Partido Socialista permanecía inconmovible a las voces de las sirenas comunistas, a todos los actos de coacción, y a la ofensiva desencadenada contra la República.

Entonces la URSS debidamente informada por su plenipotenciario Rosemberg decidió cambiar de táctica para captarse a los dirigentes socialistas, sobre todo a Largo Caballero, y tener así en la presidencia de la República, la influencia necesaria que garantizase la libertad de acción. Consecuentes con este plan ordenaron a sus afiliados votasen a Alcalá Zamora, como así lo hicieron, con gran asombro de la opinión pública, que vió cómo los comunistas preferían a un ex monárquico contra un republicano de historia.

La JSU siempre a las órdenes de Moscú comenzó a jalear a Largo Caballero.

Yo he asistido a varios actos organizados por dicha Juventud, uno de ellos en las Escuelas de Verano organizadas en campamento y escuché de labios de Caballero uno de los discursos más subversivos y comunicantes. Nos dijo entre otras cosas, que ‘confiaba en que la juventud impulsaría briosamente a la República hacia su destino, que para nosotros era la república social, pues si la burguesa era una meta para los republicanos, para los marxistas no podía ser más que un medio”.

Al final del acto, los jóvenes le vitorearon llamándole el ‘Lenin español’, cosa que se repitió en actos sucesivos y que Largo Caballero llegó a creer con ilusión de senil vanidad.

Llegó a tanto la identidad de Largo Caballero y los socialistas extremistas con los comunistas que al reclama el PCE para sus afiliados, puestos de representación, sin dilación les fueron concedidos aunque para ello hubo de lesionarse intereses de viejos socialistas, que los desempeñaban, y que enfurecidos al verse desposeídos de ellos arremetieron contra Largo Caballero y los comunistoides sumándolos al grupo de sesudos varones que acaudillados por Besteiro se oponía a las corrientes bolcheviques dentro del PSOE que previendo conservarle con la traza patriarcal de tiempos de Pablo Iglesias.

La vieja escisión se agravó en términos tales que trascendía al exterior, y cada grupo se anexionó uno de los diarios que en Madrid publicaba el PSOE. Los caballeristas tenían como órgano a EL SOCIALISTA, mientras que los disidentes utilizaban CLARIDAD, desde cuyas columnas insultaban a sus correligionarios con gran regocijo del público neutral, que siempre goza cuando ve que alguien saca a plaza los trapos sucios.

Esta rivalidad era azuzada por el PCE en su afán de observar la mayoría del PSOE y anular a los recalcitrantes como en Rusia había ocurrido en vísperas del triunfo bolchevique contra los desdichados mencheviques y al mismo tiempo se destacaron elementos inteligentes, que hicieron su labor entre la juventud universitaria y deportiva.

Surgió entonces, entre los muchachos de las clases pudientes un nuevo ‘snobismo’ ideológico: un comunismo literario, tipo Tolstoi al que se opuso una nueva teoría social y política, propugnada por un nuevo partido juvenil de gran contenido  espiritual y fuerza dinámica; la Falange Española, fundada y animada por José Antonio Primo de Rivera.

Los falangistas pronto tuvieron también su órgano de opinión que ellos mismos vendían en plena calle, y los vendedores de F. E. y los de ‘Renovación’, órgano de las JSU cada vez que se encontraban en vía pública, se zurraban de lo lindo; más como esto no era suficiente para restar ánimos a los paladines de la nueva doctrina, el comunismo decidió emplear contra ellos sus armas propias y menudearon los asesinatos ya no sólo contra los vendedores, sino contra los simples lectores de F. E., como aconteció al estudiante Matías Montero, asesinado por la espalda cuando iba camino a su casa, tranquilamente leyendo un número del periódico de su recién fundado partido.

Tal era entonces la acción e influencia del comunismo internacional en España, que aun cuando poderosa, nada fue comparada con la que más adelante había de ejercer.

Regina García