29 julio 1921

El cabo austriaco Adolf Hitler es elegido jefe del Partido Nazi de Alemania (Partido Obrero Nacional Socialista alemán)

Hechos

Fue noticia el 29 de julio de 1921.

Lecturas

Este 29 de julio de 1921 se ha celebrado la asamblea extraordinaria del Partido Nazi (Partido Obrero Nacional Socialista Alemán) celebrado en Munich, del que ha salido elegido primer presidente del partido por unanimidad Adolf Hitler, que ya era una figura destacada desde que presentó el programa político del partido en 1920.

De acuerdo con los nuevos estatutos del NSDAP, aprobados en la misma asamblea, el primer presidente dispondrá de poderes dictatoriales, tal como había exigido Hitler días atrás como condición para retirar su renuncia. La dimisión de Hitler estuvo motivada por su desacuerdo con otros dirigentes del partido, que al situar en Berlín un Comité nacionalsocialista general, alejaban a Hitler – fuerte en Munich – del centro de poder.

El siguiente paso del partido será constituir una milicia armada: las S. A.

El Análisis

¿Quién es Adolf Hitler, nuevo jefe del NSDAP?

JF Lamata

El nombre de Adolf Hitler comienza a hacerse oír con creciente frecuencia en los círculos políticos más inquietos de Baviera. Este antiguo cabo del ejército imperial, de orígenes modestos y frustradas ambiciones artísticas, ha sido elegido recientemente jefe del Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores (NSDAP), una formación radical, nacionalista y anticomunista que hasta ahora parecía condenada a la marginalidad en Múnich. Su ascenso dentro del partido ha sido fulgurante, y su capacidad oratoria, con discursos encendidos, cargados de resentimiento y promesas de restauración nacional, ha encontrado eco en una parte de la población desencantada.

Hitler no es un teórico ni un político al uso: es un agitador carismático, visceral, imprevisible. Denuncia la “traición” de Versalles, ataca a los comunistas, a la República, a los judíos, a los extranjeros, y a todo aquello que considera contrario al renacimiento de una “Alemania fuerte”. Algunos lo ven como un canalizador del malestar popular, un intérprete brutal de las heridas abiertas tras la guerra y la humillación internacional. Otros, no sin razón, lo acusan de demagogo peligroso, más preocupado por encender pasiones que por ofrecer propuestas reales. Lo cierto es que, con él al frente, el NSDAP ha dejado de ser una simple curiosidad política para convertirse en un fenómeno que merece ser observado.

Por ahora, su influencia no trasciende Baviera. No cuenta con representación parlamentaria, ni respaldo entre las élites ni en las ciudades del norte. Pero el hecho de que un partido tan extremo haya encontrado en un cabo desilusionado a su caudillo, y que este se convierta en portavoz de los resentimientos más oscuros del pueblo, dice mucho del estado de ánimo de la Alemania de posguerra. Es demasiado pronto para saber si estamos ante un cometa fugaz o el inicio de una tormenta. Pero convendría que los demócratas y republicanos alemanes no subestimen ni al hombre, ni a lo que representa.

J. F. Lamata