19 julio 2003

El científico David Kelly se suicida después de haberse saltado las normas de su contrato prestándose a colaborar en un reportaje de la televisión pública inglesa

El ‘caso Kelly’ desata un enfrentamiento entre el Gobierno británico de Tony Blair y la BBC por la guerra de Irak

Hechos

  • En julio de 2003 falleció David Kelly, ‘fuente’ en un reportaje de la BBC de Andrew Gilligan que acusaba sin pruebas al Gobierno de Tony Blair de manipular informes para fomentar la invasión de Irak por parte de Estados Unidos y el Reino Unido.

Lecturas

andrew_gilligan Andrew Gilligan, periodista de la BBC emitió un reportaje que aseguraba que Tony Blair y su jefe de prensa, Alistar Campbell había falsificado informes sobre Irak para fomentar la guerra. Como única prueba Gilligan aseguraba disponer del testimonio de «una fuente del gobierno de alto rango». En realidad la única fuente de la que disponía Gilligan era la de David Kelly, que era un simple asesor en cuestiones de armament.

777_tony_blair Tony Blair acusó a la BBC (cadena público cuya financiación dependía de su propio Gobierno) de atentar contra su integridad política y de estar en una operación de campaña contra su administración.

greg_dyke Greg Dyke, director de la BBC, en vez de investigar sobre la información de Gilligan sobre si era verdad o no, saltó a la palestra a atacar al Gobierno Blair de estar presionando de manera intolerable a la cadena pública por criticar su reportaje.

09 Julio 2003

Blair, sin armas

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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La comisión parlamentaria de investigación ha exonerado al primer ministro británico, Tony Blair, de haber «engañado al Parlamento» sobre las supuestas armas de destrucción masiva que atribuía a Sadam Husein. Pero, como las armas no aparecen, la comisión de investigación concluye que «el jurado sigue reunido (…) hasta que se encuentren pruebas sustanciales» de la existencia de estas armas o de que han sido destruidas. En resumen, un serio varapalo para el Gobierno y un ejercicio del que Blair sale seriamente tocado.

El informe, aprobado gracias a la mayoría laborista, acusa al Gobierno de haber dependido en exceso de la información que le procuraron los servicios de EE UU o exiliados iraquíes con intereses propios. En Washington, la Administración ha tenido que reconocer que la afirmación de que Sadam Husein estaba tratando de «reconstituir» su programa de armas nucleares, en particular intentando hacerse con uranio en Níger, no había sido comprobada suficientemente. Lo había dicho precisamente Bush en enero en su discurso sobre el estado de la Unión.

Ésta es una de las preguntas que la comisión parlamentaria ha emplazado a Blair y su Gabinete a responder en las próximas semanas, junto a otras tres igualmente explosivas: si el informe que presentó en septiembre era correcto a la luz de los acontecimientos posteriores, su valoración sobre los misiles Samud 2 y la famosa afirmación -basada en una sola fuente no corroborada- de que Irak estaba en condiciones de activar sus cargas químicas y bacteriológicas 45 minutos después de que Sadam Husein hubiera dado la orden. Esta suposición es la que más controversia ha provocado en Londres, al acusar la BBC al portavoz de Blair, Alastair Campbell, de haber «hinchado» las pistas de los servicios de espionaje. La comisión concluye que, a la luz de la información disponible, el Gobierno «no había ejercido o intentado ejercer una influencia indebida en la redacción del informe», aunque le suspende por plagiar, sin citarlo ni verificarlo, un trabajo de un estudiante universitario norteamericano, con resultados desastrosos. La labor de la BBC sale reivindicada.

Blair, presionado por la división en su partido, buscó la aprobación del Parlamento para acompañar a EE UU en la guerra ya decidida contra Irak. Para asegurársela necesitaba de una resolución del Consejo de Seguridad, y la única forma de lograrla era acusar a Bagdad de violar sus obligaciones en materia de armas de destrucción masiva. Lo ocurrido es lamentable, salvo en un hecho fundamental: ha permitido avanzar en el control parlamentario de la política exterior del Gobierno británico, hasta ahora dominio reservado del Ejecutivo.

En España, Aznar y el PP se han negado a una comisión de investigación sobre la misma materia; no pidieron el apoyo del Parlamento para secundar esa guerra, y se sirvieron de todos los instrumentos de propaganda para justificarla sin que la televisión pública, a diferencia de la BBC y el propio Blair, celebrara un solo debate. A pesar de los pesares, aún hay mucho que aprender de la vieja democracia británica.

10 Julio 2003

Blair y la BBC

LA VANGUARDIA (Director: José Antich)

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Una de las peores cosas que le podía ocurrir a Tony Blair, como a cualquier primer ministro, es sostener un enfrentamiento con la BBC y perderlo. El apoyo sin fisuras, por no decir entusiasta, que Blair prestó a los planes estadounidenses para invadir Iraq ha dado pie a que la histórica y prestigiosa emisora pública y Dowling Street entren en colisión y si el forcejeo ha quedado en empate, al menos hasta ahora, pocas dudas caben de que la credibilidad de Blair ha sufrido un nuevo y en esta ocasión serio arañazo. No en vano la British Broadcasting Corporación es una institución que sigue conservando el más alto prestigio entre el público británico.

Días atrás la BBC informó de que el Gobierno había exagerado los informes de los servicios de inteligencia para justificar su apoyo a la guerra contra Iraq. La BBC basaba su explosiva información en una fuente de elevado rango y demostrada solvencia, cuya identidad mantuvo, obviamente en secreto. En pleno proceso de investigación parlamentaria sobre aquel conflicto, los datos suministrados por la emisora pública dejaban en muy malparada la posición de Alistar Campbell – jefe de prensa de Downing Street y presunto manipulador de los informes – y Blair reaccionó airadamente asegurando que la información atentaba seriamente contra su integridad política. Al fin, el comité de Asuntos Exteriores de los Comunes, que ha investigado el caso, ha exculpado al Gobierno de engañar o exagerar pruebas para fundamentar la guerra, pero ha dejado en el aire serias dudas sobre la existencia de las tan pregonadas armas de destrucción masiva. Además, el citado comité está presidido por un laborista, cuyo voto resultó decisivo para que Blair saliera indemne de la investigación, aunque con su prestigio seriamente averiado. Un sondeo de opinión publicado anteayer por el diario THE TIMES ponía de manifiesto que la credibilidad del inquilino de Downing Street ha caído de manera notable.

La BBC ya se había sentido intimidada por presiones gubernamentales durante la guerra de Iraq. Ahora el choque directo con Blair y Campbell ha llevado la situación al límite, aunque ya se adivina una tregua, a partir del principio de que ambas partes acepten que están en desacuerdo. Es una óptima situación, en la que ni el Gobierno ni la BBC tienen que abdicar de sus posiciones. De esta manera, son los ciudadanos los que deciden a quien creer.

19 Julio 2003

Blair pierde pie

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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El encendido discurso de Tony Blair ante el Congreso de EE UU, en una escala en Washington para recibir inusuales honores de aliado, pone de relieve la progresiva debilidad argumental del atribulado primer ministro británico en su justificación de la guerra de Irak, un conflicto cuyos ecos, lejos de amortiguarse, cobran amplitud. Para infortunio de Blair, al enrarecido ambiente político que le rodea se acaba de añadir la conmoción producida por el hallazgo ayer del cadáver de David Kelly, científico a sueldo del Gobierno y supuesto autor de una filtración a la BBC según la cual Downing Street habría ordenado inflar las capacidades bélicas de Sadam Husein para justificar el ataque.

El líder socialdemócrata británico ha dicho ante el rendido Parlamento estadounidense que el derrocamiento de Sadam está justificado incluso aunque no aparezcan evidencias en Irak de armas prohibidas. Blair llegó a apelar a su «instinto» para justificar ante los congresistas la guerra, y remachó sus tesis al señalar, en conferencia de prensa con Bush, que mantiene la validez de los informes del espionaje sobre los vínculos atómicos entre Bagdad y Níger.

El paulatino desplome de los argumentos centrales de la guerra contra Irak (armas de destrucción masiva, programa nuclear, estrechos lazos con el terrorismo islamista) conduce al jefe del Gobierno británico a posiciones indefendibles. Su alegato final en Washington -con el mesiánico argumento del tipo la historia nos absolverá, incluso si no se encuentra el arsenal prohibido, porque se ha librado al mundo de un tirano- desemboca directamente en dar carta blanca a los poderosos para destruir los regímenes irritantes o incómodos.

El repliegue argumental de Blair señala lo comprometido de su situación. Su socio Bush sufre un fuerte desgaste por la concatenación de situaciones en falso en que ha ido cayendo sobre Irak. Pero es el jefe supremo de un sistema presidencialista, y su país, sentimentalmente al menos, tiene como gran coartada la sacudida del 11-S. Pero el dirigente británico, cuya credibilidad cae en picado, responde sin amortiguadores intermedios ante un sistema parlamentario, y sus conciudadanos le perdonan cada vez menos que les embarcara como escuderos en una aventura llena de mentiras.

Por eso el horizonte del premier se centra ahora en la esperanza de Oriente Próximo, como ha quedado patente en Washington. Si algo realmente bueno y tangible pasa entre israelíes y palestinos, el círculo virtuoso se habrá cerrado y eso validará ante la opinión pública el argumento de que la paz ha sido posible por la eliminación de Sadam. Pero Blair depende a estas alturas de demasiados elementos que no puede controlar. Y quizá el último de ellos sea la misteriosa muerte del doctor Kelly.

19 Julio 2003

Muerte de un científico

LA RAZÓN (Director: José Antonio Vera)

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Durante meses, los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña intentaron convencer a la opinión pública y al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sobre el grave peligro para la paz mundial que representaban las armas de destrucción masiva en poder de Sadam. Terminada la guerra en un plazo asombrosamente corto y sin que los iraquíes hubieran podido plantear una mínima resistencia y mucho menos hecho uso de su supuesto arsenal, los medios de comunicación occidentales, que en su mayoría habían creído en los informes anglonorteamericanos, comenzaron una labor de revisión de todo lo dicho y publicado.

En el caso de Blair fue la propia BBC la que abrió la crisis la denunciar las manipulaciones palmarias de los informes de sus servicios de espionaje. Londres respondió airadamente y emprendió una caza de brujas al a búsqueda del topo que había filtrado a los periodistas. Acusó formalmente a un científico de prestigio, David Kelly, experto en armas biológicas, antiguo inspector de Naciones Unidas y hombre de carácter abierto con la Prnesa, a la que siempre ayudó a descifrar los oscuros arcanos de su profeisón. Ayer, tras una semana de acoso gubernamental, fue hallado muerto en un descampado.

Todavía se ignoran las causas del fallecimiento y no se descarta ninguna hipótesis, incluida la del suicidio. Aún así, el Gobierno de Blair va a tener que responder muchas preguntas incómodas.

Porque si Kelly era realmente el topo, sabía algo tan embarazoso sobre los informes de Iraq como para llevarle a la muerte.

25 Septiembre 2003

Pierden todos

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Los lodos de Irak y el caso Kelly no sólo amenazan la carrera política del primer ministro británico Tony Blair, a quien ahora querrían ver dimitir el 43% de sus conciudadanos. También han arrastrado la credibilidad de ese mito periodístico que es la reverenciada BBC.

Durante las últimas semanas, un puñado de responsables de la cadena pública han testificado ante el juez Hutton para aclarar las circunstancias del suicidio del científico David Kelly, que sirvió de fuente a uno de sus periodistas-estrella. La BBC sigue manteniendo, pese a las recientes conclusiones contrarias del comité parlamentario de Espionaje y Seguridad, que el Gobierno exageró el potencial de Sadam para justificar el ataque a Irak. Su presidente sostuvo ayer ante el juez que la emisora ha soportado presiones informativas intolerables del entorno inmediato del primer ministro.

Pero los testimonios también plantean serias dudas sobre la correcta aplicación de los procedimientos en los que se ha cimentado la credibilidad de la BBC. Hasta el punto de que un 30% de los británicos admiten ahora que su confianza en el rigor de la emisora -vista como una institución tan identitaria y vertebradora como el Parlamento y la monarquía- se ha evaporado.

No se trata sólo de las heterodoxas prácticas del periodista Gilligan en busca de la notoriedad, desde sus perdidas notas de una entrevista crucial con Kelly hasta la revelación de su fuente en un correo electrónico al Comité de Asuntos Exteriores. Los directivos de la BBC han venido a reconocer la ausencia de mecanismos de control en la manera en que fue tratada la historia que condujo al suicidio del científico. Son más que fundadas las sospechas de que Gilligan y su emisora también sucumbieron a la tentación de hacer más sexy su información sobre Irak -mucho más de lo imprescindible- para competir en el inmisericorde mercado de las noticias 24 horas al día, siete días a la semana.

El tiempo dirá si el asunto Irak-Kelly es el último y más grave episodio de una equivocada polarización que se produjo a partir de 1997, cuando la arrolladora victoria de Blair puso a la BBC en la tesitura de erigirse en pieza fundamental de la oposición dejada vacante por los conservadores. Los británicos no creen a su primer ministro sobre Irak. Pero más allá del acoso contra la cadena pública cuyos estándares profesionales todavía son envidiables para lo que se estila en Europa, existe el convencimiento de que la emisora, que se asegura su independencia del Gobierno mediante más de 4.000 millones de euros anuales derivados del canon que pagan los televidentes, necesita revisar sus procedimientos. La investigación del juez sugiere que tanto Downing Street como la BBC han llevado su batalla sobre Irak demasiado lejos.