15 febrero 1991

Brihuega: "Estoy feliz de abandonar un Gobierno que se mancha las manos de sangre"

El Gobierno del PSOE destituye a Jaime Brihuega (Director de Bellas Artes) y Juan Manuel Velasco (Director de Bibliotecas) por condenar el apoyo español a la Primera Guerra de Irak

Hechos

El 15 de febrero de 1991 el ministerio de Cultura acordó la destitución de dos directores generales.

Lecturas

El ministro D. Jorge Semprún Maura ejecutó las destituciones alegando pérdida de confianza.

Además de D. Jaime Brihuega y D. Juan Manuel Velasco, los dieciséis altos cargos de la Dirección General del Libro y Bibliotecas y de Bellas Artes y Archivos que han firmado el manifiesto contra la Primera Guerra de Irak son los siguientes: Dña. Estrella de Diego Otero, directora de los Museos Estatales; D. Alfredo Morales, subdirector general de Información e Investigación; D. Luis Jiménez, subdirector general de Protección del Patrimonio; D. Jesús Moreno Sanz, director de las Letras Españolas; D. Adolfo García Ortega, vocal asesor del D. G. del Libro y Bibliotecas; Dña. Carmen Lacambra, directora del Centro del Libro y la Lectura; Dña. Carmen Gomis, subdirectora general jefe de la Oficina Presupuestaria; D. Juan Fco. Martín Seco, interventor delegado del Ministerio de Economía y Hacienda; Dña. Asunción García Méndez, subdirectora general de Cooperación Cultural; Dña. María Teresa Simarro, subdirectora general de Estudios, Documentación y Publicaciones y, dentro del Instituto de Cinematografía y de las Artes Audiovisuales: Dña. María Teresa García, secretaria general del Instituto.

16 Febrero 1991

Gestos

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

Leer

JEAN PIERRE Chevénement era ministro de Defensa en Francia, En desacuerdo con la política desarrollada por Mitterrand en la guerra del Golfo, dimitió. Dieciocho altos cargos del Ministerio de Cultura español, dos de ellos de la máxima confianza del ministro, propiciaron un escrito de protesta en contra de la postura oficial española en la misma crisis,y han sido destituidos por el Consejo de Ministros, ya que no han considerado la posibilidad de dimitir. Es más, uno de ellos, en unas insólitas declaraci,ortes posteriores, se ha alegrado de romper las ainarras con un Gobierno con el que trabajaba desde mucho tiempo antes, alegando que éste tiene «las manos manchadas de sangre». Hace unos días, el almirante jefe de la Zona Marítima del Cantábrico, en su toma de posesión, reprochó a sus superiores que no hubieran adoptado una postura de mayor integración de la Marina en la primera línea de fuego; el militar fue apercibido e hizo una profunda autocrítica de su actuación.Son tres actuaciones diferentes ante una nueva contradicción surgida en momentos de crisis: ¿pueden los cargos; de confianza de las Administraciones .criticar las posiciones de sus superiores y continuar en sus puestos de trabajo? ¿Deben abandonarlos ellos mismos por coherencia, o la decisión ha de corrésponder a los políticos que los nombraron?

En el caso español no se puede hacer una analogía estricta entre el asunto del militar y el de los direc-tores generales. El almirante no encabezó ningún manifiesto y, además, rectificó posteriormente y de plano. Los directores generales del Libro y de Bellas Artes recogieron firmas, comunicaron al ministro su decisión y decidieron no apearse de ella. No hay que olvidar, sin ein-ibargo, que tampoco es análoga la posición de uno y de otros: el almirante tiene altas y directas respensabilidades militares, y su actitud de fondo, aunque formal y frontalmente rectificada, puede tener consecuencias imprevistas en una situación como la actual, lo que no ocurre con los cargos del Ministerio de Cultura.

En ningún caso está en discusión la libertad de expresión, aunque habría que pedir al propio ministro que modere su ejercicio y nos ahorre su opinión sobre el «infantilismo» de los firmantes. Se trata del funcionamiento, dentro de la Administración, del juego de la coherencia y de la confianza. Los nombramientos políticos tienen que ser solidarios con las decisiones del Gobierno que los nombra.

La clave la tiene Chevénement: presentó su dimisión. Este gesto, no condicionado a la benevolencia de su superior – caso del almirante- ni a la severidad administrativa -caso de los dos directores generales- resolvería por sí mismo cualquier tipo de discusión. Se puede discrepar de cualquier decisión política del Gobierno incluso cuando está

avaláda por la inmensa mayoría de los parlamentarios, pero si es del suficiente calado como para comunicarla públicamente, con el añadido de recogida de firmas, lo elemental es presentarla con la dimisión en la mano. El resto es discutir lo obvio.