14 junio 1980

Su decisión es bien acogida por los sectores navarristas que se oponían a integración en Euskadi.

El lehendakari Carlos Garaicoetxea Urriza (PNV) dimite como Diputado Foral en Navarra renunciando así a su aspiración de ser presiente simultáneo de País Vasco y Navarra

Hechos

El 14 de junio de 1980 se hizo pública la dimisión de D. Carlos Garaicoetxea Urriza como miembro de la Diputación Foral de Navarra.

14 Junio 1980

El PNV, Navarra y el Parlamento

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

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LA DIMISIÓN de Carlos Garaikoetxea como diputado foral de Navarra es un gesto a añadir a los signos de reconciliación con la realidad política del Estado que el PNV viene haciendo desde hace meses. Se produce poco después de su visita al Rey y es un síntoma inequívoco de la disposición al diálogo y la no intransigencia en el tema, vidrioso y amenazante para la convivencia en España y en Euskadi, de la incorporación o no del antiguo Reino de Navarra a la autonomía vasca.Sin embargo, este gesto parece desdecir del pertinaz apartamiento que los diputados peneuvistas mantienen del Parlamento español, en una retirada anunciada como temporal y que viene prolongándose demasiado.

Los diputados del PNV han hecho sentir estrepitosamente su ausencia, tanto en los, dos grandes plenos de la segunda quincena de mayo, como en la votación para modificar la ley de Referéndum. Esta última ha sido ocasión para que «en Andalucía se intensifiquen los agravios comparativos hacia los nacionalistas vascos, les acusen de insolidaridad con otros territorios que persiguen el autogobierno y les reprochen ingratitud por la ayuda que les fue prestada hace menos de un año para la aprobación del Estatuto de Guernica.

Tal vez los dirigentes del PNV no han medido suficientemente la desagradable impresión que en el resto de España han producido estas espectaculares ausencias suyas. Los nacionalistas vascos suelen comentar que les falta mano izquierda y habilidad de marketing para propagar y defender sus ideas y sus aspiraciones fuera de Euskadi. El desaprovechamiento de la tribuna del Congreso, con medio país contemplando el debate por televisión o escuchándolo por radio, para hacer llegar a la opinión pública de toda España, sin tergiversaciones ni filtros, su programa y sus quejas, confirma, sin lugar a dudas, esa deficiencia.

Pero la explicación de este apartamiento no puede quedar reducida a tan mínima causa. Ni puede argumentarse tampoco que todo se debe a triquiñuelas electorales o a desprecio por los asuntos del Estado cuando los dos gestos antedichos del lendakari ponen de relieve que esta última acusación no responde a la realidad. El PNV sabe de la gravedad de su ausencia en las Cortes, entre otras cosas porque el propio PNV es víctima, en el Parlamento de Euskadi, del boicoteo de Herri Batasuna. Y si mantiene la actitud, por algo, pensamos, debe ser.

Tal vez la explicación haya que buscarla en esos acuerdos implícitos, pactos sobreentendidos y compromisos ambiguos que florecieron durante la etapa de negociaciones secretas nocturnas y contra reloj que se conoce bajo el nombre de consenso. Los nacionalistas vascos se han llamado a engaño, desde noviembre de 1979, por lo que consideran incumplimientos de la palabra dada por el Gobierno, tanto en los ritmos y volúmenes de las transferencias como en los temas de Navarra, de la financiación de las comunidades autónomas, de las policías autónomas, del Estatuto de los Trabajadores y de la ley de Autonomía Universitaria. La retirada del Parlamento, que desaprobamos, parece una respuesta política a esos incumplimientos, y si no estamos de acuerdo con la manera de darla, tampoco es justo ignorar los motivos que la originaron.

La imposibilidad de cotejar con documentos o protocolos firmados las acusaciones del PNV impide, por supuesto, descalificar sin más al Gobierno. Ahora bien, los acuerdos a espaldas del Congreso entre UCD y los nacionalistas vascos a propósito de la ley de Autonomía Universitaria y la retirada de los proyectos del Gobierno de financiación y de policías de las comunidades autónomas conceden cierta plausibilidad a la teoría de que los nacionalistas vascos han ejercido una presión sobre el poder ejecutivo para que haga memoria de sus compromisos y los cumpla.

Si esta hipótesis se confirma habrá que animar al Gobierno a que realmente sea fiel a los acuerdos o pactos que hicieron posible, en el verano de 1979, la aprobación del Estatuto de Guernica. Pero también habrá que exigir, tanto al poder ejecutivo como al partido que hoy ocupa el Gobierno vasco, que saquen de los cajones secretos esos acuerdos y los muestren al resto de los españoles. Y, en cualquier caso, es ineludible pedir a la Minoría Vasca, tanto en beneficio suyo como en el de las instituciones democráticas en todo el país, que se reintegre a las tareas parlamentarias cuanto antes.