1 marzo 1979

El Partido Comunista de España llega a su cenit electoral en España bajo el liderazgo de Santiago Carrillo con 23 escaños y casi dos millones de votos

Hechos

En las elecciones generales del 1 de marzo de 1979 el Partido Comunista de España (PCE + PSUC) logró 23 escaños.

14 Marzo 1979

El PCE, en busca del modelo político italiano

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián Echarri)

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EL PCE ha sido el partido parlamentario que ha salido proporcionalmente mejor librado de la prueba de las urnas, aunque los correctivos a la proporcionalidad en el Congreso recorten sus escaños y el sistema mayoritario en el Senado le deje fuera de la Cámara alta. Ahora bien, su ganancia de sufragios (alrededor de 300.000) adquiere un aire más modesto si se recuerda que el censo había aumentado en tres millones de votos juveniles y si se toma en consideración la baja cota de la que partía. Algo hay que no marcha o que no funciona todavía en la búsqueda del PCE de su espacio electoral. Las explicaciones dadas por los comunistas a los comicios de 1977, decepcionantes para un partido que tan destacado papel había jugado en la oposición al franquismo, se han mostrado incorrectas. A lo largo del último año y medio los comunistas han hecho una política lo suficientemente responsable y convergente con el Gobierno como para hacer desaparecer todo vestigio del «voto del miedo».Las dificultades electorales del PCE nacen de la contradicción entre las nuevas funciones que los comunistas han decidido asumir desde hace una década, y que no son otras que las propias del socialismo democrático, y las tradiciones y pautas de comportamiento de una organización forjada para el cumplimiento de tareas históricas y políticas de signo incluso antagónico. Hay un ejemplo de que no es imposible que un partido de la III Internacional, educado en el marxismo-leninismo, la obediencia a la URSS y la lucha por la dictadura del proletariado, se transforme en otro no demasiado diferente de lo que fueron las secciones de la II Internacional antes de la gran guerra. En Italia, los comunistas han logrado laminar a los socialistas, ocupar su espacio electoral y montar con la Democracia Cristiana ese sistema de «bipartidismo imperfecto» tan vituperado por Santiago Carrillo en España. El proyecto, así pues, no es inviable. La cuestión es saber si el PCE será capaz de realizarlo y el PSOE de permitirlo.

Las circunstancias nacionales e internacionales condicionarán esa pugna por la hegemonía de la izquierda española, pero serán las estrategias de ambos partidos las que decidan su desenlace. En este sentido, las críticas del PCE contra el PSOE durante la campaña electoral, que no han sido muy eficaces para los comunistas, pero que han dejado heridas de difícil cicatrización dentro de la izquierda, se inscribieron más en la línea de Thorez y Marcháis que en la de Togliatti y Berlinguer. Mientras en Italia comunistas y socialistas caminaron por la misma senda hasta 1956, con resultados óptimos para los primeros, los ataques de Santiago Carrillo a sus «hermanos separados» trajeron a la memoria las viejas estampas de la III Internacional, cuando las bases « revolucionarias » socialistas eran invitadas a votar comunista para castigar las desviaciones derechistas de sus dirigentes «socialtraidores». Este primer intento de desgastar al PSOE con las tácticas de los años treinta ha producido extraños resultados. Las especulaciones sobre el pacto secreto entre UCD y PSOE han podido desviar sufragios socialistas hacia el partido del Gobierno, pero, en cambio, el PCE sólo ha obtenido modestas ventajas de la operación, posiblemente haciendo suyo el antiguo voto PSP. Y allí donde el PSOE ha sufrido serios quebrantos (el regionalismo moderado andaluz y el nacionalismo radical vasco), los comunistas no han sido los beneficiarios.

El proyecto político-electoral del PCE no se limita a tratar de desplazar de su lugar al PSOE. Aspira también a conservar la antigua clientela de cuando era un partido marxista-leninista. Es notable que haya sido la candidatura de Ignacio Gallego en Córdoba, que entronca con esas viejas tradiciones, la más votada en toda España. Pero en ese terreno el PCE comienza, a su vez, a ser desafiado desde su izquierda. La decisión del PTE y de la ORT de unirse bajo las banderas del marxismo-leninismo y del pensamiento de Mao Zedong, muestra la resistencia de las ideologías a extinguirse y la existencia de voluntarios dispuestos a recoger los estandartes abandonados por el PCE a lo largo de su camino.

El PCE se encuentra así forzado a librar una lucha en dos frentes: necesita a un tiempo captar a los sectores no ideologizados de la clase trabajadora y a las capas medias y conservar los sufragios de la clase obrera industrial más politizada, de los jornaleros agrícolas y de los intelectuales radicales. La complejidad del empeño ha sido puesta de manifiesto por el hecho de que en estas elecciones la hegemonía sindical del PCE en CCOO no se ha translucido en las urnas. Sólo esa escisión entre la afiliación sindical y el compromiso de voto puede explicar que el PSOE haya obtenido doce escaños en Madrid, mientras que un dirigente de CCOO tan popular y tan capaz como Nicolás Sartorius se haya quedado sin acta de diputado. El estancamiento del PSUC en Cataluña parece también apuntar hacia la existencia de dificultades objetivas para plasmar en la realidad la estrategia «eurocomunista», mientras no se lleven hasta las últimas consecuencias los postulados incluidos en sus premisas.

Lo que remite, en última instancia, a una característica del PCE en la que radica tanto su fuerza como su debilidad: un experimentado, cohesionado y veterano grupo dirigente, formado en la República, la guerra civil y el exilio para unas tareas radicalmente diferentes de las que ahora se propone afrontar. No es fácil transformar un «partido de lucha» en un «partido de Gobierno». La ambición de Santiago Carrillo es lograr que el PCE sea las dos cosas a la vez. Y su decisión es no sólo conseguirlo, sino también que el remozamiento del grupo dirigente se haga de manera tal que garantice la continuidad de una dirección política. Ese grupo dirigente, capitaneado por el propio Carrillo, ha impreso sus señas de identidad al PCE a través de cambios de estrategia, revisiones ideológicas, virajes tácticos y mudanzas de lealtades. A lo largo de los últimos años, el PCE ha abandonado el marxismo-leninismo, se ha distanciado de la Unión Soviética, ha aceptado la Monarquía y ha reemplazado el objetivo de la dictadura del proletariado por la meta del socialismo en libertad. Toda una legítima metamorfosis que trata únicamente de robar, sin grandes éxitos, el espacio electoral del PSOE, al tiempo que garantiza la permanencia de las personas en los cargos del partido. La interrogante es si Santiago Carrillo será capaz o no de obtener un éxito en su persecución del modelo italiano, tan tenazmente buscado por él. Tan peligroso, añadimos nosotros, para la estabilidad política a medio plazo de este país.