22 noviembre 1963

Lo que era un acto de propaganda para dar el inicio a la pre-campaña acabó en tragedia

El Presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, asesinado de un tiro mientras viajaba en coche por Dallas

Hechos

El 22 de noviembre de 1963 era asesinado de un disparo el Presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy

Lecturas

El presidente de Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, de 46 años, ha sido asesinado este 22 de noviembre de 1963 en Texas.

Kennedy que realizaba una gira política por todo el país, llegó esta mañana a Dallas. Cuando atravesaba el centro de la ciudad en un coche descubierto, en compañía de su esposa, Jacqueline y el gobernador de Texas, John Connally, tres disparos – aparentemente efectuados desde el quinto piso de una casa que domina el recorrido oficial – alcanzaron a Kennedy y a Connally.

Ambos fueron trasladados de inmediato al Parkland Memorial Hospital; Kennedy murió allí 30 minutos después del atentado, sin que hubiera recobrado el conocimiento: una bala le había destrozado el cerebro. La vida del gobernador de Texas ya no corre peligro.

La policía detuvo poco después del magnicidio a un sospechoso: se trata de un ex marine, llamado Lee Harvey Oswald. Apenas 99 minutos después de la muerte de Kennedy, el vicepresidente Lyndon Johnson prestaba juramento a bordo del avión que le conducía a Washington y se convertía así en el 36º presidente de Estados Unidos.

Antes que John Kennedy, otros tres presidentes de Estados Unidos habían muerto en magnicidios: el primero fue Abraham Lincoln, asesinado a tiros en un teatro el 14 de abril de 1865. James A. Gardfield fue uerto a tiros en un compartimento de tren en 1881. El tercero fue William MacKinley, alcanzado por varios disparos el 6 de septiembre de 1901.


cochejfk_asesinado El presidente de EEUU fue abatido a tiros cuando su coche estaba en marcha en Dallas, en el que también viajaban su esposa Jackie y un guardaespaldas.

El periodista estrella de la cadena CBS, Walter Cronkite, compareció en directo para informar de la muerte del presidente de los Estados Unidos desde la redacción de su cadena.

LEE HARVEY OSWALD, ¿UN ASESINO PARTICULAR?

oswald2 El hombre que disparo desde una escopeta al coche del presidente Kennedy, fue Lee Harvey Oswald, simpatizante comunista del régimen de Cuba pero que – aparentemente – actuó en solitario.

cochejfk_militares Funeral de Estado por la memoria de John F. Kennedy. En primera fila, con uniforme, el presidente de la República de Francia, General Charles de Gaulle y el emperador de Etiopía, Haile Selassie.

cochejfk_333 Encabezaban el acto la viuda, Jackie, en riguroso luto. Robert Kennedy (hermano y heredero político del asesinado) y los hijos del matrimonio. El pequeño John J. hizo un emotivo saludo militar a la tumba de su padre.

POLÉMICO TITULAR DE ABC ‘JOHNSON, PRESIDENTE’

lyndonpresidente Mientras que la mayoría de periódicos de todo el mundo colocaba en su portada la imagen del presidente asesinado y el titular «Kennedy asesinado» o similar (incluida la mayoría de periódicos en España como el oficialista ARRIBA o LA VANGUARDIA, el diario PUEBLO de D. Emilio Romero optaba por polémico titular de portada «No peligra la paz por la muerte de Kennedy», con el objetivo de tranquilizar aunque pudiera sonar a que restaba importancia al magnicidio. Pero el más comentado fue el diario ABC, que sorprendió colocando de titular ‘Johnson presidente’ y reservando su portada a la imagen del nuevo presidente. Su Director D. Torcuato Luca de Tena y su subdirector D. Pedro de Lorenzo mantuvieron una conversación en la que decidieron eso en consideración a su ideario monárquico, según reconoció el Sr. De Lorenzo en sus memorias.

26 Noviembre 1963

Que la democracia defienda a la democracia

ARRIBA (Director: Sabino Alonso Fueyo)

Leer

No sabemos si se llegará pronto o tarde a conocer con exactitud – la cosa empieza a embrollarse – si el asesinato de Kennedy ha obedecido o no a una extensa red de responsables. Pero nos es suficiente conocer la filiación y actividades del fallecido acusado para nuestro aserto. Nuestro aserto es – y este pensamiento pertenece a un conjunto de ideas sobre la democracia que aquí venimos desarrollando – que no basta para que la democracia sea una realidad con que su funcionamiento político garantice la pureza representativa, sino que tiene que hacer imposible la alteración de este ejercicio y la coacción. No es el poder, debidamente limitado, el que coacciona; son los otros poderes ilegales, la presión y las amenazas lo que impide el puro desenvolvimiento de la vida democrática.

Naturalmente que en el caso de la muerte de Kennedy, como en cualquier otro magnificio, como en cualquier asalto a la integridad física o de la libertad de cualquier ciudadano puede intervenir la criminalidad en cualquiera de sus formas, y la sanción y el escarmiento por esta alteración pertenece a los tribunales y al mayor afinamiento de los instrumentos de policía y orden público. Pero  cuando el magnicidio  puede ocurrir porque hay manos cuyo designio proclamado por la política al a que sirven pertenece al crimen y estos criminales efectivos o potenciales viven amparados por derechos cívicos por correctas ciudadanías; cuando gozan de amparo y hasta de simpatía gentes y filiaciones entre los cuales la bomba y el disparo, el atentado y la violencia son programáticos, la democracia tiene un fallo fundamental: demuestra una incapacidad para defender la libertad.

Estamos asistiendo cada día – nos lo dicen los periódicos en sus informaciones –a forcejeos y a imposiciones terroristas por parte de organizaciones de siglas conocidas, de individuos que circulan libremente por las calles antes y después de comentar sus atentados, que utilizan los medios normales de expresión y que, a veces, consiguen una especial consideración por figuras eminentes de la inteligencia, como esos terroristas españoles que, a pesar de tenerles todo el mundo como tales terroristas, han cosechado un manifiesto a su favor por parte de un grupo de intelectuales británicos.

Hay toda una literatura que ha venido exaltando en estos últimos años las luchas sociales o políticas que en la clandestinidad forjan sus atentados aunque a la luz pública, y con amplias simpatías, expresan sus intenciones; se da en toda esta literatura como admisible y admirable esta beligerancia que hace estallar bombas en medio de la calle, que hunde una iglesia llena de niños o que asesina a un Presidente.

Efectivamente que al correr del tiempo los procedimientos democráticos se han afinado tanto que han logrado corregir en mucho la histórica malversación de la democracia en tiranías de partido u ocultos manejos de los grupos de presión. Y en ello, sin embargo, se lleva andado sólo el comienzo del camino. Pero está prácticamente inédita la defensa cabal de la libertad mediante ecuaciones democráticas que impidan el habitual ejercicio del crimen, de la coacción y de la violencia. La democracia unviersal está por ello en entredicho. Y este gran campeón de la democracia que ha sido Kennedy ha muerto probablemente víctima de esa anarquía militante en que las más diversas ideologías se instalan frente al poder o frente a la sociedad misma que las aceptan como legales. La democracia debe crear y garantizar libertades; pero es imprescindible que aprenda a defender la libertad si no quiere verse aniquilada por las tiranías que se incoan y que pululan dentro de ella misma.

23 Noviembre 1963

Los Asesinos de Kennedy

Rafael García Serrano

Leer

Ayer por la mañana, a esta misma hora en que escribo, quizá John y ‘Jackye’ Kennedy, todavía no en funciones oficiales, se dispusieron a emprender el viaje a Dallas o a salir de su residencia en Dallas, que esto no lo sé, para comenzar de nuevo sus tareas. El, de Presidente del más poderoso país del mundo; ella, de primera dama del país suyo y de su marido. A esa misma hora, aproximadamente, un hombre sabía – que iba a matar, a quien iba a matar, como lo iba a matar y por cuenta de quien lo mataba. A esa misma hora, aquí, en Madrid, cualquier ciudadano de los que gustamos salir a la calle con la Prensa leída, pudo encontrarse con la estupenda crónica que desde Londres escribía para ABC su corresponsal, Alfonso Barra.

La crónica, mejor dicho, la almendra noticiable de la crónica, era muy para indignar a cualquier hombre honrado para cubrirle de vergüenza ajena. Pero cierto tipo de noticias a los españoles nos han hecho callo y ya no reaccionamos ante ella más que con un gesto de irónico menosprecio. Según la puntual y bien informada crónica de Alfonso Barra, un grupo de intelectuales ingleses había escrito al director del periódico ‘The Guardian’ para rasgarse las vestiduras por el hecho de que el Gobierno francés hubiese detenido a un grupo de anarquistas españoles, aun reconociendo que estos anarquistas eran sospechosos de organizar sabotajes y actos terroristas en España “con el propósito de incomodar a las autoridades españolas y a los turistas extranjeros”.

La incomodidad, en estos casos, suele consistir en poner bombas, e incomodidad en este caso, es un delicado y científico cafemismo empelado por los señores Beltrand Russell, Philip Tunynbee y Michael Abercrombie, los tres más ilustres ‘abajofirmantes’, fácilmente sustituibles por otros que fueron de gran empleo entre los patrocinados de los intelectuales británicos: despachar, apiolar, liquidar, eliminar, cepillar, picar, etc.

El aval moral que los sabios e intelectuales – con sus flecos y flequillos – vienen prestando a la violencia resulta sumamente repulsivo a los ojos de cualquier hombre normalmente constituido. Hay una especie de vasos comunicantes que relacionan la bajeza del ‘gang’ de los sabios con una serie de hechos luctuosos que ahora no es cuestión de enumerar y que, por otra parte, están en la memoria de todos. Aquella parte de la Humanidad que debiera ser la más exigente, civilizada, comprensiva, paternal y aleccionadora, se está convirtiendo, por oba de una monstruosa perversión moral y política, en la parcela donde echan sus raíces todos los crímenes y encuentran sombra reposo y bendiciones todos los criminales. El hombre que ayer, a estas horas, sabía ya que iba a matar al presidente Kenned, podría perfectamente haber encontrado aliento moral – y retórico. por supuesto – en cualquiera de los muchos componentes de la banda universal de sabios e intelectuales, y acaso para propio estímulo de su inmediata acción, hubiese tomado tono – que diría Stheadal – en la fervorosa defensa que Russell, Tonnbee y Abercrombie hacían de otros hombres como él.

Esto resulta hondamente desalentador. Tan desalentador como decir que ahora, nueve y media de la mañana, ninguno de nosotros sabe si ese teletipo, o teléfono, o lo que sea – tan traido y llevado por la prensa – que al parecer une instantáneamente el Kremlin con la Casa Blanca, ha funcionado para decir con urgencia conmovida: “Lo hemos sentido mucho”. Sería triste que no funcionase el mecanismo. Sería triste que algo definitivamente humano se nos hubiese roto a todos. Esperemos que no. Ya tenemos bastante con saber que el hombre que ayer, a estas horas sabía que iba a matar a Kennedy, estaba cergando el arma con una pólvora fabricada especialmente para él por el gang de los sabios.

Rafael García Serrano

23 Noviembre 1963

Dallas, ciudad sin ley

Antonio Izquierdo

Leer

La ciudad despertó ayer con la noticia en la mano: las primeras ediciones ‘extras’ estaban en la calle desde la medianoche, escasas horas después de que un hombre en Dallas, Estado de Tejas, hubiera muerto de un balazo en la cabeza al tiempo que recibía el clamor de la multitud. La ciudad despertó ayer con la noticia en la mano y con una inevitable pesadumbre en el corazón; porque la ciudad – que acaso no alcanzaba a descifrar oscuros cálculos políticos – intuía que en otra ciudad se había roto la armonía del propio espíritu ciudadano.

Hubo ayer un alarde técnico de los medios informativos en servicio de la ciudad (cinco minutos tardó en llegar a Madrid la noticia) y hubo un colectivo pesar, una zozobra honda en el espíritu de las gentes que se echaban a la calle, con las primeras luces del alba, con el convencimiento de que algo grave, gravísimo, había sucedido en el mundo. No se lloraba exactamente a una determinada figura del a política universal: la angustia la movían otros aires. El asesinato político, la pavorosa frialdad calculadora del magnicida afilando una también pavorosa puntería originaba multitud de íntimas preguntas colectivas. El crimen político parecía periclitado en las cumbres de nuestra civilización, en los pueblos de los grandes índices económicos y de las máximas expresiones democráticas. El pistoletazo al conductor de un pueblo, a la figura del político, se antojaba, para determinados sectores geográficos del mundo, como un recuerdo decimonónico.

Y ayer las gentes de todas las razas y colores sintieron un escalofrío de angustia. En Dallas, Estado de Tejas, el Presidente de los Estados Unidos de América, John F. Kennedy, rendía sus cuarenta y seis años bajo el propósito oculto, frío y calculador, de un ciudadano norteamericano. A su lado, Jacqueline, la esposa del Presidente muerto, exclamaba: “¡No, no es posible!” Como un eco de aquellas palabras ayer la ciudad repetía lo mismo: “No, no es posible”. No es sólo la vida de un hombre, no es sólo la estampa de un joven político derribada del pódium al que fue elevado por la voluntad de sus conciudadanos: era la imposibilidad del hecho cierto lo que aceleraba el pulso de los hombres. Era la cruda certeza de que un hombre, ciudadano de un país sonriente y holgado, arruinaba de un tiro cabal, a la par que la vida joven del Presidente, muchas ilusiones basadas en teorías políticas deslumbrantes. Ayer la ciudad arrebató los periódicos de las manos de los vencedores no se separó de los receptores de televisión y radio, absorbió de un amargo trago los millares de palabras condenatorias y expresivas sobre el acontecimiento de Dallas.

Con las primeras luces, bajo la bruma de una mañana otoñal, los hombres condenaban con su urgente solicitud de noticias, el balazo que se había acertado a dar a lo más preciado de la sociedad humana: la armonía entre los hombres.

Antonio Izquierdo

10 Diciembre 1963

"Good Night, Mr. President"

Joaquín Garrigues Walker

Leer

“Buenas noches, señor presidente”. En la noche del día 22 de noviembre de 1963, horas después del trágico asesinato del presidente Kennedy, un niño norteamericano, de tres años de edad, cumplía precozmente, al pronunciar esas palabras, un deber de cortesía con el ya entonces presidente de los Estados Unidos, Lyndon Johnson. Ese niño, huérfano de padre, benjamín de una familia excepcional, soportaba el peso de un nombre que ya sólo la historia podía juzgar: John F. Kennedy.

Esta anécdota histórica ocurría en un salón de la Casa Blanca y en presencia de un grupo de personas íntimas de la familia Kennedy, del presidente Johnson y de la viuda del hasta entonces primer mandatario de la nación.

Horas antes un hombre oscuro, que dijo llamarse Oswald, tuvo en sus manos el insólito poder de cambiar, con un rifle de mil pesetas, la trayectoria política del mundo. Tres mil millones de seres humanos recordarán – hasta los límites de la memoria humana – aquella fecha y aquel nombre.

Aquel niño, que había empezado la historia de su corta vida como hijo del presidente de los Estados Unidos, perdía a su padre en sólo cinco largos, larguísimos segundos. Y su Casa Blanca, desde ea fecha, ya no sería su hogar. Delante de él, en su propia casa, un intruso era ya el presidente del país. En aquella casa, que ya no era suya, ante su madre, rota por el dolor de la soledad, aquel niño le daba las buenas noches a un señor que ya no era su padre, y , sin embargo, ya era, desde la eternidad de esos cinco segundos, el presidente de los Estados Unidos.

John F. Kenendy Jr. anuncia al mundo, en aquella hora trágica de una noche de noviembre, que hay un nuevo presidente en los Estados Unidos. Y al mismo tiempo se dice a sí mismo, sin que nadie lo oiga en aquel salón triste de la Casa Blanca, que su padre ha muerto.

Ni siquiera él, a los tres años de edad, tenía derecho a rebelarse contra aquella circunstancia insólita que le dejaba huérfano. Porque ciento ochenta millones de norteamericanos y otros muchos millones de ciudadanos en todo el mundo tenían el derecho inalienable, en virtud de un artículo de la Constitución, de tener un presidente y un leader que juraba su cargo en presencia del cadáver de su antecesor y de la viuda.

Los padres de la Constitución americana no tuvieron presente a la hora de redactarla el drama de la familia Kennedy ni el nombre del asesino Oswald. Nadie entre ellos pensó que un presidente de cuarenta y seis años de edad, válidamente elegido por su pueblo, pudiera ser asesinado ante doscientos cincuenta mil ciudadanos.

Los forjadores de la democracia americana no pensaron ciertamente en las viudas y los hijos de los presidentes violentamente desaparecidos. Para aquellos hombres el artículo de la ley que prevé la sucesión inmediata del presidente era consecuencia de un hecho incontrovertible: la temporalidad de la vida humana. Y siendo la vida humana temporal, la Constitución, que ha de velar por el bien de la comunidad, tiene forzosamente que prever, olvidándose de circunstancias personales la continuidad de la vida pública.

Ante la magnitud de este problema, todos los demás pierden, en la hora presente, significación y trascendencia. No digamos el drama de la viuda y el hijo que pierden al marido y al padre. Ni tan siquiera importa que se rompa la continuidad de una determinada línea de acción política. La nueva frontera sobrevivirá o no. Esto ahora es accidental. Lo verdaderamente grave, en cambio, sería que en ese momento crítico, hubiese quebrado la continuidad de la vida pública.

Y de esta crisis los españoles tenemos quizá en nuestra historia pasada más ejemplos que ningún otro pueblo.

Quiera Dios que esas tristes palabras de un niño norteamericano, de tres años de edad, iluminen algún día las leyes constitucionales de todos los pueblos de la tierra y puedan, a su vez, aplicarse con la misma eficacia.

Joaquín Garrigues Walker

30 Noviembre 1963

¿Quién mató a Kennedy?

Eduardo Haro Tecglen

Leer

Que mala película, que guión tan torpemente escrito.

Todos los elementos del a tragedia americana están utilizados hasta la truculenta. Un fusil de alza telescópica asoma desde lo alto de una ventana sobre la avenida que ha de recorrer el Presidente de la nación en visita oficial a la ciudad de Dallas. Suenan tres disparos: el Presidente cae muerto en brazos de su esposa sollozante; el gobernador del Estado se desploma herido. Todo el coro de la tragedia se pone en acción: los gorilas, el FBI, los agentes del sheriff, los Texas rengers. El atrezzo es impecable. Minutos más tarde ya hay un sospechoso cuya detención es accidentada y espectacular: en el tiroteo cae un policía, quizá dos. El sospechoso detenido niega, pero la policía es siempre infalible. La biografía, dudosa del sospechoso ayuda a componer el tipo. Cuarenta y ocho horas después de su detención sigue negando, pero la policía le ha acusado ya oficialmente. Llega el momento de trasladarla a la cárcel del condado. El escenario es perfecto: en el garaje de la comisaría se ha convocado a los periodistas, a la TV. El acusado sale a escena: las manos esposadas, dos gigantescos policías sujetándole de los brazos. Los focos iluminan, las cámaras le apuntan. De pronto un hombre se destaca del grupo de espectadores, clava un revolver en el vientre del acusado y dispara. Gran agitación en el coro. El hombre grita: “¡He vengado al Presidente, he vengado a Jacqueline ha vengado a Tejas!”. El asesino asesinado va a morir sin hablar en el mismo hospital donde había muerto su presunta víctima. El país ha presenciado la acción del vengador. Un sentimental dueño de cabaret dedicado al striptease, a la exhibición de mujeres desnudas. El jefe de la policía de Dallas, declara: “Con la muerte del acusado el caso del Presidente asesinado”. En la pantalla parece el letrero ‘The end’

¿El guionista, asesino?

¿Qué falla en esta película típica? ¿Qué falla en este guión? Falla, como en tantas malas películas, la psicología de los personajes. Y falla algo más y muy importante: que los espectadores sabemos más cosas que las que se nos enseñan en el film. Y las imágenes no nos cuadran con lo que sabemos. Quizá la gran originalidad policiaca de este film da misterios es algo en lo que no pensó nunca Hitschcock: que el asesino sea el guionista. Naturalmente, se nos ocultan muchos elementos de juicio. Las razones de Estado justifican muchas veces el silencio: sobre todo cuando – como en este caso – hay intereses mundiales en juego. Pero el silencio es siempre una cuartilla en blanco sobre la cual los demás pueden escribir sus conjeturas. Ya Moscú está escribiendo las suyas: un complot de la extrema derecha, de los racistas, los intervencionistas de Cuba, los grandes intereses de los fabricantes de armas… Una conjura en la que participa la policía de Tejas.

La psicología del joven Oswald es un fracaso del guión. Tiene una infancia insegura, raro y frío. Asocial. Oswald, asocial e indisciplinado es expulsado de la infantería de Marina. Todo esto aumenta sus recelos contra la sociedad, sus resentimientos: se vuelve comunista y se va a la URSS donde solicita la ciudadanía soviética. Sin duda sigue siendo asocial, sin duda no es un comunista ortodoxo porque la URSS no le concede la ciudadanía y Oswald abandona el país, después de casarse con una muchacha soviética, y hace su viaje de regreso con fondos del Departamento de Estado americano. Cuando vuelve a Tejas se declara desengañado de la URSS y del comunismo soviético, pero tampoco acepta ya la sociedad americana: ahora menos que nunca. Es un inadaptado. Se afilia a una sociedad anticastrista, pero es expulsado porque sus antecedentes le hacen sospechoso de ser un espía. Entones se afilia a una agrupación procastrista, con la que proclama que desea hacerse juego limpio en Cuba, donde se le considera con recelo porque procede de una sociedad anticastrista. Estamos ante un ser desarraigado.

¿A quién beneficia?

Oswald es comunista y castrista ideológico, pero al cometer su crimen no ha actuado en nombre de ningún grupo, de ninguna organización, ni ha tenido ningún cómplice. Y, también, la nota oficial del Departamento de Estado: no ha actuado por instigación de ninguna potencia extranjera. Esta explicación de la policía ofrece también su contradicción: comunista y castrista, sometido a una disciplina de partido, ¿cómo ha cometido un acto aislado? Más aún ¿cómo ha cometido un acto contrario a su ideología? El más elemental criminólogo se pregunta ante un asesinato: “¿A quién beneficia?” En ese caso, la desaparición de Kennedy puede beneficiar a los racistas, a partidarios de la intervención en Cuba, a los industriales de guerra. En un supermercado de Birmingham (Alabama), la gente aplaudió y dio gritos de entusiasmo cuando los altavoces anunciaron el asesinato de Kennedy. En Atlanta (Georgia) el dueño de un cabaret invitó a beber gratuitamente al público para festejar el acontecimiento de la muerte del Presidente. La biografía de Oswald no responde a las características de esta gente. Hay una deducción lógica: o no fue él quien mató a Kennedy o su biografía no es exacta. O es incompleta y faltan en ella datos muy importantes.

Un hombre le mató cuarenta y ocho horas después, cuando continuaba negando. Nos quedaremos también sin saber cómo conciliaba sus negativas con las pruebas acumuladas por la policía, cómo rechazaba estas pruebas. Ni tan siquiera pudo hablar con un abogado: los de Tejas se negaron a defenderle. Alguno dijo que había recibido amenazas misteriosas para el caso de que acepte la defensa. El teléfono ha funcionado mucho estos días en Dallas, repartiendo amenazas anónimas. Una de ellas ha sido para un periódico local que quizá estaba publicando demasiadas cosas.

Los mejores maestros de la psicología no conseguirían explicar esta reacción. Sobre todo: ¿Cómo es posible que conserve su indignación durante cuarenta y ocho horas? ¿Cómo es posible que premedite tan perfectamente su crimen, que consiga penetrar en el garaje de la comisaria y allí disimula tan perfectamente las lágrimas que lleva tanto tiempo derramando hasta el punto de poder repartir invitaciones para su cabaret a los policías y a los periodistas presentes, y en un momento dado avance bajo los foros de la TV, se acerque al prisionero esposado y estrechamente sujeto por dos impasibles ‘gorilas’ un prisionero que grita de horror, y le dispare a pocos centímetros del vientre con un clásico disparo profesional de los que no tienen salvación posible?

Un guión dudoso

Inmediatamente vino la frase histórico del jefe de la Policía de Dallas: ‘El asunto Kennedy ha terminado.

Pero el asunto, naturalmente, no ha terminado. El guión es demasiado dudoso: permita muchas y muy largas sospechas. El New York Times, escribía en su número del lunes pasado: “Una ola de vergüenza se extiende por toda América”. Desde nuestra distancia, evidentemente, nadie culpa a América en bloque, ni nadie puede pensar que la gran nación tenga por qué estar avergonzado. Pero desde dentro del países es posible sentir esa sensación, ese sentimiento. Precisamente por ello el incidente no ha terminado. El ministro de Justicia no ha podido creer nada de todo cuanto se ha dicho y da la casualidad de que el ministro de Justicia es Robert Kennedy, hermano del presidente asesinado. Tampoco el FBI ha creído nada y por eso va a tomar la investigación en sus manos y a iniciarla desde el principio. La realidad es que el caso Kennedy, el caso Oswald, el caso Rubinstein, apenas han comenzado. Su investigación puede ser dramática, puede desencadenas una serie de acontecimientos imprevisibles. Por eso es inevitable y es sano.

Eduardo Haro Tecglen