14 abril 1931

Alfonso XIII no abdica por lo que seguirá siendo considerando 'rey legítimo' para los monárquicos

El Rey Alfonso XIII abandona España tras la victoria republicana en las capitales abriendo el camino a la proclamación de la República

Hechos

El 14 de abril de 1931 el Rey Alfonso XIII abandonó España.

Lecturas

El final de la dictadura del general Primo de Rivera representó al inicio de una etapa de cambios profundos en la vida política española. La experiencia de la dictadura había desprestigiado enormemente la Corona, juzgaba instigadora de aquel golpe de Estado, el gobierno del General Berenguer dimite tras fracasar intentando mejorar la situación. El divorcio entre la monarquía y parte de la opinión política española se notó en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931.

En aquellas elecciones ganaron numéricamente las candidaturas que pudieran catalogarse como monárquicas, pero en las ciudades más pobladas, las capitales el triunfo era republicano.

Candidaturas monárquica: 41.224 concejales.

Candidaturas republicano-socialistas: 39.248 concejales.

A pesar de la derrota republicana a nivel global, el triunfo de los republicanos en las capitales de provincia fue arrollador. En 48 de 50 de las capitales de provincia ganaron así los partidarios de un cambio de régimen.

En Madrid, los republicanos obtuvieron el triple de votos que los monárquicos y en Barcelona, el cuádruple. Los partidos políticos contrarios a la monarquía que en agosto de 1930 habían firmado el Pacto de San Sebastián se vieron impelidos por el resultado de las votaciones y la acción popular subsiguiente a tomar el poder. Partidarios de la República tomaron la Puerta del Sol y las grandes plazas de los ayuntamientos.

En el ayuntamiento de Madrid tomó el mando del ayuntamiento el republicano D. Pedro Rico (Acción Republicana) y en el ayuntamiento de Barcelona el republicano D. Lluis Companys (Esquerra Republicana de Catalunya), que el mismo catorce abril tomó el control del ayuntamiento deponiendo al último alcalde monárquico, D. Juan Antonio Güell, para proclamar la República.

Ante esta situación el Rey D. Alfonso XIII abandona España dando pie a un Gobierno provisional republicano presidido por D. Niceto Alcalá Zamora.

 

 El Director de la Guardia Civil, D. José Sanjurjo, comunicó que no disolvería por la fuerza a los republicanos y que sus tropas no defenderían a la monarquía.

DISCURSO DEL REY ANUNCIANDO SU ABANDONO:

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Abdicación de Alfonso XIII (14 de abril de 1931)

Las elecciones celebradas el domingo, me revelan claramente que no tengo el amor de mi pueblo. Mi conciencia me dice que ese desvío no será definitivo, porque procuré siempre servir a España, puesto el único afán en el interés público hasta en las más críticas coyunturas. Un Rey puede equivocarse y sin duda erré yo alguna vez, pero sé bien que nuestra patria se mostró siempre generosa ante las culpas sin malicia. Soy el Rey de todos los españoles y también un español. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas en eficaz forcejeo contra los que las combaten; pero resueltamente quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro, en fratricida guerra civil.

No renuncio a ninguno de mis derechos, porque más que míos son depósitos acumulados por la Historia de cuya custodia me han de pedir un día cuenta rigurosa. Espero conocer la auténtica expresión de la conciencia colectiva. Mientras habla la nación suspendo deliberadamente el ejercicio del Poder Real reconociéndola como única señora de sus destinos.

También quiero cumplir ahora el deber que me dicta el amor de la Patria. Pido a Dios que también como yo lo sientan y lo cumplan todos los españoles.

Firmado: Alfonso, Rey

 

15 Abril 1931

Nuestra actitud

ABC (Director-propietario: Juan Ignacio Luca de Tena)

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Nuestra fe y nuestros principios no se los lleva el huracán de pasiones que ha turbado tantas conciencias y ha extraviado a una gran parte del pueblo, sumándolo (creemos que pasajeramente) a esa otra porción que en toda sociedad propende a la rebeldía con los peores instintos, y sobre la que no ha elaborado jamás una política honrada. Seguimos y permaneceremos donde estábamos: con la Monarquía constitucional y parlamentaria, con la libertad, con el orden, con el derecho, respetuosos de la voluntad nacional, pero sin sacrificarle nuestras convicciones. La Monarquía es el signo de todo lo que defendemos; es la historia de España. Los hombres y los azares pueden interrumpir, pero no borrar la tradición y la historia, ni extirpar las raíces espirituales de un pueblo, ni cambiar su destino

15 Abril 1931

Nuestro homenaje al Rey Alfonso XIII

EL DEBATE (Director: Ángel Herrera Oria)

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Cuando lleguen estas líneas a manos de nuestros lectores, Alfonso XIII habrá traspasado las fronteras de España. Sin solemnidad y sin aparato ha salido de la Corte, siguiendo los consejos de sus últimos ministros. Se va sin recibir el homenaje de sus leales, que forman aún – queremos creerlo – la mayoría del pueblo español. Que este número de EL DEBATE le lleve el nuestro, impregnado del respeto profundo que tributan a la Majestad caída los hombres de honor.

No es este el momento para un juicio crítico sereno y reposado, como lo merece la gran figura que se nos ha ido. Ni es preciso tampoco. Reciente está el número extraordinario que dedicamos al Rey a los veinticinco años de su coronación. Hicimos ver en él, a nuestro juicio, el gran progreso de España durante esos cinco lustros. Hoy no trazamos más que unas líneas inexcusables de gratitud al excelso español.

He aquí un título que nadie podrá negar. Alfonso XIII ha sido un gran patriota. Amó a España y procuró su bien. Ha dado a este país veintinueve años de paz, no bien apreciados por las dos últimas generaciones que ignoran a lo que sabe un gran dolor colectivo. Dios quiera que la etapa histórica que ahora se inicia no nos haga conocer por contraste los beneficios de esa desdeñada paz material.

En los momentos culminantes de su historia, Su Majestad Don Alfonso XIII procedió comoo un Rey prudentísimo y como un fidelísimo cumplidor de la voluntad del pueblo. Tres fechas bastarían para acreditar esta afirmación: 1914, 1923 y 1931.

No sólo fue el Rey el primer defensor de la neutralidad española durante los años convulsos de la guerra. Fue más aún. Fue un habilísimo diplomático, que por su acción personal logró para el nombre de España respeto y amor. Nos dejó al final de la gigantesca lucha de naciones en una posición internacional que no hemos aprovechado.

En 1923 aceptó el Monarca lo que la voluntad nacional, clara y manifiesta, le imponía. Supo interpretarla, quiso ponerla de acuerdo con la Constitución y los bien enterados saben que no lo perteneció siquiera el derecho de elegir.

Finalmente, cuando en 1931 su Gobierno le ha manifestado que el bien del país y la opinión pública le piden que salga de España, ha salido…

¿Cuáles han sido las causas determinantes de este último hecho? En primer lugar, el desgaste inevitable de veintinueve años de gobierno efectivo. Claro que hubiera sido preferible que en muchas ocasiones la persona del Rey se escudase en la de sus ministros. Pero nosotros preguntamos si esto ha sido posible siempre y si el país le ha ofrecido al Monarca sólidos instrumentos de gobierno. Prontos están los españoles a destruir, a censurar; raras veces a contribuir colectivamente a una obra positiva. Todo el que en España ha pasado por las alturas sabe algo de eso y ha devoorado silenciosamente injusticias y amarguras.

Se nos ha ido el Rey. Se le había creado en los últimos tiempos un ambiente irrespirable. Injustamente se volvió contra él la reacción natural a la salida de la Dictadura. Se ha ido porque los Gobiernos no han sabido defender. Durante catorce meses la insidia y la calumnia lo han asaeteado, convirtiendo en reductos de combate lugares que hubieran debido respetar los enemigos del Monarca, por respeto a sí mismos y a la magistratura suprema de la nación.

Puede marchar tranquilo el Rey caballero. El juicio que merezcan sus actos no podrá señalar una deslealtad o una felonía dignas del destronamiento y del exilio. Esto que llaman veredicto lo da un pueblo bueno y honrado que amaba la persona del Rey y que es monárquico en el fondo, llevado por la embriaguez de una furiosa campaña.

Siguen a Alfonso XIII las simpatías de la parte más numerosa de la nación. Hoy aparece su noble figura nirabada por el afecto universal. Y el último servicio que ha prestado a su Patria acrecentará su prestigio en el mundo civilizado. EL DEBATE acompaña al Soberano español con su respeto más profundo y pide a Dios que le premie las buenas obras que ha hecho a España.

15 Abril 1931

Alfonso XIII

Manuel Aznar Zubigaray

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Ya hay una corona más que añadir a las vitrinas de los museos.

En trece años, se han derrumbado cuatro de las monarquías más fuertes d Europa; pero el único monarca que abandona su trono en plena paz, sin sombras de tragedia, en un gesto de suprema civilidad y de absoluto respeto a los ideales democráticos, es el rey de España.

El mundo entero espera que la transformación del régimen político español sería sangrienta; pero España ha demostrado estar perfectamente preparada para regular sus destinos, sin perder el equilibrio y la serenidad de espíritu.

En veinticuatro horas ha pasado de ser uno de los soberanos más populares de Europa a la condición de un desterrado político.

Se dirigirá seguramente a Londres, y en la capital de Inglaterra fijará su residencia definitiva. Hay motivos para suponer que los Estados Unidos es el país que con más fuerza atrae el espíritu y las aficiones del rey Alfonso. Varias veces ha declarado a sus amigos íntimos que deseaba ardientemente visitar los grandes centros industriales de los Estados Unidos. Sobre la mesa de su despacho oficial, y encima de los muebles de sus habitantes privadas, se veían constantemente las revistas norteamericanas, especialmente aquellas que están dedicadas a las especializaciones industriales. Nada le complace tanto como compensar acerca de esa clase de temas y entre todos ellos, hay uno que llena su afición principal: la industria de motores.

En una declaración famosa dijo que ‘si alguna vez se veía obligado a dejar el trono quisiera convertirse en fabricante de automóviles’. Veremos si ahora que se le presenta ocasión propicia realiza su sueño. Es absolutamente seguro que, dentro de poco tiempo, si sus deberes políticos, como caudillo de una gran parte de la opinión española se lo permiten, vendrá a visitar los Estados Unidos. Esa es una verdadera pasión en el ánimo de Alfonso XIII. Su fortuna personal le permitirá vivir espléndidamente, rodeado de las mayores comodidades.

Dentro de ese cuadro de perspectivas se ha de desenvolver la futura vida del rey Alfonso XIII, cuya influencia en los destinos de España seguirá siendo extraordinaria, pese a que haya perdido la corona, después de las elecciones municipales del domingo último.

Manuel Aznar

15 Abril 1931

EN EL PRIMER DÍA DE LA REPÚBLICA

Raimundo García "Ameztia"

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A título de monárquico no se puede hablar hoy en España; no hay derecho para hablar a título de monárquico después de los acontecimientos que se están desarrollando ante nuestros ojos atónitos.

No hace mucho escribíamos aquí mismo que sí perdíamos la monarquía después de tanto pregonar que España era monárquica, que si  se nos iba de entre las manos la venerable institución no tendríamos derecho a llorar como mujeres lo que no pudimos defender como hombres.

Vulgar era la frase pero no había otra.

Y en ello estamos.

Nos han vencido, nos han derrotado los republicanos.

Seguimos pensando que por nuestra cobardía, pero el caso es que nos han vencido.

Los que creíamos de buena fe que había en España monárquicos bastantes para sostener con firme espalda el manto real de la Monarquía, nos equivocábamos.

Todo debate sobre la cuestión es necedad insigne.

La verdad quedó patente el domingo cuando afloró la raíz del sentimiento español.

Había muchedumbre de enmascarados y de serviles y un puñado de hombres sinceros.

¡Un puñado no más de monárquicos sinceros… Todo lo demás, martes de carnaval!

Con una emovción que la nerviosidad de estas jornadas no deja expresar con soltura, señalamos esta fecha del 14 de abril como una de las más trascendentales de la Historia contemporánea.

Habíamos visto caer tronos seculares e ilustres, poderosos y fuertes, barridos por el vendaval trágico de la guerra europea, catástrofe sin precedente en la historia de la Humanidad.

Pero el mundo había de presenciar un espectáculo más sorprendente y ese espectáculo había de ofrecerlo España: El espectáculo de una Monarquía que desaparece por el desamparo de sus súbditos cuando sus súbditos estábamos pregonando un día y otro día que no había fuerza capaz de desarraigarla de la Patria.

Es el abandono, es la deserción, es – desde nuestro punto de vista lo decimos con sinceridad que ponemos en todas nuestras palabras – es la ingratitud.

Ayer, a las ocho y media de la noche, abandona el Palacio real de España, protegido por un caballeroso y noble respeto de la República naciente, la augusta persona de don Alfonso de Borbón.

Muchas veces hemos dicho que el Rey de España que ayer se sometió a la voluntad popular que dio en las urnas por liquidado su reinado era un Rey caballero, un Rey animoso y patriota, un Rey en quien florecía la vieja estirpe de los monarcas españoles, católicos y valientes.

Al decirle adiós agitando como u blanco lienzo, el último girón de los más remisos en responder a los dictados de nuestra conciencia política – y por nuestra actuación futura en este vasto campo de incógnitas que se nos aparece ante los ojos y ante la conciencia, como un inmenso vacío, al caer derribada la Monarquía.

Nos ha vencido la República porque en los republicanos había más aliento y más espíritu de sacrificio que en nosotros.

Ahora, en nuestra misma barricada de siempre, tomemos ejemplo de su fe y de su unión y de su energía.

Nos ha vencido porque ha derribado a la Monarquía.

Pero nosotros habíamos dicho que temíamos a la República porque veíamos detrás de ella el desorden y la anarquía. Y en esto hace falta que también nos venza para que nosotros por amor a la Patria y por amor a la verdad lo podamos proclamar en su día, como proclamamos hoy nuestra derrota.

La primera jornada de la República es la jornada más peligrosa siempre en la parte adjetiva pero escandalosa del desorden popular, ha sido un gran triunfo en Pamplona, y lo ha sido en toda España según las noticias que se reciben.

Nosotros somos en ese aspecto el mejor testimonio, el testimonio más autorizado. Y decimos que ayer desfiló por delante de nuestra casa, por delante de nosotros mismos, una enorme riada de gente alegre por su triunfo y cantando la Marsellesa – ¡el triunfo, señores, de una Revolución republicano-socialista que acaba de destronar a la dinastía Borbón, no el triunfo de un partido de fútbol! – y nuestras puertas estuvieron abiertas y nadie comentó con nosotros la más leve descortesía, aunque todos sabían y saben cuáles son nuestros sentimientos.

Las autoridades de los revolucionarios triunfantes han dado una lección de cordura y las muchedumbres otra de obediencia.

Para aplaudir las buenas obras, realícelas quien las realice, nuestras manos están siempre dispuestas.

Para defender nuestras ideas frente a las de los adversarios, más celosa y diligente y firme estará nuestra pluma bajo la República que lo estuvo bajo la Monarquía.

Para ello hemos de aceptar la libertad que las democracias colocan en sus programas y que en este instante al menos se nos ofrece como dádiva de un donante fuerte: con la máxima amplitud.

Nuestras ideas no han cambiado, nuestra lealtad a la verdad tampoco.

Lo que hemos pedido siempre para los gobernantes eso pedimos hoy para los hombres nuevos que acaban de tomar a España en sus manos.

¡Que Dios les ilumine!

¡Y que al iniciar esta nueva edad en la Historia de España nos ayude a todos!

Raimundo García «Ameztia»