1 junio 1993

El debate, moderado por Luis Mariñas en TELECINCO, supuso un triunfo para el actual presidente del Gobierno

El segundo debate presidencial entre Felipe González (PSOE) y José Mª Aznar (PP) supone una revancha del primero sobre el segundo

Hechos

El 31.05.1993 se celebró un debate entre D. José María Aznar y D. Felipe González en TELECINCO.

Lecturas

El debate emitido por TELECINCO estuvo moderado por D. Luis Mariñas, que empezó mandando un saludo al candidato de Izquierda Unida, D. Julio Anguita (formación excluida del debate por considerar que no tenía posibilidades de lograr la victoria) que acababa de sufrir un infarto.

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01 Junio 1993

Mano izquierda contra destreza

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Si el debate de ayer resultase tan decisivo para los resultados del día 6 como anunciaban los carteles, González ganaría las elecciones. Esos resultados dependen, sin embargo, de factores más complejos que el mayor o menor acierto en un debate televisado. Pero no es coherente considerar la energía de Aznar en el día 24 un síntoma decisivo de su destreza sin admitir que el de ayer más bien puso de relieve su inmadurez: desarbolado casi desde el comienzo, se mostró, más que reiterativo, pesado, faltón cuando más vacío de ideas, desconcertado en general y hasta ligeramente ridículo cuando evocó, como criterio de autoridad, su condición de inspector financiero. Y en cuanto abandonaba el carril del discurso aprendido que ha venido repitiendo en los mítines, y que con tanta soltura resumió en el debate de la semana pasada, navegaba entre frases y gestos de falsa energía. Sólo en el capítulo de las instituciones, en el que González competía con el lastre del difícilmente ocultable sectarismo de la televisión pública y de la instrumentalización del Tribunal de Cuentas y la Fiscalía General, pareció querer renacer el aspirante. Pero para entonces ya le faltaba el aliento.González sí se preparó esta vez, y fue él quien llevó la iniciativa en todo momento. Tal vez demasiado, porque, en su afán por demostrar la insolvencia de Aznar, no disimuló cierta agresividad contenida y olvidó reservar un espacio para reconocer, ante los electores críticos -numerosos, según las encuestas-, los errores que han llevado a la economía española a la lamentable situación actual. Haber asumido la responsabilidad de esos errores habría dado oportunidad a González de plantear más concretamente sus compromisos en materia cambiaría, de presupuesto y reformas estructurales. Es verdad que insistió en la fórmula del pacto social por el empleo (también Aznar), pero más bien como expresión de un deseo que con propuestas concretas sobre su contenido. Algo más preciso estuvo González en relación a la reforma del mercado de trabajo.

Aznar, descolocado repitió algunas generalidades, pero cuando no eran repeticiones literales de lo escuchado la vez anterior, resultaban ajenas a la cuestión de la que en ese momento se debatía. Con un «manzanas traigo» respondía a las preguntas insistentes de González sobre qué impuestos concretamente serían congelados (y luego reducidos) o sobre la manera de cuadrar objetivos incompatibles entre sí. Abusó González de la falta de reflejos de Aznar porque la verdad es que los objetivos esenciales -reducir el déficit, aumentar la competitividad, bajar los tipos o flexibilizar el mercado de trabajo- son comunes. Pero ni uno ni otro plantearon aquellas medidas de ajuste que podrían resultar poco oportunas en periodo electoral, y en particular la política de rigor presupuestario que, cualquiera que sea el vencedor, habrá de plasmarse inmediatamente.

Pero el debate tiene sus reglas, y González las aprovechó a fondo, evidenciando la existencia de dos lógicas en los planteamientos respectivos. Modernización y solidaridad fue su bandera, insistiendo en la falta de realismo de planteamientos que ignoren la segunda. Esa combinación sería hoy la principal seña de identidad de la izquierda, y en su defensa estuvo particularmente convincente anoche Felipe González. El mensaje implícito fue que si bien la crisis deja escaso margen para iniciativas originales en materia de política económica, la izquierda no las plantea abandonando a su suerte a las víctimas. Quedó sin respuesta su invitación a que Aznar, que acababa de exhibir el grueso programa del Partido Popular, mostrase una sola mención del mismo a la protección a los trabajadores desempleados. Frente a eso, las invocaciones del presidente del PP a que «el objetivo es crear empleo» -expresión que repitió unas 20 veces- sonaban algo huecas.

Aznar repitió la pregunta que la semana pasada paralizó a González: si de verdad creía que un Gobierno del PP iba a suprimir las pensiones o, más genéricamente, recortar las prestaciones sociales. La respuesta fue que sí: porque su mantenimiento es incompatible con los de bajar los impuestos y reducir el déficit. Y fue Aznar el paralizado cuando poco después enumeró González las leyes relacionadas con prestaciones sociales -y en general, con el Estado de bienestar- que fueron aprobadas con el voto en contra (del PP: no sólo la de pensiones, sino la de libertad sindical, reforma educativa o prevención del sida.

Las promesas de revitalización de las instituciones democráticas planteadas por el candidato socialista eran imprescindibles tras una legislatura marcada por los escándalos, pero tuvo razón Aznar al recordarle que podía comenzar por predicar con el ejemplo a propósito de la televisión pública. Sin embargo, una mención a la televisión gallega, en los lares de Fraga, frenó el avance del candidato popular por ese terreno. Sería un error, sin embargo, ignorar las tal vez discutibles, pero dignas de consideración, propuestas de Aznar en relación al Consejo del Poder Judicial, Tribunal de Cuentas y Consejo de RTVE, entre otros.

01 Junio 1993

Acabó en tablas

ABC (Director: Luis Maía Anson)

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Como era previsible, González corrigió en el debate de anoche los crasos errores formales que le acarrearon la severa derrota de la semana anterior. Había preparado concienzudamente su intervención, cuidó los aspectos formales, se defendió en muchas ocasiones de la dinámica del debate para hilvanar monólogos retóricos, incluso memorizados, hasta el punto de responder a objeciones o críticas que no le habían sido formuladas en un sorprendente ejercicio ‘Ollendorf’ y no tuvo incluso empacho en recurrir a la lectura no ya de datos o de cifras, sino incluso fragmentos literarios íntegros. Ese tono discursivo restó bastante vivacidad a alguna de sus intervenciones que bordearon peligrosamente lo plúmbleo. Por ello, en demasiados momentos, el debate tomó el curso monologal propio de los espacios de propaganda institucional

Pero Aznar, aunque ya no disfrutaba del beneficio de la sorpresa que tan rotundos resultados le había deparado, sostuvo firmemente su pulso con González hasta conseguir – en una apreciación de urgencia – unas tablas que, dudosamente, habrán inclinado la voluntad de los votantes en uno u otro sentido.

Los planteamientos tácticos estuvieron los suficientemente claros, sin apenas margen para la sutileza. González, con pocos gramos menos de la demagogia espesa propia de los mítines, pretendió desde el principio agitar los peores espantajos del ‘miedo a la derecha’; intentó construirse un maniqueo ideológico para vapulearlo y subrayó los pretendidos ingredientes de progreso y modernidad, mostrándolos como monopolio o atributo exclusivo del socialismo.

Frente a esta tentativa de deliberado corte ideológico, Aznar volvió a plantear los asuntos en el terreno de lo concreto. Creemos que, como ya ocurriera en la ocasión precedente, el dirigente popular acertó a recoger, con mucha mayor fidelidad, las angustiosas cotidianas de los españoles: la crisis, la destrucción de empresas, el paro, la asfixia fiscal, el precio de la vivienda, las listas de espera, el deterioro de los servicios públicos. Pero no se habló de corrupción ni de droga.

A la vista del planteamiento de González, se diría que este ha renunciado ya a cualquier pretensión de ocupación del centro o de retención del voto urbano, ilustrado y progresista que constituyó su antigua base social. El descrédito del ‘felipismo’ en este segmento ciudadano parece tan manifiestamente irreparable que el PSOE se apresta a quemar los últimos cartuchos para intentar eludir la derrota, con un giro a la izquierda e invocación del voto útil casi exclusivamente encaminada a los potenciales clientes de Izquierda Unida. Por fortuna la rigurosa prescripción facultativa evitó a Julio Anguita el seguimiento de esta furtiva incursión de González por los predios que el coordinador de IU se ve circunstancialmente privado de cultivar.

Es significativa, sin embargo la incomodidad que al propio González parece provocarle un discurso dictado exclusivamente por el imperativo del apremio electoral, pero en el que probablemente ni él mismo cree. De hecho, al principio, mientras se atuvo con mayor fidelidad a su plan y recurrió incluso a la descarada lectura de textos, fue cuando ese ingrediente izquierdista estuvo más presente. Pero, a medida que avanzaba el debate y González cobraba una mayor espontaneidad, los contenidos guerristas del mensaje se fueron desvaneciendo paulatinamente.

Pero si de los aspectos formales o tácticos pasamos a una consideración más rigurosa de contenidos, el juicio – político y ético sobre el discurso de González debe ser obligadamente más severo. Quizá obtuviera algún éxito en el intento de deteriorar el crédito de viabilidad de alguna propuestas de Aznar. Hizo bien la oposición de la oposición. Pero no fue capaz de rendir cuentas ni de someter a escrutinio los cuatro últimos años de su gestión que son los que ahora se debaten.

Una vez más, González dio testimonio de una visión neocaudillista de su propio papel pretendiendo convencer a los oyentes de que la historia de España es suya. Otra vez, la transición, la democracia, la modernización, el esfuerzo continuado de generaciones y generaciones de españoles fueron objeto de apropiación, en clave de década. Si el ‘rumbo de progreso’ – según él – sólo está garantizado por su permanencia en el poder, González parece transmitir una voluntad de retenerlo vitaliciamente.

Y absolutamente censurables fueron sus explícitas apelaciones al voto del miedo. Las amenazas frontales y directas a los pensionistas dieron pleno crédito a las denuncias del PP sobre el amedrentamiento del voto cautivo. Mintió, como de costumbre, al negar que la imputación de que Alfonso Guerra hubiera dicho, como efectivamente lo dijo en abril de 1979, que el PSOE prefería coaligarse con HB antes que hacerlo con UCD. Tampoco fue de recibo su negativa a disculparse por la monstruosa comparación entre el PP y HB.

En definitiva, un notable en comunicación para González. Pero un suspenso a la hora de valorar la limpieza y honradez intelectual exigibles a un gobernante democrático.

González hizo, pues, gala de una descompuesta agresividad, aunque pasara sin respuesta las denuncias de Aznar sobre la ‘Ley Mordaza’ contra la libertad de expresión y las referencias a los elementos anticonstitucionales de la Ley Corcuera. Fue, probablemente en esta parte del debate donde Aznar estuvo más brillante y González más a la defensiva.

No es posible especular sobre la incidencia electoral de un debate cuya premiosidad nos tememos que ahuyentase a una parte de su audiencia inicial. Pero aunque los treinta millones de electores hubieran permanecido ante el televisisor se hubieran quedado, sin averiguar por qué, por ejemplo, el déficit público ha pasado entre 1989 y 1992 de 1,3 a 2,6 billones. González no tuvo a bien explicárnoslo.

01 Enero 1993

Conejos, mentiras y prestidigitadores

Felipe Sahagún

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TELECINCO lo vendió como «el debate decisivo». El telonero Andrés Aberasturi lo describió en la introducción como «el segundo y definitivo debate». Ramón Jáuregui, secretario general del PSE-PSOE, y el ex juez Baltasar Garzón lo calificaron de «importante» pero no de decisivo. Si el primer debate tuvo un vencedor, José María Aznar, por puntos, el segundo ha estado mucho más igualado y, en mi opinión, empezó ganando por puntos González y acabó en un empate que representa otra victoria para Aznar, quien ganaba con tal de no perder. El candidato socialista salió bien parado del duelo económico. Aznar le ganó la mano en la segunda parte, dedicada a los servicios públicos, el bienestar social y las infraestructuras. Sobre el Estado y las instituciones, Aznar lo tenía más fácil: machacó al principio, pero González se defendió mucho mejor que en ANTENA 3. Ambos esquivaron los graves problemas de corrupción y apenas se habló de seguridad ciudadana y terrorismo.

A pesar de todo, frente al González confiado, cabreado, sin reflejos, generalista y confuso del día 24 en Antena 3, encontramos anoche un González preparado, metódico, prestidigitador, seguro, descansado, con la mirada de frente, decidido a interrumpir, cargado de estadísticas y consciente de lo que se jugaba: el voto de unos millones de indecisos, en su mayoría ex votantes del PSOE, que decidirán qué gobierno de coalición habrá en España a partir del 6 de junio. El candidato del Partido Popular no estuvo peor. El candidato socialista estuvo mucho mejor que el lunes anterior. Esta fue la diferencia. Gracias al esfuerzo de última hora de González, los socialistas tienen todavía una posibilidad de no perder, pero cometerían un grave error si confunden esa posibilidad con la seguridad en la victoria. «Usted no responde a las preguntas». «Usted no tiene propuestas concretas». «Aquí hay dos proyectos». «Respóndame usted…». Desde el primer minuto, a diferencia del día 24, González jugó al ataque. Su éxito fue examinar al examinando. Alguien ajeno al lugar en muchos momentos del debate, sobre todo en la primera parte, habría confundido fácilmente a González como el candidato de la oposición y a Aznar como el presidente en funciones. En estadísticas, empatados y notable alto para los dos. En humor, suspenso a los dos. En astucia, dominio del insulto y de la mentira, sobresaliente para González y aprobado raso para Aznar. En contenido y programa, notable para Aznar y suspenso para González. «Centrales nucleares ¿sí o no?», preguntaba González a Aznar. «Centrales, no», respondía Aznar. Más concreto y claro, agua. Donde Aznar se creció fue en el apartado sobre Estado e instituciones. González, que desde su primera intervención se había empeñado en ofrecer dos visiones de España, se encontró con una carga metódica e inapelable de acusaciones que sigue sin aceptar: el esfuerzo sistemático por callar la crítica, amordazar a los críticos, neutralizar las instituciones independientes… Defenderse, como hizo González, en las críticas contra la televisión pública con el argumento de que también Luis Mariñas procede de la televisión pública no resulta creíble. Más fuerza, sin duda, tuvo la cita de la televisión gallega.

González llegó preparado con «conejos» en el sombrero y los soltó en momentos cruciales: como por casualidad, aseguró que en el último mes el paro se ha reducido en 40.000 personas. No podía haber respuesta porque es un dato que no se había hecho público y habrá que esperar para saber si se confirma. Ambos se llamaron mentirosos muchas veces, pero uno, González, tomó la iniciativa y la mantuvo de forma sistemática, obligando a Aznar a contraatacar. Todo debate tiene altos y bajos, crestas y precipicios. Entre las calumnias González, sobresalen dos: «Lo que amenaza el sistema de protección social, de verdad, es un gobierno conservador» y, «con el plan económico del PP, cada pensionista perderá 8.000 pesetas». El empeño, una vez más, de González en brindarse con la bandera del patrioterismo barato gracias al esfuerzo de nuestros soldados en Bosnia fue otro golpe barriobajero o peor, vender como éxito una decisión política que acabará pagando cara -ya la está pagando en dinero y sangretoda España. Pero en fin, González sigue vendiéndola como un gran éxito. Cualquiera que oyera a González -el grupo más numeroso en el Parlamento Europeo es el grupo socialista- y no sepa qué pasa en Europa, habrá quedado convencido de que González y el PSOE nadan a favor de la corriente. En realidad, los socialistas españoles son los únicos socialistas que quedan ya en el gobierno de un país europeo.

Sorprende, igualmente, el arte con el que González sigue vendiendo su «europeísmo» y «modernización» cuando todo el proyecto de Maastrich, aunque se ratifique, está más que muerto por haberse hecho a contratiempo y a destiempo de la realidad continental. Los debates sólo sirven si ayudan a los votantes indecisos a conocer un poco mejor a los candidatos y sus intenciones. Dudo mucho de que el debate de anoche lo lograra. González ocultó excelentemente los muchos errores de su gestión con una avalancha de datos y algunos éxitos indudables. ¿Qué efecto tendrá el segundo debate en la votación del día 6? Probablemente ninguno porque el efecto se dividirá y se neutralizará.

03 Junio 1995

Soy el último indeciso

Fernando Ónega

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Mi hija todavía no tiene edad de votar. Pero se quedó a ver el debate del pasado lunes en TELECINCO. Con intuición femenina anunció: «Ahora va a hablar del 89». Y José María Aznar habló del 89. Inmediatamente dijo: «Ahora hablará del 82». Y José María Aznar habló del 82. «¿Lo ves, papá? Siempre dicen lo mismo». Y se fue a la cama. Por la mañana escuché la radio, y algunos oyentes, padres de familia, confesaban cómo se fueron quedando solos, algunos acompañados por su gato, que suele ser una excelente compañía política en tiempo electoral. Dormida la parienta, adormilados los hijos, nadie sabe cuánto ayuda un animal. Los supervivientes -dicen que cerca de once millonesme parece que éramos como los espectadores de las sesiones de cine erótico que nos ponía José María Calviño: nos quedamos viendo a los contendientes, el admirable papel de Luis Mariñas, casi como un pecado solitario. Más que nada, porque el martes había que hablar de eso en la oficina. Manuel Antonio Rico le había preguntado a Miguel Durán: «¿Está usted entre los indecisos?». Y Durán contestó: «Sí, señor como usted». Yo, en cambio, al principio del debate no estaba seguro de estar entre los indecisos. Al final, sí. Después de los 165 minutos, tengo el honor de haber ingresado en el amplio partido de los indecisos. Ignoro qué número hace mi ficha, pero tengo el último carné de la indecisión.

¿Cómo dices eso? me grita mi conciencia. ¿Cómo puedes decir eso, tú que impartes doctrina; tú, a quien llaman comentarista político; tú, que tienes la obligación profesional de orientar a otros ciudadanos? La verdad es que estaba dispuesto a reconocer, como la mayoría, que Felipe González estuvo muy bien y muy contundente, como el otro día lo estuvo José María Aznar. Pero me niego a que mi voto sea movido sólo a golpes de contundencia o de pura dialéctica, sea o no preparada en gabinetes de asesoría. Me niego a que el futuro de mi país dependa sólo de que un candidato tenga una noche afortunada, si antes tuvo una noche aciaga. Estaba dispuesto a reconocer que José María Aznar ha progresado mucho; que le ha quitado a Felipe González la exclusiva del conocimiento de la asignatura de la gobernación. Pero no me acabo de fiar del todo de sus datos. ¿Cómo me voy a fiar de los datos, si cada cual escoge sólo aquéllos que le convienen: Felipe las autovías, Aznar las viviendas; Felipe la protección del parado, Aznar los parados mismos; Felipe los puestos escolares, Aznar las listas de espera? No tengo ninguna seguridad de que hayan hablado de los mismos problemas. No tengo ninguna seguridad de que hayan hablado del mismo país. Estaba también dispuesto a sumarme a quienes proclaman un clarísimo vencedor, y dejarme arrastrar por su seducción. Pero me cuesta trabajo aceptar este juego de que un debate sea un combate de boxeo donde incluso hay «sparrings», o un partido de fútbol, donde se puede ganar por puntos, hacer segundas vueltas, y sólo falta una liguilla de descenso. Estaba dispuesto a hacer un canto de la capacidad de diálogo que demuestran nuestros líderes y a elogiar a ese González que se levanta a estrechar la mano de su adversario. Pero he desterrado esa tentación en la primera fase del debate.

Vi las caras. En «La brújula», en la radio, escuchaba: «Hay tensión». A mí me parecía que era más que tensión. Eran miradas que hablaban de rencor. No estaban allí para hacer país. Estaban para destruirse. Me dormí con un interrogante enfermizo: ¿cómo harán si el día siete tienen que sentarse a hablar y a pactar para garantizar la estabilidad de este país? Y no veo clara la respuesta. Estaba dispuesto a disculpar que estos debates propicien el bipartidismo, hagan olvidar la concurrencia de otros partidos o condicionen la perspectiva. Pero, de forma inevitable, empecé a sentir nostalgia de otras personas. Era como si me faltara alguien: alguien que pusiera un punto distinto, quizá intermedio, entre quien acusaba de fracaso a todo el socialismo y de retroceso a todo lo que sea derecha; alguien que diera una visión distinta, si existe; una tercera vía. Si esa vía existiera, hoy le daría mi voto. Pero no he podido contrastarla. Al final, como de alguna forma hay que pronunciarse, creo que el Felipe de Tele 5 le ganó al Felipe de Antena 3. El Aznar de Tele 5 perdió ante el Aznar de Antena 3. Supongo que habría que poner una equis en la quiniela. Pero ganó, sobre todo, la estrategia.

Ganaron las recetas de gabinete: «Usted no tiene programa», «usted falta a la verdad». Para Felipe González es todo un éxito hacer un debate sin que se hable de corrupción. Para José María Aznar es todo un éxito que se discuta quién ha sido el ganador, cuando todo el mundo lo daba por corneado. Pero se echaron tanta acusación y basura encima, que no me resulta de fiar. Nadie puede ser tan malvado como decía su contrincante. En una sola persona no se puede reunir tanta maldad, incompetencia, fracaso o mezquindad como dijeron. Sí, es cierto. Quizá yo busque un debate imposible, un debate que no es de este reino. Pero no puedo apartar de la cabeza esta obsesión. ¿Habrá fracasado Felipe González tanto como dice José María Aznar? Si Felipe hubiera fracasado tanto, no estaría pensando en revalidar sus anteriores victorias. ¿Estará José María Aznar tan vacío de ideas y proyecto como dice Felipe González? Si José María Aznar estuviera tan carente de ideas y proyectos, no iría de primero en las encuestas de intención de voto. No quiero decir que me hayan engañado. Lo que quiero decir que no han sido generosos. Que sólo han buscado destruirse. Por eso he pedido mi ingreso en el partido de la indecisión. Lo malo es que me han aceptado. Tengo el último carné.

Memorias políticas

Joaquín Almunia

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Felipe no se preparó el primer debate como requería la ocasión. Aznar, contra todo pronóstico barrió en la pantalla. La acreditada capacidad de comunicación de éste fue inútil en esta ocasión, frente a la profesionalidad con la que el aspirante había sabido manejar los recursos del medio y las técnicas dialécticas al servicio de sus argumentos.

Felipe trató de quitar importancia a su fracaso, pero no pudo ocultar su preocupación, y en su interior estaba arrepentido de haber confiado esta vez en la improvisación. José María Maravall mantuvo la cabeza fría, e inmediatamente pidió a dos buenos amigos expertos en televisión y en comunicación política, Miguel Barroso y José Miguel Contreras, que nos echasen una mano.

De allí surgió  un inicio de debate espectacular, que Felipe bordó ante las cámaras de TELECINCO descolocando a Aznar desde el primer minuto. También aprovechamos las lagunas significativas de su programa electoral para poner en un brete a candidato del PP.

Algunos años más tarde hablando con Juan Luis Cebrián sobre la manera en la que tuvimos que desenvolvernos durante aquella campaña, me sorprendió que una persona siempre tan bien informada tuviese una versión totalmente tergiversada de la forma en que se habían desarrollado los preparativos de ambos debates. Alguien le habían transmitido una historia falsa. Juan Luis estaba convencido de que Maravall y su equipo habían sido quienes habían preparado el primer debate y que, a la vista de fracaso habían sido sustituidos por expertos del Comité Electoral. Le saqué de su error, y tomé nota sobre cómo se las gasta alguna gente para apuntarse medallas que no le corresponden.

Ignacio Varela había incluido una frase ideada por Miguel Barroso que luego se haría famosa: “he entendido el mensaje”.