23 noviembre 1990

La familia del piloto fallecido durante el accidente del Monte Oiz, consideró que las expresiones de los periódicos (en el caso de DIARIO16 le calificaban de ultra y 'cachondo mental') eran ofensivas

El Constitucional condena a Pedro J. Ramírez y absuelve a Juan Luis Cebrián por los artículos contra el piloto siniestrado José Luis Patiño

Hechos

  • El 22.11.1990 el Tribunal Constitucional hizo pública la sentencia los responsables de las informaciones sobre el piloto fallecido José Luis Patiño en el diario EL PAÍS (D. Jesús Polanco y D. Juan Luis Cebrián) y en el periódico DIARIO16 (D. Juan Tomás de Salas, D. Pedro J. Ramírez y D. Fernando Baeta) absolviendo a los primeros y condenando a los segundos.

Lecturas

D. José Luis Patiño Arróspide era el piloto del avión  Boeing 727 que se estrelló en el Monte Oiz de Bilbao el 19 de febrero de 1985 muriendo sus 148 pasajeros. A su muerte tanto El País dirigido entonces por D. Juan Luis Cebrián Echarri como Diario16 dirigido por D. Pedro José Ramírez Codina publicaron perfiles despectivos de Patiño Arróspide, lo que llevó a la familia a demandar a ambos directores de periódico y sus respectivos editores. En 1990 el Tribunal Constitucional absolvió a Cebrián Echarri y a El País mientras condenaba a Ramírez Codina y a Diario16.

Ante la condena de 1990 tanto El Mundo, que dirige Ramírez Codina como ABC que dirige D. Luis María Anson Oliart insinuaron que los tribunales controlados por el Gobierno del PSOE ‘arropaban a los periodistas cómodos frente a los incómodos’, actitud que llevó a El País ahora dirigido por D. Joaquín Estefanía Moreira a protestar por la actitud de sus competidores en un editorial publicado el día 25. Diario16, ahora dirigido por D. Justino Sinova Garrido limito su crítica a criticar la discrecionalidad de las sentencias judiciales sin entrar en la lucha entre periódicos.

20 Febrero 1985

José Luis Patiño, un piloto aristócrata

EL PAÍS

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José Luis Patiño y de Arróspide, El Pato, 15º vizconde de Perellós, primo de los marqueses de Villanueva de las Torres, de los condes de Sástago y de los barones de Bétera, comandante del avión Boeing 727 siniestrado, había nacido en Madrid en 1933. Ingresó en la compañía Iberia el 19 de marzo de 1966, hace casi 19 años, después de haber volado en la compañía de vuelos charter Spantax, donde entró tras su paso por la Academia General del Aire, donde se formó como piloto.En Iberia, comenzó a volar como segundo piloto en los Convair, para pasar después, siempre como segundo, a la flota de DC-8. Más tarde fue ascendido a comandante, puesto que ejerció en las flotas de Convair, DC-9 y 727. Hasta el pasado día 15 de enero, fecha de su vuelta a su actividad normal después de su expulsión de la compañía Iberia, Patiño llevaba un total de 13.932 horas de vuelo, por lo que le puede considerar como un piloto muy experimentado y capaz, aunque conflictivo en sus relaciones personales. También estaba considerado como uno de los expertos en el siempre difícil aeropuerto de Sondica.

Patiño era un hombre grande y grueso. Tenía un carácter jovial y extrovertido, pero muy exaltado y cambiante, que le hacía pasar de la euforia a la irascibilidad en un instante y le había dado fama de conflictivo. Este carácter exaltado le había causado diversos problemas profesionales durante los últimos años, con enfrentamientos públicos con su anterior director de operaciones. Durante la larga huelga del pasado mes de junio, el comandante Patiño fue uno de los diez sancionados por Iberia con el despido aunque, posteriormente, fue readmitido, al igual que el resto de sus compañeros, por la sentencia favorable de Magistratura.

El despido de Patiño, según consta en su expediente, se debió a agresiones a uno de los comandantes que no quisieron sumarse a la huelga.

Ese mismo carácter exaltado le llevó a tener un incidente en el interior del avión con un pasajero que quiso quejarse ante el comandante del avión por un retraso que no había sido explicado.

Patiño salió de la cabina y, en lugar de dar las explicaciones solicitadas, se revolvió violentamente contra el pasajero.

Según las fuentes consultadas por EL PAÍS, la muerte por cáncer de hígado de su hermano menor, Alfonso, hace cinco años, afectó mucho al comandante Patiño. Su hermano también era piloto de Iberia, volaba con él como segundo y, de alguna manera, le servía de freno. Recientemente, tras ser readmitido por Iberia, había realizado un curso de refresco y superado el control psicofísico del CIMA (Centro de Investigación de Medicina Aeronáutica) que deben pasar todos los pilotos, y llevaba 50 horas volando.

Al parecer, eran frecuentes sus estados de depresión, que se habían acentuado en los últimos tiempos, especialmente tras la huelga y su expulsión de la compañía. Hace dos días, en el curso de una cena, comentó a un amigo íntimo que estaba atravesando una mala racha y que se encontraba muy deprimido y muy mal, aunque no llegó a explicar claramente los motivos.

23 Febrero 1985

El último vuelo del comandante Patiño

Fernando Baeta

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Unos dicen que era un cachondo mental, un tipo genial, alegre, divertido y sumamente marchoso, que no bebía en exceso, que no podía pasar inadvertido y que tenía la virtud de ser siempre el centro de la reunión. Otros, que era un poco animal, que de genial no tenía nada, que era maleducado y grosero, que se creía el centro del mundo y que bebía demasiado para un comandante de líneas aéreas comerciales que tiene que volar cada cuatro días. Pero, para unos y otros, Patiño era un gran piloto.

Se daban todas las condiciones favorables para que fuera un martes como otro cualquiera. José Luis Patiño Arróspide se había levantado cuarenta y cinco minutos antes de que la pequeña furgoneta de Iberia le pasara a buscar por el número 20 de la calle Condesa de Benadito; se había metido debajo de una ducha de agua fría y se había tomado dos cafés sólos, sin azúcar, antes de enfundarse el traje de ‘romano’, con cuatro barras y una estrella de cinco puntas en cada una de las mangas de su impecable americana cruzada de color azul marino, y la gorra de plato que llevan todos los comandantes de Iberia. Pero no era un martes cualquiera, sino el último de la vida del comandante Patiño y de otros ciento cuarenta y siete personas.

El comandante piloto José Luis Patiño Arróspide, conocido entre sus amigos y enemigos como El Pato, era un aries típico. Extravertido, sin reservas, cabezota hasta la médula, fuerte sin conocimiento y sumamente agresivo en determinadas ocasiones, ese hombre estaba esculpido a imagen y semejanza del carnero que representa su signo zodiacal.

Personalidad

“José Luis – relata un piloto que voló en numerosas ocasiones con él – había nacido para no pasar inadvertido en ningún momento. Chillaba siempre que habría la boca, se daba a conocer, estaba siempre de broma, pero eso formaba parte de su personalidad. Para quienes no lo conocían podía ser un fatasmón, pero para los que lo tratábamos habitualmente era simplemente forma de ser de El Pato”.

Esa mañana del martes, que iba a ser como todas las demás pero que no lo fue, el comandante Patiño se subió por enésima vez a la furgoneta, blanca con franjas naranjas y el logotipo de Iberia, pensando que iba a tener que hacer lo que ya había hecho noventa y nueve veces antes: aterrizar en el aeropuerto de Sondica, un aeropuerto que le gustaba y que se conocía perfectamente.

En su carnet de identidad aparecen los datos de que nació en Madrid el 11 de abril de 1933; estaba casado, aunque separado de María de la Encarnación Covián Cubas, y tenía cuatro hijos. En la actualidad vivía con en la potra mujer, una azafata de Iberia que se encuentra embarazada de siete meses. “Ahora era un hombre muy feliz, le iba muy bien con esta chica y se sentía feliz. Además, le gustaba vivir, era un vitalista y un tío que siempre veía todo positivamente”.

Si uno quiere saber más de este piloto puede dirigirse al Elenco de grandezas y títulos nobiliarios de España, en su edición de 1983 y en la página 483 puede leerse que es el decimoquinto vizconde de Perellós y que está emparentado con los marqueses de Villanueva de las Torres, condes de Sastago y barones de Bétera.

Último vuelo

Casi con toda seguridad que ningún ramalazo de nobleza le salió a flote en el último vuelo de su vida. A buen seguro, las últimas carcajadas que retumbaron en los oídos de los que estaban en la cabina del Boeing 727 “Alhambra de Granada” fueron provocadas por este comandante que, según un buen amigo, “cuando te daba una palmadita en la espalda te podía partir el pecho. Sus diálogos en cabina eran para partirse de risa, era un tío con una gracia innata que desde luego no tenía ningún problema de tipo psicológico que pudiera repercutir en su forma de pilotar tampoco era un depresivo ni lo había sido nunca. Era una persona normal que lógicamente tenía sus problemas como todo el mundo que es normal”.

Su vida siempre estuvo marcada por el ajetreo y por una pasión desmedida por volar. Después de formarse como piloto en la Academia  General del Aire, en junio de 1957 viajó a EEUU para un curso de redactores. Allí fue el número 1. Cuando volvió a España, año y medio después, empezó a comprender que lo suyo no iba a ser el Ejército. Por aquel entonces , un ascenso significaba dejar el avión por una mesa de despacho, y eso no iba con él.

En 1966 deja el Ejército, con el grado de capitán, y entra a trabajar en Iberia; su primer empleo es de segundo en DC-8. Pero por poco tiempo, porque pronto pasó a pilotar un Convair como comandante; de allí al DC-9 y más tarde al 727, siempre como comandante. “Sus cursos fueron tan buenos que nunca tuvo problemas para pasar de comandante de DC-9 a comandante de 727, no tuvo necesidad de ser nunca segundo”, relata un compañero.

La cerveza

Entre vuelo y vuelo, el comandante Patiño se tomaba sus buenas cervezas en el bar ‘El Bosco’, muy cercano a su domicilio. Las lentejas y las judías eran los platos favoritos de este hombre que medía más de ciento noventa centímetros y pesaba más de cien kilos, un buen número de los cuales estaban anquilosados en un estómago descomunal que se nutría especialmente de la cerveza, pan y judías.

La cerveza y algunos problemas económicos llevaban últimamente de cabeza a este hombre. Algunos compañeros relatan las dificultades de Patiño con la cerveza. Hace algunos meses tuvo ‘sus más y sus menos’ con la piscina de un hotel en Málaga. También le preocupaba excesivamente la pensión que todos los meses debía pasar a su mujer.

Entre las azafatas de Iberia era muy conocido por ser el único comandante que solía pasarse para ver las pruebas de aptitud de las auxiliares femeninas de vuelo. “La verdad es que le encantaba ver nadar a las chicas y observar cómo se les pegaba el mono humedecido a su cuerpo”.

Políticamente era una persona sin dudas. El se conceptuaba y se declaraba hombre de derechas. Leía ABC todos los días y siempre solía comentar para todo aquel que lo quisiera oir, que ‘a mí nadie me ha regalado nada, todo lo que tengo me lo he ganado a pulso, no quiero que venga ahora nadie a quitarme lo que es mío y me pertenece”.

De derechas

Patiño fue uno de los diez pilotos que Iberia despidió y tuvo que readmitir por sentencia de Magistratura, por diversos incidentes que se produjeron en la pasada huelga de pilotos. Este comandante vapuleó a un compañero que no secundó el paro y se enfrentó a un pasajero, agarrándole por las solapas, que fue a protestarle por la tardanza del inicio del vuelo. En algunos círculos, José Luis Patiño está conceptuado como agresivo y violento.

Su salud era excelente. Pese a que había sobrepasado el medio centenar de años y teóricamente tenía que pasar por el CIMA (Centro de Investigación de Medicina Aeronáutica) cada tres meses, el solo tenía necesidad de hacerlo cada seis. La única recomendación médica que recibió en su última visita médica fue que redujera su voluminoso estómago.

Ya nunca volverá a subirse a su Seat-124 Sport color marrón sucio; tampoco volverá a enfundarse su vieja cazadora que rompía un tanto la imagen de tíos bien vestidos que tienen los pilotos de líneas aéreas. El era un tiarrón campechano al que le gustaba beber cerveza y vivir. En el fondo se sentía mucho más militar que piloto comercial, pero lo suyo no era una mesa de oficina, sino la cabina de cualquier avión. Incluso la del Boeing 727 “Alhamabra de Granada”, que el pasado martes se estrelló en el monte Oiz.

Fernando Baeta

24 Noviembre 1990

El doble rasero del Tribunal Constitucional

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Al emitir dos sentencias diferentes sobre sendos recursos de amparo, aceptando el de Juan Luis Cebrián y rechazando el de Pedro J. Ramírez, el Tribunal Constitucional no se ha pronunciado respecto a dos informaciones de cariz diferente, sino que ha emitido dos apreciaciones diferentes respecto a una información esencialmente idéntica. El Tribunal Supremo condenó a ambos periodistas por las informaciones publicadas en sus entonces respectivos periódicos -EL PAÍS, que dirigía Cebrián, y DIARIO16, que dirigía Ramírez- sobre el comandante de Iberia José Luis Patiño, que pilotaba el avión que se estrelló en el Monte Oiz de Bilbao. El TC acepta como pertinentes expresiones alusivas al carácter exaltado e irascible del aviador -las de EL PAÍS, mientras que considera como una «intromisión ilegítima en el honor del comandante Patiño» expresiones -las de DIARIO16- como «cachondo mental» y «maleducado». Igualmente juzga como lesivas para su honor, por tratarse de una «persona privada», y sin «conexión ninguna con la información sobre el accidente», las alusiones del periódico dirigido entonces por Ramírez al hecho de que el fallecido comandante, según múltiples testimonios de su entorno, tuviera afición a la bebida y viviera -pese a estar casado y con hijos- con una azafata que se encontraba embarazada. Es un síntoma de lamentable desconexión con la mentalidad actual que la expresión «cachondo mental» -de carácter positivo en el lenguaje coloquiallesione, en opinión del TC, el honor de una persona o que el dato objetivo de una relación sentimental extramatrimonial -comúnmente aceptada en la sociedad de hoy- pueda afectar al honor de alguien. Sin embargo, lo publicado por DIARIO16, más allá de los calificativos -de calibre semejante a los emitidos por EL PAÍS- aportaba datos veraces destinados a aclarar la situación personal del comandante Patiño, protagonista de un suceso no privado sino de alcance nacional, al que, según una investigación de su compañía aérea, se atribuyó el «error humano» causante de la tragedia. De esta doble sentencia, que separa interesadamente y al gusto del Gobierno los periodistas «buenos» de los periodistas «malos», sólo puede desprenderse la significativa y preocupante conexión del TC con la intención gubernamental de amedrentar a la prensa, argumentando, con sofismas inescrutables, las sutiles diferencias entre los constitucionales derechos a opinar e informar verazmente. Anteriores sentencias del TC sobre la prensa revelan el carácter mutante, zigzagueante y aún contradictorio de su doctrina jurídica, que, por otra parte, no duda en recurrir a la superada y obsoleta Ley de Prensa e Imprenta de 1966, virtualmente derogada por la Constitución y la práctica democrática, a la hora de atribuir en cascada a los directores responsabilidades que son contrarias a la libertad de expresión consagrada en el artículo 20 de la Carta Magna. Cabe confiar en que el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo -ante el que recurrirá el Grupo 16- será sensible al desamparo en el que se encuentra la prensa independiente en España.

24 Noviembre 1990

Presunta discriminación

ABC (Director: Luis María Anson)

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La doble sentencia del TC, de la que informábamos ayer, ha causado considerable estupor en medios profesionales. Se absuelve al conocido bancario Juan Luis Cebrián, por entonces director del periódico gubernamental, por calificar a determinada persona de ‘exaltado’ e ‘irascible’ y se condena a un periodista profesional Pedro J. Ramírez, por entonces director de DIARIO16, por llamar a esa misma persona de ‘cachondo mental’ y ‘maleducado’. Ayer, el diario EL MUNDO decía en su editorial: «Si el Alto tribunal considera aceptable calificar a un ciudadano de exaltado, cambiante e irascible, pero atentatorio a su honor recoger opiniones ajenas que lo tildan de cachondo mental y maleducado, entonces Tomás y Valiente y sus colegas están dando vía libre a la instrumentalización política de la Justicia en contra de la libertad de expresión. A caballo de tan tenues fronteras semánticas será fácil arropar a los periodistas cómodos y acosar – ante sus empresas y ante el conjunto de la sociedad – a los incómodos. Condenar, por otra parte, a un director por el contenido de un artículo firmado no puede tener otro objetivo sino el de convertirte en censor de su propio periódico, tal y como hacían las leyes franquistas.

25 Noviembre 1990

Informar e insultar

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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Como no es infrecuente entre quienes sucumben a la pasión de los amores tardíos, el que algunos aparentan sentir ahora por la libertad de prensa comienza a nublarles la razón. No es extraño, por ello, que carezcan de una percepción clara sobre lo que representa esta conquista fundamental de las democracias y que envilezcan su ejercicio confundiéndolo sin más con la impunidad para mentir, insultar y manipular sin medida y a su antojo.El Tribunal Constitucional ha dictado sentencias distintas en los recursos de amparo planteados por EL PAÍS y DIARIO16 contra las respectivas condenas de cuatro y seis millones de pesetas -confirmadas en su día por la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo- por las informaciones publicadas sobre José Luis Patiño, piloto del avión de Iberia que sufrió un accidente en el monte Oiz, cerca de Bilbao, en 1985, y en el que perecieron 148 personas. En la referente a EL PAÍS, el Tribunal Constitucional anula la condena por estimar que la información publicada fue veraz y no insultante, mientras que confirma la de DIARIO16 por considerar que en este caso la información (elaborada en la anterior etapa del periódico, con un director distinto [Pedro J. Ramírez] ) fue vejatoría y constituyó una intromisión ilegítima en el honor y la intimidad del piloto fallecido, por tanto, no amparada por el derecho preferente a la libertad de información. Estos amantes tardíos de la libertad de prensa, alguno de ellos con un sobresaliente historial de degradantes e impunes violaciones de la intimidad de la persona en su haber, pretenden explicar la aparente contradicción no en virtud del análisis de los fundamentos de las sentencias, sino en la clave de favoritismos y dobles raseros, que tanto les sirve en su actividad cotidiana. El Tribunal Constitucional habría sido ejecutor, según esa alucinante teoría, de directrices gubernamentales destinadas a amedrentar a los medios de comunicación mediante una arbitraria discriminación entre periodistas cómodos e incómodos para el poder. Naturalmente, quienes de tal guisa razonan se incluyen entre los gloriosos representantes del segundo grupo, vigilantes celadores de la libertad de expresión, mientras que quienes se niegan a seguirles por el terreno de la injuria o la demagogia lo harían por inconfesables motivos. En significativo contraste con esa argumentación manipuladora, el propio periódico perjudicado por la sentencia, DIARIO16, atribuía ayer, en un editorial muy sensato, la disparidad de pronunciamientos a la intervención de ponentes diferentes en cada uno de los recursos.

Si fuera acertada esa explicación, habría que lamentar que los posibles criterios dispares no hayan sido integrados en una jurisprudencia única. Pero, más allá de esa disparidad, habría que considerar si la existencia de diferencias en el tratamiento dado a la información en cuestión. Justifica resultados también distintos de la aplicación de una misma doctrina. Desde hace años, el Tribunal Constitucional ha ido tejiendo una doctrina progresiva y abierta sobre la libertad de información. Así, ha admitido su carácter preferente sobre otros derechos fundamentales -al honor y a la intimidad, entre otros- cuando se trata de personas o de asuntos públicos o de interés general, y en cuanto contribuye a la formación de la opinión pública, esencial en un régimen democrático. De acuerdo con esta doctrina, el Tribunal Constitucional ha considerado que el tratamiento informativo dado por EL PAÍS a la personalidad del piloto fallecido -referencias a su carácter «irascible», a sus depresiones o a que estuviera pasando una «mala racha personal»- no han constituido una intromisión ilegítima en su honor e intimidad, mientras que sí lo han sido expresiones tales como «cachondo mental» o «maleducado y grosero» y referencias a que «vivía con otra mujer», contenidas en la otra información. El tribunal razona que, mientras las expresiones de EL PAÍS están vinculadas al hecho informativo -el accidente- y tienden a la formulación de una explicación racional sobre sus causas, no ocurre así en las de DIARIO16, lo que las hace innecesarias y gratuitas. Se esté o no de acuerdo con esta interpretación, una cosa parece clara: el Constitucional amplía los criterios jurisprudenciales del Tribunal Supremo sobre la libertad de prensa, y ello debería ser aplaudido por todos los defensores sinceros de este derecho. Que no lo haya hecho en los términos deseados por algunos es otra cuestión, pero no puede negarse que el Tribunal Constitucional avala su postura con argumentos razonados. Algo que no quieren quienes pretenden hacer creer -en una clara distorsión del oficio de periodistas- que da lo mismo decir ocho que ochenta y ocho, -y que vale igual usar una expresión que otra para calificar a las personas. Es decir, que todo vale. Que es lo mismo informar que insultar.

27 Noviembre 1990

El Tribunal Constitucional cambia de opinión

Enrique Gimbernat

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EL Tribunal Constitucional había ido estableciendo en los últimos años una jurisprudencia sobre la libertad de prensa caracterizada, en primer lugar, por el establecimiento de unos criterios precisos que garantizaban la seguridad jurídica, y, en segundo lugar, por una orientación progresista. Se garantizaba la seguridad jurídica porque en materias de interés general los únicos límites que se imponían al periodista era el de que no se utilizaran expresiones formalmente injuriosas y el de que no se hiciera alusión a datos deshonrosos, cuando éstos eran innecesarios por no guardar relación con la información que se transmitía. Y la orientación era progresista porque, al declarar prevalente la libertad de expresión sobre el derecho al honor, se posibilitaba que los ciudadanos pudieran formarse una opinión fundamentada sobre los asuntos públicos.

Repentinamente, y a partir de la sentencia dictada en junio de este año en el recurso de amparo interpuesto por el periodista José María García, el Tribunal Constitucional ha iniciado un inconfesado cambio de orientación cuya última manifestación la constituye la sentencia de 12 de noviembre de 1990 en la que se considera una intromisión en el honor y en la intimidad del comandante Patino un artículo publicado por el periodista Fernando Baeta en DIARIO16: al informar sobre el accidente de aviación del monte Oiz que costó la vida a 148 personas, Baeta, comentando la personalidad de Patiño, piloto del Boeing siniestrado, aludía a que a éste unos le consideraban un «cachondo mental» y otros «un maleducado y un grosero», así como a sus supuestos problemas económicos y con la bebida, y a que, estando casado, convivía con una azafata que se encontraba embarazada. El TC deniega el amparo solicitado por Baeta fundamentándolo en que el periodista hace referencia en su artículo a datos innecesarios para la información y en que utiliza epítetos insultantes y vejatorios. Pero ninguna de estas dos afirmaciones del TC se tiene en pie. En primer lugar, porque si ante un accidente aéreo surgen dudas fundadas -investigadas posteriormente por Aviación Civil- sobre supuestas irregularidades de la tripulación, naturalmente que, para que la opinión pública pueda estar informada sobre todos los aspectos de un suceso que la conmociona, es absolutamente necesario saber cuál era la personalidad y el estado de ánimo del piloto que dirigía la tripulación, y hasta qué punto los eventuales problemas de orden económico, sentimental o de costumbres de una persona que, aunque haya sido a su pesar, se ha convertido en noticia pueden haber afectado a su capacidad para conducir el avión que se le había confiado. El primero en reconocer la necesidad de esa información es el propio TC que, en una sentencia dictada el mismo día en otro recurso de amparo planteado por EL PAÍS , establece que no hay intromisión ilegítima en el honor ni en la intimidad de Patino, aunque se diga de él -como decía EL PAÍS- que era una persona «exaltada», «cambiante», «irascible» y «conflictiva», que caía en «frecuentes estados de depresión», y que «volaba de forma irreflexiva»; si todas estas expresiones objetivamente deshonrosas para Patino están justificadas, como afirma el TC, porque son imprescindibles para que los lectores puedan formarse una opinión sobre una materia de evidente interés general, entonces no se entiende por qué no ha de regir lo mismo para el artículo de DIARIO16, dónde no se hace otra cosa que aludir a los mismos rasgos de la personalidad del piloto, aportando ulteriores datos que pueden ayudar a explicar la razón de esos rasgos.

En segundo lugar, no se comprende tampoco cómo el TC puede mantener que las expresiones utilizadas por Fernando Baeta son formalmente injuriosas y vejatorias. Hasta ahora, el TC y los Tribunales que habían seguido la orientación jurisprudencial de aquél habían atribuido ese carácter únicamente a epítetos abiertamente insultantes como «canalla» o «bellaco» y a las numerosas imprecaciones de origen obsceno que conoce nuestro idioma. Y todo ello, ademas, sólo dentro del marco de la crítica a personas privadas. Porque cuando la controversia afectaba a políticos el margen de tolerancia se ampliaba, hasta el punto de no considerarse atentatorio contra el honor vincular al Jefe del Estado con el adjetivo «fascista» (sentencia del TC de 15 de febrero de 1990), ni llamar al Presidente del Gobierno «cretino» y «torturador» (sentencia del Tribunal Supremo de 17 de mayo de 1990). A la vista de todos estos antecedentes, decir ahora que la expresión «cachondo mental» aplicada a un personaje, que ciertamente no es un político, pero que se ha convertido en público en contra de su voluntad por su implicación en un trágico accidente, es también «vejatoria» supone dar a este concepto un contenido completamente distinto al que tenía hasta entonces y romper, con ello, con toda la línea jurisprudencia) trabajosamente establecida en los últimos ocho años.

La conclusión de todo lo expuesto no puede ser más alarmante. En sus últimas sentencias sobre conflictos entre el honor y la libertad de expresión, el TC ha pasado a considerar ilícitos la exposición de datos necesarios para la formación de la opinión pública en noticias de alcance general y el empleo de vocablos no vejatorios. Ello significa que ha sustituido los anteriores criterios por otros nuevos que no se sabe muy bien cuáles son, que a partir de ahora es imposible de predecir dónde está el limite entre lo lícito y lo ilícito en materia de libertad de expresión y de opinión, y que hemos entrado, por consiguiente, en el caos de la más absoluta inseguridad jurídica.