30 julio 2002

El ponente de la sentencia es el juez progresista Martín Pallín

El Tribunal Supremo machaca a Mario Conde: Condenado a 20 años de cárcel por el ‘caso Banesto’

Hechos

El 29.07.2002 se hizo pública la sentencia que condenaba a D. Mario Conde a penas que sumaban los 20 años de prisión.

Lecturas

EL JUEZ PALLÍN (TRIBUNAL SUPREMO) DUPLICÓ LA CONDENA CONTRA MARIO CONDE

juez_martin_pallin D. José Antonio Martín Pallín

El 28.07.2002 el Tribunal Supremo revisó la condena del ‘caso Banesto’ y, en sentencia del juez progresista D. José Antonio Martínez Pallín resolvió duplicando la condena a D. Mario Conde, que pasó a ser condenado a 20 años de prisión. También aumentó la condena al Sr. Pérez Escolar y condenó a dos que habían sido absueltos en primera instancia: los Sres. Lasarte y Hachuel.

LA ALEGRÍA DE AUSBANC: «EL QUE LA HACE, LA PAGA»

Ausbanc_pineda_joven D. Luis Pineda

El presidente de AUSBANC fue uno de los primeros en hablar de cara a los medios de comunicación. D. Luis Pineda, autoproclamado líder de una asociación de usuarios de banca se personó como acusador popular contra D. Mario Conde acusación que recurrió la sentencia inicial de 10 años y defendió que se le duplicara la pena. Una pena que le ha sido aceptada.

Acusados y Sentencias definitivas:

mario_conde_congreso D. Mario Conde – Condenado a 20 años de cárcel

arturo_romani D. Arturo Romaní – Condenado a 13 años de cárcel

fernando_garro D. Fernando Garro – Condenado a 6 años de cárcel

PerezEscolar D. Rafael Pérez Escolar – Condenado a 9 años de cárcel

enrique_lasarte D. Enrique Lasarte – Condenado a 4 años de prisión

Jacques_Hachuel D. Jacques Hachuel – Condenado a 4 años de prisión.

miguel_belloso_1987 D. Juan Belloso – ABSUELTO

Mariano_Gomez_Liano D. Mariano Gómez de Liaño – ABSUELTO

30 Julio 2002

Más cárcel para Conde

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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La sentencia dictada ayer por el Supremo sobre el caso Banesto cierra casi ocho años de instrucción judicial con un notable endurecimiento de las penas impuestas en su día por la Audiencia Nacional. El efecto inmediato ha sido el ingreso en prisión de Mario Conde y de tres de sus principales colaboradores. Otros dos condenados eran buscados ayer para el cumplimiento de sus penas. La defensa del hombre que presidió Banesto entre los años 1987 y 1993 ha anunciado que recurrirá en amparo al Tribunal Constitucional, iniciativa a la que se sumarán probablemente los demás condenados. Pero, según la doctrina consolidada en los últimos años, el recurso de amparo no evita el cumplimiento de las penas de cárcel de larga duración.

El Supremo parte, como es lógico, de los hechos declarados probados por la Audiencia Nacional en la primera sentencia sobre el caso Banesto, que se dictó en abril de 2000. Pero introduce algunas valoraciones jurídicas novedosas, que han tenido graves efectos penales para algunos de los implicados. La más interesante es la dimensión delictiva que el Supremo otorga a los artificios contables llevados a cabo para ocultar al Banco de España la verdadera situación de Banesto antes de su intervención, en diciembre de 1993. Otra ha sido el carácter de delito continuado que atribuye a una de las apropiaciones indebidas imputadas a Conde.

La sentencia del Supremo eleva la condena a Conde 10 años a 20 años y dos meses. Y ello, porque el Supremo considera que la retirada de 300 millones de pesetas de las cajas de Banesto -cantidad que Conde alegó haber entregado al ex presidente Suárez por una supuesta mediación ante el gobernador del Banco de España, pero cuya entrega nunca acreditó- constituyó una apropiación indebida continuada y, por tanto, no prescrita. La Audiencia Nacional estimó que esa apropiación fue un solo delito ya prescrito al dictar sentencia. Esta calificación ha supuesto para Conde una pena adicional de seis años y un día.

El Supremo ha apreciado delito de falsedad documental en los artificios contables realizados por Conde y el entonces consejero delegado de Banesto, Enrique Lasarte, para ocultar al Banco de España la situacion de la entidad bancaria, lo que se ha traducido en cuatro años de condena para ambos. El Supremo ha llegado a la conclusión de que fueron los verdaderos protagonistas de esos artificios contables, que los conocieron y consintieron. Lasarte, que ayer ingresó en prisión, había sido absuelto por la Audiencia.

No escapa de la condena del Supremo, aunque también lograra salir absuelto ante la Audiencia Nacional, el empresario Jacques Hachuel, uno de los personajes con los que se alió Conde para maquillar su gestión al frente de Banesto. Hachuel es condenado a cuatro años de prisión por la Operación Carburos Metálicos -apropiación indebida de 1.344 millones de pesetas-, por la que también han sido condenados Arturo Romaní -cuya pena de 13 años y ocho meses se mantiene inalterable- y el ex consejero Rafael Pérez Escolar, que ve aumentada su condena en este caso a cuatro años, al considerar el Supremo que fue autor y no sólo cómplice del delito.

Si cabía, la sentencia del Supremo sobre el caso Banesto refuerza la conclusión, ya puesta de manifiesto por la Audiencia Nacional, de que los artificios contables desplegados por Mario Conde y sus cómplices al frente de Banesto constituyeron un simple ejercicio de encubrimiento de operaciones destinadas a enriquecerse personal e ilegalmente a costa del banco, y no de audaces -e incomprendidas- iniciativas financieras cargadas de futuro, como los propios interesados y su bien engrasadoaparato mediático pretendieron hacer creer. La justicia ha podido probar que el quebranto económico producido a Banesto por esas operaciones alcanzó unos 8.000 millones de pesetas sobre los 16.000 millones barajados en el juicio.

Tras la sentencia del Supremo, Banesto podrá resarcirse del quebranto sufrido con propiedades inmobiliarias de Conde y de los otros condenados, algunas de ellas adquiridas con el dinero estafado al banco. Mario Conde y la antigua cúpula de Banesto no van a la cárcel por su aventurera y nefasta gestión al frente de Banesto, que provocó un agujero patrimonial de 605.000 millones de pesetas y la obligada intervención del Banco de España. La bancarrota de su gestión fue sufragada por el contribuyente hasta que Banesto pudo ser subastado. Pero es meridiana la estrecha relación que existió entre la situación de quiebra técnica en la que se encontraba Banesto en diciembre de 1993 y el afán de enriquecimiento de sus gestores a costa de los accionistas del banco.

30 Julio 2002

El final de la aventura

Fernando González Urbaneja

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No están todos los que fueron, pero si fueron todos los que están. La historia del expolio que Mario Conde y acompañantes perpetraron contra Banesto cuenta ya con el punto y aparte, casi punto y final, de una sentencia decisiva del Tribunal Supremo que multiplica las penas impuestas a los condenados por la Audiencia Nacional y condena a otros protagonistas que habían salido librados.
El caso contra Conde y otros se acotó, tras no pocas vacilaciones, a una serie de hechos precisos y verificables, porque abarcar todo el asunto ponía en riesgo la instrucción y la suerte del mismo caso. La fiscalía y las acusaciones optaron por lo concreto, lo menor incluso, para evitar el vértigo del extravío o la confusión que podrían convertir la causa en imposible. Tan fue así que la primera condena, el caso Argentia (un asunto muy menor), que fue el primer revés de Conde, vino provocada por su propia audacia, por la osadía y presunción del condenado: fue por lana y salió trasquilado.
Conde y los otros no imaginaron este final. Seguramente no creen merecerlo y devanan argumentos para achacar a conspiraciones y traiciones su actual condición. Para ellos hay otros que son tan culpables o más de lo que se les ha imputado o similar y recuerdan hechos y casos aún más evidentes que no llegaron a manos de la justicia o que ésta no supo interpretar y enjuiciar. Más aún, recuerdan a quienes jalearon sus hazañas como prueba de talento e incluso ejemplo a imitar; pero ahora las miradas se hacen huidizas y los silencios sustituyen a losaplausos y las lisonjas; incluso peor.
Pero las sentencias son concluyentes y el palmetazo final del Supremo enmendando la plana a la Audiencia Nacional al endurecer las condenas, deja el asunto muy claro: fueron unos delincuentes y tienen que pagar por ello. Los previsibles recursos de amparo tienen pocas posibilidades de modificar la situación. Quienes meses atrás dudaban de este desenlace y pronosticaban un giro inesperado, político, un indulto, un resquicio procesal que mandara el asunto al limbo, comprueban que la maquinaria de la justicia es lenta pero abrumadora, que los autos se acumulan y las sentencias llegan en plazo con conclusiones tan indulgentes como la ley.
Conde y los otros pudieron haberse salvado de esta pira si las circunstancias hubieran sido otras. Descuidaron los flancos, se sintieron amos del universo y pequeños detalles, obstáculos menores, descarrilaron su carrera. Así funcionan las sociedades abiertas, maduras, democráticas; los delincuentes tropiezan conlo inesperado, con lo que habían desdeñado; con funcionarios o magistrados de menor nivel que hacen bien su trabajo y formalizan todos los trámites que convierten el expediente en concluyente. No pocos hubieran querido cerrar el asunto, darle carpetazo, pero el sistema (no el que denunció Conde en su libro de exculpación) y el procedimiento son tan aburridos como implacables.
Personajes secundarios del caso como son el caprichoso Hachuel, el indolente Lasarte o el pretencioso Pérez Escolar entran también en el cuadro del horror de la condena y en algunos casos, habrá que rebuscarles el bolsillo, porque anduvieron listos para esfumar y distraer el patrimonio y ascender a pobres de solemnidad, para hacer frente a las condenas. La restitución de parte de lo extraído forma parte de la pena, otra cuestión es la diligencia y eficacia de la justicia a la hora de ejecutar esa parte de las sentencias.
La sentencia contra Conde y otros cierra uno de los capítulos del ajuste de cuentas por las desmesuras durante la anterior fase alcista del ciclo económico, la de los ochenta. Respecto a la que ahora concluye, la de los últimos noventa, queda prácticamente toda la tela por cortar.

31 Julio 2002

El dios fracasado

Eduardo Haro Tecglen

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‘Ayer, maravilla fui: hoy, sombra mía no soy’. Un epitafio clásico para la foto de Mario Conde encarcelado. Bailarín de sevillanas peinado a lo Gardel, ejemplo de la juventud en el tiempo en que todo era posible y todo estaba permitido, y se lanzaba el grito de ‘¡Enriqueceos!’, nadie le pudo advertir que había un límite. Él hubiera querido ser presidente de la República, o en todo caso del Gobierno: y después, llegar a Dios. Desde que Nietzsche dio la noticia de que Dios había muerto, el número de aspirantes a ese puesto de trabajo es enorme. Yo interpreto la fábula de Nietzsche, aparte de en su sentido real -el de una idea, un pensamiento agotado-, como un suicidio: miró el Todo (a sí mismo), y al Gran Pan le entró pánico (palabra que hemos derivado de su nombre), y se suicidó. Su obra le había salido mal. Hay, sin embargo, muchos aspirantes. Algunos van directamente al manicomio -lo que mantiene en los neocreyentes la idea de que uno de esos sea el verdadero-, otros llegan a Papa y destruyen los últimos años de vida terrenal quemada y dura haciendo méritos.

Creo, sin embargo, que para llegar a ocupar esa plaza vacante hay que tener, al menos, alguna inteligencia, y Mario Conde se dejó predicar por gentes que tenían alguna más que él -pequeños periodistas-, de los que sólo aspiran a un buen puesto terrenal y algún dinero para su bolsa (que no sube ni baja como la otra; al contrario, son ellos los que la hacen subir y bajar). Nadie es insensible a la alabanza. Oí el diálogo de un hombre importante con su valido, después de una entrevista vergonzosa: ‘¿Has visto qué coba me daba este imbécil?’. ‘Sí, señor. Pero es que todo lo que decía de usted era cierto’. ‘Eso sí, eso sí’, contestó el importante.

Lo peor de estos aspirantes a Dios es que creen que todo lo bueno suyo es cierto. Pero ignoran que un verdadero Dios no entra nunca en política, porque eso le puede desposeer de todo. Gil y Gil lo perdió todo -todavía no, todavía deifica- cuando fundó un partido y quiso entrar en el Parlamento. Los conspiradores de Mario Conde podían llevarle al cielo, que es algo que también produce ingresos considerables a través de sus iglesias, pero no a la jefatura del Estado.

No lamento lo que le ha pasado, sobre todo porque va a salir con tercer grado o con libertad condicional en nada de tiempo. Al revés, me alegro: podría servir de precedente para que salgan montones de desgraciados que aspiraban a un panecillo. Al contrario, la reforma de los códigos les va a endurecer y alargar las prisiones provisionales, a dificultar el tercer grado y los permisos.

Pero es que nunca quisieron ser Dios: sólo tirar de un bolso.

31 Julio 2002

Un triste fruto del felipismo

Manuel Martín Ferrand

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Cuando Mario Conde estudiaba Derecho en Deusto, con los jesuitas, ya era un lindo tipo de varón que pasaba por listo, astuto y emprendedor. Les vendía sus apuntes de clase a los compañeros más perezosos. Ahí comenzaron sus errores. Alguien que a los veinte años, sin mayores necesidades, prefiere tener clientes que amigos se retrata de ambicioso aunque la cultura dominante, más atenta a los cohetes que a los valores, distinga como mérito la iniciativa, respete el empuje y se haga bocas de la habilidad mercantil. A partir de ahí todo fue truco y manipulación en la vida de este personaje con prisa que, disfrazado de tanguista, se hizo abogado del Estado para no servir al Estado, confundió el pelotazo con la empresa, la Banca con la caja y, viéndolas venir, se convirtió en pionero de la contabilidad creativa que, precisamente ahora, aflige al mundo occidental.
Induce a la pena este muñeco destrozado. Su amigo Arturo Romaní le ha pedido a los jueces ir a una cárcel distinta para no encontrárselo en las galerías del castigo. Huyen de él, salvo su doméstico Enrique Lasarte, todos los que le fabricaron y, en justicia, su ingreso en Alcalá-Meco debiera haber sido un acto social, litúrgico, equivalente al que le organizó Gustavo Villapalos para hacerle doctor honoris causa de la Complutense.
El depredador Conde no es un fruto aislado, la cosecha de una ambición desmedida. Es la consecuencia, a partir de sus condiciones naturales, de una sociedad sin valores en un momento, el felipismo -no conviene olvidarlo-, en que se vinieron abajo los pocos cimientos morales que soportaban el edificio nacional. Conde, de hecho, fue el actor de una función tragicómica que él no había escrito y en la que el poder y el dinero traspasaron inicuamente las fronteras que la decencia tiene establecidas entre ambos. Los dos son, cada uno por su lado, grandes pedestales para el éxito entendido al modo clásico y, como contrapartida, pueden ser los trampolines más eficaces para precipitar a quien los salta en la charca del fracaso y la ignominia.
Mario Conde, y ahí está una muestra de su supravalorado talento, recurrió la benéfica sentencia que merecieron sus actos para la Audiencia Nacional. El Supremo se la ha duplicado. El PP, al que quiso desbancar, lo considera «positivo» y el PSOE, sin el que Conde no hubiera llegado a mayores, cree que «se ha hecho justicia». Lo cierto es que, después de haber causado destrozos en el ecosistema económico español y calentado el caldo de la corrupción, tras romper también el mapa mediático nacional, está en prisión. Eso no le sirve a nadie. Las instituciones que permitieron el caso siguen ahí, vivitas y coleando.

31 Julio 2002

De nuevo Pérez Escolar

Luis María Anson

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He tratado durante largos años a Rafael Pérez Escolar. Cuando regresé a ABC en 1982 era consejero de Prensa Española. Su amistad con Guillermo Luca de Tena y su lealtad a la casa en la gravísima crisis que atravesbaa entonces el periódico le convirtieron en un hombre de referencia para todos.

Pérez escolar es un jurista de calidad excepcional, un juez con vocación de imparcialidad, un estupendo amigo de sus amigos, ¡que enemigo de los enemigos!, con los bravos y dañosos, un león.

Es Pérez Escolar un articulista no desdeñable. Hizo terceras jurídicas políticas y también literarias que todavía recuerdo. No quiero entrar en el fondo de lo que le ha ocrrudo: Se me escapa que un hombre tan prudente, con tanta mesura y equilibrio como Rafael Pérez Escolar, haya podido cometer los delitos por los que ha sido condenado. En estos momentos difíciles para él y aunque hace varios años que ni siquiera le he visto, me parece de justicia resaltar ante la opinión pública los valores positivos del personaje caído. seré lapidado inmediatamente por los intransigentes y los intolerables, también por los enemigos muy numerosos que cosechó a lo largo de su vida Rafael Pérez Escolar. La condena ha caído sobre el abogado le hace especialmente vulnerable. Vae Victis diría Breno a los romanos mientras arrojaba su espada y su tahalí. ¡Ay de los vencidos! NO me agrada presenciar la crueldad de los leñadores con el árbol caído. Toda mi vida he ejercido esta profesión esforzándome por no perder la ecuanimidad ni la independencia en el juicio.

30 Julio 2002

El Supremo eleva su rasero con Mario Conde

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Su carrera fue tan fulgurante como su caída. No hay ningún precedente en la historia de la banca española de una ascensión tan meteórica como la de Mario Conde y de un aterrizaje forzoso tan brusco y traumático.

El que fuera joven prodigio del sistema financiero español ingresó ayer por la tarde en la prisión de Alcalá-Meco tras ser condenado a 20 años de cárcel por el Tribunal Supremo, que ha duplicado la pena impuesta por la Audiencia Nacional.

Conde había sido sentenciado a diez años de cárcel en marzo de 2000 tras un juicio que duró dos años por varias operaciones irregulares en su gestión al frente de Banesto. Ayer, el Tribunal Supremo le impuso otros diez años adicionales de prisión por dos delitos de los que había sido absuelto por la Audiencia Nacional.

El primero es la retirada de la caja del banco de 300 millones de pesetas, suma que fue entregada, según la versión de Mario Conde, al CDS. Adolfo Suárez negó tajantemente el testimonio de Conde, que tampoco fue creído por los jueces. Pero el banquero fue absuelto porque la Audiencia Nacional consideró que el delito había prescrito. El Supremo desestima el criterio de la Audiencia y falla ahora que no hubo prescripción. En consecuencia, impone a Conde una pena de seis años de cárcel por apropiación indebida al no haber podido justificar el destino de esos 300 millones.

El segundo de los nuevos delitos es la manipulación de la contabilidad de Banesto. La Audiencia había absuelto a Conde al entender que no participó activamente en la alteración de las cuentas del banco. El Supremo entiende que Conde estaba al tanto de esa manipulación, lo mismo que Enrique Lasarte, exculpado en el anterior juicio y tratado tal vez ahora con excesiva severidad, ya que fue nombrado consejero delegado de Banesto un año antes de la intervención.La sentencia equipara la responsabilidad de ambos con cuatro años de cárcel por delitos de falsedad en documento mercantil.

El Supremo muestra en su fallo un criterio mucho más severo sobre los llamados «artificios contables» de los gestores de Banesto, que, según su tesis, iban encaminados a encubrir la verdadera situación del banco en su balance y cuenta de resultados y, por tanto, a engañar a las autoridades económicas y a los accionistas.

Hace dos años, cuando la Audiencia exculpó a Conde y sus colaboradores de este delito, no existía la enorme inquietud social que han provocado casos recientes como los de Enron y WorldCom. El Tribunal Supremo, que es quien interpreta las leyes, ha optado por establecer un rasero mucho más exigente con los gestores que recurren a este tipo de prácticas para ocultar pérdidas.

Las condenas a Conde y sus principales colaboradores son, sin duda, las más altas impuestas en nuestro país por esta clase de delitos. Jamás se había condenado a un banquero o un empresario a una pena de 20 años, reservada a la violencia extrema o al derramamiento de sangre.

Pero las sanciones impuestas por el Tribunal Supremo están seriamente fundamentadas, por lo que resulta un ejercicio inútil especular sobre si Mario Conde ha sido tratado o no con mayor dureza que otros casos semejantes.

La condena del banquero estrella de finales de los años 80 cierra, sin duda, una época en la que la ambición hizo perder la cabeza a empresarios y hombres de negocios que, creyendo tocar el cielo, acabaron por estrellarse contra el duro suelo.