19 agosto 1988

Aumentan los rumores de la posible vinculación del político en intentos de golpe de Estado

El Vicepresidente de Filipinas, Salvador Laurel, rompe políticamente con la presidenta Cory Aquino y pide su derrocamiento

Hechos

El 13.08.1988 el Vicepresidente de Filipinas, Salvador Laurel, publicó una carta abierta a la presidenta de Cory Aquino solicitando su dimisión.

15 Agosto 1988

El disidente Laurel

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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LAS RECIENTES declaraciones del vicepresidente filipino, Salvador Laurel, proclamando su disidencia contra la presidenta Corazón Aquino, es mucho más una oficialización de lo ya existente que un cambio profundo en el tablero político del archipiélago. La tambaleante situación política en Filipinas se explica a partir de un tremendo pecado original en la operación que acabó con la dictadura de Marcos en febrero de 1986. Entonces, fue una coalición de coaliciones la que se fraguó apresuradamente para que las fuerzas democráticas y otras que no lo eran tanto permitieran una continuidad basada en un amplio consenso.No solamente pareció necesario en aquel momento admitir en el bando gubernamental a flecos poco decorosos del régimen anterior, como el ministro de Defensa, Juan Ponce Enrile, sino que en la propia alianza que encabezaba Corazón Aquino figuraba un segundo jefe con evidentes aspiraciones de destino personal. Fruto de ese pacto, que se había sellado para presentarse a las elecciones, cuyo fraudulento arreglo le costó la presidencia a Marcos, Salvador Laurel aparecía sólo momentáneamente situado en la vicepresidencia. Al mismo tiempo, lo que podríamos entender como el bando propio de Aquino no dejaba de ser una coalición confusa de idealistas diversos, rebotados del régimen antenor, y radicales de una izquierda no comunista, pero sí extraordinariamente heterogénea. Por último, junto a todo ese amasijo de fuerzas, había que tener en cuenta el poder del Ejército, dirigido por el general Fidel Ramos, inevitablemente otro hombre de la era Marcos, que, si bien aceptaba el experimento democrático, limitaba el margen de maniobra de la presidenta.

En esta situación, el gran test democratizador del nuevo régimen se hallaba en el diálogo con la guerrilla y en su capacidad para la pacificación del país, así como en la adopción de una reforma agraria radical para eliminar una gran parte de las razones que explicaban el crecimiento de esa guerrilla, tanto o más nacional que comunista. Ni las fuerzas que siguen a Laurel, por lo general elementos reciclados del antiguo régimen, que se alzan en disidencia, no por casualidad, cuando media un enfrentamiento con Estados Unidos por la renovación de las bases norteamericanas, ni el propio Ejército de Ramos, no digamos ya la facción de Ponce Enrile, estaban dispuestas a aceptar otra cosa que la rendición de la guerrilla, al tiempo que cerraban filas ante las medidas de saneamiento social.

A la vuelta de cerca de dos años y medio de Gobierno, pese a todo, democrático en Filipinas, la opción hasta ahora legitimista de Ramos, se ha convertido en árbitro de la situación, la fuerza de Enrile ha sido desplazada con su Jefe del Ejecutivo, aunque no por ello haya dejado de conspirar desde el exterior, los seguidores de Aquino se han visto debilitados con dimisiones y alejamientos forzados por el Ejército, y la de Laurel se ha situado, ya de manera pública, en disidencia interior.

El vicepresidente acusa a Corazón Aquino de presidir un Gobierno corrupto, que no ha conseguido domesticar a la guerrilla ni derrotarla, y cuyos relativos éxitos en el saneamiento de la situación económica y en la lucha legal para una mejor distribución de la tierra se han conseguido alienando intereses conservadores, que precisamente apoyan a Laurel. El vicepresidente tiene probablemente razón en algunos aspectos de lo que reprocha a la presidenta Aquino, por más que sus motivos no sean precisamente santos al hacerlo.

Todo ello compone un cuadro en el que, sin dudar de la pureza democrática de las intenciones de la presidenta, sus posibilidades de hacer algo más que sobrevivir hasta las próximas elecciones presidenciales parecen escasas. Con todo, cabe poca duda de que el mundo democrático, ante esta variedad de opciones tan poco alentadoras, ha de seguir respaldando a la presidenta, por el momento la única esperanza de que la revuelta popular contra Marcos no haya sido envano.