25 enero 2006

Resurrección histórica de los conservadores que en 1993 estuvieron al borde de la extinción

Elecciones Canadá 2006 – El Partido Conservador de Stephen Harper, logra la victoria derrotando a Paul Martin (Partido Liberal)

Hechos

  • Partido Conservador – 124 diputados
  • Partido Liberal – 103 diputados
  • Bloque Quebequés – 51 diputados
  • Nueva Democracia – 29 diputados

25 Enero 2006

El oeste va al este

Xavier Batalla

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Canadá ha cambiado de gobierno y ha rectificado su geografía política con un movimiento desde el oeste hasta el este, pero el conservador Stephen Harper no ha recibido un amplio mandato. El cambio no ha sido todo lo copernicano que los sondeos pronosticaban. Los canadienses han castigado a los liberales de Paul Martin, en el poder desde 1993, pero no han dado un cheque en blanco a Harper, cuya evolución está por comprobar. El gobierno conservador será minoritario, posiblemente para unos dieciocho meses, que es la vida media de un gabinete canadiense en minoría, y Harper puede repetir la historia de hace ańo y medio, cuando Martin obtuvo una victoria mínima que ha terminado siendo amarga.

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Los canadienses se han movido. En las últimas elecciones, hace ańo y medio, confirmaron su fragmentación tranquila. Los liberales se quedaron con el este, excepción hecha de Quebec, tierra de soberanistas, que para eso es una sociedad distinta. Y los conservadores dominaron el oeste. Los liberales arrasaron en el Atlántico (Nueva Escocia, Isla del Príncipe Eduardo, Terranova yNew Brunswick), que son las provincias más dependientes de los subsidios, así como en Ontario, la más industrializada y poblada. Y los conservadores se consolidaron como primera fuerza desde las praderas (Manitoba y Saskatchewan) hasta Alberta, feudo de Harper, y Columbia Británica. Esta geografía ha cambiado ahora.

Los conservadores han avanzado sustancialmente en Ontario, el gran granero liberal, y en Quebec, antes provincias prácticamente vedadas. No se han convertido en la primera fuerza en estas provincias, pero han restado suficientes escańos a los liberales como para sentenciar su derrota. El resultado de este movimiento hacia el este es que, por primera vez desde 1993, cuando los liberales regresaron al gobierno, los dos grandes partidos tendrán diputados en todas las regiones, con lo que los liberales dejan de ser el único partido nacional.

No será más fácil, sin embargo, gobernar el Canadá de Harper que el de Martin. Quienes se limitan a la aritmética parlamentaria ignoran que Canadá no facilita la suma de peras y melones. Sin la mayoría absoluta, un gobierno minoritario conservador necesitará entenderse, al menos en determinados temas, con los Nuevos Demócratas, pero éstos, económica y socialmente, están en sus antípodas. Los socialdemócratas de Jack Layton, que han avanzado, pasan por ser el partido que tiene las ideas que después ponen en práctica los liberales. Y en cuanto a los soberanistas quebequeses, que coinciden con los conservadores en su manía al gobierno central, éstos podrán negociar ocasionalmente, pero está por ver si sus exigencias serán digeribles para Harper. El escenario es tan complejo que un voto de confianza podría depender del único independiente electo, un ex locutor de radio de Quebec, André Arthur, que es federalista.

En un Canadá obsesionado por su unidad, los soberanistas quebequeses serán el tercer partido, pero han retrocedido. El avance conservador en Quebec les ha impedido mejorar sus resultados anteriores. Han obtenido un 42% de los votos populares, lo que no es un buen porcentaje para ganar un referéndum sobre la soberanía. Pero los referendos en Quebec parecen ser como el dentista, al que, tarde o temprano, habrá que volver.

25 Enero 2006

Canadá cambia el paso

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Los canadienses se han desembarazado de los liberales para elegir por primera vez en doce años a un gobierno derechista, con un mandato limitado para alterar las prioridades políticas del país norteamericano. A Stephen Harper, el líder conservador que ha conseguido revivir, fundiéndolas y llevándolas al centro, a dos formaciones derechistas desahuciadas, le ha ayudado mucho en su triunfo el cansancio ciudadano con el partido liberal, de centro izquierda, que ha dado a Canadá un largo periodo de estabilidad política y crecimiento, pero que acusaba ya, bajo la inepta batuta de Paul Martin desde 2003, todos los síntomas de las formaciones que tienden a perpetuarse en el poder: arrogancia, tendencia a los negocios sucios, falta de dirección y fragmentación.

Harper, un economista joven, ha prometido no tocar los fundamentos del Estado de bienestar canadiense; también que reparará las maltrechas relaciones con Washington, recortará impuestos, mantendrá la disciplina fiscal y será implacable con la delincuencia. No es ajena a su victoria la moderación de algunos de los impulsos más chirriantes de su partido (sobre aborto u homosexualidad, por ejemplo), algo que a los liberales les había servido hasta ahora para pintar a sus rivales como extremistas sociales proclives a las ideas más reaccionarias. Pero en Canadá los Gobiernos minoritarios rara vez duran, y al próximo primer ministro le van a hacer falta más que promesas para mantenerse con un Parlamento en el que carece de aliados naturales. Los conservadores han obtenido 124 escaños, lejos de los 155 que garantizan la mayoría. Lo probable es que para sacar adelante sus proyectos legislativos Harper necesite caso por caso el apoyo de sus adversarios: el Bloque Quebequés, que ha perdido fuerza, los liberales de Martin o los izquierdistas Nuevos Demócratas, que han pasado de 18 a 29 escaños.

La victoria conservadora representa también un balón de oxígeno en una política territorialmente estancada. Harper será, después de 25 años, el primer jefe de Gobierno con base política en una provincia occidental, Alberta. Muchos canadienses del oeste se creen insuficientemente representados en Ottawa, donde dominan Ontario y Quebec, con la consabida letanía separatista de esta provincia francófona en la que los conservadores han pasado de cero a diez diputados. El triunfo de Stephen Harper puede servir, en este ámbito, para equilibrar el centro de gravedad canadiense y aliviar las tensiones centrífugas de la federación.