26 enero 2006

«Guerra del Gas» entre la Ucrania de Víktor Yúshenko y la Rusia de Putin

Hechos

Fue noticia en enero de 2006.

02 Enero 2006

No jueguen con el gas

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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La guerra del gas declarada ayer entre Rusia y Ucrania, tras algunas semanas de tanteos preliminares, puede acabar afectando a todo el Viejo Continente. Polonia notó ayer una disminución en la presión de los suministros que le llegan a través de Ucrania. Expertos de la UE se reunirán el miércoles en Bruselas, pero un cierto daño ya está hecho: al limitar el suministro de gas para presionar políticamente a los ucranianos -pues de presión política se trata- Putin se está convirtiendo en un dirigente cada vez menos fiable no ya para Kiev sino para el conjunto de Europa. La UE, que apostó hace años por el gas ruso, teme, con razón, que las disputas entre Moscú y Kiev, acaben por afectarla vía suministros o vía precios.

La revolución naranja en Ucrania, que en 2004 logró tumbar al candidato del Kremlin, Víktor Yanokóvich, y llevó a la presidencia a Víktor Yúshenko, ha cambiado las tornas geopolíticas en una zona clave, y ha trastornado las relaciones entre Kiev y Moscú. Rusia venía ofreciendo gas a Ucrania a unos 50 dólares los 1.000 metros cúbicos, un precio similar al que aplicaba a sus aliados de la antigua Unión Soviética, especialmente Bielorrusia que también está armando cizaña en este asunto. El gigante ruso Gazprom ha pretendido subir el precio al de mercado, es decir multiplicarlo por más de cuatro veces, lo que asfixiaría económicamente a Ucrania, dependiente en un 30% de estos suministros, aunque tenga alternativas en el gas turcomano.

Kiev estaba dispuesto a estudiar una subida, pero no el ultimátum del Kremlin, que implica congelar el precio durante tres meses para subir a 230 dólares después. Pero el cierre del grifo del gas por Putin, especialmente en invierno, resulta inaceptable. A su vez, el presidente ucraniano, cuya popularidad está en declive, enarbola la bandera del nacionalismo ucranio y de su pertenencia a Europa frente a Moscú. La comunidad internacional debería presionar tanto a Putin como a Yúshenko para que retomen las negociaciones, como este último propuso ayer, y lleguen a una solución razonable.

La disputa demuestra que las relaciones entre Rusia (que considera rusa a Ucrania) y Ucrania (país en el que prácticamente una mitad de la población se siente rusa) no son una mera cuestión bilateral, sino que debido, entre otras razones, a la geografía de los gaseoductos afecta también a los vecinos y a la UE.

05 Enero 2006

Armisticio del gas

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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El acuerdo alcanzado entre Rusia y Ucrania para poner fin a la guerra del gas permite salvar la cara a ambos países: habrá subida de precio del combustible, pero no la brusca y desmesurada que pretendía Moscú. Aunque los detalles todavía son confusos, el acuerdo produce alivio. La crisis, sin embargo, puede considerarse un serio aviso para todas las partes, incluyendo la UE, que se ha visto implicada indirectamente y que tendrá que plantearse una mayor diversificación de sus importaciones energéticas si quiere evitar excesivas dependencias de la coyuntura o de los caprichos de los líderes políticos de los países proveedores.

En Ucrania, y pese al recuerdo de Chernóbil, es muy posible que el argumento para reforzar el componente nuclear entre sus fuentes energéticas gane terreno y se dé así la razón a la ex primera ministra Timoshenko, que se pronunció a favor de considerar esta eventualidad antes de su dimisión el pasado septiembre. Kiev está obligada a mejorar la eficiencia energética de su economía, heredada de la época soviética, que ha derrochado combustible de forma escandalosa porque era barato. Hay que tener en cuenta que parte de los oligarcas ucranios se enriquecieron gracias a la diferencia de coste entre el combustible subvencionado ruso y los precios occidentales, y a la confusión deliberada sobre las cantidades que fluían por los gasoductos ucranios y su punto de destino. Será positivo que en el futuro las transacciones entre Rusia y Ucrania se paguen en divisas y no mediante operaciones de trueque, así como que se separe la venta de gas ruso a la UE de la venta a Ucrania.

La actitud de Putin en esta crisis, similar a la de un oso en un salón de baile, le ha hecho un flaco favor en Europa: los abundantes recursos rusos se perciben ahora desde la UE como un instrumento de presión susceptible de ser utilizado contra sus intereses. Occidente teme que Rusia se convierta en un socio intransigente dispuesto a dictar sus condiciones. Si quiere disipar esos temores, Putin tendrá que invertir su creciente tendencia hacia el monopolio, tanto en el terreno político como en el económico. La renacionalización de algunos sectores económicos y la paralización de las reformas en Gazprom, el gigante energético que hoy actúa como un ministerio del gas al servicio de objetivos políticos, cobrando diferentes precios en cada país, sin relación alguna con el mercado, no pueden ser más preocupantes.

También el consumidor europeo tiene algo que aprender: las ingentes necesidades energéticas de los países de la UE requieren de la mayor estabilidad y cooperación en todo el continente, no sólo entre los Veinticinco, sino sobre todo más allá de sus fronteras, tanto al Este hacia Asia, como al Sur, en el Magreb.