12 mayo 1981

No lograron pasar de la primera vuelta el alcalde de París, Jacques Chirac, el comunista Georges Marchais o la ultraizquierdista Laguiller

Elecciones Francia 1981 – El socialista Mitterrand será el nuevo presidente derrotando a Giscard D´Estaing

Hechos

En abril de 1981 se celebró la primera vuelta de las elecciones a la presidencia de Francia y en mayo las segundas.

Lecturas

El líder socialista francés François Mitterrand ha obtenido el 52% de los votos, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas celebradas este 10 de mayo de 1981.

El hasta ahora presidente Valéry Giscard d´Estaing, recibió el 48,3% de los sufragios.

El 86% de los 36 millones de electores concurrió a las urnas.

Mitterrand es un político que ha desempeñado altos cargos en gobiernos anteriores y que disputó al mismo De Gaulle en elecciones presidenciales el poder. Después lo volvió a intenta runa tercera vez frente a Giscard d´Estaing y ahora ha tenido su revancha, pudiendo decir aquello de ‘a la tercera va la vencida’.

EL NUEVO PRIMER MINISTRO DE FRANCIA: EL SOCIALISTA PIERRE MAUROY

PIerreMauroy La primera decisión del nuevo Jefe del Estado de Francia Mitterrand ha sido nombrar a su compañero del Partido Socialista francés, Pierre Mauroy, nuevo primer ministro del país.

19 Mayo 1981

Dejarse ayudar

Jorge Verstrynge

Leer

Es aún prematuro medir el alcance de la llegada a la presidencia de la República francesa de François Mitterrand, como no son predecibles sus futuras relaciones con los comunistas. Pero un análisis de urgencia permite, al menos, sacar algunas conclusiones provisionales sobre lo acontecido.

I. La segunda jubilación del centrismo

En una obra ya célébre, titulada El hombre y la política, el sociólogo norteamericano Seymour Martin Lipset aporta una interesante teoría sobre la naturaleza de las fuerzas políticas, según éstas desenvuelvan su actividad en sociedades en situación normal y en sociedades en crisis. Según él, una sociedad en equilibrio suele generar, sobre el soporte de los tres grandes grupos sociales que son la clase alta, la media y la baja, tres fuerzas políticas básicas: conservadora, liberal y socialista, que en épocas de crisis suelen radicalizarse y dar paso, respectivamente, a la extrema derecha, al fascismo y al comunismo.

Ciertamente, las cosas (y menos en política) no -son así de fáciles y esa distinción tripartita salta alegremente sobre cantidad de matices sin los cuales la historia política de Europa, tanto del siglo XIX como del actual, sería ininteligible. Pero tiene parte de razón Lipset, al menos en cuanto a que las situaciones difíciles generan cambios profundos en las opciones políticas y en los deseos del electorado. De esta forma, la jubilación, no ya sólo de Valéry Giscard d’Estaing (por muchas y variadas razones personales, como son su concepción cuasi-monárquica del cargo que ostentaba frente a un pueblo que posee una muy profunda tradición republicana, el tema de los diamantes, y sus constantes vaivenes ideológicos, sino también del centrismo (segunda jubilación: la primera fue en 1958), por los franceses, se explica primero por la necesidad en épocas de crisis de esclarecimiento del panorama político. Como señala Alain Gerard Slama en su magnífica obra Los cazadores de lo absoluto: génesis de la izquierda y de la derecha: «a la hora de la verdad no hay ambidextros, sino diestros y zurdos».

Pero es que, además, esas épocas de crisis requieren la implicación, en un grado sumo, la máxima, integración y participación en el sistema social, de las dos grandes -y únicas- realidades que constituyen la derecha y la izquierda. Ahora bien, el centrismo es el mayor obstáculo para todo ello: no sólo su poca consistencia ideológica le inhabilita para la producción de soluciones claras y definidas (como dice Slama, «no es el gulag, pero sí un veneno sutíl que inocula lentamente la astenia a las sociedades democráticas y que por ello debe ser combatido»), sino que, sobre todo cuando está sobrerrepresentando (como hoy lo está, no sólo en Francia, sino en España), propende a bloquear el juego político normal de alternancia de la derecha y la izquierda, imposibilitando un grado mayor de implicación de las mismas, llegando incluso a incitarlas a la radicalización por marginación. No dice otra cosa el mismo autor ya citado en relación con este último punto, cuando afirma que «la dualidad de toda vida política comporta, ciertamente, inconvenientes, en la medida en que radicaliza la alternancia y en que permite el gobernar solamente sobre la base de una mayoría reducida. Pero permite también que cada bloque sujete sus extremos, en lugar de dejar que éstos queden abandonados a sus demonios. Ninguna situación es más explosiva que aquella consistente en oponer la aberración al buen sentido, la mala opción a la buena opción , y hacer la almagama de todo lo que no se sitúa en el centro para excluirlo del juego político. Cuando, concentrada en el medio del hemiciclo, la política no alcanza a ocupar las alas, desciende a la calle, (y) hay que ser diez veces sordo y ciego… para imaginar que… al rechazar todo lo que no sea razonable a las tinieblas de lo impensable, se salvará a la democracia» (Slama, 53).

II. La excepción a la regla

Que por todo lo anterior el centrismo haya sido jubilado, al igual que su mentor, no explica, sin embargo, por qué Francia se ha decantado por la izquierda en lugar de hacerlo, como hasta ahora todo Occidente, salvo Alemania, hacia el conservadurismo. La respuesta es, de nuevo, centrismo. Digamos las cosas con claridad: ya el centrismo (bajo la forma de los liberales del FPD) fue el que mantuvo deliberadamente a la izquierda en el poder en Alemania (a pesar de que se confirmaba, pese a todo, aquí támbién, el giro hacia el conservadurismo, al obtener bastantes más sufragios los conservadores de Strauss que los progresistas de Schmidt); ahora, en el caso francés, más claramente aún ha abierto de par en par las compuertas del poder a la izquierda: primero, porque la actitud suicida de intentar disponer del apoyo parlamentario de los gaullistas sin contrapartidas válidas y, al tiempo, recortar la fuerza electoral de éstos, así como la sensación de inconsistencia e inactividad repetida que daba la política centrista. de Giscard d’Estaíng, han provocado que parte de los gaullistas (que no son sino conservadores populistas) se abstuviesen, y otros, incluso, ante la perspectiva de una prolongación de una situación de inercia, votasen por la izquierda. Segundo, porque como no se derivaba certeza de cambio claro de una permanencia en el poder de los centristas, muchos abstencionistas hicieron otro tanto. Porque el hecho es que los franceses necesitaban un cambio, aunque fuese a contrapelo de la evolución general de Occidente. En esta disyuntiva, al quedar Chirac fuera del juego de la segunda vuelta, el cambio quedó personificado, exclusivamente, por Mitterrand. Resultado: el centrismo ha llevado a la izquierda al poder y las miradas de los demás europeos están puestas sobre lo que no dejará, como lo demuestra el pánico financiero, de ser una aventura de imprevisibles consecuencias.

III. El caso español

Todo esto se hubiera podido evitar si el centrismo francés hubiera llevado a cabo una política más firme y activa, y reconocido la necesidad, para realizarla, de apoyarse en los gaullistas (en vez de hacerles una guerra solapada, y si la majorité hubiese entendido claramente la ya inaplazable necesidad de una permuta de personas. Y lo cierto es que en estos aspectos, el caso español se va pareciendo cada vez más al francés, sólo que con la agravante de que aquí no existe, hoy por hoy, ni el equivalente de esa majorité ahora derrotada. Habida cuenta de la fuerza de arrastre del ejemplo francés, se avecinan días complejos a menos que salte, de una vez, el veto hoy existente, por parte de la UCD, a la transformación, de la mayoría electoral no marxista, no separatista, no ultra y no colectivista, en una mayoría primero parlamentaria y de gobierno, y después en una coherente coalición electoral. Esa es la opción imprescindible ya, si se desea preservar el actual modelo de sociedad. En todo caso, porque el centrismo ha perdido ya toda posibilidad de constituir una barrera eficaz, es urgente que se deje ayudar, si quiere ayudarse a sí misma ya España.

Jorge Verstrynge Rojas es secretario general de Alianza Popular.

12 Mayo 1981

Mitterrand, la victoria sobre el miedo

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

Leer

François Mitterrand, cuando aún era sólo el candi dato socialista a la Presidencia de la República Francesa, comentaba que sólo un reflejo del miedo a última hora por parte de algunos electores podría impedir su triunfo en las elecciones del domingo. Los electores franceses han dado, sin embargo, pruebas de su serenidad y buenjuicio, y no han sido víctimas del temor. Giscard d’Estaing ha presidido durante siete años con escaso acierto, con algúna autocracia y sin que su voluntad haya conseguido progresos para Francia. Algunos escándalos ruidosos (como el de los diamantes de Bokassa) han manchado, además, su legislatura. Por otra parte, tanto el partido socialista como el otro partido en el que Mitterrand militó tantos años, el radical (UDSR), han gobernado varias veces a Francia en las últimas décadas sin ningún riesgo para el capital, y el propio Mitterrand ha sido varias veces ministro, a veces con Gobiernos de la gran derecha (Laniel), sin manifestarse como un revolucionario. El miedo de los moderados a Mitterrand hubiera escapado a toda lógica, pero se hubiera inscrito en una ola que hasta el domingo pasado parecía irreversible en toda Europa, de retroceso de las libertades y de recelos antidemocráticos. Se está viendo claramente en Italia, en la República Federal de Alemania, en el Reino Unido y, con mucha más tosquedad, por la psicología de sus protagonistas, en España. En el caso de Mitterrand, algunas huidas delibe radamente prematuras de capitales, algunos descensos espectaculares en la Bolsa, algunas advertencias de pa tronos a sus obreros en el sentido de que las empresas se verían en graves dificultades «bajo un régimen socialis ta», habían trabajado muy activamente en la creación del maniqueo necesario de ser derribado en las urnas. Más el otro miedo, el que se centraba y se centra en la falta de aceptación de una Francia gobernada por la izquierda en ciertos poderes externos a la política parlamentaria: desde el rechazo de Estados Unidos hasta las inquietudes militares.A partir de los acontecimientos de Argelia y la insurrección militar y el terrorismo derechista de la OAS -que puso a Francia en una situación bastante más arriesgada que la que conocemos hoy en España: de ninguna forma tenemos el monopolio de la irracionalidad violenta- se produjo una especie de pacto político, inaugurado por De Gaulle, a base de unas reformas constitucionales que para evitar el asfalto militar a la democracia constrifieron considerablemente sus usos y costumbres: la fuerza parlamentaria, la capacidad de los partidos y algunas capacidades de libertad de expresión. Ese esquema es precisamente el pacto que se ha roto en estas elecciones presidenciales, aunque sea todavía incierto el aire de los cambios que preconizará Mitterrand. En cualquier caso, ya queda dicho que el candidato victorioso tiene una larga hoja de servicios que no le pueden presentar, ni mucho menos, como un revolucionario, y hasta la forma hostil y lejana de trato con los comunistas (aunque muchos le han dado su voto) Ip aleja de cualquier sospecha de frente popular.

La voluntad de cambio, presente en numerosos sectores socialeg e intelectuales franceses, incluso en una pequeña burguesía profesional que se ha visto muchas veces burlada en la V República, ha vencido, pues, ese pacto que creó el miedo y el caparazón que creó De Gaulle. Las consecuencias de este verdadero giro historico -que rompe veintitrés años de conservadurismo- son todavía difíciles de evaluar, tanto en Francia como fuera de ella. La capacidad de irradiación de la política francesa sobre Europa es muy considerable todavía. Y un diagnóstico más o menos definitivo de lo sucedido no puede ni debe hacerse antes de la celebración -que será inmediata- de las elecciones legislativas. Ellas nos darán en gran parte la clave de si es tan cierto que ha ganado Mitterrand las presidenciales como que las ha perdido este insufrible Giscard, pretencioso de crear una dinastía de nuevo cuño, la suya, y estragante en sus empeños de identificar siem pre los intereses de Francia con los de su ambición. No es probable, en cualquier caso, que los socialistas obtengan la mayoría en la Asamblea y no se puede predecir qué estrategias y maniobras generarán las legislativas.

Pero el triunfo de Mitterrand es en cualquier caso,en sí mismo una buena cosa. Nos da noticia de que en Europa los vientos de conservadurismo no han podido imponerse a la voluntad de cambio de las gentes y nos anuncia un replanteamiento global de las relaciones internacionales, tan marcadas porel reaccionarismo de Washington después de la elección de Reagan. El debate sobre la OTAN, las relaciones Este-Oeste, los problemas internos de la CEE, sin salirse del marco de los intereses occidentales, van a merecer un replanteamiento desde la óptica de París. En el interior de Francia es justo esperar un avance democratizador en el sentido de vivificar la vida del Parlamento y los partidos. En cuanto a las relaciones con España, es todavía pronto para avénturar un pronóstico. El único que puede hacerse es el que ya avanzamos en su día: no nos puede ir peor que nos ha ido con Giscard, y estamos a tiempo de esperar una mayor comprensión de la Francia socialista en lo que respecta a nuestros contenciosos con la CEE o nuestra enmarañada situación en el norte de Africa, lo mismo que en lo referente a la lucha contra el terrorismo de ETA. El tiempo dirá de lo fundado o no de estas esperanzas.

12 Mayo 1981

"Ça y est! Il a gagné !"

Eduardo Haro Tecglen

Leer

La V República francesa ha durado veintitrés años. Tal vez el nuevo presidente, Mitterrand, no cambie la Constitución ni la denominación, pero el espíritu de la V se ha roto de Finitivamente. La Constitución y todas las leyes afines estuvieron inventadas para asegurar un poder largo de la derecha, un sistema de pirámide con una cúspide presidencial y una disminución del valor de los partidos políticos y del Parlamento. Era teóricamente impermeable, y puede decirse que la voluntad de cambio del pueblo francés no hubiera prevalecido fácilmente sin la testarudez, la aplicación, de este «animal político» que es François Mitterrand. Ha asaltado la fortaleza constitucional que inventó De Gaulle y es posible que no reduzca ahora sus defensas legales. Pero no podrá gobernar Francia si no sale del caparazón de poder, tras el que se refugiaron los políticos de la V. Mitterrand tiene una obligación de romper el inmovilismo y de realizar lo que ha prometido: un cambio de sociedad. No le va a ser fácil. Hay una base de la sociedad francesa que permanece mientras las repúblicas cambian, y aun mientras cambian otros regímenes: está apuntalada por el Código Napoleón, y es pesada, sólida. Todo ello le da muchas ventajas al armazón del Estado -sobre todo en comparación con nuestra eternamente mutante máquina administrativa, capaz por sí sola de destrozar todos los planes a largo plazo- y algunos inconvenientes a la hora de adoptar nuevas posturas, de adaptarse a los cambios reales que produce la dinámica de vida.La abolición de los veintitrés pesados, rígidos, años de gobierno de la derecha produjo en los franceses, en la noche y la madrugada del domingo, una euforia que era una reproducción modesta y contenida de una revolución: manifestaciones en la Bastilla, espontáneos bailes musette en las plazas públicas entre las ráfagas de agua de un temporal nocturno, y el grito acuñado para una sola noche: Ça y est! Il a gagné! Mientras los oradores, las radios y los editorialistas repetían la palabra «histórico» y el significado de un cambio de era. La primera víctima de esta victoria era ese difuso y grave sentimiento de lo que aquí llamamos desencanto, que desde hace años decepciona a los franceses. Y la primera esperanza, la del restablecimiento de la democracia.

Quedan, sin embargo, algunos pasos por recorrer para que la nueva etapa de la historia encuentre su asiento. El primero, las elecciones generales. El presidente de la izquierda no puede gobernar con una Asamblea con mayoría de derechas; no puede esperar el término de la legislatura y, como es constitucional y lógico, disolverá la Asamblea (lo hará el Gobierno que nombre) y convocará elecciones generales: las fechas más probables son las del 21 y el 28 de junio para cada uno de los dos turnos. Estas elecciones son clave para el desarrollo posterior de Francia y para la realidad del cambio de era. Mitterrand ha tenido ahora algunos apoyos -los electores comunistas, una pequeña parte de los de Chirac, otros de los candidatos menores que aparecieron en el primer turno- que en la nueva votación no irán al PSF, sino a sus respectivos partidos. Es más que dudoso que el PSF obtenga los suficientes votos como para tener una mayoría por si solo, aunque se pasen a él muchos moderados. La construcción de la mayoría tiene dos posibilidades: la de que Mitterrand se apoye en las minorías no comunistas y obtenga escaños y alianzas de los moderados y de la «izquierda de la derecha», o que llegue a un cierto acuerdo con el PCF. En los minutos posteriores a la comunicación de los resultados, aún oficiosos, Marchais reclamaba ya su parte en la victoria y las «responsabilidades a todos los niveles» -esto quiere decir, desde ministros en el Gobierno a muchos de los cargos públicos de designación que van a ser evacuados ahora por los derechistas-, y el partido socialista ofrecía, simplemente, un pacto de Gobierno. La fuerza del PCF está muy disminuida: en el primer turno de las presidenciales, Marcháis sólo obtuvo un 15% de los votos, y la alineación posterior del partido en favor de Mitterrand es más bien un seguimiento de la base electoral por parte de la dirección que un movimiento inverso: una consigna, una orden. Si la cuestión de las alianzas es difícil para Mitterrand en estos momentos, la toma de posición por parte de Marchais es notablemente difícil. El impulso y la calidad de promesa que tiene Mitterrand desde la noche del domingo es de tal fuerza en la Francia de la izquierda.

que el PCF difícilmente resistiría una consigna de oposición, sobre todo en un momento de decadencia y desprestigio, Por el contrario, sumarse a Mitterrand sin condiciones, o aceptando las muy duras que va a imponer el presidente -que, sin duda, sabe que su punto flaco con respecto a la Francia moderada está en la alianza con un partido desprestigiado por sus últimos apoyos internacionales a la URSS, -y que ha sido el enemigo declarado del PSF desde la ruptura de la unión de izquierdas-, es perder una identidad que, sin duda, ha sido errónea, pero que ha sido capaz de mantener frente, incluso, a la impopularidad.

Se abren, pues, dos etapas: una, hasta las elecciones legislativas de fin de junio, preparadas por pactos y acuerdos, cuya última consistencia no se verá sobre todo hasta la semana anterior al segundo turno, y otra, después de* las elecciones- cuando, una vez formada la nueva asamblea, se precipiten los contratob de mayoría. La apuesta que hace ahora Francia -la Francia de izquierdas; no olvidemos que hay unos decimales más del 47% que han votado contra Giscard-es la de que el presidente, con la Constitución y con la mayoría parlamentaria a su medida, va a poder gobernar cómodamente.

Lo cual no quiere decir que Francia vaya a ser socialista, como no es socialista la Alemania Federal, gobernada por la socialdemocracia, ni Gran Bretaña cuando lo estaba por los laboristas. Las estructuras económicas y sociales de Occidente no están preparadas para sufrir un cambio brusco; ni una ola de nacionalizaciones ni una alteración brutal del sistema de impuestos. Ni la personalidad de Mitterrand, ni las bases de su partido, ni el programa electoral del presidente y el que se emita ahora para las legislativas tienen ningún carácter revolucionario. Pero tal como es la vida política, una simple cuestión de matices profundos puede cambiar todala tesitura: atender al paro, defender las medianas y pequeñas empresas frente a las grandes y a las multinacionales, dar otro valor a la Seguridad Social y al sentido dél trabajo; y restaurar la democracia en los aspectos de una mayor permeabilidad de la soberanía popular, hasta ahora constreñida y desencantada.

En el aspecto internacional hay también algunos rasgos históricos. La capacidad de irradiación de la política francesa sobre Europa ha sido siempre considerable. La elección de Mitterrand ha roto una racha de conservadurismo europeo y representa una respuesta determinada a la situación económica que se inclinaba a unas defensas de clases cada vez más minoritarias; el hecho de que haya sido posible -y una gran parte de la importancia de este hecho es que estaba previamente condenado por imposible, y esa condena ha fallado- favorece a todas las izquierdas europeas. Tiene una trascendencia para el Tercer Mundo, con el que Mitterrand ha mantenido contactos incesante y que Giscard veía como una posibilidad neocolonial; la tiene para la cuestión nuclear -los pacifistas han votado a Mitterrand- y para un cambio singular de voz de Francia en todas las reuniones internacionales.

No hay que deducir de ello que Francia vaya a salirse, de ninguna manera, del mundo occidental: los socialistas de todo el mundo se encuentran muy bien dentro de él, y no es cuestión, ahora, de que Francia presente a Reagan un desafío tan fuerte como el que le planteó De Gaulle, aunque puede suceder lo contrario: que sea Reagan el que desafle a Mitterrand, o el que obstaculice su desarrollo. El resumen es que posiblemente Francia, con Mitterrand, no salga de la vía del capitalismo, aunque reduzca el capitalismo salvaje que se estaba imponiendo; que acentúe el carácter democrático de la misma democracia, que estaba siendo restringida, y que dé a la Presidencia un tono más brillante, más sincero, más transparente y honesto que el que tenía hasta ahora.

En cuanto a España, es posible que los dos contenciosos básicos no varíen demasiado: Mitterrand no va a favorecer nuestra entrada en el Mercado Común (es un tema de opinión pública nacional, más que de partidos) ni cambiará sensiblemente la situación en el País Vasco (es una factura que Francia está pagando por evitar que el terrorismo pase sus fronteras; con la ceguera de ignorar que si no se acaba con el terrorismo en España, en un momento dado pasará inevitablemente a Euskadi norte). Sin embarlo, la ízquierda francesa es mucho más sensible que la derecha al establecimiento de una dictadura en España y a cualquier intento golpista, y estará más dispuesta a ayudar a los socialistas españoles en su capacidad de estabilizar España y de presentarse como alternativa.

12 Mayo 1981

La incógnita Mitterrand

ABC (Director: Guillermo Luca de Tena)

Leer

En una votación histórica, el electorado francés ha llevado a la máxima magistratura del país al socialista François Mitterrand. Entre 1947 y 1954 ocupó el Elíseo otro socialista, Vicent Auriol, pero ni llegó a la presidencia por votación popular ni la Jefatura del Estado tenía en la IV República los poderes que el régimen instaurado por De Gaulle otorgó a la Presidencia de la República. Con toda razón, políticos y comentaristas coinciden en calificar de histórica la alternancia de poder que se ha producido en Francia.

El resultado electoral este domingo en Francia es la derrota de Giscard, el presidente con un balance económico y social notable, pero gastado en su imagen personal y política hasta límites casi extremos. Es también la derrota de una derecha con un amplio segmento contradictorio que ha votado visceralmente contra el candidato centrista entregando su sufragio al adversario político Mitterrand. Y ha sido sobre todo la victoria de Mitterrand, un político a prueba de derrotas, maniobrero eficaz que tiene en su haber el enorme mérito de haber puesto en pie un robusto partido socialista: hace diez años tenía un porcentaje ridículo de sufragio; hoy es la primera formación política del país.

Pero la victoria de Miterrand no despeja las múltiples interrogantes, ya señaladas en anteriores comentarios. Francia entra en un periodo de inestabilidad. Por de pronto, el país deberá acudir de nuevo a las urnas para elegir la composición de la nueva Asamblea Nacional. Si de estas elecciones sale una mayoría gaullista-centrista, se producirá la colisión constitucional entre el presidente y el legislativo; si, por el contrario, se impone de nuevo la alianza social-comunista, el país puede vivir en otro sentido horas de incertidumbre ante el prometido ‘cambio de sociedad’.

Todo esto hace presagiar una etapa de crisis interna en Francia, que tendrá inevitable incidencia en la política internacional. Francia es uno de los dos pilares del Mercado Común y si el país queda anclado en sus crisis internas la incidencia en la actividad comunitaria será inevitable. Para España que ya tuvo que soportar con Giscard parones y desplantes en su caminar hacia la CEE, no es precisamente una buena noticia. En los mensajes de felicitación al nuevo presidente por parte de las máximas instancias del Estado y el Gobierno de nuestro país hay un anhelo de que este cambio se traduzca en una ocasión para mejorar las siempre difíciles relaciones entre Madrid y París. Nos sumamos a ese esperanzado deseo; no demasiado convencido, aunque nos gustaría equivocarnos.

12 Mayo 1981

El Aviso

Pedro Rodríguez

Leer

Toma ya. Ha ganado el hermano rojo en Francia. Y nosotros, con estos pelos, persiguiendo a la ‘legionella’. Pues nada: ha entrado el valet de chambre en la chambre de la derecha española, con la bandeja de plata del desayuno:

  • Su sapo, señor.

Hombre, siempre es un consuelo que Mitterrand haya llegado gracias a los negros y a los ecologistas, sus y a ellos, como Suárez llegó gracias a los ‘camisas viejas’ de Fernández Miranda. Pero el caso es que, desde ayer, Felipe no tiene fecha libre ni para comer ni para cenar. Dede el dimanche a la nuit, todo el mundo ici, en L´Espagne, quiere sentar un rojo a su mesa, a ser posible, con cicatrices. Todo el mundo se ha puesto a descubrir genes socialistas  en su biografía, y a aislar hematíes tipo gauche en su plasma sanguíneo. Lo malo de estos chicos de Santa Engracia es que te piden pedegree hasta la tercera generación, como los del partido-en-el-gobierno, que con que no hubieran estado en la última Plazadeoriente, te daban carnet y un número para unas subdirección general. Parece que los vecinos del piso de arriba se rebelaron el domingo al grito de HartosdeYiscár”, o sea que los pueblos aguantan que desaparezcan diamantes y que, si hace falta, el político, animalito, se coma un niño crudo todas las mañanas. Pero los pueblos de Los Años Ochenta ya no soportan que se les aburra. Los pueblos de Los Ochenta se enfurecen cuando los condenan al bostezo y se ponen hartos de Carter, hartos de Yiscár, hartos de Azalitomeliá, hartos de cesarismo de franela, de trajes grises y señores con ojeras, encerrados en un castillo con rayos infrarrojos. Hombre, ya sé que el Mitterrand no es Mike Jagger, sino un tragamillas de cejas altas, coleccionista de derrotas, pero mira, de momento: el 9 de mayo es la noche triste de ETA, porque se supone, vamos, digo yo, que el puño y el clavel caerá como un mazo sobre los santuarios etarras, y también te digo una cosa; si un socialista acaba con ETA-en-Francia, Felipe ya puede ir pidiendo el taxi para La Moncloa. Aparte que, no sé si sabes, en la cena con los banqueros españoles, Felipe prometió no nacionalizar la Banca en los próximos doscientos años, que, por cierto, no sé yo a qué viene esa amenaza a tan largo plazo.

Así que dice mi Tía Pepita, la de Luarca, que esto del Mitegán es un aviso del cielo, sobrino, y que qué Primavera lleva la Derecha con la Real, encima ganando la Liga, y que cuando los claveles de tu vecino veas ganar, por los tuyos a remojar. Hombre, se supone que Pío está ya al frente del Mando Único Antizquierdista, mezclando filtros y redomas, pero, así y todo, a la Derecha española es que le habían asegurado que la Izquierda, sus y a ella, estaría toda la vida la pataquebrada y en casa. Bueno, pues ya están ahí. A la Derecha española, ésa bella durmiente, le pilló la Democracia como si fuera un aguacero tropical y tuvo que refugiarse en el portal del Centro. Tuvo cuarenta años para prepararse, y ahora después de ver caer a Yiscar, le quedan cuarenta semanas. Vamos, si quiere estar en el palco del Mundial.

Pedro Rodríguez