6 mayo 2007

Royal, pareja de François Hollande, para ser elegida candidata del Partido Socialista francés tuvo que enfrentarse en las primarias con Dominique Strauss-Khan, Laurent Fabius

Elecciones Francia 2007 – El candidato de la derecha Nicolas Sarkozy logra la presidencia derrotando a la socialista Segolene Royal

Hechos

El 6.05.2007 se celebró la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Francia.

07 Mayo 2007

Revoluciones francesas

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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La elección clara de Nicolas Sarkozy a la presidencia de la República refleja un deseo de cambio, y viene de la mano de una auténtica revolución en la política francesa cuyos efectos no se detienen en una bella jornada democrática. Estos comicios han vuelto a despertar el interés de los franceses por la política, con una participación récord tanto en la primera como en la segunda vuelta de ayer, especialmente entre los jóvenes, y un debate previo entre Royal y Sarkozy que decantó el resultado. Pero Sarkozy tiene ahora que combatir al que se puede convertir en su peor enemigo: él mismo y su tendencia al populismo. El presidente no puede ser como el candidato o el político que quería llegar. Ya ha llegado. Su reto inmediato es que Francia salga unida y fuerte de su crisis real y psicológica.

Sarkozy supone una revolución en otros sentidos. Pertenece, como Royal, a una generación que no vivió la Segunda Guerra Mundial ni los primeros pasos de la integración europea. Tras Mitterrand y Chirac, Francia necesitaba de un rejuvenecimiento de sus políticos. Ya lo tiene, además con el primer hijo de inmigrantes que llega a tan alta magistratura, aunque con un discurso antiinmigración. Es también un político puro que no ha pasado por las grandes écoles de las que suelen salir las élites francesas. Francia está necesitada de menos mandarinismo.

Este resultado demuestra que en los últimos lustros, la sociedad francesa se ha movido hacia la derecha. Sarkozy hizo suyo buena parte del ideario de Le Pen, que ha contaminado toda la política francesa. Debería rectificar, pues el riesgo de romper la sociedad francesa es grave. Sin embargo, no es una broma que Sarkozy haya llamado a enterrar el Mayo del 68 ni que le hayan apoyado muchos intelectuales que venían de aquellas barricadas.

Ségolène Royal se ha presentado como una socialista moderada. Su única opción estaba en abrirse al centro, pues el granero de votos a su izquierda era casi inexistente. Ayer, en un ejemplar reconocimiento de su derrota un minuto después de cerrados los colegios electorales y anunciarse el resultado de los sondeos, llamó a «renovar a la izquierda, más allá de sus fronteras actuales». Royal piensa ya en las elecciones legislativas de junio y más allá, y a ello se lanzó. Con su resultado, la candidata socialista no sólo ha lavado la afrenta de Le Pen, que en 2002 desbancó a Jospin en la primera vuelta, sino que se ha convertido en la referencia de un Partido Socialista que se dividió con el referéndum sobre la Constitución europea. Puede que tenga más recorrido político que lo que la derrota de ayer pudiera indicar, aunque la izquierda francesa debe ser consciente de que ha perdido tres elecciones consecutivas a la Presidencia francesa.

En la V República, el presidente de Francia acumula un enorme poder, pero sólo cuando además cuenta con una mayoría en la Asamblea Nacional. Para llevar a Francia a donde quiere y a donde ha propuesto, Sarkozy necesita también ganar las elecciones legislativas en junio. En ellas se verá si el resurgimiento del centro que ha representado François Bayrou se convierte en una realidad, incluso superando las cortapisas de un sistema electoral que favorece el bipolarismo, o se pincha como una burbuja.

Sarkozy simpatiza con España. Como crucial ministro del Interior francés, se ha comportado con total apoyo y lealtad. España y Zapatero tienen en él a un aliado plenamente fiable.

Europa en su conjunto ha esperado mucho tiempo a Francia. Puede aún esperar hasta junio, si es para que este país, clave para Europa, recupere su plena vitalidad intelectual, social y económica. Es de esperar que Sarkozy logre con sus reformas sacar a Francia este agujero en el que se ha metido por sí sola. El nuevo presidente declaró que «Francia está de vuelta a Europa», si bien con un nada disimulado espíritu proteccionista. No está dispuesto a volver a presentar al voto de los franceses la Constitución europea. Aboga por un minitratado. Posiblemente sea ésa la única salida. Pero hay que defender al máximo los avances del texto original. Una Europa fuerte requiere una Francia en forma, pero ésta necesita también una Unión Europea con capacidad de decisión e influencia.

07 Mayo 2007

Francia se pronuncia masivamente por la claridad de Sarkozy

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Algo se ha movido en Francia. No sólo porque casi el 85% de los franceses acudiese ayer a las urnas, expresándose en masa como no lo habían hecho desde 1965. También porque han optado por el candidato más concreto en sus propuestas, el que más claro les ha hablado y el que no les ha prometido más bienestar sino más «trabajo», algo que ayer volvió a reiterar en su vibrante discurso de la victoria. Nicolas Sarkozy será durante los próximos cinco años el presidente de la VI República, habiendo vencido por una diferencia de seis puntos a la candidata socialista Ségolène Royal.

El momento no podía ser más propicio para el cambio. Aunque los dos contendientes representaban un paso de página generacional, las políticas propuestas por Royal apenas se distanciaban tímidamente del programa tradicional de la izquierda, mientras que Sarkozy hizo campaña prometiendo reformas profundas en una economía que las pide a gritos. Francia tiene uno de los niveles de desempleo más altos de Europa, su tasa de crecimiento es una de las más bajas, el sector público sigue representando la mitad de la actividad económica y la deuda pública se ha disparado.

La crisis actual se ha incubado durante casi tres décadas de inmovilismo. La visión más cortoplacista y electoral de Ségolène atribuyó la mala situación únicamente al último Gobierno de la UMP, pero el finalmente ganador supo explicar que derechas e izquierdas eran igualmente responsables de la parálisis. Su demostrado pragmatismo, así como su capacidad para forjar consensos no fundamentados en la ambigüedad, serán dos herramientas esenciales a la hora de gobernar. Dada la capacidad de los franceses para movilizarse en la calle, nada le augura un camino fácil para implementar las reformas prometidas. Chirac lo intentó con pasos mucho más tímidos y finalmente se echó atrás. Ahora bien, a favor de Sarkozy juega que el amplio refrendo popular que tuvo Chirac era atribuible a que su adversario era el extremista Le Pen, mientras que el obtenido por él le da plena legitimidad para aplicar el programa que ha hecho explícito durante la campaña.

Respecto a la política exterior, el hecho de que haya ganado un político que se declara abierto admirador de los Estados Unidos es también un cambio histórico para Francia, más si consideramos que se encuentra en la misma sintonía a este respecto que Angela Merkel. Por primera vez en mucho tiempo, es de prever que el eje francoalemán no se constituya por oposición al transatlántico.

En cuanto a Ségolène, contrasta con la demonización que hizo de su adversario en la etapa final de la campaña su elegancia para reconocer la derrota. Sus ganas de demostrar su buen perder la llevaron incluso a aceptar el desenlace públicamente antes de que se conocieran los resultados oficiales, con la confianza que da el que los sondeos a pie de urna en Francia nunca se hayan equivocado. Pronto se sabrá si el Partido Socialista la mantiene como su líder.

07 Mayo 2007

El voto que lustra

Arcadi Espada

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Sarkozy no habría ganado las elecciones sin el apoyo de la izquierda. De una parte de la izquierda, naturalmente. Él es un gran líder político, sin duda. Y la definición más práctica de un líder es la de alguien que sabe conservar los votos propios y apoderarse de los ajenos. Entre estos últimos están los de muchos seguidores de Le Pen (cuya desaparición es una de las excelentes noticias de estas elecciones y un mérito añadido del nuevo presidente; aunque entiendo que la izquierda se muestre apenada: el rojo da muy bien con el negro) y los que pertenecieron al centrista Bayrou. Pero también están los votos de unos cuantos monsieurs de alta gama, otrora en la izquierda, como Max Gallo, André Glucksmann, Pascal Bruckner o Alain Finkielkraut. No hay liderazgo sin una cierta capacidad transversal. Aunque eso sólo explica una parte de la cuestión.

El problema grave para la izquierda es que una parte, pequeña pero decisiva y muy influyente, de sus ex votantes considera, y algunos hasta con entusiasmo, que Sarkozy les representa mejor que Royal. No puede decirse que en general hayan renunciado a la herencia ilustrada. Más bien todo lo contrario: su más virulenta acusación a la izquierda es que ha sido ella la que ha renunciado a esa herencia. Tienen razones, y ellas animan lo mejor del debate político en Europa. La primera, la flojedad que la izquierda ha demostrado en la defensa de los valores europeos ante la agresión y, a veces el terror, de los que pretenden retrotraer al medievo la relación entre religión y política. Para muchos ilustrados el confuso relativismo cultural de la izquierda europea se ha convertido, lisa y llanamente, en un amenaza para la libertad.

Esos ilustrados antimodernos (para decirlo en el léxico paradójico del ensayista Antoine Compagnon) reprochan también a la izquierda su incapacidad para un examen empírico de los problemas. La cuestión quedó perfectamente de manifiesto en el debate que enfrentó a Sarkozy y a Royal. Mientras el primero enumeraba posibles soluciones (algunas, desde luego, muy discutibles), la segunda procedía habitualmente por elevación poética, exigiendo del elector que le diera su confianza. El procedimiento está vinculado con otra característica de la izquierda, no sólo visible en Francia: la exhibición, a veces muy obscena, de una insondable superioridad moral.

El momento más álgido de Royal en ese debate se produjo en torno a una discusión sobre la atención a los minusválidos. Y no fue, desde luego, porque sugiriera alguna novedad deslumbrante: sólo era que por fin había encontrado la grieta por donde colar lo que le traía de cabeza: la necesidad de exhibir el lado despiadado de su adversario y la evidencia, mil veces probada, de que la derecha está en el mundo para hacer el Mal. Naturalmente, cada vez hay menos gente que crea en esa vocación de la derecha. Mucho más después de la caída del mundo comunista y la sostenida evidencia de los millones de cadáveres y de la vida servil y estéril construida en nombre del Bien.

Algunos ilustrados han sido también sensibles a la reivindicación del mérito y del trabajo que ha propuesto Sarkozy. Esto responde a una interesante fatiga: la de los que observan cómo la política de cuotas, los lobbys socioculturales y el entramado burocrático de los partidos y sindicatos tienden excesivas trampas al esfuerzo individual y ejercen una política de nivelación que poco tiene que ver con la realidad. Asimismo es innegable la perplejidad que supone ver cómo la izquierda utiliza recursos retóricos, cuya exhibición en manos de la derecha provocaban una inolvidable vergüenza en el pasado. De las llamadas de alarma ante el peligro rojo, propias de la posguerra europea, se ha pasado al Tout sauf Sarkozy de estos días, y a las advertencias de Royal sobre la «oleada de violencia» [¡sic!] que podría traer su Presidencia.

Por último hay algo más. Algo delicado y a lo que la izquierda, en su promiscuo jugueteo posmoderno, parece haber renunciado. La importancia de la verdad, hoy subrayada por ensayistas, como Michael P.Lynch, Harry Frankfurt o Simon Blackburn. De la campaña había pocas dudas de que la verdad, incluso la más desagradable, la estaba diciendo Sarkozy. Los ilustrados aprecian la verdad. Además, los que proceden de la izquierda conocen perfectamente la hipocresía.

07 Mayo 2007

Ségolène Royal: punto y seguido

Rubén Amón

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Las pantallas de vídeo gigantes anunciaron a las 20.00 horas cuanto ya bisbiseaban millares de militantes socialistas en las puertas de la Casa de América: Ségolène había perdido el duelo con Nicolas Sarkozy.

Hubo aplausos y consignas desesperadas para exorcizar el veredicto, pero la decepción se reconocía en el llanto de las adolescentes y en la cara de póquer de los viejos elefantes. Incluido Dominique Strauss-Kahn, barón del PS y protagonista de unas declaraciones que sitúan la crisis de la izquierda: «No podemos negar que hemos sufrido una grave derrota en las urnas».

El ataque reviste importancia porque el ilustre ex ministro de Economía ponía en duda el liderazgo de Ségolène Royal. El resultado de la candidata es peor que el de Jospin en 1995 (47,36%) e implica que los socialistas tendrán que aguardar otros cinco años para intentar recuperar el cetro del Elíseo.

La perdedora se encuentra en una posición delicada. No ha protagonizado una catástrofe y ha devuelto a los socialistas una esperanza de cambio, pero la desventaja de seis puntos con Sarkozy relativiza mucho su peso entre sus enemigos. Empezando por quienes le reprochan haber flirteado con el centro de François Bayrou y por quienes le acusan de haber realizado la campaña al margen de la estructura granítica del Partido Socialista.

Es cierto. Y premeditado. De otro modo, Ségolène Royal no se hubiera marchado a celebrar la derrota en la Casa de América. Un palacete que se encuentra a 300 metros de la sede oficial del partido y que anoche sirvió de plataforma mediática para el desahogo de la propia dama blanca:

«He iniciado una renovación de la vida política para profundizar en la renovación de la izquierda más allá de sus fronteras naturales. Tenemos una esperanza de cambio. Lo que hemos empezado en Francia dará sus frutos. Juntos daremos forma a este nuevo proyecto», dijo Royal.

Las palabras de Ségolène se entienden en un doble contexto. En primer lugar, aspira a llevar a cabo personalmente la transformación del partido en una fuerza socialdemócrata. Y en segundo lugar quiere atribuirse el papel de timonel en los comicios legislativos que se avecinan.

Están convocados el 10 y el 17 de junio, es decir, que pueden resentirse del impacto y de la inercia de los recentísimos comicios presidenciales. Los sondeos publicados ayer no ofrecen dudas: el partido de Nicolas Sarkozy (UMP) vencería a los socialistas por cinco puntos (34% contra 29%).

Las apreturas convierten al partido de François Bayrou (UDF) en la llave de la mayoría absoluta. Una razón estratégica que explica el modo que Ségolène lo ha estado cortejando en el desenlace de los comicios presidenciales. La maniobra no se ha demostrado eficaz. De hecho, el flirteo entre ambos líderes ha tenido un efecto irrelevante en las urnas: el 40% de los votantes de la UDF se han decantado por Ségolène, exactamente el mismo porcentaje que ha logrado atraerse a su campo Nicolas Sarkozy.

Las tablas explican la indignación de la vieja guardia: Jospin, Strauss-Kahn y Fabius denunciaban ayer la inoperancia de semejante viraje, aunque las cuchilladas dialécticas no pueden esconder que el verdadero problema del PS es su renovación y la impermeabilidad mostrada frente a las reformas que ya han obrado en Europa las fuerzas de la misma familia política.

En teoría, sólo en teoría, los galones del partido los lleva puestos François Hollande. Que es el primer secretario… y el compañero sentimental de Ségolène Royal. Sus enemigos van a acusarlo de connivencias familiares, aunque llama la atención el modo en que la propia madame Royal lo ha discriminado y maltratado durante la campaña presidencial.

Hay una ruptura entre el partido socialista y Ségolène. Y una ruptura de Ségoléne con el partido. Queda pendiente quién terminará imponiéndose. O saber qué poder aspira a ejercer Ségolène Royal con un bagaje electoral tan humilde.

El ajuste de cuentas empieza a notarse con palabras altisonantes: «El Partido Socialista no ha sabido renovarse en estos cinco años», sentenciaba anoche Strauss-Kahn. «Nunca la izquierda ha sido tan débil. Nos hemos dejado ilusionar y mecer por el resultado que obtuvimos en las regionales y las europeas. Este mazazo nos ha devuelto a la cruda realidad».

La realidad, a juicio de Fabius, requiere abandonar los guiños centristas y devolver a la izquierda su personalidad. Un modo de alejar los sueños de Ségolène, cuya juventud, 53 años, todavía le permite soñar que las elecciones del 2012 están al alcance de la revancha. ¿Acaso no fracasó Mitterrand dos veces antes de vivir 14 años en el Elíseo?