21 abril 2008

Por primera vez en la historia el Partido Colorado, vinculado durante años al Ejército, pierde las elecciones

Elecciones Paraguay 2008 – El ex obispo izquierdista Fernando Lugo vence a Blanca Ovelar (Partido Colorado) y a Lino Oviedo

Hechos

Las elecciones presidenciales del 20.04.2008 eligieron como presidente a Fernando Lugo, candidato de la Alianza Patriótica para el Cambio.

Lecturas

RESULTADOS

Fernando Lugo (Alianza Patriótica para el Cambio) – 40,8%

Blanca Ovelar (Partido Colorado) – 30,7%

Lino Oviedo (Unión Nacional de Ciudadanos Éticos) – 21,9%

22 Abril 2008

Cambio de era

Editorial (Director: Javier Moreno)

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Que un obispo comprometido que colgó los hábitos hace tres años acabe en las urnas con la hegemonía más prolongada del mundo de un partido sobre un país, es en sí misma una saludable noticia. Si el país es Paraguay, es además alentadora. Porque Fernando Lugo, un abogado de los pobres -no se sabe todavía si a la manera de losteólogos de la liberación o más bien a la del vecino Lula da Silva-, al ganar claramente las elecciones ha desbancado con ello al Partido Colorado, capaz de acumular todas las corrupciones que permiten 61 años ininterrumpidos en el poder. Paraguay ha sido como una gran finca al servicio de los políticos colorados, cuyo ejemplo más conspicuo fuera el eterno dictador Alfredo Stroessner.

Es difícil desde los parámetros europeos entender cabalmente una formación cuyo todavía representante en el poder, el presidente saliente Nicanor Duarte, considera que en seis décadas -y desde luego en los últimos cinco años de su mandato- no ha habido tiempo suficiente para cambiar la suerte de la escandalosa proporción de pobres que todavía hay entre sus seis millones de almas.

Sobre Lugo, que no tomará posesión hasta mediados de agosto (demasiado tiempo para un país agitado como Paraguay) está todo por verse. El obispo, suspendido de sus funciones por Benedicto XVI por entrar en política, ha sido el estandarte victorioso de una alianza de partidos opositores y se considera a sí mismo un independiente, simpatizante con los regímenes izquierdistas moderados de Latinoamérica. Tendrá que lidiar no sólo con un Parlamento en el que no tiene la mayoría absoluta, sino con la infiltración y el control plenamente operativo, en cada uno de los niveles del poder, del omnipresente Partido Colorado.

Encerrado entre vecinos tan dominantes como Brasil y Argentina, Paraguay necesita imperativamente un crecimiento económico sostenido del que se beneficien todos sus ciudadanos. La primera y peliaguda medida predicada por Lugo es multiplicar el precio de la electricidad que Asunción vende actualmente a precio de saldo a Brasil desde la gigantesca central conjunta de Itaipú. El obispo Lugo va a llegar a la presidencia de Paraguay sin experiencia política real y presumiblemente a merced de logreros, por un lado, y de las inevitables demandas de la izquierda, por otro. En un país que no recuerda otra cosa que oligarquías, el experimento está servido.

23 Abril 2008

La otra muerte de Stroessner

Miguel Ángel Bastenier

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En 1989 un golpe palaciego ponía fin en Paraguay al longevo régimen del general Alfredo Stroessner, y comenzaba un borroso tránsito entre dictadura y democracia que tocaba a su fin el domingo, con la victoria de una oposición que acaudilla (de momento, es un caudillo) Fernando Lugo, obispo en animación suspendida hasta que el Vaticano pergeñe una dispensa para no perder un prelado y ganar un presidente.

Y junto a esta segunda defunción del general, se producía también la del Partido Colorado en el poder, en el que se apoltronaba desde 1947 como Partido-Estado, fuente inagotable de corrupción y clientelismo. Con el golpe que derrocó a Stroessner, el partido le hizo una OPA a la democracia, cambiando al principio sólo de general, para hacer que le siguieran cuatro civiles, todos ellos, como el propio dictador derrocado,coloradísimos. Y como parece inevitable desde que Hugo Chávez preside Venezuela, hay que hacer cuentas. Si Lugo es la izquierda, ¿qué izquierda es la suya? ¿Si Lugo es nacionalista, es también antiestadounidense? En definitiva, ¿ha ganado el chavismo un aliado?

Si Lugo es nacionalista, ¿es antiestadounidense? En definitiva, ¿ha ganado el chavismo un aliado?

Lugo encabeza una coalición heterogénea, la Alianza Patriótica para el Cambio, formada tan sólo hace ocho meses; y en ella, a su fuerza central, el Partido Liberal Radical Auténtico, hay que sumar el Movimiento al Socialismo, éste sí, chavista; el Movimiento Popular Tekojoja del propio Lugo, formado por católicos de base, próximos a la teología de la liberación; la Alianza Democrática Tricolor, en la que milita la democracia cristiana; y una suma de movimientos, alianzas y partidillos hasta una docena, cuyo común denominador puede ser un nacionalismo dolorido, el de un pueblo que siente que la historia y sus vecinos no han sido justos con Paraguay.

El paraguayismo halla sus raíces en la guerra de la Triple Alianza, de 1864, en la que Argentina, Uruguay y, en especial, Brasil, acabaron con la práctica totalidad con los varones adultos del país. Por ello, el nacionalismo local presenta tintes antibrasileños, y hoy encuentra su espantajo en los llamados brasilguayos, casi una casta, que emigraron a Paraguay desde Brasil en los años 70 y 80 del siglo XX, estableciéndose como latifundistas en la zona fronteriza, donde cultivan soja para la exportación. Tradicionalmente, el extenso mercado brasileño ha dictado condiciones a su proveedor paraguayo; y, así, el Tratado de Itaipú, firmado por Stroessner en 1973, estipula que Asunción surtirá a Brasilia de toda la energía hidroeléctrica que no consuma a precio de coste, lo que le permite afirmar a Lugo que aumentará en un 500% la tarifa, sólo para alcanzar el precio de mercado. Y si la reivindicación de la soberanía energética sobre la presa de Itaipú, que Paraguay posee conjuntamente con Brasil, y de Yacyretá, con Argentina, aproxima a Lugo al presidente boliviano Morales en la pugna por recobrar las riquezas del subsuelo, raíces y formación le inclinan, en cambio, hacia el ecuatoriano, Rafael Correa, como él, criollo reformista. La pulsión indigenócrata, común a los anteriores, parece no existir, sin embargo, en Paraguay, donde la lengua precolombina, el guaraní, es patrimonio nacional, y está muy extendido el mestizaje, en lo que algo tuvieron algo que ver los jesuitas y sus reducciones.

Y todos, Morales, Correa, Lugo, flotan, es cierto, en la constelación-Chávez. Entre ellos, el vecindario de objetivos existe; pero el parentesco político, no tanto; y la jerarquía, en absoluto. El único subalterno de Chávez en Latinoamérica es el presidente nicaragüense Daniel Ortega, que en ocasiones, parece que no sepa vivir sin la aprobación del jefe, porque el cubano Raúl Castro lo que ve en Caracas es, sobre todo, el interés material; aunque eso sí, mucho.

En América Latina puede haber dos o más izquierdas, la criollo-europea (Bachelet en Chile, Alan García en Perú, el Kirchnerato en Argentina, quizá Álvaro Colom en Guatemala), la de Lula en Brasil que flota en medio, y la de color negro y cobre, que es la que querría liderar el chavismo; pero de alianzas funcionales, poca cosa, y en gran medida creadas por los errores, y la indiferencia de EE UU. Tocaría ahora a un próximo presidente estadounidense -uno o una- desarticular con los hechos lo que es sólo un difuso sentimiento anti-imperialista, junto a una legítima reivindicación de las riquezas naturales de la región, en nombre de ellos mismos, los naturales.

19 Agosto 2008

Fernando Lugo, de obispo a presidente

Juan José Tamayo

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La presencia de obispos, teólogos, sacerdotes y religiosos en la vida política es una constante en América Latina desde los inicios de la conquista hasta nuestros días. Y no sólo ni siempre del lado de los colonizadores, sino con frecuencia del lado de los sectores marginados. Casos emblemáticos de compromiso político liberador son el obispo Bartolomé de Las Casas y el dominico Antonio Montesinos. Numerosos fueron los clérigos que, a principios del siglo XIX, tradujeron políticamente los ideales evangélicos de libertad y justicia, y lideraron las luchas por la independencia en los diferentes países latinoamericanos.

Un nuevo impulso al compromiso político de los teólogos, sacerdotes y obispos proviene del cristianismo revolucionario latinoamericano en la década de los sesenta del siglo pasado. Fue entonces cuando muchos sacerdotes se incorporaron a los movimientos de liberación junto con otros militantes revolucionarios. Durante la década de los ochenta sacerdotes y teólogos asumieron responsabilidades políticas en gobiernos constituidos tras el derrocamiento de regímenes dictatoriales. Es el caso de tres sacerdotes que participaron en el Gobierno del Frente Sandinista de Nicaragua tras la caída del dictador Somoza: Miguel de Escoto, miembro de la Congregación Maryknoll, como ministro de Asuntos Exteriores; Ernesto Cardenal, poeta y monje trapense, como ministro de Cultura, y Fernando Cardenal, jesuita y hermano del anterior, como ministro de Educación

La presencia de clérigos y sacerdotes en la política de Latinoamérica es una constante.

En su viaje a Nicaragua el papa Juan Pablo II afeó la conducta de Ernesto Cardenal con un gesto público de desaprobación. Pero Ernesto, fiel a su conciencia y al compromiso político asumido, continuó al frente del Ministerio de Cultura trabajando por la educación popular. Más difícil lo tuvo su hermano Fernando, a quien la Compañía de Jesús le comunicó que no podía seguir en la política activa como jesuita. «Es posible que me equivoque siendo jesuita y ministro -respondió-, pero déjenme equivocarme en favor de los pobres, porque la Iglesia se ha equivocado durante muchos siglos en favor de los ricos».

En la década de los noventa destacó por su actividad política el salesiano haitiano Jean Bertrand d’Aristide, quien, en sintonía con la teología de la liberación, ejerció su ministerio sacerdotal en una parroquia pobre de Puerto Príncipe y participó activamente en el derrocamiento de la dictadura de Duvalier. En diciembre de 1990 fue elegido presidente de Haití con el 67% de los votos colocando entre sus prioridades la erradicación de la pobreza y la dignificación de los sectores populares con las que estaba comprometido desde su época de sacerdote. Fue derrocado por un golpe militar y posteriormente rehabilitado. Sin embargo, poco a poco fue cambiando de estilo de vida y distanciándose de las opciones liberadoras del comienzo.

Ahora es Fernando Lugo, ex obispo de San Pedro, una de las regiones más pobres de Paraguay, quien accede a la presidencia de la República tras su triunfo electoral en abril de 2008. Hasta llegar aquí, su trayectoria ha estado marcada por la inserción en el mundo de la exclusión, teniendo como guía religiosa la teología de la liberación, como referente social las Ligas Agrarias de su país, como horizonte ético la opción por los pobres y como vía de conocimiento de la realidad las ciencias sociales. Un importante aval es su larga experiencia en el compromiso con los pobres y con los movimientos sociales, primero como maestro de escuela en un lugar marginal de su país, luego como misionero en una de las zonas más depauperadas de Ecuador, después como estudiante de sociología en Roma, y finalmente como obispo en la diócesis de San Pedro, donde mostró su apoyo a las luchas de los campesinos sin tierra en una época de fuertes conflictos.

Hace tres años renunció al episcopado para dedicarse a la política, y el Vaticano le suspendió a divinis. Como candidato a la presidencia al frente de la Alianza Patriótica para el Cambio logró derrotar al Partido Colorado, que llevaba más de sesenta años en el poder. Tras su triunfo resumía así su programa de gobierno: «A partir de hoy, mi gran catedral será todo mi país. Hasta ahora estuve en una catedral enseñando, compartiendo, sufriendo, construyendo. Hoy me pongo a disposición de todos los ciudadanos de Paraguay para construir desde la política esa nación que nos merecemos todos los paraguayos, una nación más justa y fraterna, reconciliada, donde la justicia no sólo sea un objeto de lujo para algunas personas, sino para todos y todas por igual».

Para ello ha tenido que caer, según sus propias palabras, en una herejía, la de seguir a Jesús, que parece incompatible con el ejercicio del poder. Lugo reconoce que muchas veces los políticos usurpan el poder o se aferran compulsivamente a él y cree que el poder es un proceso de construcción ideológica. Pero él ha optado por construirlo desde abajo, a partir de la realidad sangrante, desafiante de miseria, pobreza y exclusión en que viven los pueblos de América Latina.

Juan José Tamayo

22 Agosto 2008

El nuevo Paraguay

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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La llegada al poder del ex obispo Lugo genera grandes expectativas de cambio en la población

Hace hoy justo una semana el ex obispo Fernando Lugo asumió la presidencia de Paraguay, con dos principios fundamentales de credo político: honestidad y austeridad. Lugo, que venció las elecciones presidenciales el pasado abril al frente de una heterogénea coalición de izquierdas llamada Alianza Patriótica para el Cambio, con lo que se puso fin a 61 años de poder absoluto del Partido Colorado, quiere, al parecer, moverse con prudencia sin precipitar choques con la minoría político-empresarial que controla el depauperado país suramericano de seis millones de habitantes.

Es inteligente de su parte no provocar inmediatamente grandes convulsiones -la prudencia quizás venga influida de su pasado eclesiástico-, pero debe ser consciente de que si realmente quiere realizar las transformaciones radicales de transparencia y honradez que Paraguay necesita, y que el nuevo jefe del Estado ha prometido, va a tener que enfrentarse a los sectores privilegiados.

De momento, el nuevo presidente ha constituido Gobierno y relevado al jefe nacional de la policía. Antes de su investidura anunció que tenía intención de decretar una subida de impuestos, llevar a cabo una reforma agraria (apenas 200 familias poseen el 70% de la tierra), perseguir el contrabando y mejorar el nivel de vida del funcionariado y de la policía para tratar de erradicar el gran cáncer de la corrupción rampante generada por el poder omnímodo del Partido Colorado.

Las expectativas que ha generado el cambio son enormes. Más del 75% de los paraguayos cree que el país mejorará con el Gobierno de coalición y el 60% piensa que los resultados de la gestión del nuevo presidente se notarán muy pronto. Así, pues, la presión social va a hacer muy difícil a Lugo moverse con cautela, pero tendrá que bregar duro para sacar leyes de un Parlamento en el que los colorados siguen siendo la primera formación.

Lugo pretende moverse en la ambivalencia de un modelo de izquierda que no será copia exacta del de Venezuela, Bolivia o Ecuador, pero tampoco de Brasil, Argentina o Chile. Con los brasileños tendrá que resolver, como ya anticipó durante la campaña, la delicada papeleta de revisar la tarifa de suministro eléctrico que prácticamente Paraguay vende a sus vecinos a precio de coste. El nuevo mandatario paraguayo quiere acabar con ese privilegio que goza Brasilia desde 1973.