23 diciembre 1992

Guinea Ecuatorial: La dictadura de Teodoro Obiang encarcela a 100 opositores ante las protestas por la represión a Celestino Bacale

Hechos

Fue noticia el 23 de diciembre de 1992.

23 Diciembre 1992

Obiang

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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LA DETENCIÓN por Teodoro Obiang, presidente de Guinea Ecuatorial, de casi cien opositores a su régimen, caracterizado por la corrupción, es un eslabón más en la cadena de irracionalidad y autoritarismo y estupidez que caracteriza al sistema político imperante en la ex colonia española. Los relatos de torturas y coacciones hechos por los pocos detenidos que fueron puestos en libertad dos días después dan además la justa medida de la bajeza de los esbirros de Obiang hasta para cometer iniquidad. Incluso en la exhibición pública de su poder y prepotencia, la policía, inspirada en el ejemplo de su jefe, campa por sus respetos, y en la más absoluta impunidad golpea con una mano mientras roba públicamente con la otra, reprime una manifestación con dureza mientras se dedica al pillaje de las tiendas que encuentra a su paso.En realidad, el trato que el presidente ecuatoguineano dispensa a cuantos se le oponen es revelador de su inseguridad y paranoia. Da lo mismo cuál sea la razón que desencadena la represalia. En este caso, todo empezó con una manifestación de estudiantes de bachillerato hace dos semanas en protesta por el mal trato dado a un profesor de español, Celestino Bacale, que, para su desgracia, es además dirigente de la opositora Convergencia para la Democracia Social. Obiang es persona acostumbrada a ver enemigos en todas partes y a apalearlos por si acaso, lo sean o no; puede decirse que de este modo está consiguiendo que efectivamente toda su ciudadanía acabe siéndolo. En otras ocasiones, encaramado a su peculiar noción del Estado de derecho, el presidente utiliza los resortes de su poder para montar kafkianos consejos de guerra y tomar represalias contra unos socios, necesariamente extranjeros, con cuyas cuentas o coimas no está de acuerdo. Harían bien en tener siempre en cuenta esta circunstancia quienes creen que es posible realizar negocios fáciles o rápidos en Guinea.

Así se resume el nuevo proceso de democratización que Obiang ha inaugurado, en parte forzado por las presiones del Gobierno español. La nueva oleada de represión ha provocado en Malabo una gestión conjunta de cinco embajadas -las de España, EE UU, Francia, CE y ONU- para exigir del Gobierno el fin de las violaciones de los derechos humanos. También ha intervenido el Consejo de Seguridad. Hasta la Comisión de Bruselas amenaza con interrumpir la ayuda comunitaria. Es posible que todo ello estimule la soberbia de Teodoro Obiang, al que gestiones de tan alto nivel convencen de su importancia, y, por un breve tiempo, le decidan a dar la sensación de que efectivamente enmienda sus yerros. Pero es muy dudoso que lo haga o que tenga intención de respetar a sus adversarios o a sus ciudadanos.

El problema, como de costumbre, está encima de la mesa del Gobierno español. No es suficiente con que, una vez más, Madrid amenace a Obiang con cortarle la ayuda y el dinero. Las amenazas españolas han dejado de ser creíbles. Ha llegado un momento en que el mantenimiento de la ayuda a Guinea Ecuatorial por razones humanitarias ni siquiera sirve a éstas. Toda relación de asistencia y cooperación españolas debe ser interrumpida hasta tanto Teodoro Obiang no cumpla realmente con sus declaraciones democratizadoras.

La responsabilidad española es grande e inexcusable con respecto a Guinea Ecuatorial, nuestra infortunada ex colonia. Es preciso que de una vez por todas acabe la indecisión sobre cómo influir en Malabo, sobre cómo hacer presión sobre aquel Gobierno en beneficio de las virtudes democráticas. España debe dejar ya de sufrir pacientemente las sinrazones de nuestra ex colonia. Ha dejado de beneficiar a nadie.

21 Octubre 1993

Un dictador impenitente

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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DICTADOR ES quien toma el poder por la fuerza y lo mantiene del mismo modo en beneficio exclusivo de sus intereses personales. En el ejercicio de la opción política usurpada, esquilma y atemoriza a la ciudadanía y se empeña en afirmar que es el verdadero depositario de los valores democráticos.Teodoro Obiang Nguema, presidente de Guinea Ecuatorial desde agosto de 1979, ha aprovechado los 14 años que lleva en el poder para proseguir la destrucción del otrora culto y floreciente país iniciada por la tiranía de su tío Francisco Macías, primer presidente de la nación independiente. Su dura y. arbitraria regla ha ido dirigida no sólo contra sus propios nacionales, sino contra la mano que le ha dado de comer, la antigua metrópoli, España.

El juego siempre es el mismo. Cuando la presión del Gobierno español se hace insoportable, cuando a Obiang le es inevitable enfrentarse con la inminencia de decisiones que han de recortar su poder omnímodo (por ejemplo, la celebración de elecciones libres), escoge un tema de enfrentamiento con Madrid -la expulsión de un empresario, su encarcelamiento, la detención de algún cooperante, la acusación de imperialismo que justifica una represión que desemboca en muertes de ecuatoguineanos o una simple y mezquina mordida-. Ante la preocupación que causa en España (en ámbitos oficiales y, naturalmente, en los familiares) el peligro que corren los infortunados cabezas de turco, la presión gubernamental que se ejerce sobre Obiang se encamina exclusivamente a resolver la crisis personal planteada. Finalmente, el dictador cede, pone en libertad o expulsa a las víctimas -en ocasiones, mediando un soborno-. Y así, resuelta la crisis humanitaria, consigue desviar el impacto de la política.

Una vez más, el Ministerio español de Asuntos Exteriores habrá gastado preciosos cartuchos en la inevitable labor de defensa de los derechos humanos y Obiang habrá quedado libre de tirar de las riendas. El presidente ecuatoguineano, además, especula con el hecho de que el Gobierno español no puede cerrar la espita de su generosa ayuda, por más que ha, de tentarle hacerlo en más de una ocasión, simplemente porque las víctimas de tal decisión no serían Obiang y los suyos, sino los ciudadanos que bastante tienen con sufrir a su jefe de Estado.

La última crisis -la expulsión de seis jóvenes navarros en visita turística al país y la detención de una enfermera, asimismo española- ha coincidido con la comparecencia parlamentaria del nuevo secretario de Estado español para la Cooperación. Evidentemente, el alto funcionario no podía anunciar grandes cambios en la cooperación con Guinea en vísperas de una elección general en Malabo prevista para el próximo noviembre y cuando aún no ha concluido el segundo plan de asistencia a la ex colonia. Sólo ha anunciado una reducción de 300 millones de pesetas para 1994 (con lo que la ayuda (quedará reducida a 1.699 millones de pesetas) y una mayor disciplina en el control del manejo de los fondos. El rigor apunta directamente al Gobierno de Malabo, cuya arbitrariedad y corrupción en la utilización de la ayuda española han sido tradicionalmente notables.

El hecho, sin embargo, es que, una vez más, Teodoro Obiang ha sido protagonista de un gesto inamistoso hacia España y que ha utilizado para ello el recurso habitual de la tiranía: el jefe de la policía, temido hermano del presidente. En vísperas de unos comicios que el jefe del Estado anuncia como democratizadores y de los que muchos sospechan la posibilidad de pucherazo, el asunto es doblemente grave, cuando la práctica usual en Guinea ahora es la detención y apaleamiento de los candidatos de la oposición.