23 noviembre 1977
Desde la fundación del Estado de Israel se han producido cuatro guerras con sus vecinos árabes
Hito histórico: El dictador de Egipto, Anuar el Sadat, acepta visitar a Israel abriendo la esperanza a una paz entre árabes y judíos
Hechos
En noviembre de 1977 Anuar el Sadat, Presidente de Egipto realizó una visita oficial al Estado Israel.
19 Noviembre 1977
La audacia calculada de Sadat
PROVOCANDO UNA invitación de Israel para exponer mañana en el Parlamento judio sus proyectos de paz, el presidente egipcio, Anuar el Sadat, ha dado pruebas de una audacia política inédita entre los estadistas de la región, al tiempo que ha puesto en marcha un sutil mecanismo a través del que se ofrece a los actuales gobernantes nacionalistas del Estado de Israel una salida al crónico conflicto de Oriente Próximo que no sea una quinta guerra árabe-israelí, considerada como inevitable hace tan sólo unas semanas.Antes de la iniciativa del presidente egipcio, en efecto, la situación en la región parecía completamente bloqueada. A pesar de la declaración soviético-norteamericana del mes de octubre, en la que el Gobierno de Estados Unidos reconocía por primera vez, aunque sin especificar, los derechos del pueblo palestino, y a pesar de los buenos oficios desplegados por la diplomacia norteamericana para convocar una conferencia en Ginebra antes de finales de año, en las últimas fechas se había llegado a un punto muerto. Israel no había dado un paso atrás en su viejo principio de no aceptar otro Estado árabe entre Jordania y el mar Mediterráneo, mientras que los países árabes vecinos insistían en que una solución satisfactoria a la cuestión palestina pasaba por el reconocimiento de una entidad territorial soberanía a un pueblo que fue expulsado de su patria en 1948.
La situación había alcanzado un punto sumamente preocupante cuando, a principios de este mes, circularon ciertas informaciones, según las cuales Israel estaba dispuesto a acabar por su cuenta con la cuestión palestina a través de una miniguerra que tendría como principales objetivos. «limpiar» de árabes desafectos las regiones ocupadas de Gaza y Cisjordania y exterminar los restos de la resistencia palestina más agresiva en el sur de Líbano. En este contexto, la insistencia norteamericana en convocar a toda costa la conferencia de Ginebra, cuando ni siquiera estaba resuelto el problema de la representación palestina en la misma, parecía condenada de antemano al fracaso.
¿En qué medida la iniciativa de Sadat puede contribuir a desbloquear tan complicada situación? En el sentido, sobre todo, de que su viaje a Israel será seguido, casi con toda seguridad, de una invitación al primer ministro israelí, Menahem Begin, para que explique a su vez, ante el Parlamento egipcio, cuáles son sus propios proyectos para abrir el camino a una solución pacífica al conflicto, teniendo en cuenta que a su intransigencia se opone la intransigencia del pueblo palestino.Colocando a Begin frente a la espada y la pared, Sadat tendría buenas razones para esperar una debilidad de un hombre que acaricia el tentador sueño de pasar a la historia como en su día lo hizo el creador del Estado de Israel, Ben Gurion. Con la enorme diferencia de que, en el caso de Begin, entrar en la historia no significaría ganar una quinta guerra a los árabes, sino hacer la paz y garantizar para el futuro una existencia estable y sin sobresaltos al Estado judío.
Sin embargo, los riesgos del paso dado por el presidente egipcio son evidentes. El primero y más próximo, el hecho de que su iniciativa pueda provocar una división irreversible en el mundo árabe, con lo que, en lugar de colocar a Begin frente a la espada y la pared, se le aliviaría de una presión próxima y eficaz y se le liberaría, tal vez, de la necesidad urgente de encontrar otra solución distinta a la guerra. Síntomas de esta división se han producido ya no sólo entre los Estados árabes de la región, algunos de los cuales son los principales proveedores de créditos a Egipto, sino dentro mismo del Gobierno de El Cairo.
Aislado Sadat de lo que constituye su plataforma de apoyo natural, su iniciativa sólo tendría el valor de un gesto simbólico o el resultado de un acuerdo bilateral Egipto-Israel que, casi con toda seguridad, ayudaría muy poco a resolver un conflicto generalizado que no opone solamente a esos dos países. Analistas norteamericanos ven, precisamente, en esta última circunstancia, el peligro más importante de la maniobra iniciada por el presidente egipcio, porque, en último término, cualquier paso a dos invalida toda la estrategia de Carter para la región, fundada en una solución multilateral que comprometa a todas las partes implicadas. Y dejar fuera del juego a Estados Unidos supone, hoy por hoy, renunciar a la única fuerza política, diplomática, e incluso económica, con capacidad suficiente para obligar a los contendientes a enterrar el hacha de guerra, que vería con buenos ojos el cese de hostilidades ante la posible apertura de nuevos escenarios bélicos en el mismo continente.
23 Noviembre 1977
La apuesta de Sadat
EL PRESIDENTE de Egipto, Anuar el Sadat, ha concluido un viaje a Israel al que, sin lugar a dudas, se le puede atribuir el carácter de histórico. Ante todo, porque supone una nueva fórmula de negociación política en un conflicto, como el de Oriente Próximo, que desde hace cuatro años se arrastraba en una situación que ni era de paz, ni de guerra, con unas negociaciones languidecientes, que, si bien servía servían para evitar el desencadenamiento de una nueva conflagración bélica, se estrellaban una y otra vez a la hora de plantear los problemas de fondo, como son la retirada israelí de los territorios ocupados a los árabes en 1967, exigida por las resoluciones de las Naciones Unidas, y la solución del problema de la ent,idad nacional palestina.Pasado el impacto espectacular de la visita de Sadat a Jerusalén, queda el estilo nuevo impuesto por el viaje, un nuevo espíritu de negociación y el acercamiento físico, por medio de los medios de comunicación, entre dos pueblos irreconciliables. Sin embargo, permanecen los problemas de fondo citados, y tanto el presidente egipcio como el ultranacionalista primer ministro israelí, Menahen Begin, han insistido en sus posiciones anteriores al encuentro histórico, y que, hasta el momento, no se han movido un ápice, a menos que lo hayan sido mediante acuerdos secretos, alcanzados en conversaciones sobre las que aún ha trascendido poco.
El presidente egipcio corre con el mayor riesgo, porque es el que más fuerte ha apostado. Su viaje supone, en primer lugar, un reconocimiento de hecho del Estado de Israel y de la controvertida capitalidad de Jerusalén. Por otro lado, ha ofrecido, de manera unilateral, a los Israelíes una renuncia a la guerra con el Estadojudío.
Si los resultados concretos tardan en llegar y el impasse de la negociación de paz se mantiene, el gesto del presidente egipcio puede costarte muy caro. La apoteosis de su regreso a El Cairo puede dejar paso a una decepción, susceptible de ser aprovechada por grupos fanáticos musulmanes, en auge en el mundo islámico, para desalojarle del poder. Ya la decisión de trasladarse a Jerusalén provocó una crisis en su Gobierno, con la renuncia consecutiva de los ministros de Asuntos Exteriores. Luego, el ejército y el Gabinete respaldaron su decisión, pero si los hechos no siguen a las intenciones…
También corre el peligro de un aislamiento en el mundo árabe. Mientras los Estados más radicalizados y la Organización para la Liberación de Palestina le han acusado inmediatamente de «traidor», mientras desde estas filas se hacen llamamientos para su derrocamiénto, sólo Sudán, Jordania (el rey Hussein puede ser el próximo peregrino árabe a Jerusalén) y Marruecos han levantado su voz en defensa del coraje político de Sadat. Arabia Saudita y los Emiratos Arabes guardan, por ahora, silencio, y fueron estos países, con sus petrodólares, los que forjaron el giro hacia Occidente de los dirigentes egipcios.