11 enero 1923
Indignación en la población alemana contra el Gobierno democrático de la República de Weimar por no hacer nada para impedirlo
Humillación a Alemania: tropas de Francia invaden la cuenca del Ruhr por el retrasarse en su pago de las reparaciones de guerra

Hechos
- La ocupación del Ruhr entre 11 de enero de 1923 y 25 de agosto de 1925 por tropas francesas y belgas fue la respuesta al fracaso de la República de Weimar presidida por Friedrich Ebert en su obligación de asumir las indemnizaciones económicas a los aliados tras la derrota del Imperio alemán en la Primera Guerra Mundial.
Lecturas
LOS FRANCESES ASESINAN A TRECE ALEMANES ANTE LA PASIVIDAD DE LAS AUTORIDADES ALEMANAS.
El 31 de marzo las tropas francesas abrieron fuego contra una manifestación obrera de alemanes frente a la fábrica Krupp de Essen con un resultado de 13 muertos y 30 heridos.
El gravísimo incidente se registra en el marco de la resistencia pasiva ordenada por el gobierno alemán contra la ocupación de la cuenca del Ruhr por tropas de Francia y Bélgica.
Por otra parte, las autoridades ocupantes amenazaron con la pena de muerte y pesadas condenas carcelarias de los obreros que se declaren en huelga.
Más de 150.000 personas han sido expulsadas del Ruhr.
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Sectores radicales aprovecharán el descontento popular para intentar un golpe de Estado.
El Análisis
Las botas francesas y belgas han vuelto a pisar suelo alemán. La ocupación de la Cuenca del Ruhr, el corazón industrial de nuestra nación, no es solo una acción militar justificada bajo el paraguas del Tratado de Versalles: es, ante todo, una humillación nacional que despierta recuerdos amargos del pasado reciente y enciende un sentimiento profundo de afrenta en millones de alemanes. Francia, liderada por Poincaré, pretende así cobrarse por la fuerza las reparaciones de guerra, ignorando la situación económica desesperada que atraviesa nuestro país y dejando claro que para los vencedores de la Primera Guerra Mundial, Alemania no es un socio derrotado, sino un enemigo al que se debe doblegar por completo.
La respuesta del gobierno de la República de Weimar ha sido la de la pasividad heroica, alentando la resistencia civil de obreros y empresarios frente a la presencia extranjera. Pero la realidad es otra: para una gran parte del pueblo alemán, esta nueva humillación evidencia la debilidad estructural del sistema democrático. Friedrich Ebert y sus ministros hablan de legalidad y moderación, mientras el orgullo nacional se desangra en las fábricas detenidas, en los hogares sin carbón y en la inflación galopante. Alemania parece estar dirigida por hombres bienintencionados, sí, pero impotentes. Y en estos tiempos de zozobra, eso resulta insoportable.
Este clima no solo fortalece a los partidos conservadores tradicionales, que prometen orden y firmeza, sino también a formaciones más extremas, como ese pequeño pero ruidoso Partido Nacional-Socialista en Baviera, dirigido por un exaltado orador llamado Hitler, que mezcla en sus discursos el rechazo visceral al Tratado de Versalles con ataques al parlamentarismo, a los aliados, a los comunistas y a los judíos. Hasta ahora, muchos lo tomaban por un agitador más, una nota pintoresca en el paisaje político alemán. Pero en un país humillado, harto y desesperado, incluso los discursos más delirantes pueden prender como fuego en un bosque seco. La ocupación del Ruhr no ha hecho más que añadir gasolina.
J. F. Lamata