14 diciembre 1978

Sotelo ficha por el periódico EL PAÍS

Ignacio Sotelo rompe con DIARIO16 después que este periódico decidiera identificarle en sus columnas como ‘militante del PSOE’

Hechos

El 14.12.1978 DIARIO16 publicó el artículo ‘Suárez, el último obstáculo’.

Lecturas

El profesor universitario D. Ignacio Sotelo Martínez era colaborador habitual de Diario16 desde 1977. En 1978, cuando ya tenía una oferta para pasar a trabajar para El País, mandó a Diario16 la tribuna ‘Suárez, el último obstáculo’, conta el presidente de la UCD, D. Adolfo Suárez González, que era accionista de la empresa editora del medio, INPRESA, con un 33%.

El director de Diario16 D. Miguel Ángel Aguilar Tremoya consideró que mandar ese artículo era una estrategia del Sr. Sotelo Martínez para tener la excusa para pasarse a El País dando por hecho que Diario16 no publicaría un artículo contra UCD.

El artículo salió publicado en Diario16 el 14 de diciembre de 1978 pero, eso sí, incluía un asterisco identificando al Sr. Sotelo Martínez como ‘militante del PSOE’. Esto llevó al Sr. Sotelo Martínez a mandar una carta de protesta que también fue publicada por Diario16 el 21 de diciembre de 1978 y también con el asterisco de ‘militante’ del PSOE.

A partir de 1979 el Sr. Sotelo Martínez pasaría a ser colaborador habitual del diario El País.

14 Diciembre 1978

Suárez, el último obstáculo

Ignacio Sotelo (Militante del PSOE)

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No sé cuántos españoles serán conscientes de que el obstáculo fundamental para poder empezar a construir una democracia en este país se llama don Adolfo Suárez.

Una de las ventajas del sistema democrático es que posibilita el cambio de gobernantes de manera reglamentada y pacífica. El que el poder cambie de manos con cierta regularidad, sin que por ello se produzca trastorno alguno, es una de las virtudes principales del sistema democrático.

Los poderes tradicionales son vitalicios y a ser posible hereditarios. Los Gobiernos que no se legitiman democráticamente, si logran consolidarse, tienden a durar indefinidamente y, a veces, por el temo a los traumas y disturbios que suelen acompañar al cambio de régimen, casi lo consiguen. El temor de lo que podría pasar después de Franco, ha sido un factor no despreciable del mantenimiento de su poder personal durante cuatro decenios.

Estamos todavía en un momento de transición entre un régimen dictatorial, en el que el cambio de poder parece un mal en sí, y un régimen democrático que vive del cambio normal y regulado. Frente a las normas constitucionales, todavía no estrenadas, que regulan el cambio del poder, el pueblo resume su experiencia histórica en tres sentencias: el que llega al poder, ya no lo suelta; nada dura tanto como lo provisional y transitorio; el que hace la ley, hace la trampa. En pocas palabras, tenemos Suárez para rato.

El señor Suárez ha llevado a buen término la ‘Operación Democracia’ que se le confió, dando prueba de su innegable habilidad política. En el antiguo régimen ya demostró su capacidad de hacer carrera, acoplándose a los condicionamientos poco democráticos, entonces imperantes. En un alarde de cinismo político, del que nos congratulamos muchos españoles, aunque una minoría se lo reproche acervamente, supo desmontar el régimen del que parecía el más fiel servidor. El papel de Suárez en la salida pacífica de la dictadura merece reconocimiento. Ahora bien, saber cambiar a tiempo, siendo una cualidad política útil, no es ni de lejos comparable con la virtud política del auténtico demócrata, que consiste en saber marcharse a tiempo.

El político autoritario y el demócrata.

Desde posiciones autoritarias, como las que caracterizaron al presidente en la primera parte de su carrera, el poder es un fin en sí mismo y la política, el arte de alcanzarlo y de mantenerse en él por el mayor tiempo posible. Desde posiciones democráticas, la aspiración al poder está en función de un programa político, a su vez expresión de una ideología y de una concepción de la vida. Mientras que el hombre autoritario siente una relación directa, casi biológica con el poder, la del demócrata es siempre ambigua: por un lado resulta imprescindible para llevar adelante las reformar que considera imprescindibles; por otro, teme ser consumido, como persona libre y responsable, en su engranaje aniquilador.

La obsesión de mando

Sea cual fuere la simpatía que se sienta por la labor realizada en estos dos años y pico, una cosa está clara: el señor Suárez no puede ser en ningún caso el artífice de una nueva democracia española. Su habilidad maniobrera sirvió para demostrar el viejo edificio; para construir una democracia, una cierta claridad de ideas y un determinado grado de cultura. La biografía del señor Suárez, hasta que fue nombrado presidente del Gobierno, no denota demasiado afanes democráticos ni la preparación científica y humanista suficiente para poder siquiera concebir un programa, imaginativo y realizable para la coyuntura actual. Del señor Suárez sabemos que hará todo lo posible para continuar en el poder, y que para ese fin, tanto le da una coalición con los comunistas que con Alianza Popular; a quien, desde luego, no le da igual es al país.

Hubo un momento oportuno para que el señor Suárez se hubiera retirado, satisfecho de la obra cumplida, negándose a participar como candidato en las elecciones que había preparado desde el poder. Hubiera dado prueba de un talante democrático y a mediano plazo, tal vez habría crecido su prestigio. Pero para evitar la solución ecuánime – el Gobierno de transición no es juez y parte en la contienda – se definió la incompatibilidad más pintoresca de la larga historia de nuestras incompatibilidades absurdas, para participar en las elecciones un ministro tenía que dimitir; el presidente no.

Larga cola

La participación de Suárez en las elecciones, como lo comentamos en su día, impidió el que pudiera surgir una derecha y un centro-derecha democráticos, aplastando a todos los políticos honorables de este espectro, que no aceptaron entrar en el juego del presidente. Aquella catástrofe aún traerá larga cola.

Ahora, falto de la mayoría absoluta en el Congreso, único fallo serio de la ‘Operación Democrácia’ el presidente se inventa la disposición transitoria octava, que pasará, sin duda, por estrambótica y oportunista, a la historia del derecho constitucional. Lo grave es que, en un momento tan crucial de nuestro país, se suprime la función consultiva del Jefe del Estado, para detectar una posible salida que cuente con el acuerdo de las fuerzas políticas mayoritarias, sin depender del interés personal del actual presidente del Gobierno. La disposición octava recorta peligrosamente derechos que, en buena lógica parlamentaria, corresponden al Jefe del Estado, haciendo imposibles soluciones que, en otro caso, pudiera ser viables; por ejemplo, un Gobierno de coalición con UCD, no presidido por el Sr. Suárez.

No sé cuántos españoles serán conscientes de que el obstáculo fundamental para poder empezar a construir una democracia en este país se llama don Adolfo Suárez. Ojalá no nos demos cuenta cuando ya sea tarde.

Ignacio Sotelo

Universidad Libre de Berlín. Militante del PSOE.

21 Diciembre 1978

Objetividad y partidismo

Ignacio Sotelo (Militante del PSOE)

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Posiblemente a algún lector no haya pasado inadvertido que mis artículos en DIARIO16 aparecen por lo general firmados con el nombre a secas, de vez en cuando, con un asterisco que informa al lector de mi pertenencia a la Universidad Libre de Berlín. La última semana incluso, con el añadido ‘militante del PSOE’. No sé quién será en la redacción el encargado de poner el asterisco, ni en qué circunstancias. Si me preguntase, le pediría que dejase el nombre solo, con la esperanza de que el contenido del artículo bastase para justificar su publicación, sin traer a cuenta posición o título académico y mucho menos filiación política.

Se dirá que la obligación de un periódico independiente no sólo es publicar opinión proviniente de los más variados espectros políticos e ideológicos, sino también señalar la profesión y, en su caso, la filiación política del autor, con el fin de facilitar una justa valoración de lo escrito. El lector avisado sabrá así distinguir lo objetivo de lo exagerado, desfasado , en un último término, falseado por una perspectiva unilateral y partidista. El asterisco es un servicio más de información que hace el periódico al lector y una prueba cabal de independencia.

No estoy seguro de que esto sea siempre así. Valdría la pena prestar un poco de atención a esta aparente minucia de lo que puede significar el que una firma aparezca con asterisco o sin él. A lo mejor nos revela no poco sobre la difícil libertad de prensa, las estructuras de poder en el oficio y las distintas formas de manipulación. Quede enunciado el tema para mejor ocasión. Ahora baste con plantear el problema previo de la objetividad, parcialidad y partidismo.

Objetividad parcial

Hace exactamente setenta y cinco años, el sociólogo alemán Max Weber en un trabajo de los que hacen época titulado ‘La objetividad del conocimiento científico y político social’, puso de manifiesto, de manera difícilmente rebatible, que la objetividad, lejos de contraponerse a la parcialidad, sólo se alcanza desde una perspectiva parcial.

En su diversidad, la realidad social más nimia es infinita. Infinitos son los aspectos que cabe señalar, como infinito es el número de sus posibles conexiones. No hay conocimiento objetivo, si por tal se entiende aprehender la realidad y por todos los lados. Únicamente desde un punto de vista determinado resultan sobresalientes y, por tanto, significativos ciertos aspectos de la realidad. Desde luego que conocer implica distinguir lo importante de lo accesorio, lo esencial de lo accidental, pero si no se quiere caer en la vieja metafísica que supone estas diferencias estructuradas en la realidad misma, no cabe más que aceptar la perspectiva, el punto de vista, como constitutivo del conocimiento. Hay conocimiento porque desde un determinado punto de vista ciertos aspectos de la realidad resultan significativos. Frente a la pretensión omnicomprensiva y totalizadora de la vieja metafísica, el conocimiento científico no conoce otra objetividad que la que constituye parcialmente un determinado punto de vista.

El lector ya sospechaba, sin necesidad de filosofías, que en las cuestiones sociales y políticas no hay otra objetividad que la que proviene del punto de vista de cada uno, que, claro está, se ordena en una escala de valores que representa intereses y posiciones de clase bien característicos. Lo grave es cuando unos pretenden para sí una imparcialidad inasequible, dejándonos a los otros, cargando muy conscientemente nuestra parcialidad a las espaldas. Manipulación se llama a esta figura de aparentar una imparcialidad inexistente, a no ser desde posiciones metafísicas y absolutas, que, en política, Dios nos guarde.

Para un intelectual que se le supone imparcial e independiente en la búsqueda de la verdad objetiva, no hay denuncia más grave que descubrir su parcialidad, definitivamente sellada con su afiliación a un partido: Ten cuidado con lo que escribe y dice; es del PSOE, es del PCE.

¿Existe una incompatibilidad absoluta entre los deberes específicos del intelectual y los que conlleva una afiliación política? O acaso, como quería Julien Benda, ¿basta qué el intelectual se ocupe de política para traicionar su menester?

Verdad y política

Desde una concepción metafísica, tanto de la verdad como de la política, desde luego que existe esta incompatibilidad: No se puede servir a la vez a dos señores que lo piden todo. Desde una concepción científica del saber social y una conciencia democrática de participación, pudiera no sólo resultar compatible, sino incluso aconsejable.

Si partidos de la concepción leninista del partido, que exige la aceptación de la teoría correcta y únicamente abre sus puertas al revolucionario profesional, resulta ciertamente difícil militar en un partido leninista y continuar una labor intelectual. Si la afiliación lo es a un partido democrático, que no exige comulgar con ninguna cosmovisión, sino simplemente la aceptación de un programa y de unos estatutos que pueden y deben modificarse democráticamente, puede ser una de las formas posibles para cumplir con nuestro deberes cívicos.

Me parece grave el rechazo ya tradicional que siente gran parte de los intelectuales españoles por nuestros partidos políticos. Se les puede reprochar no pocas cosas – vulgaridad ideológica, estructuras burocráticas de poder – pero no tenemos otros y como de su cualidad depende mucho, no queda otro remedio que intentar, cada uno en lo poco que pueda, mejorarlos y democratizarlos. Una cosa es segura: No hay democracia que avance sin partidos democráticos que permitan una amplia participación popular. Estamos, ciertamente, muy lejos de ellos, pero no se conseguirán nunca dejando a los partidos exclusivamente en manos de los profesionales de la política.

En el pasado. España pagó un alto precio por el distanciamiento de los mejores hombres de los partidos y de la político.

No podemos cometer el error por segunda vez. Pero si la pertenencia a un partido, como forma de participación política, debería sobreentenderse, para qué entonces el asterisco, salvo en los casos en los que se actúa como portavoz.

Universidad Libre de Berlín. Militante del PSOE.