13 mayo 1981

La prensa conservadora está convencida de la autoría comunista señalando al Este, mientras que desde la prensa progresista consideran que ha sido un atentado orquestado por la extrema derecha

Intento de asesinato al Papa Juan Pablo II: el mercenario Ali Agca le acribilla a tiros en plena Plaza de San Pedro

Hechos

El 13.05.1981 en la Plaza de San Pedro de El Vaticano Ali Agca disparó contra el Papa Juan Pablo II.

Lecturas

AtentadoPapaJP

EL TERRORISTA ¿UN MERCENARIO AL SERVICIO DE LOS ULTRAS O LOS COMUNISTAS?

Ali_AgcaAtentadoPapaJP_2 Ali Agca, autor del atentado contra el Papa Juan Pablo II. Desde el principio, importantes sectores periodísticos – como D. Luis María Anson en España – señalaron a la Unión Soviética (bajo la dictadura de Breznev) y a su servicio secreto, el KGB, liderado por Yuri Andropov.

Ali Agca fue condenado a cadena perpetua. Aunque posteriormente el propio Papa le concedió el indulto y fue entregado a Turquia para que fuera juzgado por otro asesinato que había cometido como mercenario allí para una organización catalogada como de ultraderecha.

 

14 Mayo 1981

La peste terrorista

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

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El Papa tiroteado en la audiencia general de los miércoles. Una noticia amarga propia del Renacimiento, y en la que las redomas dé veneno o las dagas florentinas se sustituyen por pistoletazos. Acaso el magnicida sea un loco o termine reputado de tal, como aquel que hace escasos años la emprendió a martillazos con la Pietá, de Miguel Angel, o como el que se abalanzó con un cuchillo filipino sobre el antecesor de Wojtyla, Pablo VI.Las lindes entre locura y terrorismo acaban siempre siendo indescifrables. Se afirma que la locura es una deformación exacerbada de la inteligencia y que el terrorismo es una degeneración de la lógica política. Las conexiones, en cualquier caso, son evidentes, y es un hecho constatable que este mundo de ahora -aún está reciente el tiroteo sobre el presidente Reagan- padece la fiebre de la locura del terror. Y esto al margen de cual sea el significado de las actividades políticas o ideológicas de las víctimas de tan ciega violencia.

Quienes por ignorancia o interés partidario pretenden monopolizar el sufrimiento que originan los terroristas pueden ahora encontrar en las heridas del obispo de Cracovia y de Roma y heredero de Pedro el carácter apostólico, general, universal, del azote terrorista.

No se aprieta un gatillo contra un juez, contra un Policía, contra un general, contra el príncipe de la Iglesia; se intenta asesinar a la justicia, la salvaguardia del orden público, la milicia, y -en un alarde definitivo- la encarnación de las creencias más íntimas de millones de fieles.

Al margen de la pluralidad de creencias religiosas, el papado recoge una magna corriente de la civilización cristiano-occidental que edificó Europa y trascendió a otros continentes. Disparar contra el Papa es poner una pistola en el pecho a una de las grandes tradiciones de nuestra civilización.

La locura del terrorismo o el terrorismo de la locura es la reedición de las pestes medievales. Nadie está libre de ella. Todos pagan su precio, como los coetáneos de las plagas egipcias. Y como en las maldiciones bíblicas, sólo cabe el antídoto de la fe contra este nuevo jinete del apocalipsis: fe en los principios contrarios a los que defienden los terroristas; la defensa de la vida, de la inteligencia, de la tolerancia, contra los que enarbolan la muerte, el fanatismo y la barbarie.

Caben contra la peste terrorista medidas políciales, cauciones excepcionales a nivel de Estado; pero ninguna de estas opciones acabará con esta plaga. El Occidente europeo necesita de un rearme moral que supere la depresión cívica que nos depara tanta barbarie y tanta sinrazón. Las sociedades occidentales industrializadas pueden verse impelidas hacia soluciones de fuerza, tan irracionales como las propugnadas por los terroristas, contraponiendo la muerte contra la muerte, y yendo tan allá en la injusticia como alcanzan los alabarderos del terror. Los países occidentales tienen algo más que levantar contra el terrorismo que medidas cautelares o represivas: una filosofía de la historia, de las relaciones políticas y económicas, y toda una cultura que permite a los ciudadanos convivir en discrepancia sin asesinarse los unos a los otros.

Todos debemos entender -incluidos los más disgustados con la situación presente de cada país en concreto que el terrorismo que acaba por intentar asesinar a un Papa no busca si no arrumbar los más preciados bienes morales de una determinada sociedad. De un modelo de sociedad que sólo perderá su razón de ser cuando pierda los nervios y arrumbe sus mejores creencias por mor de unos estúpidos provistos de pistolas. Sólo esta puede ser la oración de hoy.

No sólo los católicos, todos los hombres y mujeres de buena voluntad, defensores de la convivencia y el diálogo, suplican ahora por esta vida en peligro que simboliza hoy la lucha universal contra la peste terrorista.

14 Mayo 1981

Cristo sigue siendo incómodo

YA (Director: José María Castaño)

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El atentado sufrido pr Juan Pablo II en la plaza de San Pedro, plaza mayor del Cristianismo, arroja sobre la sociedad un inmenso baldón que cubre de vergüenza la historia. Durante siglos y siglos, superadas las persecuciones del paganismo, los Papas, secuestrados, prisioneros, despojados, calumniados, han sido sin embargo, personajes respetados incluso por aquellos tiranos y reyes que veían en ellos un obstáculo para el logro de sus ansias de dominio. Muchas han sido, en efecto, las insidias, las calumnias. las persecuciones, sobre todo cuando, además de Pontífice y sucesor de Pedro, era soberano de un Estado temporal. Pero siempre la sanción moral de la cristiandad rodeaba al Papa de un halo de respeto y de majestad que convertía en inviolable la persona del Pontífice.

Cristo – y Juan Pablo II – sigue siendo incómodo para quienes amasan bienes y riquezas contra el hambre de los demás, para quienes hacen del poder instrumento de dominio y de opresión; para quienes han saltado todas las vallas morales y comercian con los instintos más bajos del hombre; para quienes, fanáticos de sus propias creencias, piensan que la verdadera libertad consiste en imponer sus razones sober las de los demás…

Precisamente en las últimas semanas el Papa éstaba empeñado en una misión difícil: recordar a los fieles cristianos que son, además, votantes que la vida es sagrada y que el aborto es un crimen. En nombre de Dios vivo y con la seguridad que da la fe, Juan Pablo II, oportune et importune», ha tenido que recordárselo a los electores, a los cristianos de Italia, llamados a las urnas para pronucniarse sobre el delicado tema del aborto.

Lo de menos es la nacionalidad hasta la catadura del hombre que apretó el gatillo. Lo más importante, lo más terrible es que alguien, perturbado o sereno, por instigación o por locura, ha tratado de arrebatarnos a un hombre, también llamado Juan, que no ha hecho más que recordar a los hombres, desde su cátedra y por los caminos del mundo, que la paz se fundamenta en la justicia, que la vida es un don de Dios que nadie puede arrebatar, que el hombre está dotado de valores que saltan por encima de su condición puramente humana… Un hombre que, además, acaricia los rizos de los niños y tiene palabras de consuelo para los que sufren.

Tremendo espectáculo de la tarde de ayer en la plaza de San Pedro, con el ciego por testigo y el corazón de los hombres de bien – que aún quedan – latiendo a ritmo desesperado. ¿Qué nos queda si la paranoia del mundo llega al trance de exigir la vida de Juan Pablo II? Por fortuna, la vida – la suya – también está en manos de Dios. Y Dios es bondadoso.

20 Noviembre 1982

¿Breznev y Andropov, culpables?

Luis María Anson

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Al hablar sobre el asunto que más ha escandalizado en las alturas políticas del mundo, hay que exigir cautela. No se ha hecho más que desenredar las primeras hebras de la madeja. La conspiración para asesinar a Su Santidad el Papa permanece oscura en su mayor parte.

Es posible, sin embargo, afirmar algunas cosas. No se trata de la acción de un perturbado solitario. No fue una operación de la extrema derecha turca, como la quinta pluma se precipitó a propagar. Los jueces italianos han ordenado la detención de Ivanov Antronov, funcionario de la línea aérea Balkan Air. La reacción del ministerio de Asuntos Exteriores búlgaro, considerando la prisión de su compatriota como una inadmisible provocación no impide que los magistrados romanos entiendan que la conspiración se tejió en Bulgaria. Orai Celik y Beckir Celenk, los cómplices turcos de Ali Agca, se encuentran refugiados en aquel país. Varios diplomáticos búlgaros están sometidos en Roma a investigación de la Policía.

Se piensa que los servicios secretos búlgaros, dependientes de la KGB soviética, se encuentran en el fondo de la trama. Es una sospecha, no una seguridad. Pero una sospecha fundada.

Los interrogantes se vienen a la pluma en tropel. ¿Se concibe que el compló para asesinar a la figura más relevante del mundo se organice por los agentes búlgaros sin contar con la KGB soviética? ¿No parece más lógico que fuera la central de inteligencia la que decidiera realizar la terrible acción ejecutándola a través de los servicios secretos de Sofía? ¿Puede aceptarse que se dé la orden de asesinar al Santo Padre sin ponerlo en conocimiento del jefe Supremo de la KGB, a la sazón Yuri Andropov, dictador hoy de todas las Rusias? ¿Y creerá cualquier persona dotada de sentido común que el señor Andropov tomaría una decisión de este calibre sin consultar con el entonces zar rojo de la Unión Soviética, Leonidas Breznev?

En consecuencia, ¿se puede considerar culpables de plantear e instigar el asesinato del Papa Juan Pablo II a Breznev y Andropov? ¿No es a ellos a quienes beneficiaba la desaparición de un hombre que ha descubierto ante el mundo el talón de Aquiles del imperio ruso? ¿No era la sublevación popular de los polacos en el corazón de ese imperio razón de Estado suficiente para decidir el crimen horrendo? ¿Podía aceptar la Unión Soviética la quiebra de la disciplina social en el bello país católico, la rebeldía de los obreros más obreros del mundo, los mineros polacos, contra el sistema comunista? ¿No lesionaría definitivamente a la credibilidad soviética la imagen de los trabajadores de la nación báltica de rodillas en la misa, tras recibir la comunión, en medio de un clamor de libertad? ¿Qué pasaría con los partidos comunistas en el Este y en el Oeste si en Polonia la Unión Soviética se veía obligada, como así ha sido, a ordenar la represión de los obreros y la intervención del Ejército?

Todas estas preguntas no las hace hoy en Italia la prensa conservadora sino la socialista.

No voy a dar respuesta a tanto interrogante. El lector sagaz sabrá hacerlo mejor que yo. Per acabo de concluir la lectura de un pequeño libro recién aparecido en España: “El Error de Occidente’ por Alexandr Solzyenitsin. Citar a este premio Nobel se ha convertido en señal de conservadurismo para la progresía de salón. Pues bien: el gran escritor ruso, liberal y profundo, escribe: “El comunismo no podrá ser frenado por ningún artificio de distensión ni por ningún género de negociaciones. Sino únicamente por las fuerza exterior o por la desintegración interna”. La rebelión de Polonia significa para el imperio ruso lo que fue el levantamiento de los Países Bajos para Felipe II. El comienzo de la quiebra. Por eso el Kremlin ha reaccionado con la utilización de todos los recursos a su alcance para sofocar la revuelta. ¿Con el crimen de Estado también? Esta es la cuestión que hoy se debate en las cancillerías occidentales.

Luis María Anson

16 Mayo 1981

El terrorista itinerante

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

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EL ASESINO Mehmet Ali Agca, que intentó matar al Papa, era un hombre perfectamente conocido por la policía de todo el mundo. Su ficha dactiloscópica y fotográfica había sido distribuida a la Interpol por la policía turca después de que escapara de la cárcel donde estaba, por haber asesinado a un periodista de izquierdas. Ha viajado, sin embargo, libre y fácilmente por toda Europa: se ha detectado su presencia en Alemania Occidental, en el Reino Unido -donde, al parecer, adquirió la pistola-, en Suiza, en Francia; el último país que ha visitado, como un turista, recordado sólo con cierta esplendidez y mucho interés por lo pintoresco, ha sido España, concretamente Palma de Mallorca; esta España erizada de controles, de pesquisas, de detenciones preventivas, en una justa alerta frente al terrorismo. Ninguna de estas finas cribas le ha detectado a tiempo, o, si lo ha hecho, le ha dejado correr. No deja de ser curioso que, precisamente ahora, a crimen pasado, sea cuando se señale su aparición y sus movimientos, hasta el punto de que la policía de Palma puede asegurar con pasmosa certidumbre que no tuvo más contactos que «los normales entre sus compañeros de grupo (turístico) y el personal del hotel».Dejando aparte, por monstruosa, la idea de que su, condición de derechista (que podría pasar por un diploma de contraterrorista) le hubiera permitido tanto la fuga de una cárcel turca como la indiferencia en otros países, queda flotante la idea de la ineficacia de ciertas medidas y de la permeabilidad de – las fronteras. O los miles de millones que gasta Europa en especialistas, laboratorios y computadores son inútiles o -peor aún- queda el desaliento de que esta sociedad es demasiado vulnerable.

Pero la explotación de este hecho puede llevar a conclusiones tan precipitadas como equívocas. Por ejemplo la invectiva del ministro de Asuntos Exteriores turco en el Consejo de Europa contra la facilidad con que se concede asilo a los refugiados políticos. La distinción entre refugiado político y asesino de cualquier índole es notoria, y la utilización de este escape por parte de las autoridades turcas para urgir el cerco y la persecución a los que huyen de su país, huyendo precisamente de un terrorismo de Estado que lleva ya 2.000 condenas a muerte desde que se implantó el régimen militar. En un tono más suave, la intervención del ministro español Pérez-Llorca acusando a la «libertad de los países democráticos» de la facilidad de los movimientos de terroristas llega también al equívoco. Nuestro contencioso con Francia por su condición de santuario de los terroristas vascos no es culpa de las libertades democráticas, sino de un inmenso y grave error político del Gobierno francés.

Más asombroso aún es el tiro por, elevación que relaciona el terrorismo con una operación política de otra envergadura. Es la parábola por la cual se supone que el terrorismo en España está fomentado por quienes quieren, desde el exterior, desestabilizarnos para que no entremos en la OTAN; en el momento en que entremos abandonarán este esfuerzo. Ingresemos, pies, en la OTAN y se habrá acabado el terrorismo…

Toda la utilización política que se está haciendo del terrorismo en España y fuera de ella es repugnante. A partir, aquí, de la inadmisible suposición de que el golpismo es una respuesta justificada al terrorismo; el golpismo es un fin en sí mismo, con una finalidad bien definida y unos objetivos de implantación de un régimen determinado que va por caminos muchísimos más largos que la mera erradicación del fenómeno en que se pretende amparar.

Conviene circunscribir el terrorismo a lo que realmente es, y aislar clara y perfectamente sus objetivos y sus procedimientos. Mehmet Ali Agca es un terrorista de clara filiación y ha fallado la red encargada de sujetar a estos asesinos. Tupirla ahora para que retenga o detenga a quienes tienen otra filiación meramente política, o transgredir los principios de la democracia, terminaría siendo una operación simétrica a la del propio terrorismo. Es absolutamente necesaria la cooperación internacional que se ha planteado el Consejo de Europa, al que la presidencia del español Areilza -que está perfectamente sensibilizado al fenómeno, pero con sus recientes actuaciones parlamentarias ha demostrado también que es muy sensible al tema de los derechos humanos y de la democratización- puede dar una dinámica importante en esos sentidos. Que se aumente la cooperación, que nadie ahorre medios para perseguir a terroristas de izquierda o de derecha -solamente asesinos-, que se pongan todos los medios para descubrir con unas si las hay (y no solamente que se pinten en el aire como una creación de cómodo misterio: que se denuncie y que se pruebe); pero que nada de ello vaya en contra de lo que es justamente la medida de la civilización que se está defendiendo con los asesinos la abolición de la tortura y de la pena de muerte, el derecho de cada ciudadano al máximo de su libertad y a su defensa ante los tribunales, la facilidad de entrada y salida por cada frontera. La responsabilidad de quienes han dejado años de libertad, viaje y quizá conjura al asesino fallido del Papa no debería descargarse sobre una sociedad que es de víctimas y no de culpables.

29 Noviembre 1982

Matar al Papa

EL PAÍS (Editores: Javier Pradera Cortázar)

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LA DETENCION de un funcionario civil búlgaro en Roma y las filtraciones, probablemente más deliberadas y calculadas que descubiertas o violadas, en los centros judiciales, policiales y políticos italianos, tienden a indicar que el atentado contra el Papa ( 13 de mayo de 1981, plaza de San Pedro) fue obra de «los servicios secretos del Este», como se dice con cierto pudor de lenguaje: es decir, una acción urdida en el Kremlin, lo que equivale a decir por el KGB. En el mes de mayo el KGB estaba todavía dirigido absolutamente por Yuri Andropov, que un año más tarde dejó el puesto para entrar en el Buró Político y, presumiblemente, para iniciar ya una escalada prevista para suceder a Brejnev con cuya vida se sabía ya claramente que no se podía contar mucho tiempo. La coincidencia del estallido público de estas acusaciones más o menos veladas, pero con probabilidades de ser ciertas, con el nombramiento de Andropov como secretario general del PCUS y, por tanto, como el representante máximo del poder soviético -aunque aún le falten algunos nombramiento rituales para acumular todo el mando-podría no ser casual. Es indudable que si la orden de matar al Papa la dio Moscú, fue Andropov quien por lo menos se encargó de ella y de la preparación del plan. Todo el esfuerzo que se hace ahora por presentar a Andropov como un liberal, un moderado, un amante de las artes y la música que siempre ha pretendido ganar el respeto a las instituciones y no crear el miedo y el terror, quedaría reducido al retrato del hombre que quiso matar al Papa para resolver por esa tremenda vía expeditiva el asunto de Polonia. Los esfuerzos por hacer transparente a Andropov, y suave y sonriente, no sólo fueron prodigados en su momento por la propaganda soviética, sino también por los negociadores europeos frente a los rupturistas americanos. Y por los movimientos pacifistas, que indican que están cambiando muchas cosas en la URSS.Los rumores de que «los servicios del Este» son culpables del atentado, y aun podrían serlo del más artesanal que sufrió en Lisboa, vienen de antes. En septiembre, el Reader’s Digest, que representa un conservadurismo de carácter campechano y fraternal, hablaba ya de los servicios secretos búlgaros, movidos desde Moscú; una cadena de televisión tan conocida como la NBC ampliaba entonces esos rumores. Tratándose de medios muy identificados con la política más cerrada, no dieron demasiado juego, y la URSS se limitó a considerarlos como absurdos. Cuando el Papa fue agredido en Portugal por un sacerdote español integrista, conocido por su relación con Fuerza Nueva, un diario derechista madrileño se apresuró a explicar que eran injustas estas acusaciones a la extrema derecha (veía en ello una campaña política general), cuando se sabía que el atentado partía del Este. El turco Alí Agca, culpable del atentado del Vaticano, estaba también clasificado como miembro de una asociación terrorista de extrema derecha en su país, los Lobos Grises. A nadie puede extrañar que detrás de cualquier organización o individuo de determinada filiación política haya una superioridad internacional de cualquier corte político. Nunca se sabe finalmente qué es lo que hay tras terrorismos, tramas negras, brigadas rojas y otros grapos, y los indicios más socorridos y más de sentido común indican siempre, como el dogma de las antiguas novelas policiacas, el «a quién beneficia», cuya prosapia viene ya del quip rodest? de los juristas romanos. Es indudable que la muerte del Papa a manos de algún integrista, turco o católico, podría en todo caso pasar por una locura o una irracionalidad más de tantas como vivimos, pero que podría aprovecharse para quebrar de algún modo la resistencia de Solidaridad. Como también parece indudable que el rumor lanzado ahora, con algunos visos de realidad (detenciones, sumarios, investigaciones en Roma, posibles declaraciones del turco magnicida), aprovecha o beneficia a quienes traten de demostrar que la URSS sigue dirigida por ciertas formas del crimen y que cualquier apertura es una negociación con la gran delincuencia política.

De todas maneras, los rumores no sólo fueron emitidos por los conservadores, por los halcones, por los belicistas. En un momento dado pasaron a los socialistas y hasta se ha dicho -quién sabe con qué fundamento o con qué intención- que en España fueron los propios socialistas -ya vencedores en las elecciones- quienes detectaron, por sí mismos o por advertencias de sus colegas de fuera de España, algún intento de asesinato del Papa en su visita a España, y que dieron oportuno aviso a la policía. Es precisamente un periódico socialista italiano, Avanti, el que más claramente denuncia ahora en Roma la culpabilidad de los servicios secretos del Este para «crear problemas a los occidentales y liberarse de un Papa de nacionalidad incómoda».

Lo que hasta ahora se cree saber de la investigación es que la trama turca fue descubierta en Suiza, donde se detuvo a quien pudo haber entregado al magnicida la pistola; se confirmó en la República Federal de Alemania (la policía de Francfort detuvo a un turco de extrema derecha, y el juez italiano Martella, encargado del caso, voló hasta allí para interrogar al prisionero), y que Agca, después de diecisiete meses (y con sentencia de prisión perpetua) está comenzando a hablar, y de sus declaraciones se ha derivado la detención del búlgaro Antonov y la certidumbre de la culpabilidad «del Este». Todo es perfectamente creíble en ese submundo de la política asesina, del que a veces emergen solamente algunos datos: quizá solamente cuando conviene.

En cuanto a la especulación de que si la variación de la actitud de la Iglesia polaca en los últimos tiempos y la anunciada visita del Papa a Varsovia tienen alguna relación con el asunto, parece por lo menos desmedida. Pero puede que las informaciones reales del último móvil del intento de asesinato hayan podido dar a la Iglesia polaca, y al mismo Papa, la sensación de que la URSS está dispuesta absolutamente a todo antes que permitir la pérdida de Polonia, y que es más prudente, sabio y realista, tratar de buscar formas de negociación que adoptar una actitud suicida.