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De la Rosa y Mario Conde anuncian demandas contra los dos periodistas

Javier de la Rosa intentó chantajear al Rey recordando sus ‘préstamos’ a Manuel de Prado, según Díaz Herrera e Isabel Durán

HECHOS

En noviembre de 1995 los periodistas D. José Díaz Herrera y Dña. Isabel Durán, hicieron públicas sus investigaciones sobre supuestos chantajes de D. Javier de la Rosa a la Casa Real.

MARIO CONDE Y JAVIER DE LA ROSA ACUSADOS DE CHANTAJISTAS

Dossiers_DelaRosa_Conde_1995 El ex banquero D. Mario Conde y el financiero D. Javier de la Rosa abordaban juicios por irregularidades en sus respectivas gestiones. Según los periodistas D. José Díaz Herrera y Dña. Isabel Durán (DIARIO16), ambos estaban amenazando al Gobierno y a la Jefatura del Estado amenazando con hacer públicas determinadas informaciones que perjudicarían su imagen.

Manuel_de_Prado En el caso concreto de D. Javier de la Rosa habría amenazado directamente a la Casa Real con hacer público todo el dinero que le había prestado a D. Manuel de Prado y Colón de Carvajal, amigo personal del Rey Juan Carlos y antiguo administrador de la Casa del Rey.

05 Mayo 1995

JR en campaña

Ernesto Ekaizer

(En su despacho, Javier de la Rosa se encuentra ante un gran espejo. Se acerca su asesor, Alfredo, quien algo inquieto desea saber qué le ocurre)

Alfredo: ¿Qué haces Javier?.

De la Rosa: Mis ensayos.

Alfredo: ¿Qué ensayos?

De la Rosa: Me miento a mí mismo.

Alfredo: ¿A ti también?

De la Rosa: A mí en primer lugar. Tengo demasiada inclinación para el cinismo: es indispensable que yo sea mi primer engañado.

Alfredo: Ponme un ejemplo de lo que tramas.

De la Rosa: ¿De verdad quieres uno?

Alfredo: Te podría ayudar.

De la Rosa: Las elecciones municipales. Ahora estoy con ellas. ¿Te acuerdas cuando Maragall me pidió los 1.000 millones?

Alfredo: No. Más bien me quedó la idea contraria. No nos contaste a mí y a Antonio que tuviste una trifulca en su despacho, y que había tenido la osadía de despedirte. Fue, creo, cuando le pediste ayuda para la clínica de Mercedes, para la cual ya contabas con la autorización de la Generalitat. Tu decías que, en realidad, con la autorización del entonces responsable, Joaquim Molins, ya bastaba…

De la Rosa: No has entendido nada. Te acabo de explicar para qué hago mis ensayos. Para Javier de la Rosa fue él, Pascual Maragall, alcalde de Barcelona, quien me pidió dinero y yo me negué a dárselo. Supongo que eso tendrá algún efecto para sus fans de esta ciudad.

Alfredo: Entiendo. Prefieres a Roca como alcalde y por eso quieres deteriorar la imagen de Maragall.

De la Rosa: Fueron Maragall y Obiols quienes tiraron la primera piedra. ¿No dijeron que Pujol tenía una gran deuda conmigo?

Alfredo: Pero eso yo te lo he oído decir también a ti. Y creo no ser el único al que se lo has dicho. Lo mismo que algunos vídeos que guardas celosamente. Lo mismo que lo de Roca. ¿Recuerdas, Javier, esa cena en Madrid? Fue cuando contaste que Roca te había dado 25 millones y que al cabo del tiempo le pusiste en su cuenta dinero hasta completar 300 millones. Y él te dijo: «¡Hay que ver Javier! eres un mago de las finanzas. Te he dado 25 millones y he comprobado que tengo 300 millones». Y tú agregaste: «¡Será caradura!». Es verdad que sólo llevabas unos días fuera de la cárcel y estabas especialmente sensibilizado por la indiferencia de Roca.

De la Rosa: Eso fue una conversación privada. No me importa que eso le llegase a Roca. Para que sepa a qué atenerse. Mira a Macià Alavedra. Me llega que, cada vez que digo, que se ha portado muy bien conmigo y que mi relación con él es excelente, se pone enfermo. Lo diré mucho más.

Alfredo: Va. Ahora comprendo tu dinámica interna. Prefieres a un Roca trincado en la alcaldía frente a un Maragall supercrecido después de un nuevo triunfo.

De la Rosa: Querido Alfredo, te ha costado lo suyo. Aunque sé que cuando llevas algún recado mío me identificas como El Loco, para marcar distancia, puedes Ver que no lo estoy. Roca se merece una buena pinza. Por un lado, en ambientes semiprivados, lo suficientemente cotillas como para que le llegue, dejo mensajes duros, que le ablindan psicológicamente. Por el otro, en público, hago campana contra mis principales enemigos, lo que le favorece y, si gana la alcaldía, es lo que más me conviene a mí.

11 Noviembre 1995

Testigo bajo sospecha

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

LA OMNIPRESENCIA mediática de Javier de la Rosa, a partir de las alegaciones presentadas ante el tribunal de Londres que le juzga por el presunto desvío de 500 millones de dólares, constituye el inicio de la segunda fase de una antigua conspiración montada por dos presuntos delincuentes para evitar la acción de la justicia. Que estaba en preparación no era ningún secreto en los mentideros madrileños desde hace muchos meses. El primer episodio tuvo por actores principales al coronel Perote y otros, con Mario Conde como guionista y director de escena. Quemada ya buena parte de esa munición en las paginas de El Mundo, empieza a exhibirse el segundo episodio. Cambia el autor -ahora es Javier de la Rosa-, aunque no la sala de exhibición. Tal vez no haya pruebas para demostrar que ambos actúan coordinados. En todo caso, utilizan el mismo método: crear una maraña de acusaciones verdaderas y falsas -a menudo indistinguibles- para que la carga de la prueba termine recayendo finalmente en el acusado y no en el acusador.Estos dos estrategas de la desestabilización y el chantaje. coinciden en instalar sus dianas en la cúspide del sistema institucional. Para Conde, el objetivo era el presidente del Gobierno; para Javier de la Rosa es el Rey. Porque el antiguo gestor de KIO menciona expresamente a Manuel Prado y Colón de Carvajal, incluso hace una farisaica defensa del Rey en las antenas, pero a todo aquel que haya querido Oírle -y de ello hay innumerables grabaciones- le ha insistido que el Rey habrá de pagar por lo que se le ha hecho a él, a Javier de la Rosa. Y eso tan grave que se le ha hecho no es sino poner en marcha la maquinaria de la justicia para que responda de algunos desmanes cometidos presuntamente contra sus socios de KIO, primero, y ole Grand Tibidabo, después.

Una cosa conviene tener en cuenta antes de nada. Javier de la Rosa tiene hoy tres sumarios abiertos. Uno en Barcelona por presunta estafa y apropiación indebida en Grand Tibidabo, otro en Madrid por similares cargos durante su gestión de KIO y un tercero ante un tribunal civil londinense también por, sus manejos de la financiera kuwaití. Los tres procedimientos tienen un rasgo común: han sido abiertos a instancia de sus socios, que se han sentido estafados. A ello se suma que en su anterior aventura empresarial, el banco Garriga Nogués, dejó un agujero cercano a los 100.000 millones de pesetas que le condonó Mario Conde -ahora colega de conspiración- al hacerse cargo de la presidencia de Banesto, el banco, matriz.

A la vista está que como socio parecía ya poco recomendable hace más de una década, lo que no le impidió conseguir aliados y promotores de prestigio, incluidos altos responsables políticos- hasta hace poco tiempo. Muchos de los que le ensalzaron como empresario modelo cuando ya tenía una notable hoja de fechorías empresariales se han convertido hoy en destinatarios de sus acusaciones y enemigos mortales, en un ejercicio de hipocresía social digno de un análisis más detenido.

Pero he aquí que el empresario que desfalca -presuntamente- a sus socios sin escrúpulo arguye en su defensa que ha sido víctima de múltiples engaños, que es su generosidad en última instancia la que le ha conducido al banquillo de los acusados. Y ya tenemos de nuevo a este país, tan sobresaltado en los últimos años, en una danza de acusaciones, que en este caso alcanzan de forma nada velada al Rey.

En un proceso a la americana, de los que tanta experiencia visual nos ha dado el cine de Hollywood, ni el fiscal más osado presentaría como testigo de cargo a alguien como Javier de la Rosa des pués del espectáculo ofrecido ayer en las tertulias radiofónicas. En ellas pudimos escuchar la voz de Javier de la, Rosa defendiendo y atacando al Rey con intervalos de muy pocos minutos, diciendo una cosa y la contraria. Por toda explicación sólo pudo balbucir a medía tarde que no reconocía su propia voz. Convertido en estrella de la radio durante todo el día dé ayer, De. la Rosa dio un espectáculo que en cualquier país normal hubiera causado primero perplejidad, después estupor y finalmente incredulidad. Menos mal que alguna normalidad parece haber alcanzado finalmente al fiscal general del Estado, que esta vez sí ha encontrado motivos, para abrir cuando menos diligencias informativas. Sólo falta esperar que el propósito investigador anuncia do ayer no termine empantanándose.

 

12 Noviembre 1995

Carta abierta a Javier de la Rosa

Pedro J. Ramírez

MUY señor mío: Es usted uno de los hombres más insensatos que he conocido en veinticinco años de periodismo. No lo tome como insulto, sino como definición. La noche del 24 de mayo pasado no pude conciliar el sueño, abrumado por las terribles «revelaciones» que usted me había hecho en el reservado de un conocido restaurante. Me prometió que durante la «semana siguiente» me enseñaría las pruebas de sus gravísimas imputaciones. Hasta hoy. Para mi tranquilidad y alivio hace tiempo que le di por embustero y amorticé a beneficio de inventario la mayor parte de aquel catálogo de atrocidades. De hecho usted mismo a la hora de hablar ante los tribunales británicos sólo mantiene dos de las acusaciones que formaban tan larga retahíla: los pagos a Manuel Prado (100 millones de dólares) y la transferencia a Sarasola (27).

En lugar de cumplir sus compromisos en orden a la verificación de sus palabras, usted se ha dedicado a dar tres cuartos al pregonero, repitiendo sus enrevesadas películas, diseminando sus insidias de oído en oído con la maldad de Yago y la frivolidad de Falstaff. Me alegro de que al final se haya encontrado usted con alguien dispuesto a medirle con su misma vara y se haya visto en el devastador trance de escuchar de su propia voz lo que tan vehementemente negaba poco antes. Cuando le oí decir en la radio que nunca había implicado a la Corona, di un bote de indignación. Si hubiera sido necesario yo mismo habría salido en auxilio de los colegas, ratificando que su relato coincide en lo sustancial con lo que me contó a mi aquella noche.

Usted me describió con todo lujo de detalles la supuesta cena del Hotel Claridge, prometiendo aportar la grabación magnetofónica de la conversación -al parecer luego se ha convertido en un vídeo, pero nadie lo ha visto u oído- Usted me pormenorizó los supuestos pagos a Convergència, deslindando las cantidades que iban a parar al partido de las destinadas personalmente a sus dirigentes, y me aseguró que revelaría durante la campaña de las municipales la supuesta cuenta de uno de ellos en Suiza bajo el nombre clave de «Espina». Usted me dijo que en breve mostraría unas instantáneas -tomadas con una cámara especial que registra sobreimpresos el día y la hora de los hechos- en las que aparecen dos altos dirigentes del PP retirando maletas de dinero entregadas supuestamente por usted en una entidad bancaria. Usted me explicó cómo 14 de los 27 millones de dólares transferidos a la sociedad de Sarasola habían ido en realidad a parar a una subcuenta supuestamente controlada por un muy alto cargo público, cuyas iniciales constaban en la relación de pagos que había hecho llegar, vía fax desde la cárcel, al biministro Belloch. E interrumpo la relación para no entrar en el apartado de las grandes personalidades extranjeras.

Al día de la fecha, la realidad es que usted no ha sido capaz de mostrar ni la cinta del Claridge, ni el tronco de la «Espina», ni las fotos del PP, ni las claves de la subcuenta. Durante todo este tiempo no ha cesado en cambio de alimentar la espiral de la inquietud, engordando el bulo del rumor, hasta convertirlo mediante el boca a boca, en una inmensa bola de nieve rodando por la ladera. Antes de que Díaz Herrera decidiera tirar por la calle de enmedio -como por otra parte cualquiera un poco más avispado que usted hubiera esperado que hiciera-, pasaban ya de la docena las personas que para mi estupor me habían repetido en todo o en parte las tremendas «confidencias» que, atribulado, yo sólo había compartido con la almohada.

Es obvio que su propósito era crear un clima de sospecha generalizada en el que poder dirimir de forma más cómoda el único conflicto indiscutiblemente sustanciado de todo este embrollo -el único también del que se ha ocupado este periódico, para desilusión de quienes como González o su diario faldero intentan mezclarnos en su «conspiración»-: es decir el pleito privado que usted mantiene con su hasta hace cuatro días compinche, el embajador Manuel Prado y Colón de Carvajal.

En una cosa le doy la razón a su antagonista, aunque no estoy seguro de que el cuento no pudiera empezar por aplicárselo a sí mismo: los hechos demuestran que usted sólo se mueve por dinero. Eso lo tengo escrito ya hace tiempo: a diferencia de otros especímenes con los que comparte la piscina de los grandes saurios de esta era, su único delirio es monetario. Usted es como el Tio Gilito pero con una triple fila de colmillos. De ahí que con tal de recuperar o no perder los miles de millones que le tienen embargados en Londres sea usted capaz de cualquier cosa.

¿De cualquier cosa?

¿También de amenazar al Rey, a través de terceros? Si eso ha ocurrido -es de justicia precisar que al menos su «discurso» del 24 de mayo no llegó hasta ese extremo- le estará bien empleado que todo el peso del segundo párrafo del artículo 147 del Código Penal caiga sobre su cabeza. De momento ya ha causado usted un daño irreparable al conjunto de los ciudadanos que anhelan un inmediato cambio político como base para la regeneración de España, al proporcionar con tan torpes y arteros manejos la anhelada munición con que González y su tropa han podido relanzar la moribunda doctrina de la conjura contra el Estado.

No le costará demasiado trabajo entenderlo porque en definitiva el todavía presidente siente la misma ciega pasión por el poder que usted siente por la pasta. Si usted ha pretendido utilizar a la Corona como blindaje de sus desmanes económicos, él intenta ahora convertirla en coraza de sus abusos políticos, equiparando las fundadas acusaciones contra él con la ventolera insuflada por usted hacia lo más alto. De solidaridades asi, el cielo libre a nuestro Rey.

Mire usted, señor De la Rosa, no sé cuantas veces, ni con qué capacidad de drenaje ha metido la mano en la caja a lo largo de su dilatada trayectoria «pelotazale». Pero suscribo el adagio de que lo único peor que el crimen es la estupidez. Y basta repasar el delirante mitin de González de anteanoche para darse cuenta de que, encima de lo que lleva usted pillado y depredado, ahora se ha convertido en el último tonto útil -aunque lo de tonto me parece demasiado caritativo- de este gobernante sin escrúpulos. Sólo por eso ya se merece usted cadena perpetua en la cárcel del ostracismo público.

En la América conmocionada por el caso de los Papeles del Pentágono, un juez ejemplar sentenció que «la seguridad nacional no reside en las rampas de lanzamiento de cohetes nucleares sino en las instituciones libres y en valores como la libertad de Prensa». En declaraciones a la revista mensual «Futuro», obviamente realizadas antes de que estallara este escándalo, Sabino Fernández Campo da ahora certeramente en la diana cuando afirma que «en la verdad radica la estabilidad de la democracia». Estos primeros veinte años de reinado de don Juan Carlos han proporcionado a nuestro país la suficiente solidez institucional como para hacer frente a cualquier crisis originada por el comportamiento de sus hombres públicos. Aquí no hay miedos ni tabúes. Si usted tiene algo que decir, dígalo y pruébelo ahora, y si no calle para siempre. O al menos tenga la amabilidad de excluirme en lo sucesivo de su recurrente ronda de llamadas a las tertulias radiofónicas y las redacciones de los periódicos.

Atentamente.

Pedro J. Ramírez

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