4 septiembre 2003

Será él y no Rodrigo Rato el encargado de medirse con el socialista Zapatero en las siguientes elecciones

José María Aznar designa a Mariano Rajoy como su sucesor y le asciende a Secretario General del Partido Popular (PP)

Hechos

  • El 4.09.2003 D. José María Aznar formó un nuevo Gobierno en el que ya no figuró D. Mariano Rajoy, designao por la Junta Directiva del Partido Popular candidato del PP a la presidencia del Gobierno y Secretario General del partido por 503 votos a favor y una abstención.

Lecturas

Después de un larga polémica en que los dos Vicepresidentes D. Rodrigo Rato y D. Mariano Rajoy habían mantenido una pugna por ver cuál de los dos sería propuesto por el Sr. Aznar como su sucesor como candidato del PP a la presidencia del Gobierno en las elecciones generales del año 2004. Una pugna en la que también participó el ex ministro de Interior D. Jaime Mayor Oreja, moviendo los tres comentarios afines en los medios de comunicación, el Sr. Aznar optó por proponer al Sr. Rajoy como su sucesor a la Junta Nacional del PP, que lo aceptó por amplia mayoría.

MARIANO RAJOY REEMPLAZA A JAVIER ARENAS COMO SECRETARIO GENERAL

arenas_1999_211_M_Rajoy El acuerdo de la Junta Nacional incluye que D. Javier Arenas sea cesado como Secretario General y reemplazado por D. Mariano Rajoy, que simultaneará ese cargo con el de candidato del PP a la presidencia del Gobierno. De momento el Sr. Aznar seguirá siendo presidente del partido.

EL ÚLTIMO GOBIERNO AZNAR (SEPT. 2003)

LaRazonMR2003

Tras la decisión de la Junta Nacional del PP D. José María Aznar forma en septiembre de 2004 un nuevo Gobierno en el que ya no estará el Sr. Rajoy para así poder prepararse para las elecciones, que reemplaza así al Gobierno anterior formado en julio de 2002.

  • Presidente – D. José María Aznar
  • Vicepresidente Primero y ministro de Economía – D. Rodrigo Rato
  • Vicepresidente Segundo y ministro de Presidencia – D. Javier Arenas
  • Trabajo y Portavoz – D. Eduardo Zaplana
  • Exteriores – D. Ana Palacio
  • Interior – D. Ángel Acebes
  • Hacienda – D. Cristobal Montoro
  • Defensa – D. Federico Trillo
  • Justicia – D. José María Michavila
  • Administraciones Públicas – Dña. Julia García-Valdecasas
  • Medio Ambiente – Dña. Elvira Rodríguez
  • Fomento – D. Francisco Álvarez Cascos
  • Sanidad – Dña. Celia Villalobos
  • Agricultura – D. Miguel Arias Cañete
  • Cultura – D. Pilar del Castillo
  • Ciencia y Tecnología – D. Juan Costa
  • Portavoz – D. Pío Cabanillas

Este será el último Gobierno hasta las elecciones generales de 2004, tras las cuáles se forma un nuevo consejo de ministros.

31 Agosto 2003

Aznar y Rajoy; y Zapatero

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Ante la zarabanda que se había iniciado en torno al nombre del sucesor de Aznar, La Moncloa tuvo ayer interés en cortar por lo sano confirmando que era Mariano Rajoy el elegido. Decisión prudente para evitar que el juego de adivinanzas llegara demasiado lejos, aunque al reaccionar de esa manera venía a reconocer La Moncloa, es decir, Aznar, que la decisión ya estaba tomada y que el papel de los órganos de dirección por los que aún debe pasar la propuesta se limitará a su convalidación.

¿Por qué Rajoy? Conociendo el estilo de Aznar, era poco probable una decisión sorprendente. Desde hace meses venía señalando como una característica de su forma de gobernar la previsibilidad; que él no era un frívolo que actuase a impulsos de ocurrencias o corazonadas. Eso lo dejaba para sus rivales, a quienes no deja de reprochárselo. Excluía, por tanto, a candidatos que podrían ser de su agrado personal pero que no estaban en la línea lógica de sucesión. Por lo mismo, los tres vicesecretarios del PP, dos de los cuales son además vicepresidentes, eran los candidatos obvios. Entre ellos ha elegido a quien aparentemente es el mejor candidato electoral.

Simplificando, podría decirse que Mayor Oreja era un candidato que contaba con mucho apoyo (así lo indicaban las encuestas), y también con mucho rechazo; Rato contaba con bastante apoyo, y también con bastante rechazo, y Rajoy, con bastante apoyo y poco rechazo. Esto convierte a este último en el mejor candidato a La Moncloa de los tres -porque no sólo se elige por afinidad, sino por eliminación-, y además en alguien con posibilidad de alcanzar acuerdos con otras fuerzas (los nacionalistas catalanes, por ejemplo) en caso de victoria sin mayoría absoluta.

El criterio electoral no era el único, pero sí el decisivo. El gesto de Aznar de no volver a presentarse puede ser considerado sublime por sus seguidores si su sucesor gana, pero ridículo si pierde, o gana pero no puede formar Gobierno. De ahí su interés en supeditar otros posibles criterios -como la identificación personal o el deseo de que el sucesor no le haga sombra- a su eficacia para garantizar la continuidad del PP en el poder. Rajoy ya era el siguiente en el escalafón como vicepresidente primero. Ahora dejará el Gobierno, pero asumirá la secretaría general del Partido, de acuerdo con las previsiones de Aznar de evitar cualquier bicefalia.

En el aspecto ideológico es posible que Mayor Oreja encarnase mejor lo que Aznar considera su legado: su política en relación a la cuestión territorial (o sea, nacionalista), incluyendo su derivación terrorista en el País Vasco. Por añadidura, esas dos cuestiones conforman el campo en el que Aznar se propone dar su última batalla como gobernante (y, según su querencia, como oposición de la oposición). Pero no puede decirse que Rajoy sea un novicio en esas materias. Ya fue el encargado de la ponencia autonómica en un congreso del PP, y luego ha sido ministro de Administraciones Públicas (es decir, de Autonomías) y del Interior. Visto desde hoy, no parece casual que, tras una larga incomunicación, fuera Rajoy quien se entrevistase con Zapatero, a finales de julio, para intentar un compromiso de los dos grandes partidos nacionales contra la aventura soberanista de Ibarretxe.

El curso densamente electoral que ahora se inicia pondrá a prueba la apuesta de Aznar, pero también la de José Luis Rodríguez Zapatero. Ayer consiguió la unanimidad de los barones territoriales del partido en torno a un documento sobre política autonómica que defiende la idea de fortalecimiento del modelo mediante su reforma. Hasta ahora esa cuestión había tendido a plantearse en función de si servirían o no para favorecer la integración de los nacionalistas. Pero es defendible la idea de que mejorar la eficacia del sistema económico, adaptándolo a nuevas situaciones, es deseable en todo caso, porque fortalece la coherencia del Estado autonómico.

El PP sostiene que, una vez finalizada la transferencia de competencias en Educación y Sanidad, el mapa queda completado, y que reabrir el debate sobre los estatutos tendría efectos desestabilizadores. Ambos partidos han defendido en el pasado la postura inversa, lo que permite relativizar el dramatismo con que, sobre todo Aznar, plantean el debate.

Tal vez la sustitución de Aznar por alguien de talante mucho más moderado como Rajoy permita canalizar ese debate por terrenos más propensos al consenso -sin el que no puede haber reforma del Senado- y rebajar la agresividad que domina desde hace meses la política española. Ojalá.

31 Agosto 2003

Rajoy, un valor seguro

José Antonio Zarzalejos

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Dicta la experiencia que las ambiciones secretas y silentes son siempre mejor retribuidas que aquellas otras más obvias y notorias que, cuando quedan defraudadas, dejan un regusto amargo de decepción y desencanto. Se suponía -y se suponía mal- que Mariano Rajoy carecía en apariencia de la ambición necesaria para aspirar con crédito y solidez a la presidencia del PP y, si las urnas le fueran favorables, a la presidencia del Gobierno en las próximas elecciones generales. Sin embargo, el gallego -que nada esperaba según la literalidad de sus palabras- ha desmentido con hechos su supuesta apatía por el poder al ejercerlo con sosiego pero con tesón, sin más excesos que los imprescindibles y con una suerte de escepticismo que relativizaba con la normalidad del ciudadano de la calle aquello que sabía, decía o hacía. Aficionado a los espectáculos deportivos -del fútbol al ciclismo-, Mariano Rajoy estaba en disposición de rematar sólo si el presidente del Gobierno le largaba un pase certero. El balón se lo ha centrado Aznar en una jugada fulminante y el vicepresidente del Gobierno no ha hecho otra cosa que alojar el balón en las mallas.
Y es que Mariano Rajoy en la juventud senatorial que le adorna, siempre ha estado ahí, con un extraordinario sentido de la oportunidad, de ese que están dotados aquellos que pueden presumir de instinto político. El vicepresidente primero es un conservador liberal, hijo de un magistrado en cuya casa nada faltó pero en la que jamás hubo demasías, un burgués de Pontevedra apegado a la tierra con un sentido lúdico de su pertenencia gallega, formado en el derecho por título universitario alicatado luego con una brillante oposición que le permite nadar con comodidad y soltura en los asuntos jurídico-constitucionales con una habilidad de la que andan escasos sus colegas de la clase política. Su carrera pública es y ha sido discreta, sin gesticulaciones, pero constante. Fondeó en los órganos locales, en las labores propias del funcionariado del partido, en la Cámara legislativa, para trazar después la culminación de su poderío interno en el PP con la dirección de las dos campañas electorales triunfantes y su proyección externa con tres ministerios -Administraciones Públicas, Educación y Ciencia, Interior y, ahora, la vicepresidencia primera con el anexo de la cartera de Presidencia y la portavocía del Gobierno. Para sus cuarenta y ocho años, el currículo de Rajoy tiene la consistencia de los embolados bien resueltos sin descomponer la factura en el empeño; y la suerte -esa que hay que buscar con denuedo- le ha sonreído en los momentos más apurados. Tanto que hasta el líder del primer partido de la oposición ha proclamado por activa y por pasiva, en círculos restringidos y más amplios, que le prefería, sin dudar, como futuro interlocutor luego de haber sido el único que ha engrasado unas relaciones al borde permanente del colapso. Si esta aseveración de Rodríguez Zapatero está inspirada por la caballerosidad de Rajoy, está en lo cierto; si acaso lo estuviera en la sospecha de una supuesta facilidad de manejo del personaje, se equivoca.
Tiene Mariano Rajoy una tendencia muy característica que no siempre cabe incluirla entre sus virtudes, aunque lo sea en conyunturas en las que los nervios deben estar templados: deja, a veces, que los problemas se maceren; en ocasiones, los esquiva, en otras, aplaza su diagnóstico fiado en la terapia que procura el tiempo. Acierta y yerra según qué asuntos y habrá sacado alguna conclusión de ese hábito celta porque no es hombre de tropezar dos veces en la misma piedra, aunque su tendencia a equipos restringidos pero muy contrastados y competentes -el caso de Ana Pastor respalda este aserto- le impone ritmos demasiado sentenciosos y ralentizados. Suele fiarse de los demás y cuando el consejo no fue bueno lo asume con la resignación de lo inevitable, incluso con un adarme de fatalidad muy de su tierra.
Todos estos perfiles otorgan a Mariano Rajoy eso que se denomina fiabilidad que es lo que el presidente Aznar parece que ha buscado en el sucesor. El vicepresidente primero ha estado siempre en el Ibex, sin significativas oscilaciones en su cotización, con un dividendo político sostenido y una capitalización constante. Es ese valor que los analistas bursátiles prudentes califican de seguro, indicado para carteras conservadoras que suministran a los rentistas la apacible tranquilidad del pago anual de los rendimientos. Un personaje Mariano Rajoy que garantiza, además, lo esencial: que sin alteraciones aunque con un previsible estilo propio, conservará el proyecto que ha impulsado José María Aznar. El lógico margen de maniobra de que debe irremediablemente disponer, el estilo personal en los ritmos y en las decisiones, las distintas perspectivas en las que pueda matizar e incluso diferir con el presidente, son todas ellas de matiz, de tono, de coloratura, pero nunca lo han sido de fondo. Mantendrá Rajoy -solo y en compañía de otros puntales del PP- las tres variables de los logros de la derecha democrática en estos casi ocho años: claros criterios sobre la cohesión nacional; una política económica rigurosa y progresivamente liberalizadora con los acentos asistenciales que requieren sociedades maduras como la española y una política exterior atlantista que se atendrá a los graves compromisos asumidos por el Gobierno en los últimos tiempos y que han puesto en valor la posición internacional de España.
No se ha distinguido Rajoy ni por el elogio encendido ni por las reafirmaciones crónicas de adhesión o fidelidad. No es, tampoco, ciclotímico, rasgos que le hacen apto para sostener sin tropiezos lo que quede de bicefalia y para establecer luego un modelo de relación con el Aznar excedente -ese que tanto parece preocupar- que, además de transparente, sea constructivo. Todo bajo el denominador del sentido común que Rajoy administra con la ironía y retranca de un hombre -él se define así- normal, tributario de su formación, de sus vivencias, de sus aprendizajes y de sus lealtades que las tiene, y se las tienen, los compañeros que pudieron estar donde él está y a los que ni su discurso, ni sus presencias ni ausencias, acibaran lo que alienten de desconsuelo, desencanto o frustración. La habilidad de Aznar al elegirle también ha discurrido por esos lares personales, incluso por otros más profundos.
Se sabe el presidente demasiado rotundo y arriesgado para una España que soporta los liderazgos arrasadores estrictamente lo justo y necesario. Y cree que ha llegado el momento -y lo cree bien- de que la derecha democrática, después del largo esculpido de su corpus ideológico y de gestión, oiga ahora el cadencioso acento gallego en sustitución de la sobriedad dialéctica castellana. Mariano Rajoy no irá a Silos cada mes de agosto como José María Aznar. Es más seguro que se desplazará a La Toja, tomará los baños en el balneario, cenará en El Grove y no se le ocurrirá -ni por asomo- jugar al dominó. Sospecho que esa, entre otras, es una de las diferencias menos aparentes pero más decisivas entre Aznar y Rajoy. En lo demás, matices; porque parece ya claro que para el presidente ha contado primero el proyecto y luego el hombre. El resultado, por previsible que fuese -que no lo era tanto- ofrece las trazas de constituir un acierto. Que lo sea.
José Antonio Zarzalejos

31 Agosto 2003

El ministro diez

Luis María Anson

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En los cinco años que tiene de vida este periódico he dedicado una docena de canelas a Mariano Rajoy, uno de los pocos políticos que creyó en el éxito de LA RAZÓN, mientras algunos de sus compañero de Gobierno nos perseguían como a ratos y hacían todo lo posible para hundirlos. Su nombramiento como sucesor, tan lógico, tan normal, tan prudente como todo lo que hace Aznar, me interesa reproducir con sus títulos y fechas, varios de los comentarios que dediqué a Rajoy, al que, sin dejar de subrayar algunos aspectos negativos de su gestión, califiqué en reitaradas ocasiones de ministro diez.

Luis María Anson

“La opinión pública no sabe cuántos problemas de gravedad para España ha resuelo Rajoy en el silencio de su despacho, sin solicitar cámaras de televisión que aireen su figura. Pero son muchos los que saben – los que sabemos – de su discreción y su eficacia” (23-11-1998)

“Rajoy sacó a manos llenas el estiércol de los establos políticos autonómicos e instaló en ellos la racionalidad. Rajoy se ha negociado con la Iglesia, ha abordado la manipulación de las clases de historia, se dispone a renovar el Instituto Cervantes, ha entendido la alta significación cultural que tiene para España y para América la Real Academia Española. Sigue atendiendo a sus amigos, se ocupa de su familia, junta a esa bella maravilla de mujer, e inteligente, que es su esposa. Además resulta que nació en Galicia y que no se arruga ni ante Fraga. Y tiene sólo cuarenta y tres años. ¡Qué tío!” (5-3-1999)

“Escribí varias veces que Mariano Rajoy era el ministro diez. Se ha convertido en el vicepresidente primero del Gobierno, claro. Continúa siendo el político-eficacia” (6-12-2000)

“Mariano Rajoy ha superado el examen de Barcelona con matrícula de honor. Supe prever, acertó a disuadir, fue capaz de organizar un gigantesco aparato de  seguridad por tierra, mar y aire”.

31 Agosto 2003

El más centrista de los posibles

Pedro J. Ramírez

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El 31 de julio de 2002 fue un día especialmente importante para mí por razones de las que todos nuestros lectores tuvieron cumplida información. Esa noche Ana Botella y el presidente Aznar tuvieron el gesto de invitarme a cenar en La Moncloa junto con Agatha Ruiz de la Prada, tal y como en otras ocasiones han hecho con otros responsables de medios de comunicación. Pero la cena en el jardín -«venid con ropa informal»- no fue para cuatro, tal y como yo creía que iba a suceder, sino para seis. En el último momento se nos unieron un Mariano Rajoy sin tiempo siquiera para quitarse la corbata y su mujer, Elvira Fernández Balboa.

Después de más de 10 años de relación personal, era la primera vez que el presidente incorporaba a un miembro de su gobierno a una cena de esas características. Nada se dijo esa noche que adquiera hoy un sentido premonitorio, pero conociendo ya con cierto detalle la compleja personalidad de un Aznar que nunca da puntada sin hilo, entendí inmediatamente el mensaje -«Este es mi vice muy amado en quien tengo puestas todas mis complacencias»- y desde ese momento transmití a mis compañeros y colaboradores la sensación de que el Vicepresidente Primero iba a ser el sucesor.

Seguía y sigo pensando que, por su formación, experiencia internacional y capacidad dialéctica, Rodrigo Rato era el español más cualificado para llegar a primer ministro desde el inicio de la transición.Seguía y sigo pensando que, por su generosidad, altura de miras y consistencia ética, Jaime Mayor Oreja era el político en activo más apreciado y admirado por un mayor número de ciudadanos. Además tampoco podía tener la certeza de que mi intuición, compartida en la recta final del Hipódromo por un buen puñado de analistas y hasta por Rodríguez Zapatero, fuera a verse corroborada por los hechos.

Pero por algo escribí hace unas semanas que tal vez todo estaba ya decidido desde aquel día de la primavera de 2000 en el que Aznar estableció un orden de jerarquía en su gobierno y lo único que hacía falta era abrir bien los ojos y constatar lo obvio; por algo dediqué mi artículo del domingo pasado al «breve encuentro» del Vicepresidente Primero con el líder de la oposición; por algo dije el jueves en el Primer Encuentro de Periodistas de Son Servera que el próximo iba a ser un «año mariano»; y, sobre todo, por algo publicamos ayer en primera página a cuatro columnas una fotografía suya sonriendo bajo el cartel de «Palacio de la Moncloa».

No se trata de alardear de pitoniso cuando la apuesta era tan poco arriesgada. Dando marcha atrás en la moviola debo decir que en los momentos clave Rajoy siempre ha estado cerca de Aznar.Le recuerdo especialmente en el quicio de la puerta de la habitación 217 de la Clínica Ruber la tarde del miércoles 19 de abril del 95 cuando creí ir a visitar a un angustiado superviviente y me encontré a un relajado aficionado viendo por la tele un partido del Milán en pantalones vaqueros. Horas antes, cuando salió indemne del atentado, había hecho dos llamadas. La primera a Ana. La segunda a Milagros, su eterna secretaria, para pedirle que avisara a dos personas. A una de ellas se refirió por su cargo, a la otra por su nombre y apellido: «Localiza inmediatamente al Secretario General -entonces Alvarez Cascos- y a Mariano Rajoy».

En las tres últimas elecciones generales Aznar nombró a Rajoy como director de campaña. En las del 2000 en detrimento incluso de un Javier Arenas más pujante que nunca. Previamente ya le había encomendado dos ministerios tan peliagudos cuando no se tiene mayoría absoluta como Administraciones Públicas y Educación y Cultura. Luego vendría el reto de Interior. Era lo último que podía apetecerle a un Vicepresidente Político que disfrutaba coordinando las políticas que implementaban los demás y estaba convencido de que con el semestre de presidencia europea por delante tal acumulación de cargos no podía funcionar, pero ni siquiera parpadeó cuando se lo pidió el presidente. «No podía negarme después de tantas muestras de confianza».

Aznar también lo tuvo incondicionalmente a su lado en las crisis del chapapote y de Irak, cuando Rajoy cerró filas junto a él en las tensas reuniones del Gabinete de Crisis en el búnquer de la Moncloa y dio luego la cara en el Parlamento y en los medios mientras otros escurrían el bulto.

Pero este ejercicio de lealtad no significa que Rajoy no sea hombre de criterios propios. Si por él hubiera sido, Aznar no habría excluido a ningún medio de comunicación de sus entrevistas de campaña, habría mantenido un diálogo mucho más fluido con los nacionalistas moderados de todas las autonomías y habría hecho un esfuerzo adicional para que las tropas españolas estuvieran en Irak bajo mandato y bandera de la ONU.

Si de paradojas de Aznar hablamos estos días, no es pequeña la que supone que, coincidiendo con un inicio de curso tan bronco y agresivo contra la oposición, destape como sucesor al más moderado y afable de sus colaboradores. Cualquiera de los tres vicesecretarios hubiera sido un buen candidato pero si ponderamos tanto su talante como sus posiciones ante los asuntos clave, el más centrista de los tres y por lo tanto de los posibles -detrás, por supuesto, en ese ranking de Gallardón y Zaplana- era Rajoy.

«El PSOE estará todo lo machacado que tú quieras, pero como el sucesor sea Rodrigo todos los cocodrilos saldremos otra vez a la superficie porque es un adversario que nos motiva», me decía la otra noche uno de los más significados barones socialistas.«Pero como el sucesor sea Mariano no sé si seremos capaces de salir de la atonía porque francamente, a nosotros Mariano nunca nos ha hecho nada». ¿Alguien le conoce a este hombre un solo enemigo político?

Es de nuevo el alma más conciliadora de Aznar -como si hubiéramos vuelto a aquella gran primera legislatura en la que para vencer había primero que convencer- la que sale a relucir al tomar esta decisión. Tal vez lo que a él le pida el cuerpo tras las duras batallas del pasado curso sea la confrontación y el ajuste de cuentas, pero ha sido lo suficientemente inteligente para comprender que lo que su partido y eventualmente España necesitan es un líder flexible e integrador, con una visión laica de las relaciones sociales -el desenlace de la batalla en torno a la ley de Reproducción Asistida fue otra señal de por donde iban los designios monclovitas- y con posiciones firmes pero abiertas sobre el desarrollo autonómico.

Rajoy siempre ha mantenido un elegante desdén por el nacionalismo ombliguista y parroquial, resistiéndose incluso a pasar por el aro de la lengua vernácula a menos que fuera imprescindible.Aznar sabe que nunca cederá un ápice en nada que sea esencial a la idea de España propugnada por el PP. Pero no será por falta de diálogo por lo que no se consigan nuevos acuerdos con las autonomías, pues no en vano Rajoy fue el artífice de los del 92 y 96.

Probablemente la persona no emparentada con él que mejor conozca a Aznar me dejó hace ya meses escrito el nombre de Rajoy en el sobre cerrado de su pronóstico. «Siempre me decía que era el mejor de todo su equipo. A él le han gustado mucho más toda su vida los políticos que los empresarios. Mientras Rodrigo representaba ante sus ojos el mundo de la empresa, Mariano era la encarnación de la política».

Sin embargo Aznar, inmerso en su habitual sentido de la frialdad y la distancia, jamás le expresó esa apreciación al propio interesado.No hace mucho el Vicepresidente Primero me confesaba que jamás -«oye, nunca, ni una sola vez no sé con otros, pero desde luego, conmigo no»- había hablado con Aznar de la sucesión. Probablemente la serenidad y sangre fría con la que, embutido en su ironía gallega, Rajoy ha visto pasar las hojas del calendario en medio de ese silencio rompepiernas, mientras otros levantaban su pabellón o daban alas a sus colaboradores para que lo hicieran, es lo que le ha permitido superar la última de las pruebas de fuego a las que le ha ido sometiendo Aznar.

Por decepcionante que resulte para los descartados, la lógica monclovita que al final se ha impuesto es demoledora: ¿teniendo a Rajoy tan cerca por qué buscar a nadie un poco más lejos?

04 Septiembre 2003

Premios de consolación

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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La remodelación del Gobierno realizada ayer por el presidente Aznar responde a claves estrictamente partidarias; de ajuste de los equilibrios de poder trastocados por la designación de Rajoy entre las cinco o seis personas que conforman su cúpula. El ajuste no sirve para introducir gentes próximas a Rajoy y sí para realzar, en esta especie de prórroga hasta las elecciones, la posición de Rato, ascendido a vicepresidente primero y cuyos fieles son también confortados con vistas al futuro colocando a uno de ellos, Juan Costa, en el hueco que deja la salida de Piqué. La ausencia de Mayor Oreja sólo sería síntoma de distanciamiento con Aznar si no hubiera poderosas razones para su permanencia en el País Vasco.

Rato es, con Álvarez-Cascos -que también fue secretario general-, uno de los dos dirigentes que ha permanecido ininterrumpidamente en el Gobierno desde la llegada de Aznar a La Moncloa. En los Gobiernos de Felipe González hubo siete que resistieron más de dos legislaturas. A Rato se le otorga un reconocimiento que los suyos consideraban que le era debido desde al menos la mayoría absoluta de 2000. Ahora no sólo se le premia su contribución a esa mayoría, sino la deportividad con que ha acogido la elección del otro candidato probable.

Javier Arenas, que ha ligado públicamente la duración de su carrera a la de Aznar, la culminará como vicepresidente segundo y ministro de la Presidencia, cargos con los que Aznar rinde homenaje a su fidelidad y disponibilidad, incluyendo la de renunciar a la secretaría general para dejar el puesto a Rajoy. A diferencia de éste, no será portavoz, tal vez porque como secretario general fue tan sectario como le dijeron y arruinó la fama de dialogante que se había labrado en Trabajo. Será precisamente el actual titular de Trabajo, Eduardo Zaplana, que también se ha trabajado esa fama, quien asuma la responsabilidad de la relación con los medios y la opinión pública hasta las elecciones.

A Arenas le sustituye en Administraciones Públicas la hasta ahora delegada del Gobierno en Cataluña, Julia García Valdecasas. Su nombramiento permite mantener la cuota catalana tras la salida de Piqué y en el momento en que éste debe hacer valer el peso del PP catalán en su campaña electoral. La ausencia de Mayor Oreja, al que las encuestas han seguido dando como candidato favorito entre los votantes del PP, podría ser motivo de agravio. Pero había motivos para evitar que a escasos días del debate sobre la propuesta soberanista de Ibarretxe, el portavoz del PP en el País Vasco abandonase el campo para regresar al Gobierno. No sabemos si Aznar se lo ofreció, pero Mayor no podía aceptarlo.

28 Octubre 2003

¿Sabrá el PP vivir sin Aznar?

Ignacio Villa

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Esta es la gran pregunta, esa es la gran cuestión sobre la que no tendremos respuesta hasta el próximo mes de marzo: ¿Sabrá el Partido Popular vivir sin Aznar? Ciertamente, el proceso de sucesión iniciado por José Maria Aznar el pasado mes de septiembre está siendo ejemplar en todos sus aspectos. El proceso en sí mismo fue rápido y eficaz; además, posteriormente ha sabido quitarse de la circulación, aparcando así cualquier duda sobre la bicefalia y sobre su presencia en la toma de decisiones del partido. Aznar ha sabido encontrar su sitio en un momento muy complicado de transición, y eso hay que reconocerlo como un gesto novedoso y desconocido en la política española.
La ausencia del presidente Aznar, el pasado domingo, en el balcón de la calle Génova para celebrar el triunfo electoral de Esperanza Aguirre ha sido el ultimo ejemplo de su generosidad en la despedida. No quiso estar en una celebración que era suya, en unas elecciones que el también ha ganado y en las que ha colaborado como el primero para ese triunfo. Además, hay que recordar que las elecciones de la Comunidad de Madrid han sido una repetición de las pasadas del mes de mayo en las que Aznar todavía no había puesto en marcha el proceso de sucesión. Aznar tenia todo el derecho para estar el domingo en Génova, pero no quiso estar. Ese gesto es un gesto de grandeza por su parte, pero también es una llamada de atención a los suyos: «tenéis que vivir y que sobrevivir sin mi liderazgo».
Ese es el gran reto de los populares después de las elecciones del mes de marzo, ese es –como decía– el interrogante que queda por resolver. Mariano Rajoy ha aterrizado en el liderazgo del Partido Popular de la mano de Aznar. El nuevo secretario general de los populares puede realizar un balance positivo en estos dos meses al frente del Partido Popular; pero ¡cuidado!, que la cuestión que aquí se plantea es algo diferente. Rajoy lo esta haciendo bien, pero la pregunta, por el momento sin respuesta, es cómo reaccionará el Partido Popular cuando ya no sienta el liderazgo y la dirección de José Maria Aznar. El actual presidente del Gobierno ha ejercido lo que se cataloga en política como un «hiper-liderazgo». Aznar recompuso, renovó y rehizo un Partido Popular que recibió como una herencia complicada. Al cabo de los años ha sabido tener un control absoluto sobre la maquinaria popular que funcionaba al milímetro, en estos momentos el Partido Popular no se entiende sin José Maria Aznar y eso en el futuro puede pesar mucho.
Aznar se ha sabido ir de la política, es mas, esta sabiendo ejecutar la transición con una gran inteligencia. Por su parte Rajoy esta respondiendo con prudencia y cautela, trabajando a medio plazo y con el viento a favor por el permanente despiste socialista. Pero todo eso no es suficiente. Ahora el PP deberá vivir sin Aznar, deberá saber afrontar los problemas sin Aznar, deberá gobernar sin Aznar y lo que es mas importante: deberá ganar sin Aznar. La ausencia el domingo del actual presidente del Gobierno del balcón de la calle Génova tuvo un claro mensaje interno: «esta vez hemos ganado con Aznar, la próxima vez será sin el, y entonces sí será la hora de la verdad».
El pasado domingo la ausencia del presidente Aznar en las celebraciones del triunfo electoral fue el gesto mas claro hasta ahora de la nueva orfandad de los populares. Vivir sin Aznar se puede hacer, pero ganar sin Aznar es la verdadera revalida. Cuando el Partido Popular gane unas elecciones sin Aznar, entonces habrá terminado el proceso de la sucesión.

29 Diciembre 2003

Una persona idónea para una tarea difícil

Eduardo Zaplana

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Para ganar unas elecciones es esencial contar con el apoyo firme de un partido sólido y cohesionado. Y eso lo tiene, sin lugar a dudas, Mariano Rajoy, quien ha dedicado buena parte de sus esfuerzos como candidato a poner en marcha la maquinaria del partido.

HE TENIDO LA SUERTE DE CONOCER Y TRATAR A MARIANO RAJOY DESDE HACE MUCHOS AÑOS. Y, LOGICAMENTE, no voy a narrar en estas líneas la cantidad de recuerdos que guardo de esa prolongada relación personal. Pido perdón si estas palabras parecen excesivamente laudatorias. Sirva como disculpa la sinceridad de las mismas.No contaré, como digo, anécdotas vividas, salvo una importante para mí. Era el verano de 1993 y yo me encontraba en Santander. Recibí una llamada de Mariano Rajoy, quien, nada más coger el teléfono, me preguntó: «¿Dónde estas?». «En Santander». «Pues debes ir mañana a Castellón, que hay una cena y se va a hablar de ti». Fui a Castellón y conocí el deseo del presidente del partido, José María Aznar, de que yo fuese candidato a la presidencia regional del Partido Popular de la Comunidad Valenciana y a la presidencia de la Generalitat.Una noticia que me había adelantado Mariano Rajoy con discreción, sin más palabras que las necesarias, como él suele decir las cosas.

Son muchas las cualidades que hacen de Mariano Rajoy un excelente candidato y una persona idónea para sumir la presidencia del Gobierno. Yo quiero atreverme a destacar aquí tan sólo algunas de ellas.

Desde mi experiencia como presidente de una Comunidad Autónoma durante más de siete años, pienso que es enormemente valioso que el candidato a la Presidencia del Gobierno tenga un conocimiento cercano y haya participado de forma directa en la política autonómica.Es el caso de Mariano Rajoy, que comenzó prácticamente su actividad política como director general de Relaciones Institucionales de la Xunta de Galicia, de la que posteriormente llegaría a ser vicepresidente. Y además, como ministro de Administraciones Públicas, protagonizó la etapa en que se produjo un volumen más importante de transferencias a las comunidades y se aprobó, por primera vez, un modelo de financiación autonómica que garantizaba la corresponsabilidad fiscal y la autonomía financiera.

Pero Mariano Rajoy tiene, también, un conocimiento muy profundo de la Administración del Estado y de la acción de Gobierno. Ha desempeñado cuatro carteras ministeriales distintas, correspondiéndole además, durante la última legislatura, la coordinación política del Gobierno desde la vicepresidencia primera. Entre julio de 2002 y septiembre de 2003, asumió, asimismo, la función de portavoz del Gobierno. Es difícil atesorar una experiencia más amplia y rica.

En el desempeño de esas responsabilidades, Mariano Rajoy ha tenido que enfrentarse a algunos de los problemas más graves que hemos padecido en los últimos ocho años, como la crisis de las vacas locas, la catástrofe del Prestige, la intervención de Irak o, desde el Ministerio del Interior, el permanente azote del terrorismo.Pero su talante sereno, reflexivo y riguroso le ha permitido afrontar esos problemas sin precipitaciones, con responsabilidad y de forma eficaz. Y esa eficacia en la gestión es, probablemente, lo que más aprecian los españoles y lo que hace que su valoración en la opinión pública sea tan alta, como vienen acreditando todas las encuestas sociológicas publicadas desde el pasado mes de septiembre.

Mariano Rajoy es, además, un hombre de partido. Ha desempeñado importantísimas responsabilidades orgánicas en el Partido Popular, y es una de las personas que tiene un conocimiento más completo y directo del partido y de todos sus dirigentes. Y, aunque en el ejercicio de sus responsabilidades haya tenido que adoptar en algunas ocasiones decisiones difíciles, ha sabido hacerlo sin herir a nadie.

Para ganar unas elecciones es esencial contar con el apoyo firme de un partido sólido y cohesionado. Y eso lo tiene, sin lugar a dudas, Mariano Rajoy, quien ha dedicado buena parte de sus esfuerzos como candidato a poner en marcha la maquinaria del partido, a visitar todas las comunidades autónomas y a realizar propuestas y compromisos en todos los ámbitos de la política, de lo económico, lo social…

Otra de las virtudes que aprecio en Mariano Rajoy es que le gusta trabajar en equipo. Es una persona que no prescinde de nadie y cuenta con la aportación de todos.

Rajoy recibe de José María Aznar, como legado, un partido que conoce muy bien, una excelente gestión en la que ha participado y unos compañeros que respaldan su liderazgo. Se trata de una herencia enormemente valiosa para afrontar el reto de marzo.

Mariano Rajoy recibe el testigo de Aznar, del artífice del éxito del Partido Popular. Sabe, como todos los que lo hemos tratado, de su excepcional talla humana, de su profundo sentido de Estado y de su extraordinaria capacidad de liderazgo. Y sabe las dificultades que encarna el reto que acaba de asumir. Los grandes analistas que adelantan las facilidades de una victoria electoral suelen ser los que nunca han protagonizado una elecciones, que siempre son difíciles. Pero este reto, como otros, será superado con éxito.

Eduardo Zaplana

El Análisis

DEDAZO PARA EL MÁS SERVIL

JF Lamata

Sin teatro, el sucesor del Sr. Aznar sería aquel que designara el gran líder Aznar. Oficialmente el señor Aznar se limitaba ‘a proponer’ a su sucesor a la Junta Directiva nacional, al igual que Fraga, ‘oficialmente’ se había limitaba a proponer en su día al Sr. Aznar en 1989. Y al igual que el dictador Franco ‘oficialmente’ se limitó a proponer a Don Juan Carlos como su sucesor a las Cortes. En la práctica, era dedazo puro y duro.

¿Por qué D. Mariano Rajoy y no D. Rodrigo Rato? Mucho se ha especulado sobre eso, con versiones tan variopintas que incluían alguna en la que era el propio Sr. Rato quién había rechazado el cargo. Sin embargo las versiones que parecen cobrar más fuerza son aquellas en las que el Sr. Rato era más ‘verso suelto’ que el Sr. Rajoy, más ‘fideista’ hacia todo lo que dijera el Gran Jefe Aznar. Además el Sr. Rato había osado criticar la decisión del Sr. Aznar de apoyar la invasión de Irak, la gran apuesta del líder para ascender internacionalmente. De acuerdo a esta teoría la elección del Sr. Aznar era un premio al servilismo.

J. F. Lamata