18 abril 1969
Sentenciado el final de las reformas de 'La Primavera de Praga'
La destitución de Alexander Dubcek como líder comunista de Checoslovaquia sentencia el éxito de la invasión soviética en el país
Hechos
El 18.04.1969 Alexander Dubcek fue reemplazado como Secretario General del Partido Comunista de Checoslovaquia por Gustav Husak.
Lecturas
En agosto de 1968 se había producido la invasión de Checoslovaquia por el Pacto de Varsovia.
El comité central del Partido Comunista de Checoslovaquia, donde los políticos fieles a Moscú han obtenido la mayoría acaba de destituir al secretario general del partido Alexander Dubcek, que ha sido reemplazado por Gustav Husak, notorio enemigo de las reformas democráticas introducidos por la ‘primavera de Praga’.
El presidente del parlamento Smirkovski había sido destituido y obligado a realizar una autocrítica pública el 15 del mes pasado. El coronel Emil Zatopek – legendario ganador de tres medallas de oro en los Juegos Olímpicos – ha sido suspendido en sus funciones en el ministerio de Defensa por haber criticado la invasión soviética.
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GUSTAV HUSAK, NUEVO DICTADOR COMUNISTA DE CHECOSLOVAQUIA
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19 Abril 1969
Husak, el Janos Kadar de Checoslovaquia
Enquiciada nuevamente Checoslovaquia en la órbita que se le asignó en el sistema rusocéntrico, una vez que el centrífugo Ducek ha sido políticamente eliminado, neutralizado, la línea de acción exterior del Kremlin diseña un signo cínico de imperialismo sin máscara.
Poco más de un año ha durado la democratización y el socialismo ‘de faz humana’. Desde que se acepta la dimisión del despiadado primer secretario del Partido Comunista Antonion Notovny, en 19 de enero de 1968, fecha en la cual asciende a esa cabina de mando Alejandro Ducek, hasta que en abril del mismo año se traza en el Comité Central el nuevo programa de acción – epitalamio a las bodas del socialismo con la democracia y la libertad – courren dos hechos importantes. Dimite también Novotny de la Presidencia de la República, para la que es elegido el general Ludvik Svoboda, y Alejandro Ducek tiene que ir a Dresde, citado por ‘los cinco’ del Pacto de Varsovia [Unión Soviética, Polonia, Bulgaria, Hungria y República Democrática de Alemania] para explicar su conducta y dar garantías sobre su política humanizadora.
La entrevista de Dresde es el 23 de marzo: ya asoma el Kremlin las orejas. No quiere democracia. La democracia es contagiosa. La libertad contamina. “Los cinco” se sienten agraviados y como amenazados. “¿A dónde va usted?”, preguntan a Dubcek. “Vamos a un socialismo reformado, pero seremos leales al marxismo-leninismo, a la comunidad socialista y al Pacto de Varsovia”. La Unión Soviética tuerce el ceño. No las tiene todas consigo. No se traga el paquete de unas masas juveniles patrióticas, desmelenadas, jugando a ye-yes, con las cruces en el pecho y pidiendo a gritos libertad. El Kremlin no se traga la rebelión de intelectuales postulando que hay muchas vías que conducen al socialismo, al socialismo como propedéntica del comunismo.
El Análisis
Lo que se vive en Francia desde el 13 de mayo no es solo una crisis institucional. Es un terremoto político, una sacudida al corazón mismo de la IV República, cuyos cimientos ya venían debilitados por la derrota en Indochina y ahora tiemblan ante el fantasma de perder Argelia. La sublevación de Argel, con paracaidistas, colonos europeos y generales clamando por un “salvador”, ha resucitado con fuerza el nombre del general Charles de Gaulle. Ese mismo de Gaulle que, tras liberar Francia del nazismo, renunció al poder y se retiró al silencio. Hoy, desde ese silencio cuidadosamente mantenido, ha emergido con un mensaje medido pero contundente: “Estoy listo para asumir los poderes de la República”. Lo que para él es un gesto patriótico, muchos no dudan en ver como la culminación de un golpe de Estado encubierto.
La IV República, nacida en nombre de la democracia parlamentaria, ha caído en la trampa de su propia debilidad: gobiernos efímeros, fragmentación política y una parálisis ante los grandes desafíos nacionales. El levantamiento de los militares y colonos en Argelia ha sido el golpe definitivo. Con un Ejército en rebelión, políticos acorralados, y comités de “salvación pública” surgidos al estilo revolucionario, la figura de De Gaulle no aparece como un mero voluntario providencial, sino como el beneficiario directo —y, tal vez, el instigador indirecto— de esta crisis.
¿Es esto un retorno al orden o el principio de una nueva forma de autoritarismo? De Gaulle es un héroe nacional, sí, pero también un militar sin partido que desprecia el sistema parlamentario y que considera el régimen actual como “una degradación del Estado”. Sus palabras del 14 de mayo son una condena a la democracia representativa. Francia se asoma hoy a un cruce de caminos: ceder al prestigio del general y aceptar su mando, o defender una democracia que, aun débil, representa la voluntad plural de una nación. ¿Salvador o cabecilla? La historia juzgará si el regreso de De Gaulle ha sido una solución necesaria o la capitulación ante un golpe de guante blanco.
JF Lamata