3 diciembre 2018

Julio Llamazares considera en EL PAÍS que los votantes de Vox deben ser gente ignorante que no lee libros

La entrada de Vox en el parlamento andaluz escandaliza a la izquierda política y mediática que carga contra sus votantes

Hechos

El 3 de diciembre los medios reaccionaron ante los resultados de las elecciones al parlamento andaluz.

Lecturas

LA SEXTA EMITA UN PROGRAMA PARA BUSCAR EN ZONAS OBRERAS A LOS VOTANTES DE VOX Y PEDIRLES EXPLICACIONES DE POR QUÉ LO HICIERON

En una actitud sin precedentes en la democracia española el programa de LA SEXTA de Atresmedia ‘Liarla Pardo’, que presenta Dña. Cristina Pardo, emitió un reportaje en el que un grupo de reporteros del programa se dirigía con cámaras al pueblo de Marinaleda, que habitualmente da su mayoría a opciones comunistas (PCE, CUT…), para «encontrar» a «las 44 personas» que habían votado a Vox y «pedirles explicaciones» del motivo de su voto. En el reportaje interrogaban a vecinos «¿dónde pueden estar esos votantes de Vox?» y mostraban fachadas de domicilios personales.

EL PSOE DIFUNDE EL HILO DEL PROFESOR ACTIVISTA «JUANITO LIBRITOS» EN EL QUE LAMENTA NO HABER CONCIENCIADO A SUS ALUMNOS DE QUE NO VOTEN A VOX

En un comportamiento extraño para un profesional pedagógico, el activista en redes y profesor D. Juan Naranjo ‘Juanito Libritos’ publicó una serie de tuits en las que se mostraba escandalizado de que siete alumnos suyos siguieran en Instagram al partido político Vox. El citado «docente» se lamentaba de no haber podido influir lo suficiente en sus alumnos para que votaran bien, a un partido político que tuviera las mismas ideas políticas que él, y no haberles podido adoctrinar lo suficiente para que no votaran al partido político verde. A pesar de que era imposible que el Sr. Naranjo supiera a qué partido votaban sus ex alumnos, el hecho de seguir en Instagram a la formación de D. Santiago Abascal ya les hacía merecedores del adjetivo de ‘adolescentes fascistas’. El PSOE dio máxima difusión desde las redes al activista en cuestión.

 

02 Diciembre 2018

Jugar con el fuego de la extrema derecha

Ignacio Escolar

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En el PSOE se las prometían muy felices con el ascenso de Vox. Nada mejor que dividir la derecha en tres bloques para que Ciudadanos y PP jamás pudieran gobernar. Ni en España ni mucho menos en Andalucía, donde hasta la noche electoral nadie llegó a plantearse seriamente la posibilidad de que la presidencia de Susana Díaz estuviera en cuestión. El Gobierno no solo no temía a Vox sino que, desde su equipo, se les promocionó. Con la misma imprudencia con la que, hace tres décadas, François Mitterrand engordó al Frente Nacional… para que el Partido Socialista Francés acabara, años después, pidiendo el voto en las presidenciales para el conservador Chirac frente a Le Pen.

La extrema derecha siempre irrumpe así, con la frivolidad con la que se banaliza el mal; entre el oportunismo y el cortoplacismo de los partidos, entre la somnolencia de una gran parte de la sociedad. Unos, azuzando ese fuego de forma irresponsable. Otros, blanqueando su discurso. Con ese Albert Rivera que no se atreve a llamar extrema derecha a la extrema derecha. Con ese Pablo Casado casi indistinguible en sus últimos discursos de Santiago Abascal. Con una gran parte de la izquierda quedándose en casa, pensando que no había nada en juego hoy.

Pero el inesperado resultado de Vox –que en Europa solo celebra Marine Le Pen y las demás formaciones de extrema derecha– no solo se explica por la respuesta que el resto de los partidos han dado ante su discurso, ni tampoco por la pésima campaña del PSOE y de Susana Díaz, más preocupada por los pactos postelectorales que por ganar. Dudo también que la inmigración, siendo un factor, haya sido la causa fundamental. La principal razón que explica a Vox es otra: Catalunya.

Las elecciones andaluzas han sido las primeras del “a por ellos”, las primeras fuera de Catalunya tras el octubre catalán. Y ha sido en gran medida el nacionalismo español, engordado por el independentismo catalán, lo que explica estas corrientes de fondo que han explotado en las urnas. Ha pasado más veces en la historia. Cada vez que Catalunya ha lanzado un pulso a la unidad de España, la consecuencia ha sido una respuesta reaccionaria.

La derrota del PSOE es completa y absoluta, por mucho que aún sea el partido más votado. Susana Díaz perderá con casi seguridad el Gobierno tras 36 años de dominio socialista al que ya hacía mucho que se le veían los desconchones. La política que aspiró a liderar su partido con el argumento de que “ganaba elecciones” cosecha otra derrota más, una histórica, la última y probablemente definitiva en su carrera política.

El PSOE de Susana Díaz se equivocó radicalmente en su estrategia electoral. Quisieron plantear una campaña de baja intensidad para desmovilizar a la derecha, para que se quedase en casa, resignada con la derrota, pensando que el votante socialista se movilizaría solo sin apenas cambiar el ritmo del diapasón. No contaban con la movilización que Vox iba a despertar.

Pablo Casado no va a pedir en esta ocasión que gobierne “la lista más votada”, ni tachará el futuro pacto de “alianza de perdedores en despachos oscuros”, ni de “gobierno frankenstein”. Por mucho que Susana Díaz intente prolongar lo inevitable, subrayando las muchas contradicciones del PP, la única salida realista que le queda al PSOE es intentar entregar la Presidencia a Juan Marín, de Ciudadanos, –en segunda vuelta y con abstención de Adelante Andalucía–, si quiere evitar un tripartido con Vox presidido por Juanma Moreno.

La alianza entre Podemos e IU también ha fracasado hoy. La candidatura liderada por Teresa Rodríguez ha sido incapaz de seducir a los votantes que han abandonado el PSOE. La coalición Adelante Andalucía pierde un tercio de sus votos respecto a las anteriores elecciones, donde tampoco les fue demasiado bien.

Desde su techo de diciembre de 2015, Podemos ha retrocedido en todas y cada una de las elecciones. Lo nuevo ahora suena viejo, el partido ha perdido transversalidad y se ha encerrado en sus debates y luchas internas.

La izquierda en su conjunto debería preguntarse qué ha pasado para que una importante parte de su electorado le haya abandonado hoy. Tachar a cientos de miles de votantes de Vox simplemente como fascistas sirve de poco para comprender lo ocurrido. Una gran causa es el rechazo en la España interior al independentismo catalán. Otra, el desgaste de la representación política y la falta de respuesta de los partidos ante las consecuencias de la crisis, que aún no está resuelta para muchos sectores de la sociedad. El último en llegar prometiendo una patada al tablero siempre se lleva una buena parte del pastel.

Aún es pronto para analizar esos flujos electorales –estos gráficos proporcionan muchas pistas–, pero sin duda la derrota de la izquierda no se explica solo por la abstención, por la desmovilización de sus votantes frente a la extrema movilización de la derecha extrema. Una parte de los partidarios de Vox probablemente sale de lo que antes fue votante de izquierdas. Igual que ya pasó en Francia con el Frente Nacional.

Que sus votantes no provengan solo de los sectores de la extrema derecha, hasta ahora integrados en el PP, no significa que el partido no lo sea. Basta revisar los puntos fundamentales de su programa, sus aliados europeos o quiénes son los doce diputados que Vox sentará en el Parlamento andaluz para que no haya mucha discusión sobre esta definición.

La llegada de un partido de extrema derecha a la política española tampoco es una singularidad; está pasando en todo el mundo y más aún en los países más cercanos. Queríamos ser Europa. Hemos copiado de Europa lo peor. Hoy solo queda en la UE sin extrema derecha parlamentaria, como rareza, Portugal.

El PP celebra una victoria que no lo es tanto, aunque puedan gobernar. Cosecha su peor resultado en Andalucía desde la década de los 80, tiene a Ciudadanos pisándole los talones y se enfrenta a un nuevo rival directo que jugará un papel importante en las próximas elecciones. Pablo Casado no parece plantearse siquiera la posibilidad de aislar a Vox –a diferencia de la derecha francesa o alemana–, algo que sin duda le puede pasar factura en España y que en Europa tendrá que explicar. Promete que el PP gobernará Andalucía «desde la centralidad y la moderación». La moderación y el centro que proporciona Vox.

Que la derecha vaya a gobernar Andalucía por la irrupción de la extrema derecha cambia el mapa político español. El resultado va a radicalizar aún más el debate político nacional, va a disparar a Vox en las encuestas, va a extremar el discurso de los principales partidos sobre el modelo territorial, va a exagerar las diferencias entre la periferia y el nacionalismo español. Va a dar a luz una España peor.

En 2019 habrá elecciones municipales, autonómicas, europeas y –ya con seguridad– generales. Y todo puede pasar.

03 Diciembre 2018

Terremoto andaluz

Soledad Gallego Díaz

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Las urnas han arrojado en Andalucía un resultado que complica extraordinariamente la gobernabilidad y que da un vuelco al sistema político: la irrupción de un quinto partido, el ultraderechista Vox, no solo fragmenta aún más el voto de la derecha, sino que transforma el equilibrio de las fuerzas políticas en toda España, que entran en un pentapartidismo. La pura aritmética convierte en imposible repetir los apoyos con los que ha gobernado Susana Díaz y la lectura nacional de estos resultados hace muy difícil imaginar que Ciudadanos y Adelante Andalucía —la marca de Podemos en la comunidad— unan sus fuerzas para que la presidenta andaluza repita en el palacio de San Telmo.

Después de 36 años de gobierno socialista ininterrumpido en Andalucía, se acaba una larguísima época en la comunidad autónoma más poblada de España (8,4 millones de habitantes), granero tradicional de votos del PSOE. Pese a que los socialistas han vuelto a ganar las elecciones, los resultados representan una debacle imposible de disimular para el partido de Susana Díaz, que pasa de 47 escaños a tan solo 33. Considerando que el PSOE gobierna desde la Transición, la responsabilidad de este hundimiento recae ante todo en su propia gestión, a la que han dado la espalda los andaluces.

Además, la participación, la segunda más baja en unas elecciones autonómicas en la región, indica una desmovilización del electorado de izquierdas y una clara subida de los votantes de derechas. Si algo demuestran estos comicios es el aumento más que significativo del voto conservador, que tendrá consecuencias en todo el Estado. Andalucía, y a través de ella España, ya no es distinta en esto a los principales países del entorno. Aparece en las instituciones democráticas, nada menos que con 12 escaños y casi un 11% del voto, un partido ultraderechista de perfil todavía difuso, pero que entronca tanto con el más radical nacionalismo español como con la subida en el contexto europeo de formaciones excéntricas como el Frente Nacional de Marine Le Pen —que se ha apresurado a felicitar a su líder—, Matteo Salvini en Italia o Alternativa por Alemania. Vox no es un partido andaluz, sino que tiene ambiciones estatales y su llegada al Parlamento autónomo condicionará un año en el que se celebrarán elecciones autonómicas, municipales, europeas y, posiblemente, generales. La duda está todavía en saber si se nutre solo de los votos del nacionalismo más extremo, movilizado por la crisis catalana, o si ha sido capaz de morder en otros electorados sensibles también al desafío del procès: representaría el síntoma más radical de la crisis catalana en el sistema de partidos.

El PP se sostiene como segunda formación y ha logrado frenar el sorpasso al que aspiraba Ciudadanos, pero este último partido se le acerca aún más y le echa el aliento en el cuello, ya que los populares han sufrido una significativa sangría de votos mientras que la fuerza de Albert Rivera se alza como tercer grupo al pasar de 9 a 21 escaños, apuntalando sus liderazgos nacionales. Todavía queda partido en el seno de la derecha.

Adelante Andalucía logra un resultado decepcionante para las aspiraciones que se habían planteado sus dirigentes y para las expectativas que se habían generado, y no puede aspirar ya a convertirse con sus votos en un partido bisagra ni a garantizar la gobernabilidad.

Los resultados complican cualquier cálculo nacional que pueda tener el presidente Pedro Sánchez, que tras la debacle socialista aumenta su debilidad. Asimismo, marcan una clara tendencia de giro hacia la derecha y, en algunos casos, hacia la derecha más extrema. Las formaciones conservadoras se encuentran con un electorado más fragmentado, pero no deberían tratar a Vox como un partido más dentro del sistema, sino como quienes defienden una ideología que desdeña las instituciones democráticas. Lo peor que podría ocurrir es que el éxito de Vox haga pensar a otros que deben seguir su camino. Esto representaría la mayor debacle del terremoto andaluz.

08 Diciembre 2018

El peor de los tiempos

Julio Llamazares

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El caldo de cultivo del racismo junto con el temor a perder el nivel económico alcanzado y una incultura ancestral han convertido el mejor de los tiempos de un país en el peor

Quizá no tenga que ver, pero es un dato: El Ejido, el municipio almeriense en el que el partido ultraderechista Vox ha obtenido el mayor porcentaje de votos en las últimas elecciones andaluzas, es la mayor población española sin librerías. La última que quedaba cerró en 2015 por falta de rentabilidad, así que los 89.000 ejidenses censados, si quieren leer, tienen que comprar los libros en Amazon o desplazarse a Almería a buscarlos. Que tampoco es ciudad que nade en la abundancia de librerías precisamente.

Que el mar de plástico que se extiende por el poniente almeriense sea el principal granero de votos de la ultraderecha española (falta por ver qué sucederá en otras comunidades autónomas cuando sus electores voten) se relaciona por los analistas con la elevada tasa de inmigración, extranjeros que trabajan en los invernaderos en lugar de venir a veranear a la costa como hacen otros, y sin duda tendrá que ver, pero uno prefiere buscar la raíz en la historia y en las circunstancias sociales y culturales de una provincia que pasó en medio siglo de ser de las más pobres del país a una de las más ricas sin que paralelamente ocurriera igual en el nivel cultural de su población. Que el analfabetismo ya no esté tan extendido como estuvo no basta para considerar que aquel haya subido, al contrario: se nota más su precariedad a la luz del desarrollo económico.

Lo que iba a ocurrir se advertía ya en una película de Felipe Vega rodada en los invernaderos de El Ejido en 1989, casi una premonición visitada hoy. En El mejor de los tiempos, película protagonizada por Iciar Bollain y Jorge de Juan, Felipe Vega retrataba, además de la maravillosa luz (que acaba de volver a retratar en su última película, Azul Siquier, sobre la obra del fotógrafo almeriense Carlos Pérez Siquier), las circunstancias socioeconómicas en las que se estaba produciendo el llamado milagro de Almería: las condiciones de trabajo en los invernaderos, la llegada masiva de emigrantes magrebíes, la utilización de productos químicos peligrosos, la repentina riqueza de unos agricultores que, como los pobres de Kombach, habían pasado de la miseria al esplendor económico sin tiempo para adaptarse culturalmente a esa situación…

Lo que ha venido después, como la llegada de nuevos inmigrantes europeos y africanos o la propagación sin freno de unos invernaderos que hoy cubren ya la región como un nuevo mar, lo han descrito otras películas que, como la de Felipe Vega, dejaron a un lado el tradicional wéstern almeriense para poner el ojo de la cámara en una sociedad cada vez más conflictiva y sujeta a vaivenes y terremotos de todo tipo de la que apenas hablaban los medios de comunicación nacionales, excepto cuando desbordaba la normalidad. El caldo de cultivo del racismo, la xenofobia y el miedo al diferente, junto con el temor a perder el nivel económico alcanzado (no pidas a quien pidió ni sirvas a quien sirvió, decía siempre mi madre) y una incultura ancestral que los coches de alta gama y los relojes de oro macizo no borran, han convertido el mejor de los tiempos de un país en el peor, por lo menos en lo que a calidad humana se refiere. Que ni una sola librería quede en todo un municipio de casi cien mil personas no es para mí un dato superfluo. Al revés, es la confirmación de que lo que está sucediendo en Europa desde hace tiempo tiene raíces culturales más que políticas o económicas.