11 enero 1944

Ser el padre de los nietos del dictador italiano no impidió que este se cobrara venganza

La República de Saló de Mussolini ejecuta al yerno de este, el conde Galeazzo Ciano, por haber apoyado el golpe de Badoglio

Hechos

El 11 de enero de 1944 Gian Galeazzo Ciano fue ejecutado en Italia.

13 Enero 1944

De la más pura tradición italiana

Ignacio Agustí

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Ciano no ha sido ni valiente ni cobarde, según parece, ni antes del proceso ni en el proceso. Hizo en él el resumen de su actuación; manifestó que su propósito no había sido derribar al fascismo, sino acoplarlo a las circunstancias de Italia en aquellos instantes. En fin, su defensa fue una defensa normal, sin brillantez, la de un hombre que, seguramente, no pretende ya con ella aparecer en los noticiarios.

Contra lo que suponíamos, Edda Mussolini no ha intervenido en favor de su marido, ni el Duce ha participado en el proceso, ni envió siquiera a él declaración escrita alguna. Hacia las nueve de la mañana de ayer, pues, un camión militar dirigíase desde la cárcel de Salvio a una localidad de los alrededores de Verona, en la que esperaba un destacamento voluntario de ‘camisas negras’. Los condenados fueron ejecutados uno por uno. El conde Ciano fue el último en ser pasado por las armas. El sacerdote acompañó a Ciano hasta el lugar de la ejecución ante el cual el comandante del destacamento fascista dio lectura a la sentencia. Los camisas negras, levantando el puñal, dieron el grito de ¡Viva el duce!

Fue concedida a los prisioneros la gracia de no ser fusilados por la espalda Todos solicitaron que no les fueran vendados los ojos. La descarga fue hecha por un pelotón de doce. Los cuerpos de los condenados fueron acto seguido transportado temporalmente al cementerio de Verona. Se ignora donde serán enterrados; los despejos del conde Ciano serán trasladados a Livorno, al panteón de la familia.

Epílogo de uno de los dramas políticos más impresionantes de la historia contemporánea, justamente por su tremendo medievalismo. Visto al trasluz de los meses transcurridos, el drama aparece ligado a la más pura tradición intaliana. La patética conjura de los miembros del Gran Consejo, la caída en desgracia del Duce – aquel ‘no tome usted este coche, Excelencia, que ya no es el suyo, sino el siguiente’ con que el Duce se enteró de que ya no era el dueño de Italia – la subida de Badoglio al Poder, la restitución ‘in extremis’ de Mussolini, el reposo, el silencio, el misterio absoluto que rodea a la figura enferma de Mussolini en estos instantes dramáticos, el proceso en el ‘Castel Vechio’, que es una de las más tétricas fortalezas de Italia y ese equipo de camisas negras voluntarias para la ejecución, que izan el puñal y gritan el ‘Viva el Duce’ ante los condenados ¿Cómo no pensar en las luchas de una Italia del XIV y del XV, sutil y fogosa, sibilina y desgraciada? ¿Cómo no pensar en Shakespeare?

“Yo no soy un político, n oadvertí las cosnecuencias que podría acarrear nuestra decisión’ – lamentábase Di Bono ante los jueces – ‘Yo di mi voto porque creía que aquella era la conveniencia de Italia en aquel instante’.

Sí, los procesados de Verona se habían equivocado al votar contra el Duce. No pretendían derribar al Facismo, sino darle otro jefe y con él otra dirección. Lo que no era posible. No acertaron a ver que con el golpe de Estado del 25 de julio, Italia no presenciaba el fin de un dictador, sino el fin de una dictadura, que es tanto como decir el de todos cuantos habían jugado un papel en ella.

Pero se equivocan igualmente los jueces de Verona. La ejecución de Verona es el gesto con que una revolución pretende decapitar la contrarrevolución posible. Pero esta posible contrarrevolución no estaba personalizada en Ciano y Di Bono, sino en sustratos nuevos de imposible identificación en este instante. Y para yugular los movimientos adversos, la revolución neofascista precisaría ser verdaderamente una revolución, para lo que le falta el más importante de los ingredientes: el porvenir.Nada podrá resucitar el movimiento de entusiasmo que llevó al Fascismo al Poder en 1922, y en el que participaban los caídos de Verona y sus jueces, el país y hasta la tierra. Sobre las ruinas de la guerra será edificada seguramente una Italia distinta, los dirigentes de la cual son ahora absolutamente ignorados. Ante esa Italia los jueces de hoy serán, con toda probabilidad, la expresión de la contrarrevolución posible y aquel sí que será el último acto de este drama, puesto que para dar a Italia sus conclusiones, sus dirigentes de aquellos instantes sentirán la realidad y la grandeza de su porvenir.

El hombre es un amasijo de sangre y de barro: pero también lo es de fe y de esperanza.

Ignacio Agustí