8 julio 1985

Las elecciones de Zimbabue ratifican el poder del dictador Robert Mugabe que es ratificado como primer ministro

Hechos

En julio de 1985 se celebraron elecciones en Zimbabue.

08 Julio 1985

Victoria a los puntos de Mugabe

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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LOS RESULTADOS de las elecciones de Zimbabue anunciados ayer en la capital de la antigua Rhodesia, harare, tras una votación en dos fases, una para la población blanca, y una segunda, que tuvo que ser prolongada durante dos días, para la negra, no pueden ser juzgados por los parámetros que se aplican a los comicios celebrados en las democracias occidentales. Si se aplicaran esos criterios, la conclusión sería sencilla, demasiado simple para comprender la siempre complicada política africana, inserta, en el caso de Zimbabue, en el contexto más amplio de los problemas del áfrica austral.Aparentemente, el partido del primer ministro, Robert Mugabe, la Unión Nacional Africana de ZimbabueFrente Patriótico, conocido por las siglas ZANU-PF, ha barrido en las elecciones. De los 80 escaños reservados a los negros en la Constitución vigente elaborada tras las laboriosas conversaciones de Lancaster House celebradas en Londres en 1979, que condujeron a la independencia a la colonia británica con el nuevo nombre de Zimbabue, 15 años después de que el líder racista Ian Smith proclamara una primera separación de la metrópoli en nombre de la minoría blanca, el ZANU-PF ha conseguido un total de 63.

El ZAPU de Joshua Nkomo, «el padre del nacionalismo» de Zimbabue y líder de la lucha por la independencia junto a Mugabe, ha obtenido 15, el partido del reverendo Ndabaningi Sithole, exiliado en Londres, ha dado la sorpresa al capturar un escaño, y en un distrito electoral se ha aplazado la elección por la muerte del candidato oficial la pasada semana.

El análisis de esos datos muestra a las claras algo no enteramente favorable para el primer ministro Robert Mugabe y malo en general para la política de reconciliación nacional. Porque las elecciones han demostrado que los habitantes de Zimbabue han votado según una línea tribal y no en términos verdaderamente nacionales, como, por otra parte, ocurre en el resto del continente negro, cuando hay elecciones para contarlo. Nkomo, que se ha pasado toda la campaña acusando al partido del Gobierno de intimidación a sus partidarios, ha conseguido los 15 escaños en litigio en su Matabeleland natal, al sur del país, en una zona especialmente neurálgica por ser fronteriza con Suráfrica.

Mugabe, por su parte, ha conseguido todos los escaños menos uno de la mayoritaria tribu Shona, a la que pertenece el propio primer ministro. Ese escaño fugitivo ha sido sorprendentemente ganado por el candidato del reverendo Sithole, fundador del partido ZANU y actualmente exiliado en la capital británica por temor, según sus palabras, a un eventual atentado. Si a estos resultados se añade el hecho de que lan Smith ganó 15 de los 20 escaños reservados hasta 1990 a la minoría blanca en la actual Constitución, se comprende por qué la matemática de los números no puede aplicarse en África.

Zimbabue es un caso de éxito único en África, que se debe en gran parte al pragmatismo de Robert Mugabe, que ha dirigido con mano maestra los destinos de su país en los cinco años de independencia. Los éxitos de su Gobierno en educación, sanidad y agricultura están a la vista. La creación de cooperativas agrícolas en las tierras del Estado, el mantenimiento de las granjas de mayor importancia económica en manos de los blancos y el nombramiento de un ministro de Agricultura blanco, Dennis Norman, ha ma ntenido la tasa de crecimiento de la agricultura hasta el punto de que Zimbabue se ha podido permitir él lujo de enviar recientemente ayuda alimenticia a Etiopía.

Pero Mugabe montó su campaña electoral sobre la base de convertir a Zimbabue en un país de partido único, aduciendo que un Estado del Tercer Mundo no puede regalarse con una democracia multipartidista. Los electores le han negado ese mandato porque, de acuerdo con la Constitución vigente, se hace necesaria la unanimidad de los 100 diputados para eliminar la representación de la minoría blanca y se precisan 70 votos para cambiar el régimen de partidos.

Mugabe puede, desde luego, intentar un golpe de palacio y hacerse una nueva Constitución a su medida. Su control de las fuerzas armadas, de la policía y de los medios de comunicación es absoluto. Pero no es previsible que se arriesgue a dar un paso que pondría fin a una de las pocas democracias del Africa negra. Su pragmatismo probablemente le aconseje esperar a otras ocasiones electorales.

El Análisis

Zimbabue: las urnas que confirman un trono

JF Lamata

Las elecciones de julio de 1985 en Zimbabue no han cambiado el rumbo del país, sino que lo han ratificado. Robert Mugabe, que llegó al poder en 1980 como símbolo de la liberación negra frente al dominio blanco de Ian Smith, consolida hoy su posición como líder absoluto de la nación. Lo que nació como un triunfo de la mayoría negra sobre el apartheid local se ha transformado en un sistema político dominado por un solo hombre y su círculo, donde las urnas parecen servir más para legitimar que para decidir.

En la campaña electoral, Mugabe se presentó como garante de la independencia, la estabilidad y la unidad nacional. En la práctica, su partido ha convertido la política en un juego sin competencia real. La oposición blanca, encabezada todavía por un Ian Smith reducido a la condición de simple diputado, apenas conserva peso testimonial; su voz está confinada a unas cuantas bancadas sin capacidad de frenar las decisiones del Gobierno. La verdadera pugna política ha quedado restringida al interior del campo negro, donde figuras históricas de la lucha, como Joshua Nkomo o Ndabaningi Sithole, han intentado ofrecer alternativas. Pero la maquinaria del poder —medios, recursos estatales, control de la administración— ha inclinado la balanza de forma tan abrumadora que toda contienda termina siendo desigual.

La trayectoria de Mugabe es un espejo que refleja las paradojas de tantas revoluciones africanas: de guerrillero carismático, capaz de forjar un acuerdo que puso fin a una guerra y a un sistema racista, a presidente que concentra el poder, sofoca la disidencia y convierte al Estado en una finca familiar. Lo que hace cinco años se presentaba como la emancipación de un pueblo hoy corre el riesgo de degenerar en un nuevo tipo de servidumbre, en la que el libertador se confunde con el dueño del país.

El Zimbabue de 1985 celebra elecciones, sí, pero la democracia se diluye entre la obediencia ciega, el culto a la personalidad y la ausencia de contrapesos. Mugabe sigue siendo, en las urnas y fuera de ellas, el único dueño del tablero político. La independencia trajo soberanía; queda por ver si algún día traerá también libertad.

J. F. Lamata