10 junio 1977

Los dirigentes de AP se comprometen a impedir que los partidos independentistas sean legalizados

Laureano López Rodó (AP): «Si Alianza Popular gana las elecciones no permitirá que el partido Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) sea legalizado»

Hechos

El 10 de junio de 1977 D. Laureano López Rodó se comprometió en un acto electoral a no permitir la legalización de partidos políticos independentistas.

24 Mayo 1977

Laureano López Rodó, 'El Niño de las Monjas'

Francisco González Cerecedo

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Laureano López Rodó, «El niño de las Monjas», Barcelona 1920. Es uno de los escasos toreros que pasea el preciado tesoro de la virginidad por el ruedo ibérico, tan contaminado últimamente de pornografía y marxismo, como gusta repetir con acierto su compañero de terna «EL Niño del Referéndum» [Manuel Fraga]. El toreo fervoroso y a media altura de «El Niño de las Monjas» en lugar de deshacer matrimonios en los tendidos como suele suceder al resto de sus colegas, los arregla. Tan rara virtud en un novilleo impresionó vivamente, hace ya muchos años, a uno de los matadores punteros de aquellos tiempos, El Almirante [Luis Carrero Blanco], que le llevó de sobresaliente en 1957, por una temporada que iba a durar diecisiete años.

Matando los toros que le permitía la generosidad de El Almirante, Laureano López Rodó, «El Niño de las Monjas», se convirtió poco a poco en la eminencia gris de la fiesta nacional, hasta el punto de imponer en los ruedos españoles, de modo casi exclusivo, toros de la ganadería de monseñor Escrivá de Balaguer, blandos y maliciosos, que sempraron el desconcierto en la arena durante más de una década. Uno de ellos, un «matesa» ensabanao, provocó la tremenda polémica que envenenó la fiesta en 1969, a raíz de la inesperada cornada que propinó al ídolo lucense «El Niño del Referéndum» cuando ya tenía las orejas cortadas. El diestro de Villalba se lamentaba, con razón, mientras derramaba albundantes lágrimas toreras por haberse perdido el Festival del Ministerio y politizó la cornada acusando al toro causante de su desgracia de pertenecer al Opus Dei. «Los toros de nuestra obra – advirtió, severo, Laureano» – embisten en la plaza de modo individual al margen de las opciones comunes que puedan tener en la intimidad de la dehesa». «Yo nunca lo he creído», replicó en un quiebro muy torero «El Niño del Referéndum».

La vieja querella terminó afortunadamente hace pocos meses, «pasando por alto pequeñeces de otros tiempos», en feliz expresión de «El Niño de las Monjas», que describió sus actuales relaciones con Manolo Fraga con una metáfora muy suya: «Somos un matrimonio muy bien avenido».

A falta de otras cosas, Laureano López Rodó ha aportado a la fiesta una experiencia concreta: que se puede ser torero  casto. La pasión de las mujeres, la carga erótica del rito taurino, el poder, las colas en la habitación de lhotel, la admiración de los efebos, nada ha hecho mella en la viril continencia de «El Niño de las Monjas», a quien sólo una vez se le ha escuchado una frase de connotaciones eróticas: «Soy monárquico hasta las cachas».

Se necesita una gran voluntad y muchas duchas de agua fría para llegar a figura del toreo por este camino y Laureano López Rodó, «El Niño de las Monjas», la tenía. Recuerdan sus hagiógrafos que cuando Laureano iba a pescar a Vigo, en su época de novillero ponía como condición, al amigo propietario de la embarcación que no llevara con ellos a su mujer. «To-re-ro, to-re-ro, aclamaban las merluzas desde sus tendidos bajos ante el fenomenal desplante».

Tenía resistencia a las tentaciones por un lado, iba en buena lógica, a descuidar la guardia, por otros. En los años 60, «El Niño de las Monjas», ya instalado en Castellana 3, redactaba autobiografías elogiosas que luego enviaba a los periódicos para su publicación. Años más tarde, en 1974, recién desalojado del palacio de Santa Cruz donde fue sustituido pro Cortina Mauri, «El Anticuario», Laureano no tuvo tiempo siquiera para estrenar el traje de luces diplomático que le entregó su sastre después del cese. No se amilanó por el percance «El Niño de las Monjas», aMndó llamar a un fotógrafo de NUEVO DIARIO y se retrató enfundado en el terno de gala. «Es para mandar a mis padres ¿sabe?» Explicó al atónito fotógrafo, que pensaba que asistía a los preparativos de vestuario de un golpe de Estado en la plaza de Madrid.

Desde los quince años, cuando comenzó toreando, impasible, el ademán, en falangista, «El Niño de las Monjas» lleno la fiesta con su toreo de vestal del nacionalcatolicismo. Toreo frío y aburrido, pero lleno de íntimas fortalezas en el que se prodigan los paseos de rodillas y los bajonazos. Es un exaltado detractor de la eurochicuelina de Santiago Carrillo, Currito de la Zarzuela, recurso que considera como de engañabobos, y de cuando en cuando se sume en trance autocrítico y parece expiar pasadas culpas: «Me parece contradictorio con las reglas de juego de una democracia torera dar entrada a quienes profesan doctrinas antidemocráticas y totalitarias», luego se echa atrás ante la severa mirada que le dirige «El Niño del Referéndum», y asegura que sólo se refería a «Currito de la Zarzuela» y su cuadrilla.

Francisco Cerecedo

10 Junio 1977

Huérfano de Carrero

DIARIO16 (Director: Miguel Ángel Aguilar)

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Carrero fue como un padre para don Laureano. Atento a sus menores deseos, siempre sabía ofrecerle el cargo que mejor cuadraba con su santa visión de la vida, de la economía y del desarrollismo político-social. Era, más que otra cosa, una pura cuestión de mimos. Don Laureano es débil y había que mantener su tensión a buena altura.

Pero un desgracia día, el 20 de diciembre de 1973, Carrero, bien ajeno a lo que íba a suceder, asistió a misa a su iglesia favorita. Después…, después se cerraba todo un periodo de la historia franqista. Don Laureano todavía no se ha repuesto. Semanas, meses, años de meditación y recogimiento no han acabado con su nostalgia. Añora despachos, boletines oficiales, controles, firmas…

Ahora ha presentado su libro ‘La larga marcha de la monarquía’, haciendo un alto entre tanto cansado mitin. Ya se sabe que don Laureano prefiere el refectorio al reflector, el pequeño coro al multitudinario griterío, el púlpito a la tribuna. Compañero de presentación fue don Torcuato Luca de Tena, que últimamente gusta de sonreír cándidamente y aguantar los chaparrones con artilugios albañilescos.

Y allí don Laureano se mostró desnudo – con perdón – de afeites y ayuno de ambages. Con el corazón en la mano, reconoció su invertido complejo de Edipo – de Electra, dicen los clásicos de la psicología – y desbordó loores y esencias en la figura de Carrero. Casi con música de tanto dijo que ‘al morir él, murió el régimen de Franco’. Después dijo, Franco fue una sombra – y no sobra como en gloriosa errata decía ABC – de sí mismo hasta el mismísimo día de su muerte.

Tanto amor le pierde y la aguja de marear se le ha atrofiao después de tantos años de no necesitarla. Quien ahora se alía con Fraga, Silva, Thomas de Carranza, Fernández de la Mora, Licinio, Cruz…, dice que con ‘la muerte de Carrero perdimos todo lo bueno que podíamos conservar, y no hemos podido acumular ningún otro bien que sustituya lo que entonces perdimos’. Muy brevemente vamos a citar, a modo de ejemplo, alguno de esos bienes y males que don Laureano confunde.

En estos años que él odia, han vuelto muchos exiliados que habia huido de los campos de concentración o el fusilamiento, promovidos por los hombres que tanto admira: Franco y Carrero. En estos años que él odia, las cárceles están casi vacías de presos que ellos guardaban en celdas de dos por tres metros. En estos años que él tanto odia, alguien puede salir a la calle y decir que es socialista sin que la Policía carrerista se encargue de enmudecerle…

Como cualquiera de los siete magníficos, don Laureano tiene la hipocresía fácil de apuntarse triunfos – desarrollo económico incluido – y silenciar tiranías y asesinatos.

Y para que nadie dude de su sentir democrático por su boquita salió la siguiente advertencia a Heribet Barrera, con varios centneares de personas como testigos asombrados: “Si Alianza Popular llega al poder no legalizará a Esquerra de Catalunya”. Como Carrero, naturalmente.

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El Análisis

Asedio mediático a Alianza Popular

JF Lamata
El 10 de junio de 1977, a cinco días de las primeras elecciones democráticas en España desde 1936, Diario 16, dirigido por Miguel Ángel Aguilar y vinculado a la Unión de Centro Democrático (UCD) a través de su presidente del Grupo 16, Juan Tomás de Salas, candidato de UCD, publicó un editorial mordaz contra Alianza Popular (AP), centrando su crítica en Laureano López Rodó, uno de los “siete magníficos” fundadores de la coalición liderada por Manuel Fraga. Publicado el mismo día que un editorial igualmente crítico de El País titulado “Las cenizas del franquismo,” el texto de Diario 16 acusaba a López Rodó, exministro franquista y candidato por Barcelona, de representar una derecha inmovilista que, de ganar AP, impediría la legalización de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), según una declaración suya al Frankfurter Allgemeine Zeitung. Este doble ataque evidencia los potentes enemigos que enfrentaba AP en la recta final de la campaña, mientras la UCD de Adolfo Suárez se posicionaba como favorita. Aunque AP logró 16 escaños el 15 de junio, frente a los 166 de UCD, la polémica subraya el rechazo de la prensa progresista a una formación percibida como heredera del franquismo.
El editorial de Diario 16, titulado “Una opción para el inmovilismo,” citaba la entrevista de López Rodó en el diario alemán, donde afirmó que AP no permitiría la legalización de ERC por su carácter separatista, para pintar a la coalición como una amenaza a la pluralidad democrática. El texto, respaldado por la línea centrista de Diario 16 (tirada de 50.000 ejemplares), acusaba a López Rodó, artífice de los Planes de Desarrollo franquistas y miembro del Opus Dei, de encarnar un continuismo autoritario que chocaba con las aspiraciones de una España que buscaba libertad tras 40 años de dictadura. La coincidencia con el editorial de El País (150.000 ejemplares), que tildaba a AP de “cenizas del franquismo,” amplificaba el mensaje, sugiriendo una campaña orquestada para deslegitimar a Fraga y sus aliados. López Rodó, que como diputado por Barcelona (1977-1979) participaría en la redacción del Estatuto de Autonomía de Cataluña, quedó retratado como un símbolo del pasado, a pesar de su defensa de un autonomismo moderado dentro de la unidad española. Diario 16 omitió este matiz, enfocándose en su pasado franquista para movilizar al electorado hacia la UCD.

La ofensiva mediática contra AP refleja el clima de polarización de 1977, donde la prensa progresista, con Diario 16 y El País a la cabeza, respaldaba a Suárez mientras demonizaba a los exministros franquistas de AP, como López Rodó, Fraga o Federico Silva Muñoz (como si Suárez no hubiera sido franquista). Aunque AP logró un hueco en el Congreso con 1,5 millones de votos, su imagen de “franquismo sociológico” limitó su alcance frente al centrismo de la UCD, que capitalizó el deseo de cambio. La crítica a López Rodó, que en 1979 abandonaría AP tras ser relegado por Fraga en favor de Antonio de Senillosa, evidencia cómo su figura, asociada al régimen, se convirtió en un lastre. En este 10 de junio de 1977, el editorial de Diario 16 no es solo un ataque a López Rodó; es una advertencia a los votantes sobre el riesgo de un retorno al pasado, en una España que, a las puertas de la democracia, aún temía las sombras del franquismo.

J. F. Lamata