24 enero 1979

Landelino Lavilla salva a Miguel Herrero de Miñón 'vetado' inicialmente por Suárez

Listas UCD 1979: Adolfo Suárez González volverá a encabezar la lista por Madrid como ‘candidato a la presidencia del Gobierno’ y Leopoldo Calvo-Sotelo Bustelo será su ‘número dos’

Hechos

El 23 de enero de 1979 la UCD presentó sus listas.

Lecturas

LISTA DE UCD POR MADRID

1- D. Adolfo Suárez González.

2- D. Leopoldo Calvo-Sotelo Bustelo.

3- D. Antonio Fontán Pérez (liberal-Opus Dei).

4- D. José Luis Álvarez Álvarez (demócrata-cristiano).

5- D. José Pedro Pérez-Llorca Rodrigo.

6 – D. Joaquín Satrústegui Fernández (liberal).

7 – D. Miguel Herrero Rodríguez de Miñón.

8- D. Óscar Alzaga Villaamil (demócrata-cristiano).

9 – Dña. María del Carmen García-Moreno Teiseira (socialdemócrata).

10 – D. Luis Apostua Palos (demócrata-cristiano).

11 – D. José Luis Ruiz Navarro Gimeno.

12 – D. Ramón María Álvarez de Miranda García.

13 – D. Pedro Pérez Fernández de la Puente (socialdemócrata).

 

24 Enero 1979

Las listas de UCD para el Congreso...

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián Echarri)

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LAS LISTAS para el Congreso de UCD, hechas públic as el pasado sábado, ofrecen dos particularidades dignas de comentario: la composición de la candidatura por Madrid y el éxodo del equipo ministerial a las circunscripciones provinciales. La lista madrileña aparece claramente dominada, al menos en el tramo donde se agrupan los candidatos con posibilidades de lograr un escaño, por la tendencia más conservadora de UCD. Nombres como los de Calvo Sotelo, Antonio Fontán (el más eficaz vendedor de la nueva imagen del Opus Dei tras la fatal obsolescencia de la que acuñaron López-Rodó y los tecnócratas del franquismo tardío), José Luis Alvarez, Miguel Herrero, Oscar Alzaga, Luis Apostúa y José Luis Ruiz Navarro (vinculados, estos últimos, a las diversas empresas y variantes de la corriente demócrata-cristiana) acumulan excesiva carga en el platillo moderado de la balanza. La completa ausencia de personalidades de la tendencia social-demócrata pone todavía más de relieve el escoramiento hacia la prudencia de la lista gubernamental para la Cámara baja en Madrid.Sería, sin embargo, apresurado extraer conclusiones demasiado generales o tajantes a partir de ese dato. De un lado, la candidatura de UCD por la capital es fundamentalmente Adolfo Suárez, solista de un espectáculo en el que sus compañeros de lista sólo forman el coro. De otro, no es improbable que el presidente del Gobierno, preocupado por la decisión de Coalición Democrática de situar a sus tres únicos pesos Pesados en el ring madrileño y por el descenso desde el Sinaí hasta el Manzanares de los dos mesiánicos líderes -mitad caudillos, mitad notarios- de las llamadas Fuerzas Nacionales, haya decidido reforzar la respetabilidad de su candidatura acumulando altos ejecutivos, miembros de órdenes religiosas e inequívocos demócrata-cristianos en torno suyo.

Aun así, no le va a resultar fácil a UCD ganar la «batalla de Madrid». Si bien queda por despejar la incógnita del electorado que votó al profesor Tierno en junio de 1977, no es probable que el conjunto de los sufragios socialistas y comunistas sufra un retroceso significativo, aunque se opere en su interior una redistribución de lealtades partidistas. Y no es imposible que la suma de votos de Coali ción Democrática y de las llamadas Fuerzas Nacionales logre superar el porcentaje obtenido por Alianza Popular en la anterior convocatoria.

Seguramente ese temor explica la decisión de UCD de desparramar a todo el equipo ministerial (con la única excepción del ministro de Defensa y del señor Calvo Sotelo) por las provincias. El partido del Gobierno es consciente de que el sufragio desigual, consecuencia del diferente peso demográfico de las circunscripciones y de la ley Electoral, privilegia a las zonas y regiones donde se hallan los escaños que pueden dar a UCD la victoria. La estampida de ministros para ocupar cabeceras provinciales queda sobradamente jústificada por el refuerzo que para esas candidaturas implica el inercial respeto de los ciudadanos por quienes ocupan el poder y la publicidad ya hecha de quienes son habituales protagonistas de los telediarios.

Esta perspicaz medida de estrategia electoral denuncia, sin embargo, la débil implantación en el tejido social del partido gubernamental, que en este terreno no mejora el desarraigo de algunos de sus competidores. Aunque en ciertos casos los candidatos hayan nacido, estudiado o veraneado en las circunscripciones que les han sido asignadas, el envío a las provincias de políticos que viven y trabajan en la capital se asemeja más a un destino administrativo que a una vuelta a los orígenes. Por lo demás, ese artificial espaldarazo de los ministros como barones provinciales puede crear en los beneficiarios la ilusión de que se les extiende un seguro de vida político, una especie de garantía de permanencia indefinida en los altos círculos -carteras, presidencias de bancos oficiales o de empresas públicas, embajadas- de la Administración Pública. Si esa expectativa fuera confirmada por los hechos (y hay ya precedentes para temerlo), estaríamos asistiendo al renacimiento de la concepción patrimonial del Estado. Con el mal añadido de que la ocupación de las provincias por el star system de la Política madrileña ahogaría toda posibilidad de que la gran mayoría del país considerara como algo propio la vida pública.

Memorias de Estío

Miguel Herrero Rodríguez de Miñón

1993

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Pag. 181

Los congresos centristas de Madrid, primero y nacional, después celebrados ambos en el otoño de 1978, ya ultimada la elaboración de la Constitución, me mantuvieron cuidadosamente al margen. Recuerdo una larga conversación telefónica con Leopoldo Calvo Sotelo confirmándome que, muy a pesar suyo, no se me necesitaba para nada y en la que yo me remití a los próximos 40 años de vida pública.

Fue en esa situación cuando se convocaron las segundas elecciones generales y todo hizo sospechar que no sería candidato en las mismas.

Si entonces sobreviví políticamente se lo debo, de manera exclusiva, a la amistad de Landelino Lavilla. Para forzar una presencia digna y segura en las listas electorales y tras recibir el apoyo de Joaquín Garrigues, Antonio Fontán e Íñigo Cavero, todos, a la sazón, jefes de fila, comuniqué a La Moncloa que sólo sería candidato por Madrid y nunca detrás de quienes hubieran ido después de mí en las listas de 1977, puesto que una postergación podía ser interpretada como una sanción por mi actitud independiente en los trabajos constituyentes. Hoy es claro que no tendría ya tales reparos porque me siento mucho más seguro. Expresamente exceptué de mis condiciones a Pérez-Llorca, candidato número 12 en las anteriores elecciones, pero cuya superior jerarquía política formal yo entonces quería reconocer expresamente, dada su condición de presidente ejecutivo y portavoz del grupo parlamentario en el Congreso. A su vez Lavilla, preconizado ya como presidente de la Cámara Baja para el supuesto de victoria centrista, anunció su negativa a ser candidato si yo no lo era, y ante la no aceptación de mis condiciones por Suárez, ordenó retirar su documentación electoral ya preparada ante la Junta Electoral de Jaén, por cuya circunscripción era el número 1 de la candidatura centrista. El presidente, entonces, aceptó y Lavilla y yo fuimos candidatos.