- El 8.01.2011 el Tiroteo en Tucson 18 personas fueron tiroteadas en el estacionamiento de un supermercado Safeway en Casas Adobes, cerca de Tucson, Arizona. Falleciendo seis. Entre las heridas estaba la diputada Gabrielle Giffords.
Matanza de Tucson en Estados Unidos: seis muertos y una diputada del Partido Demócrata, Gabrielle Giffords, herida
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EL ASESINO:
Jared Lee Loughner,
LAS VÍCTIMAS:
- Christina Taylor Green, 9 años
- Dorothy Morris, de 76 años.
- John McCarthy Roll, de 63 años
- Scheck Phyllis, de 79 años.
- Stoddard Dorwan, de 76 años.
- Gabriel «Gabe» Zimmerman, 30
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LOS PROGRAMAS DE TELEVISIÓN PROGRESISTAS EN ESPAÑA CULPAN A LA DERECHA NORTEAMERICANA Y ESPAÑOLA DE FOMENTAR LA VIOLENCIA
Los programas de televisión ‘Al Rojo Vivo’ (LA SEXTA) y ‘Las Mañanas de Cuatro’ (Mediaset) culparon a la derecha norteamericana mediática (Sarah Palin, Fox News) de fomentar el odio y ser responsables del crimen, y a la derecha española de hacer lo mismo.
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EL DIARIO PÚBLICO SEÑALA A SEIS PERIODISTAS ESPAÑOLES COMO ‘SEMBRADORES EL ODIO’ QUE PUEDE DERIVAR EN MATANZAS COMO LA DE TUCSON
El diario que llegó más lejos fue PÚBLICO que publicó una lista de los periodistas que, en su opinión, fomentaban el odio, a los que calificó como ‘cornetas del apocalipsis’: los señalados eran el jefe de LIBERTAD DIGITAL D. Federico Jiménez Losantos, D. Fernando Sánchez Dragó, D. Hermann Tertsch, D. César Vidal, D. Pío Moa y ek director de LA GACETA, D. Carlos Dávila.
La Matanza de Arizona
Javier Rupérez
Matanza en Tucson
EL PAÍS (Director: Javier Moreno)
Un joven de 22 años, Jared Lee Loughner, disparó a bocajarro contra la congresista demócrata Gabrielle Giffords en Tucson, Arizona, hiriéndola de gravedad. Después dirigió su arma contra la multitud, dejando seis muertos y casi una veintena de heridos entre las personas que asistían al mitin de Giffords. La policía detuvo al autor de la matanza, aunque busca, además, a un presunto cómplice. Para los investigadores, Loughner se trata de una persona «inestable» más que de un militante radical. Pese a ello, y paradójicamente, no cabe restar gravedad al caso, en la medida en que el debate político norteamericano ha adquirido tal dureza que la violencia puede llegar a percibirse como un desenlace inevitable.
El ataque contra Giffords ha supuesto, con todo, una llamada de atención sobre la crispación que vive Estados Unidos y de la que el Tea Party ha hecho su principal y casi única estrategia. Giffords, de 40 años, se ha caracterizado por su defensa de los derechos de los trabajadores extranjeros en un Estado que, como Arizona, ha tratado de convertir la inmigración ilegal en un delito. Durante meses, la congresista ha sido por ello objeto de una campaña de ataques en la que ha llegado a participar la propia Sarah Palin. En una de sus páginas de Internet aparecen señalados con dianas los Estados que aspira a arrebatar a congresistas y senadores demócratas. El nombre de Giffords estaba escrito en ese mapa de objetivos, y Palin lo mantenía horas después del ataque.
Nadie en Estados Unidos se ha atrevido a señalar una relación directa entre la matanza de Tucson y la degradación política que vive el país, en especial tras las elecciones del pasado noviembre, en la que los republicanos obtuvieron la mayoría en el Congreso. Pero lo que sí parece extenderse es la conciencia de que ha llegado la hora de poner freno a los excesos, algo en lo que coinciden los demócratas y los republicanos más alejados del Tea Party. Se trata, sin duda, de un consenso imprescindible, pero falta por saber si las emociones suscitadas por la tragedia serán suficientes para reintroducir el demonio del extremismo en la botella o, por el contrario, solo alcanzarán a levantar otra efímera barrera que acabará cediendo al empuje de la demagogia y el radicalismo
Incluso sin el ataque contra Giffords, los modos de hacer política instaurados por el Tea Party constituían un peligro creciente para la salud del sistema democrático en la primera potencia del mundo. Producido el ataque, ese peligro se materializa en el hecho de que solo los principales líderes de los dos grandes partidos se han pronunciado de forma contundente contra la violencia. Si los republicanos logran poner coto a la expansión del Tea Party en sus filas, habrá sido un movimiento tan desestabilizador como, al fin, efímero. Pero las respuestas políticas a la matanza de Tucson solo acaban de empezar, y si el Tea Party supera la prueba habrá más razones que antes para temer su fanática influencia.
No utilizar sin pruebas el atentado de Arizona como munición política
EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)
NO HAY hecho más reprobable en el ámbito político que el intento de utilizar un atentado atribuyéndolo a los adversarios de la víctima. Desde diversos ámbitos de opinión en Estados Unidos y en otras partes del mundo, también en España, se ha tratado de vincular al movimiento derechista norteamericano Tea Party, y en particular a Sarah Palin, con el intento de asesinato de Gabrielle Giffords, congresista demócrata por Arizona. Giffords fue herida gravemente el pasado viernes en la ciudad de Tucson en un atentado que causó la muerte de seis personas. Este periódico no siente ninguna simpatía por los postulados defendidos por el Tea Party, pero mientras las investigaciones no encuentren ningún vínculo del autor con ese movimiento es temerario y oportunista especular sobre cualquier tipo de connivencia. Es cierto que determinados planteamientos políticos radicales pueden incitar al odio, pero esto no es una cuestión de hoy en Estados Unidos. Se ha dado en todos los países y en todas las épocas. Lo único que se puede decir en estos momentos es que un loco con una pistola automática ha disparado contra una representante política, como hace ahora treinta años otro descerebrado lo hizo contra una estrella de la canción en Nueva York. Quizá este hecho debería plantear en Estados Unidos la necesidad de aplicar una política más restrictiva sobre la venta y posesión de armas de fuego.
Obama en Tucson
EL PAÍS (Director: Javier Moreno)
Barack Obama ha conseguido conmover a una mayoría de norteamericanos con un discurso en Tucson sobre la matanza perpetrada por Jared Lee Loughner, en la que resultó herida la congresista demócrata Gabrielle Giffords. Sobre ese mismo suceso, Sarah Palin ahondó aún más la división entre sus defensores y sus adversarios. Los efectos opuestos de una y otra intervención tienen que ver con la experiencia, la formación y las habilidades retóricas de ambos protagonistas, entre los que no cabe comparación personal ni institucional digna de tal nombre; pero tienen que ver, además, con dos modos irreconciliables de entender la política.
La matanza de Tucson fue obra de un joven al que la policía calificó de «inestable». Si su crimen ha conmovido a Estados Unidos es porque el clima político auspiciado por el Tea Party hacía verosímil que se tratase de un atentado político. Que finalmente resultase ser la acción de un perturbado ha permitido a los norteamericanos un suspiro de alivio, pero les ha empujado a una obligada reflexión sobre los límites del debate político. Para el Tea Party todo valía antes de la matanza y, a juzgar por sus reacciones, también después, cuando sus representantes se presentaron como víctimas de una clase dirigente que traiciona las esencias de la nación. Para Obama, los demócratas y la mayoría de los republicanos, el debate político no se propone distinguir entre buenos y malos norteamericanos, sino entre mejores y peores argumentos.
El discurso de Obama en Tucson podría marcar un punto de inflexión que liberase a la política norteamericana de la espiral de sectarismo al que la ha arrastrado el Tea Party. El presidente estuvo a la altura que requería la ocasión, lo mismo que el Partido Republicano al sustituir en el Congreso una votación contraria a la reforma sanitaria, la bestia negra de los seguidores de Palin, por una moción de condena de la matanza. Pero no se puede subestimar la capacidad de un movimiento que, como el Tea Party, prefiere los eslóganes a los argumentos. Cuando Palin recurrió a una expresión como «libelo de sangre» en respuesta a quienes la responsabilizaban directa o indirectamente de lo sucedido en Tucson, no pretendía solo colocarse en el lugar de los judíos perseguidos, sino también identificar a sus adversarios con el nazismo, contra el que cualquier medio parece legitimado.
Si la reflexión sobre los límites del debate político abierta tras la matanza de Tucson no consigue aislar al Tea Party, puede que la democracia norteamericana no tarde en enfrentarse a uno de sus recurrentes capítulos oscuros. Hasta ahora, los controles ejercidos por las Cámaras, la justicia y la opinión pública siempre funcionaron, y es de esperar que en esta ocasión también lo hagan. Pero no será trivializando la virulencia de los discursos del Tea Party, ni minusvalorando la eficacia de sus eslóganes, como se ponga freno a su creciente presencia en la vida pública de Estados Unidos.
Público acusa a periodistas de ‘envenenar la democracia’.
Con motivo del atentado de Tucson, en Arizona, el diario Público publica un amplio reportaje en el que acusa a medios de comunicación de fomentar un ‘discurso del odio’ que envenena la democracia y puede ocasionar la violencia. El diario Público acusa directamente a seis periodistas de fomentar ese discurso de odio en España: D. Federico Jiménez Losantos, Fernando Sánchez Dragó, Hermann Tertsch del Valle-Lersundi, César Vidal Manzanares, Pío Moa Rodríguez y el director de La Gaceta Carlos Dávila Pérez de Camino.
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