10 junio 2024
Movilización mediática contra Luis Pérez ‘Alvise’ y Vito Quiles después de que su candidatura ‘Se Acabó la Fiesta’ logre tres eurodiputados
Hechos
El 9 de junio de 2023 la candidatura ‘Se Acabó la Fiesta’ logró tres eurodiputados en las elecciones al Parlamento Europeo.
Lecturas
Juanma Lamet (El Mundo) lamenta no haber combatido más a Alvise en TVE (9-06-2024)
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Pepa Bueno (Directora de EL PAÍS) contra Alvise (10-06-2024)
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Cadena SER contra Alvise (10-06-2024)
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Eduardo Inda (OkDiario) contra Alvise (10-06-2024)
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Nacho Abad (Mediaset) contra Alvise (10-06-2024)
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ETB y Xabier Lapitz contra Alvise (10-6-2024)
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TV3 contra Alvise (10-06-2024)
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Javier Chicote (ABC) contra Alvise (14-06-2024)
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EL BULO DE LA ORDEN DE DETENCIÓN A VITO QUILES
El 12 de junio de 2024 se dictó por un error una orden de detención contra el Sr. Vito Quiles. En ‘Al Rojo Vivo’ de LA SEXTA se hicieron eco de la noticia como si fuera cierta.
El 13 de junio de 2024 se aclaraba que no había orden de detención alguna contra el Sr. Vito Quiles.
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El 17 de junio de 2024 D. Eduardo Inda volvía a atacar a ambos:
12 Junio 2024
Alvise, un reto para la democracia
Con más de 800.000 votos (tres escaños), la agrupación de electores encabezada por Alvise (Luis Pérez Fernández) se ha convertido en otro de los terremotos políticos provocados por las elecciones europeas. Sería un error pensar que esa formación —Se Acabó La Fiesta (SALF)— plantea únicamente un reto para el PP al sumarse a Vox en la fragmentación de su bloque ideológico. De hecho, su planteamiento antipolítico se mimetiza con dos intangibles electorales que hoy cotizan al alza: la transgresión y el odio. Por eso, más que una amenaza para las derechas, Alvise supone un toque de atención para el sistema democrático en su conjunto.
El populismo de Se Acabó La Fiesta bebe de una larga labor de descrédito al que llevan años sometidos los partidos tradicionales, los medios de comunicación y los expertos. Y se manifiesta en un discurso alimentado de noticias falsas, acusaciones sin pruebas y teorías conspirativas difundidas a través de las redes sociales. La realidad —de España o de Europa— a la que pretende salvar mesiánicamente no es más que una ficción construida con bulos sobre el Gobierno, la inmigración, el feminismo o los funcionarios de la UE.
Otro de sus peligros es su potencial para crecer transversalmente: se alimenta fundamentalmente de exvotantes de Vox y en menor medida del PP, pero también de la abstención. Esto significa que ha sido capaz de ampliar el espacio electoral apropiándose de la ira, la desinformación o la incertidumbre de una parte de la sociedad.
Después de trabajar como asesor de Toni Cantó en Ciudadanos, Alvise ha hecho su carrera en las redes, desde donde lanza consignas como estas: “Si hay un narcoterrorista, no quiero que se le persiga, quiero que le pegues con un subfusil” o “cada vez hay más inmigrantes ilegales que no sabemos si son violadores”. Así ha conseguido entrar en el Parlamento Europeo, algo a lo que, según confesión propia, aspiraba en busca del aforamiento que le permita eludir las dos causas penales que tiene abiertas por difundir documentación judicial o falsificarla.
El fenómeno Alvise —alimentado fundamentalmente por jóvenes, la mayoría hombres— se suma a otros, como el Brexit o Donald Trump, que crecieron fuera del radar del periodismo tradicional. 800.000 personas han decidido creerle. A ellas es a las que hay que prestar atención para intentar entender el origen de su indignación.
Los medios de comunicación vuelven en este caso a enfrentarse al frágil equilibrio entre informar de una candidatura que recibe semejante apoyo y naturalizar sus ideas, lanzadas no para el debate sino para propagar una atmósfera tóxica. Pero los votantes de Alvise merecen toda la consideración. No son frikis a los que menospreciar sino una señal de alarma para los partidos democráticos, a los que corresponde canalizar su descontento y su apatía hacia la política institucional. La primera exigencia es pues contribuir a la credibilidad a las instituciones, no a su descrédito.
12 Junio 2024
Alvise y el voto energúmeno
Por atractivo que se presente para el escritor de periódicos el gancho de Yolanda Díaz, este columnista sigue perplejo con lo del domingo. Como los edificios que diseñaba Albert Speer para Hitler, pensados para formar unas ruinas bonitas cuando se derrumbasen, el escrutinio de las europeas prefigura un paisaje político devastado. Me alucinan algunas lecturas gatopardescas, según las cuales, nada sustancial ha cambiado y la vida sigue igual. Ni la participación baja, ni la presunta irrelevancia del Europarlamento, ni los contextos nacionales endulzan la certeza amarguísima de que Europa se abraza al monstruo contra el que se levantó el europeísmo. Las ultraderechas triunfan —sobre todo, en Francia— tres días después del aniversario del desembarco de Normandía.
El mismo domingo conversé en la Feria del Libro de Madrid con la novelista Lionel Shriver. “No soy trumpista ni voto a Trump —me dijo—, pero simpatizo mucho con los que se sienten marginados y reaccionan votando a Trump”. Yo también he simpatizado con todas esas capas de población que el geógrafo francés Christophe Guilluy sitúa en las periferias (en plural) de la sociedad occidental. El malestar de quien se siente fuera del sistema o maltratado por él ha alimentado populismos a la izquierda y a la derecha. Ambos han convencido a millones de europeos de que la democracia liberal que derrotó a los totalitarismos no solo es incapaz de solucionar nada, sino que es la fuente misma de sus problemas. Pero son los de ultraderecha los que se han impuesto, cada vez más agresivos, más racistas, más demenciados. Cuanto más brutos se vuelven, menos los entiendo, su reacción me parece más desproporcionada y percibo su rabia más ridícula y sobreactuada.
No es la primera vez que un tipo folclórico acapara el voto energúmeno. Recordemos a Ruiz Mateos o a Jesús Gil, por ejemplo. Pero sí es la primera vez que un objeto político no identificado exacerba a una extrema derecha ya consolidada y la acrecienta por el lado más radical, haciéndolo, además, sin recurrir a los medios ni a los canales de propaganda habituales, pues su público desconfía de ellos con la misma furia con la que descree de las instituciones liberales. Los 800.000 votos de Alvise no son un fenómeno local o coyuntural, pues ha conseguido un resultado bastante homogéneo en toda España (un poco mejor en Madrid, Andalucía y Valencia; irrelevante en Cataluña, Euskadi, Galicia o Navarra). Son jóvenes y están por todas partes, probando el fracaso de una democracia que ya no sabe qué hacer con ellos ni cómo hablarles. La prefiguración de las ruinas.