9 junio 2024
Elecciones Europeas 2024 – El Partido Popular (Dolors Montserrat) logra la primera posición, Irene Montero (Podemos) logra su acta e irrumpe en escena la agrupación Se Acabó la Fiesta de Luis Pérez ‘Alvise’
Hechos
El 9 de junio de 2024 se celebran elecciones al Parlamento Europeo.
Lecturas
El 9 de junio de 2024 se celebran elecciones al Parlamento Europeo. En lo correspondiente a la parte de escaños que representan a España en la cámara europea el resultado es el siguiente. (las anteriores elecciones europeas fueron en 2019).
- Partido Popular (Dolors Montserrat Montserrat) – 22 escaños (5.963.074 votos).
- PSOE (Teresa Ribera Rodríguez) – 20 escaños (5.261.293 votos).
- Vox (Jordi Buxadé Villalba) – 6 escaños. (1.678.218 votos).
- Ahora Repúblicas [ERC + EH Bildu + BNG] (Diana Riba Giner) – 3 escaños (856.500 votos).
- Sumar (Estrella Galán Pérez) – 3 escaños (811.545 votos)
- Se Acabó la Fiesta (Luis Pérez Fernández ‘Alvise’) – 3 escaños (800.763 votos).
- Podemos (Irene Montero Gil) – 2 escaños (571.902 votos).
- Junts (Antoni Comin Oliveres) – 1 escaño. (443.275 votos)
- Coalición por una Europa Solidaria [PNV + CC] (Oihane Agirregoitia Martínez) – 1 escaño (281.064 votos).
- Ciudadanos (Jordi Cañas Pérez) – 0 escaños (121.031 votos).
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En los comicios europeos, el Partido Popular (PP), liderado por Dolors Montserrat Montserrat, ha obtenido 22 escaños con 5.963.074 votos. Le sigue el PSOE, encabezado por Teresa Ribera Rodríguez, que ha conseguido 20 escaños con 5.261.293 votos. Vox, representado por Jordi Buxadé Villalba, ha asegurado 6 escaños con 1.678.218 votos.
Ahora Repúblicas, una coalición que incluye a ERC, EH Bildu y BNG y liderada por Diana Riba Giner, ha conseguido 3 escaños con 856.500 votos. Sumar, bajo la dirección de Estrella Galán Pérez, también ha obtenido 3 escaños con 811.545 votos, mientras que la nueva agrupación Se Acabó la Fiesta, liderada por el influencer Luis Pérez Fernández ‘Alvise’, sorprende con 3 escaños y 800.763 votos.
Podemos, con Irene Montero Gil a la cabeza, ha logrado 2 escaños con 571.902 votos. Junts, liderado por Antoni Comin Oliveres, ha asegurado 1 escaño con 443.275 votos. La Coalición por una Europa Solidaria, compuesta por PNV y CC y liderada por Oihane Agirregoitia Martínez, ha conseguido 1 escaño con 281.064 votos. Finalmente, Ciudadanos, con Jordi Cañas Pérez, no ha conseguido representación, obteniendo solo 121.031 votos.
Estos resultados suponen una victoria para el Partido Popular, aunque agridulce, ya que no se ha producido el esperado desmoronamiento del PSOE. La entrada de Se Acabó la Fiesta con 3 escaños supone una derrota moral para PP y Vox, ya que el partido de Luis Pérez Fernández ‘Alvise’, con gran influencia en Telegram y poco en los medios tradicionales, ha irrumpido con fuerza. Para Podemos, los 2 escaños logrados representan un triunfo moral, especialmente para Irene Montero Gil, quien ha logrado sobrevivir políticamente.
12 Junio 2024
Alvise, un reto para la democracia
Con más de 800.000 votos (tres escaños), la agrupación de electores encabezada por Alvise (Luis Pérez Fernández) se ha convertido en otro de los terremotos políticos provocados por las elecciones europeas. Sería un error pensar que esa formación —Se Acabó La Fiesta (SALF)— plantea únicamente un reto para el PP al sumarse a Vox en la fragmentación de su bloque ideológico. De hecho, su planteamiento antipolítico se mimetiza con dos intangibles electorales que hoy cotizan al alza: la transgresión y el odio. Por eso, más que una amenaza para las derechas, Alvise supone un toque de atención para el sistema democrático en su conjunto.
El populismo de Se Acabó La Fiesta bebe de una larga labor de descrédito al que llevan años sometidos los partidos tradicionales, los medios de comunicación y los expertos. Y se manifiesta en un discurso alimentado de noticias falsas, acusaciones sin pruebas y teorías conspirativas difundidas a través de las redes sociales. La realidad —de España o de Europa— a la que pretende salvar mesiánicamente no es más que una ficción construida con bulos sobre el Gobierno, la inmigración, el feminismo o los funcionarios de la UE.
Otro de sus peligros es su potencial para crecer transversalmente: se alimenta fundamentalmente de exvotantes de Vox y en menor medida del PP, pero también de la abstención. Esto significa que ha sido capaz de ampliar el espacio electoral apropiándose de la ira, la desinformación o la incertidumbre de una parte de la sociedad.
Después de trabajar como asesor de Toni Cantó en Ciudadanos, Alvise ha hecho su carrera en las redes, desde donde lanza consignas como estas: “Si hay un narcoterrorista, no quiero que se le persiga, quiero que le pegues con un subfusil” o “cada vez hay más inmigrantes ilegales que no sabemos si son violadores”. Así ha conseguido entrar en el Parlamento Europeo, algo a lo que, según confesión propia, aspiraba en busca del aforamiento que le permita eludir las dos causas penales que tiene abiertas por difundir documentación judicial o falsificarla.
El fenómeno Alvise —alimentado fundamentalmente por jóvenes, la mayoría hombres— se suma a otros, como el Brexit o Donald Trump, que crecieron fuera del radar del periodismo tradicional. 800.000 personas han decidido creerle. A ellas es a las que hay que prestar atención para intentar entender el origen de su indignación.
Los medios de comunicación vuelven en este caso a enfrentarse al frágil equilibrio entre informar de una candidatura que recibe semejante apoyo y naturalizar sus ideas, lanzadas no para el debate sino para propagar una atmósfera tóxica. Pero los votantes de Alvise merecen toda la consideración. No son frikis a los que menospreciar sino una señal de alarma para los partidos democráticos, a los que corresponde canalizar su descontento y su apatía hacia la política institucional. La primera exigencia es pues contribuir a la credibilidad a las instituciones, no a su descrédito.
12 Junio 2024
Alvise y el voto energúmeno
Por atractivo que se presente para el escritor de periódicos el gancho de Yolanda Díaz, este columnista sigue perplejo con lo del domingo. Como los edificios que diseñaba Albert Speer para Hitler, pensados para formar unas ruinas bonitas cuando se derrumbasen, el escrutinio de las europeas prefigura un paisaje político devastado. Me alucinan algunas lecturas gatopardescas, según las cuales, nada sustancial ha cambiado y la vida sigue igual. Ni la participación baja, ni la presunta irrelevancia del Europarlamento, ni los contextos nacionales endulzan la certeza amarguísima de que Europa se abraza al monstruo contra el que se levantó el europeísmo. Las ultraderechas triunfan —sobre todo, en Francia— tres días después del aniversario del desembarco de Normandía.
El mismo domingo conversé en la Feria del Libro de Madrid con la novelista Lionel Shriver. “No soy trumpista ni voto a Trump —me dijo—, pero simpatizo mucho con los que se sienten marginados y reaccionan votando a Trump”. Yo también he simpatizado con todas esas capas de población que el geógrafo francés Christophe Guilluy sitúa en las periferias (en plural) de la sociedad occidental. El malestar de quien se siente fuera del sistema o maltratado por él ha alimentado populismos a la izquierda y a la derecha. Ambos han convencido a millones de europeos de que la democracia liberal que derrotó a los totalitarismos no solo es incapaz de solucionar nada, sino que es la fuente misma de sus problemas. Pero son los de ultraderecha los que se han impuesto, cada vez más agresivos, más racistas, más demenciados. Cuanto más brutos se vuelven, menos los entiendo, su reacción me parece más desproporcionada y percibo su rabia más ridícula y sobreactuada.
No es la primera vez que un tipo folclórico acapara el voto energúmeno. Recordemos a Ruiz Mateos o a Jesús Gil, por ejemplo. Pero sí es la primera vez que un objeto político no identificado exacerba a una extrema derecha ya consolidada y la acrecienta por el lado más radical, haciéndolo, además, sin recurrir a los medios ni a los canales de propaganda habituales, pues su público desconfía de ellos con la misma furia con la que descree de las instituciones liberales. Los 800.000 votos de Alvise no son un fenómeno local o coyuntural, pues ha conseguido un resultado bastante homogéneo en toda España (un poco mejor en Madrid, Andalucía y Valencia; irrelevante en Cataluña, Euskadi, Galicia o Navarra). Son jóvenes y están por todas partes, probando el fracaso de una democracia que ya no sabe qué hacer con ellos ni cómo hablarles. La prefiguración de las ruinas.
13 Junio 2024
Alvisers’ anónimos
Uno de mis vicios es jugar a adivinar quién ha votado qué en las elecciones. Empiezo en la campaña, auscultando al personal en la calle, las redes y los bares. Sigo en el colegio, clasificando a ojímetro a los votantes, de presidente y vocales de las mesas para abajo. Y confirmo sospechas el día siguiente, exprimiendo esas aplicaciones que desgranan el voto por provincia, municipio, calle y, casi, cada WC de tu bloque, con lo que acabo de atar cabos y le cuelgo el sambenito a todo el que se me cruce. El caso es que, después del año de la marmota electoral que vivimos, estaba una aburrida con lo previsible del juego, cuando, en estas europeas, saltó la sorpresa en las urnas. Un tal Luis Pérez, Alvise para su mundo, ha reunido 15.000 firmas en Telegram y ha sacado nada menos que tres euroseñorías. Más allá del retrato robot del alviser que esbozan las encuestas, ya te aterrizo yo quién le vota, y lo hago en su idioma, para que me entiendan.
El alviser tipo es ese tío que está hasta el nardo de los políticos, todos corruptos. De los inmigrantes, todos sospechosos, cuando no delincuentes. Y de las feministas, todas locas del coño, enemigas de los hombres, que han logrado que, para follar, haya que firmar un contrato ante notario. Ese que demoniza toda ayuda pública, digo paguita, a todo colectivo, persona física, jurídica, animal o cosa, salvo si le beneficia a él mismo. y que presume de saber cosas que tú no sabes y que no verás en los medios. Pues sí. Resulta que más de 800.000 españoles en plena posesión de sus facultades mentales han decidido trolear al sistema votando a un sujeto que admite que se presenta para que el aforamiento le libre de ser juzgado por crear y difundir bulos y cuyo programa consiste en deportar migrantes, recortar derechos y meter en la cárcel a todo okupa de lo que consideran su cortijo, empezando por el presidente del Gobierno. Sí, soy consciente. El votante de Alvise se parece al de Vox como a un gemelo univitelino. Pero, quizá porque aún no han tocado poder, tienen aún menos pudor en exhibir su ultraderechismo. No deja de tener guasa que el partido autodenominado Se Acabó La Fiesta celebrara su pelotazo electoral en la discoteca Kapital de Madrid, paraíso de los reservados, los pases VIP y el canipijismo de quiero y no puedo. Ahí estaba el Pequeño Nicolás, que, otra cosa no, pero sabe a quién arrimarse. Son una caricatura, de acuerdo. Pero ciertas caricaturas dan más miedo que risa.
El Análisis
En estas elecciones europeas, parece que la política española se ha dado un paseo por el filo de la navaja. El PP ha ganado, sí, pero no ha logrado humillar al PSOE, que ha demostrado ser más resistente que una cucaracha en un apocalipsis nuclear. El gobierno «sobrevive» a pesar de las expectativas apocalípticas de la oposición.
Para Sumar, ver a Podemos conseguir 2 escaños debe ser como recibir un puñetazo de tu hermano pequeño: doloroso y humillante. Irene Montero se ha coronado como la heroína inesperada, sacando su acta de eurodiputada contra todo pronóstico.
Y luego tenemos a Se Acabó la Fiesta, la gran sorpresa. Luis Pérez Fernández ‘Alvise’ ha dado un golpe sobre la mesa que debe estar haciendo rechinar los dientes tanto en Génova como en la sede de Vox. Tres escaños obtenidos casi en la clandestinidad mediática, pero con la fuerza de un torbellino en Telegram.
Así que, en resumen, la política española sigue siendo tan impredecible como siempre, con cada partido intentando encontrar su lugar en este complejo tablero europeo. ¡Hasta la próxima sorpresa electoral!