4 mayo 1980

Su desaparición demostrará si el fin de las peleas étnicas en los Balcanes han acabado definitivamente o simplemente cesaron por la autoridad y la represión de Tito

Muere el Dictador comunista de Yugoslavia, Josif Broz ‘Tito’, abriendo camino a un gobierno colectivo

Hechos

El 5.05.1980 murió Josip Broz ‘Tito’ presidente vitalicio de Yugoslavia.

Lecturas

Josif Broz «Tito», secretario general del Partido Comunista de Yugoslavia desde 1937, tras la Segunda Guerra Mundial se convirtió en el dueño absoluto de Yugoslavia de la que era ‘presidente vitalicio’. A pesar de que su régimen era una dictadura absoluta, Tito se enfrentó a la Unión Soviética de Stalin rechazando la ‘satelización’ de su país con respecto al Kremlin, lo que le llevó a ser excluido del ‘bloque soviético’ y a erigirse ‘no alineado’.

Teóricamente el poder en Yugoslavia seguirá en manos de la Liga de los Comunistas de Yugoslavia, el partido único de la dictadura de Tito que, por deseo de este antes de su muerte, no nombrará a un sucesor único como jefe del Estado sino a una dirección colegiada con todas las etnias que forman el país: serbios, croatas, eslovenos, bosnios, montenegrinos, macedonios y albanos (kosovares). Un intento de intentar cualquier división étnica del complejo país.

REPORTAJE DE AUDIO SOBRE TITO:

06 Mayo 1980

La era de Tito

Editorial (Director: Juan Luis Cebrián)

Leer

Fue un hombre necesario; ayudó a su país a restablecerse y equilibrarse después de una larga historia de desorden y de invasiones; ayudó a mejorar la convivencia en el mundo, a construir una ideología de los países explotados; se enfrentó, a veces con grave riesgo personal, a las diversas formas del imperialismo, y alcanzó el respeto de todos. De pocos estadistas puede escribirse este epitafio, que brota sinceramente en el momento de la muerte de Tito. Es la importancia del vacío que deja la que da toda la medida de la era que llenó.Su vida política cumpliría este año 63 años; su vida humana, 88. Se puede trazar fácilmente una biografía orgánica, de maduración continua, de crecimiento ordenado. Sesenta y cinco años de vida política son los mismos que cumple la revolución rusa, a la que se adscribió, pero el desarrollo de su idea del comunismo fue en un sentido contrario a la línea oficial. La joven guardia del año 1917, a la que perteneció y a cuyo lado luchó, ha tenido un haz de destinos en los cuales una gran parte se ha entregado a la tragedia. Todos los grandes idealistas de un mundo nuevo nutridos por un afán redentorista en esta tierra, fueron podados en oleadas sucesivas de purgas, depuraciones o aislamientos por sus propios camaradas que eligieron la vía siniestra del poder despótico: símbolo claro, Stalin. Otros cayeron, en sus países, por las represiones. Muchos fueron a parar al tejido gris del despotismo burocrático.Tito no abandonó nunca la fe del primer día. Supo alzar la pequeñez de su país y la escasez de su fuerza armada contra Stalin, supo fortalecer la idea del nacionalismo -construido difícilmente sobre un país de históricos tirones autonómicos, fomentados por los intereses de potencias extranjeras- frente a una máscara de internacionalismo que devoraba y se expandía. Y supo hacerlo sin caer en el otro bloque, sin servir a nadie. Trasladó esa ideología al conjunto de los países explotados. No hace todavía un año, irguió su ancianidad -tocada ya por la muerte- en la Conferencia de los Países No Alineados de La Habana frente a la fuerza-fisíca y tormentosa de Castro para asentar el principio de neutralidad y negarse a la inclinación prosoviética.

No todo, evidentemente, es rosado en su biografía. No hay gamas rosa en la biografía de un hombre que ha llegado al poder movido por el viento de las revoluciones, la clandestinidad, la guerrilla, la guerra civil. Fue un personaje duro y estableció un régimen duro. Una dictadura que eliminó a sus enemigos y a los de su línea, que se estableció sobre un partido único y una organización de poder personal y dio muy escasas posibilidades a la democracia, presente solamente en los consejos de autogestión en que iba basando simultáneamente su ideal de igualdad de oportunidades y de equilibrio social y la restauración de la economía de su país; pero no evitó, y tal vez fomentó, la creación de una nueva clase -por la que fue denunciado por Milovan Djilas, al que persiguió, encarceló y desterró-, de un grupo de privilegiados.

No es en comparación a un patrón ideal de Estado y de Gobierno -ese modelo con el que sueña cada uno en su noche- con el que hay que medir y considerar a Tito en el momento de su muerte, cuando todavía no se puede fijar el punto de perspectiva ética y política, sino con el contexto en el que trabajó: el del mundo del comunismo de guerra, el de un país de construcción reciente según conveniencias de imperios dominantes y con tendencia a la disgregación, el de unos países desvalidos y oprimidos.Puede decirse que Yugoslavia ha sido, y es todavía, el país comunista con mayor número de libertades públicas y privadas, el más abierto a las entradas y salidas del exterior, el más sincero en los momentos de la autocrítica. Puede decirse que el crecimiento orgánico, la madurez de Tito, se hizo en el sentido de conjugar lo ideal con lo posible; y en este arte de lo posible que es la política supo incorporar muchos valores que, hasta su esfuerzo, parecieron imposibles.Tito era posiblemente el último de los hombres fundamentales, de la era basada en la personalidad del dírigente. La moral de nuestro tiempo la repudia. Se ha llegado a la revelación de que la Humanidad ha sufrido mucho en su historia por el abuso de los poderes unipersonales (sigue sufriendo, todavía, en los países donde se aplica, aunque sea ya como caricatura de lo que fue la era de los hombres fundamentales). Uno de los peores aspectos de esta política es la rotura de la continuidad que se produce tras la desaparición del hombre-patria. Ningún país ni ningún régimen la ha pasado en vano: la URSS sin Stalin, Irán sin el sha, Argelia sin Bumedian, o China sin Mao, todos pasan a ser otra cosa distinta de lo que eran. No hay razón alguna para creer que Yugoslavia va a ser la misma sin Tito. Las grandes aves de presa se ciernen sobre su cielo, los aspirantes al poder se mueven vertiginosamente sobre su suelo. Yugoslavia es una pieza trascendental en el juego político del mundo (uno de los hallazgos políticos de Tito fue poner de manifiesto la delicadeza extrema de esa pieza que era su país). El acontecimiento, en el momento en que está desatada una crisis internacional, muchos de cuyos hilos pasan por Yugoslavia -la frontera entre dos mundos, la estrategia mediterránea por el camino del Adriático, la rebelión del Tercer Mundo, las nuevas ideologías eurocomunistas que tanto deben a Tito-, multiplica toda su importancia. El sentido común, la simple prudencia, indicaría que Yugoslavia debe ser conservada tal como es, tal como la ideó Tito, con los perfeccionamientos -en el sentido de libertad interna, de superación de factores personales y de dictadura- que lo posible permita- respetada por las dos grandes potencias que ahora riñen donde pueden, sostenida por la sensatez de los políticos que tomen la sucesión.

Pero no hay ninguna prueba importante, en estos momentos, de que sentido común, sensatez y respeto sean factores determinantes en las políticas de nuestro tiempo. Quizá el miedo a un desequilibrio profundo pueda más que las tentaciones de asimilación.

06 Mayo 1980

Yugoslavia ante el vacío

José Mario Armero

Leer

Siempre habían sido temidas, desde hace muchos años, las consecuencias que podría acarrear la desaparición del marical Tito, de Yugoslavia. La noticia de su muerte se ha producido en momentos tensos en la gran política internacional. Y ha incidido en la opinión yugoslava, como un latigazo ante el temor de una invasión soviética, así como ha contribuido a aumentar el temor en el mundo por la posibilidad de una conflagración mundial. Sin embargo, se ha valorado poco el hecho de que, desde 1945, las guerras han sido localizadas y tampoco se ha tenido en cuneta que desde entonces, ha habido momentos tanto o más dramáticos en que los llamados expertos también advirtieron de la posible cercanía de un conflicto total.

El fallecimiento de Tito ha llegado en momentos álgidos de crisis petrolídera, inestabilidad en Irán, Invasión rusa de Afganistán… que han tensionado gravemente la convivencia internacional. A sus ochenta y siete años todavía aparecían ante el mundo como una personalidad muy destacada y muy alejada de sus colaboradores, como es normal en un dictador; ha sido el disidente por excelencia del aparato marxista y soviético y ha creado un sistema político singular de difícil supervivencia tras su muerte. Es su persona quien mantenía, de manera fundamental, ese entramado originalísimo de instituciones que han dado vida a Yugoslavia y protagonismo en el Tercer Mundo. Por eso, ante su desaparición, los yugoslavos se encuentran ante sus disensiones internas, hasta ahora adormecidas, y la amenaza de Moscú, que siempre ambicionó ese trozo de Europa en su disciplinada constelación de satélites. Por otra parte en la mente de muchos está que los Balcanes, ‘el avispero de Europa’, fueron la llama que encendió la primera guerra mundial y que no lejos de ese radio se inició la segunda. Y el mundo informativo quizá ha mordido el nerviosismo ante tanta coincidencia y, al mismo tiempo, que ha tratado con exageración los movimientos de tropas del Pacto de Varsovia, ha evaluado con excesivo énfasis puntos de fricción de las fronteras de Rumanía, Bulgaria y Hungria.

Creo que los españoles tenemos una especial autoridad para opinar sobre estos riesgos de irremediable conflagración, y ello porque nuestra situación nos permite analizar el problema con frialdad y por el directo interés que tenemos en el Mediterráneo. Y, afortunadamente, no nos hemos sumado al coro de los catastrofistas, que consideran que estamos en el umbral de la tercera guerra mundial.

Tito ha muerto después de haber establecido una sucesión en organismo colegiado con presidente rotativa, que aparentemente no tiene grandes posibilidades de funcionar frente a los auténticos Estados que forman Yugoslavia y que poco tienen en común unos y otros. Servios, croatas, montenegrinos… son etnias muy diferentes, unidas bajo la mano dura de Tito, pero que pueden tender a la disgregación tras su muerte. El mismo Partido Comunista Yugoslavo es una federación de partidos y su rompimiento, a través de una erupción nacionalista, podría auto-justificar a Moscú para una intervención armada.

Sin embargo, hay razones para pensar que las cosas no discurrirán de ese modo. La Unión Soviética tiene estudiada la ocupación de Yugoslavia desde hace muchos años, y sabe que es una nación que ni siquiera Adolf Hitler pudo ocupar totalmente. La movilización general y la defensa civil, que comprende desde la sanidad hasta el servicio contra incendios, es un aparato perfectamente preparado para la guerrilla, de la que tanta experiencia tienen los yugoslavos, que lanzaron la famosa teoría de convertirse en púas de erizo frente a los carros soviéticos.

Desde el punto de vista interno, aún contando con que la unidad conseguida por el dictador Tito sea más aparente que real, hay un Ejército yugoslavo bien entrenado y equipado y una cierta máquina de Estado que puede, siquiera por inercia y ante una hipótetica amenaza exterior, sobrevivir al anciano estadista. Para ello será preciso que las grandes potencias no presionen y dejar a la Federación recorrer su propio proceso evolutivo sin agobio y sin prisas. Yugoslavia necesita, por parte de las potencias grandes, una política prudente que permita mantener, al menos durante algunos años, su postura actual: ni en la OTAN ni en el Pacto de Varsovia.

Le ha llegado la hora a un importante personaje de nuestro tiempo. Tito ha sido hombre de talla internacional, revalidada en la última Conferencia de Países no Alineados, en la Habana. Su desaparición creará un grave vacío en Yugoslavia. Y la mejor fórmula para un desarrollo natural de ese pueblo es no interferir en su camino. Quizá así llegue, por sus pasos y con normalidad, a iniciar y terminar un proceso como el español tras la muerte de Francisco. Evolucionar legalmente, con la voluntad del pueblo expresada libremente ante las urnas y sin la presión de potencias extrañas.

Nuestro ejemplo de país mediterráneo que sale de la autocracia es teóricamente válido. ¡Ojalá lo recuerden la Unión Soviética y los Estados Unidos en la hora crucial yugoslava!

José Mario Armero

07 Febrero 1980

Yugoslavia: las consecuencias de una sucesión política

Raúl Morodo

Leer

La enfermedad y la eventual desaparición -al menos, políticamente- del mariscal Tito, una de las más recias personalidades contemporáneas, paradójicamente, sucede en un buen momento. Hay quien vive a destiempo y muere inoportunamente. Tito, que ha sabido vivir y luchar con éxito por la independencia nacional, con la heterogeneidad compleja de su pueblo, se desliza su desaparición cuando, todavía, está presente la reacción mundial ante la intervención soviética en Afganistán.Las declaraciones de Breznev en Pravda -el pasado día 13- sutilmente intentan disociar a los Gobiernos del continente de las represalias -por otra parte, condicionadas por la coyuntura electoral interna- de los norteamericanos. La tesis del secretario general del PCUS es que la distensión y la coexistencia siguen siendo el mejor sistema para la supervivencia y que la intervención en Afganistán se está desorbitando desde la Casa Blanca, es decir, se olvida que, por ser territorio fronterizo, por las necesidades del propio equilibrio que exige la paz mundial, Afganistán cae dentro del área de influencia soviética. Después de todo, para el Kremlin, tanto Taraki antes, como Amin después, y hoy, Karmal, todos se reclaman del marxismo-leninismo como criterio último de Gobierno. Para los soviéticos, en fin, a Afganistán se ha acudido. para poner orden y evitar una situación caótica en los aledaños de una zona vital de convulsión.

Si, en cierta medida, se puede entender no muy bien la impetuosidad de la reacción americana en el caso afgano, incluyendo la Olimpíada, -tan mal como la inercia primera en Irán-, también aparece como inquietantemente disparatada la invasión soviética en Kabul.

En todo caso, una simplificación maniquea no aclarará mucho. Tal vez, para lograr una aproximación más realista, sería útil referirse al dato objetivo musulmán en sociedades con una trama social fuertemente tradicional. En efecto, tanto en Irán como en Afganistán, se han producido reacciones puristas antieurocentristas como respuesta a dos distintos esquemas «occidentales»: contra el euroamericanismo liberal y contra el modelo soviético centralista. Salah Bechir, en un reciente artículo, llega a esta conclusión, que enlaza por la raíz a dos revoluciones -Jomeini, Amin- y que puede dar luz complementaria a la invasión soviética. Emarxismo islamizado de Amin estaba bordeando la revuelta, si no contra la ideología del Kremlin, sí contra su estrategia, es decir, Amin descubría la complejidad y disparidad de los intereses nacionales. Este hecho, por otra parte, se ha evidenciado en la actitud de las Naciones Unidas. El voto en la Asamblea General, sobre la invasión rusa en Afganistán, no ha sido ambiguo: 104 países, de un lotalposible de 152, le han dicho a Moscú que se retire. Así, la comunidad de naciones reafirma que la tesis de la soberanía limitada va en contra de las reglas del juego internacional.

Así las cosas, el mariscal Tito políticamente coadyuva a algo por lo que siempre luchó en el plano internacional. Puede decirse que vivió y, si desaparece ahora, lo hace muy oportunamente. Trascendió su aureola de guerrillero partisano anti nazi para convertirse en tenaz contestatario autogestionario de Moscú. Los tanques rusos y americanos no llegaron a entrar en Yugoslavia para expulsar a los alemanes. Fue uno de los grandes constructores de una original política internacional -iniciada en 1955, en Bandung- de la no alineación, como posición, ante la guerra fría, de equidistancia entre los bloques. Veinticuatro años más tarde, cuando las guerras entre las superpotencias por el Tercer Mundo interpuesto, desdibuja el perfil equilibrado de la no alineación, cuando la VI Conferencia de La Habana consagra a Fidel Castro como su heredero, Tito pasa la antorcha, vuelve renqueante a su sitio y se retira a morir en Centroeuropa, en el momento en que la tensión en Centroasia puede, así, inmunizar y, en gran medida, evitar la tentación del Kremlin de aplicar su doctrina de la soberanía limitada.

En efecto, con mayor o menor fundamento, el temor a la posible intervención rusa en Yugoslavia lleva años desasosegando a los es.trategas occidentales y a los mandos de la OTAN. Por otra parte, el Acta de Helsinki, formalizando el statu quo territorial, la inviolabilidad de las fronteras europeas (excepto de forma pacífica, acordada Y de conformidad con el derecho internacional) y la renuncia al uso de la fuerza, no llega a proscribir -según la fórmula propuesta por Rumania- cualquier tipo de actividad militar en el territorio de otro de, los Estados participantes, Los compromisos -prácticamente «de honor»- de Helsinki no son suficiente garantía de supervivencia para los Estados Firmantes, tal como las promesas del llamado «tercer cesto» de aquella Conferencia para la Seguridad y Cooperación Europea tampoco han sido plenamente efectivas en el terreno de la información, la cultura y los contactos humanos.

Por ello, paradójicamente, la mayor tranquilidad para los sucesores de Tito -al menos, en el plano internacional- está en la nueva tensión euroasiática y en la contundencia de la respuesta mundial -no sólo china y americana- al reto moscovita en Afganistán. El voto del Tercer Mundo, en la Asamblea General de la ONU, enfrenta con 87 de los 92 países de la Conferencia de No Alineados, y con 46 de los 49 de la Organización de la Unidad Africana. De la Liga Arabe sólo votó a favor de la URSS el Yemen del Sur. Entre los no alineados destacan los votos condenatorios de Tanzania (y, naturalmente, de Yugoslavia) y las abstenciones de India, Argelia, Benin. Congo, Guinea Conakri, Guinea Bissau, Madagascar. Nicaragua. Siria y Zambia, y las ausencias de Libia. Chad, Cabo Verde, Seychelles y Rumania.

Un amago de intervención del Pacto de Varsovia en Yugoslavia no cabe duda que pondría en marcha los mecanismos de alarma de la OTAN. incluso en declaraciones como la del lunes, sobre nuestro eventual ingreso en la Alianza. Pero la defensa de Yugoslavia no vendrá sólo por la advertencia atlantista o por la formulación ocasional de una imposible «doctrina Carter», cortada por el patrón Truman, sino, también, en gran medida, por la solidaridad mundial que en los foros internacionáles se ha patentizado ahora. El sentido común, que es, también, coexistencia y subsistencia, se tendrán que imponer nuevamente. El nivel de las respuestas provoca así un efecto multiplicador y, en consecuencia, una garantía complementaria que, en el caso del neutralismo yugoslavo, adquiere una significación peculiar. Ecierto que la neutralidad activa es un lujo minoritario y, aunque discutible, puede ser incluso utópica en el subdesarrollo, pero en países occidentales europeos periféricos, léjos de lafinlandización, lejos de la suicida tentación de la indiferencia a la defensa común europea, el caso de Yugoslavia -y su fortaleza dentro de su equidistancia- debe ser un dato a incluir en el proceso de toma de decisiones a la hora de calcular alianzas y concertar pactos. Los europeos, y especialmente los españoles, tenemos que meditar con cautela.

Raúl Morodo es catedrático de Derecho Político y rector de la Universidad Meriéndez Pelayo, de Santander.