26 abril 1980

Fracaso del Presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, al intentar una operación para liberar a los ciudadanos norteamericanos secuestrados en la embajada de Irán

Hechos

En abril de 1980 el presidente de los Estados Unidos de América compareció ante las cámaras de televisión para informar del resultado de un intento de liberar a los ciudadanos retenidos en Irán desde hace un año.

26 Abril 1980

Operación fracaso

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

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EL FRUSTRADO golpe de mano estadounidense para liberar a los rehenes de su embajada en Teherán ha quedado envuelto en las brumas de las noticias a medias, contradictorias o incomprensibles. Aislando el hecho de sus consecuencias políticas, resulta sorprendente la teoría del «accidente» entre aviones de transporte y helicópteros en una operación de comando ejecutada por la primera y más sofisticada potencia militar.Por otra parte, se abre una zona de sombra en este gravísimo incidente: que las bajas norteamericanas se hayan producido no en la segunda etapa de la operación (ataque sobre la embajada), sino en la retirada y tras la orden de suspensión dictada por el presidente Carter. La versión israelí de que los sistemas de detección electrónica soviéticos instalados en la frontera afgana descubrieran los prolegómenos de la intentona y obligaran a Carter a suspenderla, so pena de que el Gobierno iraní fuera informado desde Moscú, es, por el momento, la única explicación plausible de la desairada operación de gen darmería que ha protagonizado Estados Unidos. Pero estas son incógnitas que quedan para la casuística táctica.

La intentona ha sido, en cualquier caso, uría imprudencia. La moraleja, por otro lado, en estas dramatizaciones espectaculares suele depender del resultado. Dentro de la arbitrariedad de este tipo de juicios hay un razonamiento válido: hoy se premia en el mundo la eficacia y se rechaza la torpeza. A la luz de los resultados, Carter ha cometido una gran torpeza. Ha añadido a la imagen de impotencia que mantiene durante cinco meses en elcaso de Irán, y a la de abuso de poder, que consiste en meter a sus aliados en las obligaciones de las sanciones, la de una ineficacia imperdonable. Culmina en el desprestigio de lo que sabemos por otras razones que es el país más fuerte del mundo. Añade una serie de consecuencias posibles: ha mezclado a Egipto -de cuyo suelo parece salieron los aviones- en una operación que una determinada parte del mundo considera como antimusulmana; ha comprometido a Bahrain, donde supuestamente hicieron escala. Ha puesto en peligro la vida de los rehenes, que están sometidos a la arbitrariedad de los «estudiantes islámicos». Impulsa a Irán hacia la URSS y los países comunistas, acentuando la tendencia ya iniciada corno, escapatoria posible de Teherán a las sanciones occidentales, a pesar de la nota de la Casa Blanca en la que pretende que esta operación no está hecha en menoscabo de la soberanía del país contra el que se realiza la operación. Ha perdido aviones y helicópteros y ocasionado ocho muertos. Tiene razón Cyrus Vance cuando, en Londres, donde está en una de las escalas europeas para recaudar sanciones y adhesiones, ha exclamado como único comentario: «Estamos consternados».

Sobre toda esta crítica coyuntural, crítica de un fracaso concreto, siguen pesando las grandes dudas que este tipo de operaciones presenta siempre. Es decir, si a una ilegalidad se puede responder con otra; y si un Estado puede utilizar instalaciones de otro para una acción militar contra un tercero.

Se pueden imaginar las dos salidas posibles que habría podido tener la operación. Una, el éxito total: es indudable que el prestigio de,Estados Unidos hubiera crecido, sobre todo en los partidarioide la mano fuerte en situaciones políticas extremas, pero las implicaciones diplomáticas y la reacción de Irán hubieran sido probablemente más graves que la ventaja del resultado obtenido. La otra, el fracaso directo: es decir, que en lugar de terminar en accidente y evacuación, los invasores hubiesen sido exterminados por el Ejército iraní y hubieran, perdido la vida los rehenes a los que se trataba de salvar: La catástrofe hubiera tenido. dimensiones considerables. Quiere decirse con esto que en cualquier caso esa operación no habría debido existir nunca.

Política y estratégicamente, la frustrada intervencion americana en Irán carece, además, de precedentes inmediatos. El también fracasado intento de rescate de los aviadores norteamericanos presos en Hanoi, ordenado por Nixon, se inscribía en una guerra abierta, aunque no declarada, con, Vietnam del Norte; el bloqueo de Cuba durante la crisis de los misiles fue un pulso entre Kennedy y Jruschov mantenido a través de un teletipo y en el. que ambos sabían hasta dónde podían llegar en sus mutuas intransigencias;«operaciones de rescate como la israelí sobre Entebbe o Ia alemana sobre Mogadiscio inferían sobre naciones incapaces de generar fracturas en el inestable equilibrio internacional. En esta ocasión el presidente Carter, acaso impulsado por ese psicologismo electoral que le conduce a huir constantemente hacia adelante, ha emprendido una acción en solitario (es unánime la sorpresa occidental y es descartable siquiera un sondeo de Washington sobre las autoridades soviéticas) sobre un país que aún es una potencia militar, sobre una nación que es el barril del petróleo europeo, sobre un Estado psicotizado por la revolución islámica y que reúne las más idóneas condiciones para detonar esa tercera guerra mundial que se cierne.

Así es comprensible la indignación de los aliados estadounidenses (en Japón se habla de «traición») ante la aventura. Mal que bienjos países industrializados de Occidente iban aproximándose, con las lógicas reticencias de quién va a pagar la factura de la solidaridad, al bloqueo económico decretado por Carter contra Irán. Ahora, con esta operación, los Gobiernos occidentales deberán reconsiderar los límites de sus compromisos con Estados Unidos. Porque ya nos habíamos habituado a la realidad de que laltercera guerra mundial había comenzado en la relativamente soportable confrontación tecnológica y energética, pero ignorábamos que se estuvíeran dando los pasos necesarios para prender la mecha de la confrontación abiertamente militar.

Queda por saber cuál va a ser el resultado en dos frentes: en el internacional, a partir de la reacción iraní, y el nacional dentro de Estados, Unidos, es decir, la repercusión en la campaña preelectoral del, presidente. La opinión pública está premiando, hasta ahora, los consecutivos errores de Carter, por ese psicologismo que le lleva a preferir la acción y el protagonismo, por arriesgados que sean, a la inercia y el inmovilismo. Puede que este error nuevo -y muy grave- le impulse hacia adelante, dentro de esta carrera del irracionalismo. Pero se está esperando que, en cualquier momento, cierta lucidez haga comprender a los electores que están poniendo un pedestal bajo los pies de barro de un líder, que no lo merece y que está produciendo situaciones peligrosas para el país y para el mundo.

27 Abril 1980

El silencio de España

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

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EL SILENCIO oficial español respecto al fracasado intento del presidente Carter para rescatar los rehenes en poder de los iraníes es de nuevo una muestra de las hipotecas innecesarias que venimos padeciendo durante la transición democrática en materias de política exterior. Mientras los líderes de los principales países occidentales han hecho patente su sorpresa, y en ocasiones su disgusto, por la decisión americana, la diplomacia española se ha limitado a decir que no habla sido informada previamente.Decía Miguel de Unamuno que hay ocasiones en que el silencio es una forma de mentira. No quisiéramos suponer que esta es una de ellas. La fallida acción estadounidense supone un elemento más de tensión en una zona vital para los intereses europeos y amenaza con poner al límite la escalada de violencias en que las dos grandes superpotencias se ven hoy envueltas. El inhumano secuestro de los rehenes americanos no debe servir de pretexto para que un país como el nuestro, que se apresta a ser anfitrión de la tercera fase de la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa, no haga público, como otros Gobiernos, su parecer respecto a la decisión de Carter. Cualquier sospecha de complicidad o de benevolencia debe ser desterrada. O, al menos, cualquier duda sobre las capacidades de acción que una potencia media como es nuestro país tiene a la hora en que parece prepararse una gran confrontación internacional; ésta ya nos está afectando sobremanera en la elevación de la renta del petróleo, que constituye uno de los mayores problemas con que se enfrenta nuestra economía para intentar relanzarse.

Es preciso señalar que la solidaridad pedida antes y después del envío del comando por parte del presidente Carter a sus aliados, entre los que sin duda nos encontramos de una u otra manera, no ha sido ni correspondida ni servida lealmente por el propio presidente de Estados Unidos. Esto es tanto más grave cuanto que decisiones como la comentada no ponen en peligro sólo el bienestar de los ciudadanos americanos, sino el equilibrio internacional y la seguridad de millones de habitantes de otros países amigos. La sospecha fundada de que la actitud de Carter sea en gran parte movida por razonamientos electorales añade connotaciones de inmoralidad que no deben ser desdeñadas.

España se encuentra situada en un lugar estratégico de primera magnitud cara a un eventual conflicto armado que afectara al Mediterráneo, Cercano Oriente o norte de Africa. La utilización de nuestro suelo por el Ejército norteamericano en condiciones que han de ser pactadas para su renovación en el plazo de año y medio justifican plenamente una toma de posición del Gobierno español en el caso del comando fracasado. El hermetismo, digno de la inoperancia en este terreno y el colonialismo exterior al que nos sometió el anterior régimen, que ahora guarda también el Gobierno respecto a los asuntos exteriores, es simplemente denigrante. Los españoles tenemos derecho a saber cuál ha de ser ahora la actitud del Gobierno en lo que se refiere a la solidaridad o no con las sanciones a Irán, cómo han de afectar a los intereses nacionales allí establecidos, qué otra alternativa existe -si es posible, en definitiva, una negativa, aunque sea templada, a las pretensiones americanas- y qué posiciones mantiene nuestra diplomacia en orden a salvar la realización y los resultados de la próxima Conferencia de Seguridad. Esperamos al menos que el debate sobre política general que el próximo 13 de mayo se celebrará en el Congreso valga para dilucidar este crucial tema de nuestra política exterior.

29 Abril 1980

Dimite una paloma

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

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LA POLITICA exterior de Carter ha estado montada sobre dos personajes: Brzezinski, asesor presidencial, y Cyrus Vance, secretario de Estado (en sustitución de Kissinger). Dentro de la terminología totémica con que se representa a los clanes políticos, Brzezinski es el halcón, Vance, la paloma. La caída de la paloma, del hombre que pretendía la negociación y la diplomacia por encima de la fuerza, es un mal síntoma. Es, también, grave para Carter: una acusación de envergadura a la torpeza de su operación en Irán. No al resultado, sino a la operación en sí, pues, al parecer, desde que Vance supo que se iba a llevar a efecto el plan, al que se había opuesto, anunció al presidente y a quienes le escoltaban en esta aventura que dimitiría fuese cual fuese el resultado. No se puede atribuir a Vance -este Círo, cuyo nombre evoca mejores tiempos del imperio persa- un perfil de intelectual débil o pacifista a ultranza. Vance ha sido consejero en una subcomisión de Defensa del Senado, consejero jurídico de Defensa con Kennedy, en 1961, y en 1962, secretario adjunto de Defensa, junto a McNamara; ha dirigido las operaciones para sofocar las revueltas antiamericanas de Panamá, en 1964, la operación de marines en la República Dominicana y las tropas federales que reprimieron las revueltas raciales y de la «nueva izquierda» en Detroit, 1967. No es la biografía de un blando. La conversión de Cyrus Vance hacia la política de negociación y diplomacia se produjo cuando el presidente Johnson le envió a París a dialogar con los vietnamitas un posible tratado de paz, y le confió, en otras ocasiones, trabajos apaciguadores. Fue esta la razón por la que Nixon le sustituyó en el trabajo con Vietnam: en 1969, Cyrus Vance ya no aceptaba la idea de que la fuerza debía prevalecer, y volvió a su bufete con una firma de abogados de Nueva York. De allí le sacó Carter.

La suspicaz crítica política de nuestro tiempo atribuyó el juego Brzezinski-Vance a una dramatización predeterminada de la política exterior de Carter. Vance debía llevar la máscara de la comedia, Brzezinski la de la tragedia, y entre los dos -y el autor, Carter- montar el argumento. Su dimisión ha demostrado que Vance era más sincero de lo que se creía. Es difícil atribuirla a una maniobra para desprenderse del fracaso, porque tiene poco que ganar por el momento. Hay muchas probabilidades de que Carter gane las elecciones, y no es fácil que le perdone nunca; si las ganara un candidato republicano, tampoco Cyrus Vance volvería a aflorar a la vida política. Vance no se lleva la aureola mítica de un Kissinger, que le permita enriquecerse con sus memorias, sus libros o sus conferencias. Parece que su destino inmediato es el de, volver a la firma jurídica de Simpson, Thacher y Bartlett. Lo único que se lleva consigo es un beau geste, algo que va siendo insólito en la política de nuestro tiempo. Y deja detrás la ironía de que el único que ha perdido -hasta ahora- su puesto es también el único que no era responsable del descabellado plan y de su fracaso: el único que -al menos según él afirma- estuvo en contra dentro del «círculo interno» de la Casa Blanca.