9 junio 1998

Era una de las figuras internacionales más odiadas por su golpe de Estado contra el presidente electo Abiola en 1993 y por la ejecución de Saro Wiwa

Muere el dictador de Nigeria, general Sani Abacha, abriendo el camino a la democracia en el país petrolífero

Hechos

El 9.06.1998 falleció de un infarto el general Sani Abacha, presidente de Nigeria desde 1993.

11 Julio 1998

Nigeria, ahora o nunca

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

Leer

Aunque pueda parecer una macabra coincidencia, la muerte del dictador nigeriano Sani Abacha y del principal opositor, Moshood Abiola, encarcelado, facilita al actual gobernante, el general Abdulsalam Abubakar, el comienzo de un proceso de reformas que lleve al fin la democracia al país más poblado de Africa, que sólo ha conocido gobiernos militares desde su independencia en 1960. La reclamación de Abiola sobre la presidencia del país y la negativa rotunda de los militares habían bloqueado la política nigeriana hasta un punto que hacía imposible una solución dialogada.

Sin embargo, es condición necesaria para que ese proceso llegue a buen término que Abubakar lo ponga en marcha ya. Su actitud irresoluta oscila entre los signos de apertura -como la conmutación de seis condenas a muerte anunciada ayer y la dilación en la puesta en marcha del proceso de reformas. La tardanza puede exacerbar las revueltas, que se han cobrado ya cerca de 60 muertos.

El general debería establecer un programa para acelerar la liberación de los presos políticos, fijar una fecha, lo más temprana posible, para la celebración de elecciones y constituir un gobierno civil interino.

Además, de la mano de la democratización debería venir la federalización de Nigeria. Las rivalidades étnicas van camino de radicalizarse y destruir un país de más de 100 millones de habitantes de varios cientos de etnias distintas: lo que el escritor nigeriano Ben Okri ha llamado bebés siameses «incapaces de escapar el uno del otro, unos muriendo mientras otros crecen». Cada una de las principales etnias puede aprovechar la incertidumbre actual para imponer su hegemonía, llevando a Nigeria por la senda del enfrentamiento que tan trágico ha resultado para Africa.

10 Junio 1998

Muerte de un dictador

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

Leer

LA MUERTE, aparentemente por infarto, de Sani Abacha, el general que se autoproclamó presidente de Nigeria tras el golpe de 1993, que abortó las primeras elecciones democráticas en 22 años, ofrece una oportunidad para que ese país inicie una transición hacia las libertades y el pluralismo. La decisión de que el general Abdusalam Abukabar, jefe del Estado Mayor, asuma la presidencia no parece la más adecuada y es comprensible su rechazo por la oposición. Pero la intención anunciada ayer de que el país retorne a un régimen civil en un plazo de cuatro meses puede ser un paso en la buena dirección.No se puede minimizar la importancia que tiene para el conjunto de África el que Nigeria, con más de 100 millones de habitantes y quinto país productor de petróleo del mundo, tenga un sistema político abierto, estable y que facilite el saneamiento de su economía. Nigeria no ha sabido aprovechar las ventajas que le aportaba la naturaleza. Abacha ha dejado tras de sí un país destrozado, con una deuda exterior colosal, con una economía en declive a pesar del petróleo. Es, además, una sociedad con profundas divisiones étnicas y religiosas, con diferencias sociales que no han hecho sino crecer bajo un sistema corrupto en el que se han enriquecido unos pocos. La respuesta del poder ha sido la represión política y las ejecuciones sumarias. Miles de presos políticos se pudren en las cárceles.

La intención anunciada de devolver el poder a los civiles el próximo 1 de octubre tendría credibilidad si los militares procedieran a poner en libertad a estos presos, empezando por Abiola, el vencedor de las frustradas elecciones de 1993. Iniciar una transición no será fácil en un país que desde la independencia, en 1960, sólo ha conocido 10 años de gobiernos civiles. Pero la presión interna, la de la OUA (Organización para la Unidad Africana), reunida en Burkina Fasso, y la de Occidente podrían torcer el brazo de los militares para romper el aislamiento diplomático internacional que impidió a Abacha recibir tratamiento médico fuera de su país.

04 Julio 1998

Ocasión para Nigeria

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

Leer

LA LIBERACIÓN inminente de Moshood Abiola, el más prominente de los presos políticos de Nigeria, anunciada por el general Abdusalam Abubakar, es la más clara esperanza para el maltratado país africano en los últimos cinco años. A tres semanas de la muerte súbita del general Abacha, que ensangrentó el país desde 1993 y lo condujo a su aislamiento diplomático, su sucesor al frente del consejo militar parece dispuesto a rescatar a Nigeria del abismo político.Abubakar ha ofrecido la libertad a Abiola, un rico hombre de negocios musulmán que ganó las anuladas elecciones presidenciales de 1993, a cambio de que renuncie a sus aspiraciones y ayude a las Fuerzas Armadas a entregar el poder a los civiles el próximo octubre. Los partidarios de Abiola, un hombre de 60 años y salud frágil, a quien ha visitado en prisión esta semana el secretario general de la ONU, insisten en que debe ser reconocido como jefe de un Gobierno de transición. Pero eso es indigerible para los militares que mandan, entre los que el propio Abubakar todavía no está consolidado.

En el desquiciado universo político de Nigeria, Abiola -cuya liberación exigen EE UU y la Unión Europea para reanudar su ayuda- exhibe un capital poco común: la legitimidad de su condición de vencedor de unas elecciones que fueron anuladas por el Ejército, junto a la dignidad con que ha soportado cinco años de cautiverio. Ese mismo decoro le llevó a rechazar una propuesta de Abacha para salir libre si renunciaba a su victoria y se retiraba a su casa.

Abubakar, que fue estrecho colaborador del déspota Abacha, ha prometido también poner en la calle a todos los presos políticos de Nigeria. Nadie sabe cuántos son, si cientos o miles, porque los militares han utilizado sistemáticamente los procesos secretos y la intimidación a los tribunales para poner tras las rejas a sus oponentes. Nigeria, la nación más poblada de África (más de 110 millones de habitantes) y potencialmente la más rica (gracias a sus enormes reservas de petróleo), destaca también en corrupción institucional, en el desprecio por los derechos humanos y en la perseverancia de sus regímenes represivos. El país que sufrió entre 1967 y 1970 una guerra civil en Biafra que se saldó con un millón de muertos ha sido esquilmado por sus militares durante 28 de sus 38 años como Estado independiente.

Esta trágica ausencia de experiencia civil y la caótica situación del país, en el que hasta las multinacionales restringen sus operaciones, hacen improbables las prometidas elecciones democráticas para octubre. En Nigeria, como su historia reciente demuestra, las oportunidades no abundan. Sería lamentable que sus líderes civiles desperdiciaran la ocasión de poner a prueba las intenciones reales de la eterna dictadura castrense.

09 Julio 1998

Encrucijada en Nigeria

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

Leer

LA MUERTE de dos hombres ha dado en un mes un vuelco al paisaje político de Nigeria, el gigante de África occidental. El 8 de junio fallecía de un ataque cardiaco el dictador Sani Abacha, un general que ensangrentó el país y lo convirtió en un lazareto. Este martes, aparentemente por la misma causa, ha muerto Moshood Abiola, el único opositor de talla nacional, encarcelado desde 1993 por reclamar la victoria en las presidenciales de ese año, anuladas por el Ejército.Ambos fallecimientos, el del déspota militar y el del político que mejor encarnaba una posible alternativa civil en el crispado panorama nigeriano, colocan al país más poblado de África en un rumbo nuevo e incierto. El general Abdulsalam Abubakar, jefe de la junta militar que controla el poder, disolvió ayer el Gobierno nominal y pidió calma al país tras lamentar la muerte del jefe opositor cuando iba a ser excarcelado. Pero no ha dado ninguna pista sobre sus intenciones. Una veintena de personas han perecido en los disturbios que han seguido a la muerte de Abiola, provocados por sus partidarios en la región de Lagos; no se creen la versión oficial, pendiente de confirmación por el grupo internacional de forenses que hará la autopsia del millonario musulmán de 60 años.

La turbulenta, desesperadamente pobre y potencialmente rica Nigeria ha estado bajo las botas militares las tres cuartas partes de su vida como Estado independiente desde 1960. Los soldados han protagonizado una represión inmisericorde sobre una fragmentada oposición sin un ideario común, y han instaurado el paraíso de la cleptocracia. El general Abubakar, su último hombre fuerte, embarcado en un incipiente cambio para sacar a Lagos del pozo tras los cinco años sangrientos de Abacha, acaba de prometer al secretario general de la ONU la liberación de todos los presos políticos, que suman varios centenares.

Del proceso liberalizador que se espera de Abubakar, y cuyo teórico desenlace es la entrega del poder a los civiles este mismo año mediante elecciones, formaba parte la liberación de Abiola. La muerte del líder opositor se produjo cuando se entrevistaba con una delegación estadounidense llegada a propósito para perfilar el tránsito hacia un Gobierno democrático, requisito exigido por Washington para levantar las sanciones. Es difícil imaginarse a Nigeria con los militares en los cuarteles; su corta historia como Estado soberano está empedrada de promesas rotas. Pero el destino ha colocado al general Abubakar ante la posibilidad de redimir una amarga memoria colectiva.